viernes, 7 de junio de 2013

LOS PILARES DE LA RELIGIÓN CONFUCIANA: EL EMPERADOR.

El papel principal en la ideología china lo encarna el emperador, que representa al hombre como poder cósmico. Tiene la potestad de modificar la teología aceptando o rehusando la admisión en el panteón oficial de antepasados imperiales.

 El trono imperial como centro del mundo en el Palacio de la Suprema Armonía, Dinastía Ming (1388-1644). Ciudad Prohibida, Pekín.
El trono imperial como centro del mundo en el Palacio de la Suprema Armonía. Dinastía Ming (1388-16). Ciudad prohibida, Pekín.


En el confucianismo el papel principal corresponde al emperador, encarnación viviente de la idea del ser humano como poder cósmico, que forma una trinidad con el Cielo y la Tierra. Si sus acciones son correctas y vive en armonía, su actuación repercute en el orden cósmico, por lo que ha de ajustarse al tao, al principio de todo, a la vía que es la quintaesencia del orden universal.
El emperador es el centro del mundo y se sitúa físicamente debajo de la estrella polar, alrededor de la cual gira todo el universo. Es el sacerdote supremo y tiene como antepasados míticos al Cielo y a la Tierra. De hecho, T'ien-tzu, «Hijo del Cielo», es el título imperial más antiguo.
El monarca ha de seguir el mandato del Cielo (T'ien-ming) y fortalecerse en la virtud para no desgastar esa fuerza legitimadora que proviene del exterior; por esta razón, en el caso de no actuar correctamente, es legítimo invocar el mandato del Cielo para derrocar a una dinastía estimada como corrupta. De este modo, en el pensamiento confucianista la autoridad está limitada al bien común. Los funcionarios confucianistas, a la par que ofrecen al emperador la estructura ideológica que permite sustentar su poder, controlan la justificación última del mismo, actuando como una casta eclesiástica que posee las riendas del sistema político.
De todos modos, en una situación de normalidad, el emperador está sólidamente situado en el centro ideológico, como símbolo del hombre, como poder frente al Cielo y la Tierra, una posición superior a la de mero intermediario, como sacerdote supremo, que ostenta el máximo poder religioso. Tiene la potestad de modificar la teología aceptando o rehusando, previo informe del ministerio de los ritos, la admisión de dioses en el panteón oficial.

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