jueves, 30 de mayo de 2013

CLEMENCIO DE BUCY.

                    El caso de Clemencio de Bucy, juzgado por hereje en 1114, proporciona importantes atisbos sobre la mentalidad medieval. Los autos redactados por Guilberto de Nogent, su inquisidor, reflejan el desarrollo de una fantasía destinada a prevalecer entre las clases instruidas de Europa, que distorsionó conceptos acerca de la disidencia religiosa y originó la Gran Caza de Brujas.

                  Clemencio y su amigo Everardo vivían en las inmediaciones de la ciudad francesa de Soissons. Fueron presentados ante Guilberto y acusados de herejía por el obispo de Soissons, basándose el cargo en declaraciones de vecinos que decían haberlos visto celebrando ritos religiosos fuera de la iglesia. El primer interrogatorio fue una decepción. Guiberto halló a los sospechosos demasiado ignorantes; no tenían teología suficiente ni para saber de qué se les acusaba. Pero el inquisidor sabía que los heréticos a veces simulaban ignorancia y concluyó que aquellos sospechosos intentaban burlarle.

                 Guiberto conocía la propaganda de los antiguos Padres de la Iglesia contra el maniqueísmo, y también el escándalo de los heréticos de Orléans juzgados en el s. XI. Seguramente debió tener acceso a los textos donde las autoridades cristianas plasmaron sus fantasías sobre la herejía pauliciana de Armenia. Con todos estos dastos podía "reconstruir" las creencias heréticas que Clemencio y Everardo se negaban a confesarle... actitud que hoy podemos dar por seguro procedía de que eran inocentes; como mucho, tal vez opinarían que la Iglesia andaba necesitada de una regeneración moral, que era parecer común en la época.

                A los ojos de Guiberto, eran unos maniqueos; aborrecían el mundo, tenían hábitos antinaturales como el vegetarianismo, y rechazaban todos los sacramentos de la Iglesia. Guiberto sospechaba que eran reos de delitos aún peores; como los heréticos de Orléans y los paulicianos, habrían tomado parte en reuniones nocturnas con salvajes orgías, donde no habría faltado el sacrificio de alguna criatura que los herejes hacían circular de mano en mano hasta echarla finalmente a la hoguera, para mezclar luego las cenizas con harina y fabricar pan con destino a misas blasfemas que celebraban aquéllos.

             En vista de que no admitían tan negros secretos, Clemencio y Everardo fueron conducidos a la "ordalía del agua". El sospechoso era arrojado a una cuba de agua bendita. A los culpables esta agua los rechazaba y flotaban; caso contrario se hundirían. Clemencio "flotó como un corcho", según dejó anotado Guiberto. Entonces el aterrorizado Everardo se confesó hereje, y cuando las turbas supieron el resultado del juicio de Dios, sacaron a los heréticos de la cárcel y los descuartizaron.

            La instrucción de Guiberto contribuyó a dar forma a los terrores de la Iglesia instituida frente a las herejías de la Baja Edad Media. Cuando surgieron movimientos como los de los cátaros y valdenses, los heréticos fueron automáticamente acusados de conductas similares a las que se habían dado por probadas en el caso de Clemencio y Everardo. Hacia mediados del s. XV las nociones de reunión nocturna, orgía, infanticidio y canibalismo se condensaron en la fantasía delirante del sabbath brujeril. Los cazadores de brujas descubrieron que la mayoría de las personas, bajo la tortura, corroboraban la realidad del relato de Guiberto... o cualquier otra cosa que se les sugiriese.

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