lunes, 12 de noviembre de 2012

LA ADORACIÓN DE LOS ELEMENTOS.

La humanidad ha adorado la tierra, el aire, el agua y el fuego. Las razas primitivas veneraban los manantiales y adoraban los ríos. Aún ahora en Mongolia florece un influyente culto al río. El bautismo se volvió una ceremonia religiosa en Babilonia, y los griegos practicaban el baño ritual anual. Era fácil para los antiguos imaginar que los espíritus habitaban en las surgentes burbujeantes, en las fuentes profundas, en los ríos fluyentes y en los torrentes impetuosos. Las aguas movedizas impresionaban vívidamente a estas mentes sencillas con creencias en la animación de los espíritus y de las potencias supernaturales. A veces ocurría que le negara socorro a un hombre a punto de ahogarse por temor a ofender al dios del río. 

Muchas cosas y numerosos eventos han actuado como estímulos religiosos para diferentes pueblos en diferentes eras. Aún presentemente, el arco iris es adorado por muchas de las tribus montañeras de la India. Tanto en la India como en África el arco iris se considera una gigantesca serpiente celestial; tanto los hebreos como los cristianos lo consideran un "arco de promesa". De la misma manera, las influencias consideradas beneficiosas en cierta parte del mundo pueden ser consideradas malignas en otras regiones. El viento del este es bueno en América del Sur, porque trae lluvias; en la India es un diablo porque trae polvo y produce sequía. Los antiguos beduinos creían que un espíritu de la naturaleza producía los remolinos de arena, y aún en tiempos de Moisés la creencia en los espíritus naturales era lo suficientemente fuerte, como para asegurar su perpetuación en la teología hebrea bajo la forma de ángeles del fuego, el agua y el aire. 

Las nubes, la lluvia y el granizo han sido temidos y adorados por numerosas tribus primitivas y por muchos cultos primitivos de la naturaleza. Las tormentas de viento con truenos y relámpagos asustaban al hombre primitivo. Tanto le impresionaban estos disturbios elementales que el trueno era considerado la voz de un dios airado. La adoración del fuego y el temor al relámpago estaban correlacionados y muy difundidos entre muchos grupos primitivos. 

El fuego se confundía con la magia en la mente de los mortales primitivos sobrecogidos por el temor. Los aficionados a la magia recordarán vívidamente un resultado azaroso positivo en la práctica de sus fórmulas mágicas, mientras que olvidarán tranquilamente una serie de resultados negativos, fracasos completos. La reverencia al fuego llegó a su máximo en Persia, donde persistió por mucho tiempo. Algunas tribus adoraban el fuego como una deidad en sí, otros lo reverenciaban como símbolo flamante del espíritu purificador y de purga de sus deidades veneradas. Las vírgenes vestales tenían el deber de vigilar los fuegos sagrados, y en el siglo veinte se encienden velas como parte del rito de muchos servicios religiosos.

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