miércoles, 15 de agosto de 2012

RESTO.

Término profético que designa el pequeño núcleo de los supervivientes del Exilio y la nueva comunidad de Israel.

Incesantemente, los profetas habían anunciado el desastre, castigo de los pecados de Israel; y el desastre había llegado: ruina del reino del Norte, seguida, unos ciento cincuenta años más tarde, de la caída de Jerusalén y el Reino de Judá, deportación masiva de los habitantes, que deja el país exangüe, desprovisto de lo mejor de su población. Y sin embargo, con la misma obstinación, e incluso antes del drama, los profetas prometieron el regreso de los exiliados: "Tal vez Dios tendrá piedad del resto de José (Am 5,15)".

Pero sólo una parte de los deportados está llamada a formar este nuevo Israel. El término de "pequeño resto" es muy caro a Isaías: el mayor de sus hijos lleva este nombre simbólico: Sear-Yasub, "un resto regresará." Es la fórmula misma del oráculo (Is 7,3; 10,21).

Estos supervivientes son en primer lugar aquellos que escaparon al conquistador y permanecieron en Judá (2R 19,30-31; Is 37,31-32; Is 46,3-4; Jr 40,11,15; 42 15,19). Pero aquellos que fueron arrastrados al Exilio reciben la promesa formal, precisa, de regresar de Asur, de Egipto y de todos los países a donde fueron llevados (Is 11,1-12; Jr 44,28). Este regreso será en cualquier caso una renovación de la liberación de los hebreos esclavos en Egipto (Is 11,16). Porque Dios no podía abandonar a su pueblo (Jr 31,7; Am 9,8), ni renegar de la promesa hecha a Abrahán de una descendencia innumerable (Gn 12,3), y a David de un reino eterno (2S 7,16, 1Cró 17,4; Sal 2,8; Sal 89 -Vulg 88,4-5).

Por esto la salvación que otorga Yahvé es sobre todo de orden espiritual: el criterio diferenciador entre "el pequeño resto" y aquellos que no son salvados es la fidelidad a Yahvé, a su palabra, a sus mandamientos (Am 5,15; So 3,313). Yahvé se convertirá par aél en "una diadema de gloria (Is 28,5, cf. 4,2; Am 5,6; Mi 4,7)" y reinará sobre él.

Para estos que escaparon de Sión, como antaño para los hebreos en el desierto, Yahvé creará la nube que brilla durante el día y la claridad de un fuego por la noche; su Gloria acompañará al nuevo Israel (14). Y éste reunirá los reinos: el cisma ha terminado (Is 11,13; Jr 3,18,31,1; Mi 2,12). Ezequiel concreta la promesa por medio de la visión de dos trozos de madera de los cuales uno representa el reino del Norte y el otro el reino de Judá, que él ve reunidos en un todo (Ez 37,15-28).

La religión del "pequeño resto" difiere de la de los hijos de Israel antes del Exilio. Lo esencial ya no reside en el culto colectivo celebrado en Jerusalén, sino en los ritos individuales: circuncisión, observancia del sábado, oración tres veces al día, estudio de la Torá; ritos que se pueden practicar tanto en la Dispersión como en Tierra Santa. Animado por las reformas de Esdras y de Nehemías, el pequeño resto mantendrá firme la tradición, y esta nueva forma de cultura asegurará la supervivencia del Judaísmo tras la catástrofe del 70.

Paralelamente, en el pensamiento de los profetas, se amplía la noción de "pueblo elegido": en adelante la salvación concierte a "todo aquel que invoque a Yahvé (Jl 3,5 o 2,32 según vers)"; todas las naciones vendrán al Dios único y anunciarán su gloria (66,19).

La entrada de los gentiles en el nuevo Israel se realizará con la proclamación de la Buena Nueva: el pequeño resto se encarna en la persona de Cristo y se extiende a toda la humanidad; la Iglesia de Cristo es quien toma el relevo.


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