lunes, 17 de junio de 2013

MAGIA ANGÉLICA.

           En paralelo con la creencia en ángeles, siempre se ha intentado establecer contacto directo con estos seres benignos, pero en casi todas las épocas de la cultura occidental también se ha procurado disuadir de estas actividades o reprimirlas por heréticas. La tradición de la magia angélica, una de las ramas principales del inmenso cuerpo de la magia occidental, suele retrotraerse a Salomón, rey judío de la antigüedad. De acuerdo con una leyenda que tal vez emepezó a circular hacia el s. I d.C, dicho rey tuvo tratos con el arcángel Miguel y éste le dio un anillo mágico que servía para someter a los malos espíritus. Es significativa la ambigüedad del personaje tanto para los judíos como para los cristianos: reverenciado por su sabiduría como pecador, tanto así que en su ancianidad las mujeres "le desviaron el corazón hacia dioses extranjeros".

           Hacia comienzos de la Edad Media quedaban establecidos los detalles de la cosmovisión cristiana, entre ellos la existencia de una jerarquía de ángeles organizada en nueve coros. De éstos, los rangos superiores se ocupaban en alabar a Dios y rara vez intervenían en los asuntos humanos; en cambio, los cabos y sargentos, digamos, o los ángenes y arcángeles, sí prestaban atención al mundo humano. En esa época surgió también la noción del ángel de la guarda que cada individuo tenía asignado. Parecía razonable invocarlos en situaciones de apuro.

            Las autoridades de la Iglesia desaconsejaban estos contactos porque llevaban fácilmente a excesos espirituales: veneración exagerada, o tal vez culto blasfemo; confusión de aquéllos con los demonios, de los que se hallaba tan densamente poblado el mundo espiritual y siempre deseosos de enganar algún alma ingenua; recaída intencionada o no en las prácticas mágicas del antiguo paganismo.

             Pese a las muchas dudas que suscitaba la magia angélica, algunos clérigos se mostraban irresistiblemente atraídos. Por ejemplo, en el s. VIII un sacerdote que había invocado a Uriel, Raguel, Tubuel, Adin, Tubuas, Saboak y Simiel fue condenado por sus obispos con el argumento de que estos nombres angélicos no figuraban en la Biblia, luego serían probablemente nombres de demonios.


               Hacia el final de la Edad Media la tradición de la magia angélica quedó codificada en los grimorios o libros de conjuros mágicos. En estos textos la magia angélica y la demoníaca suelen aparecer peligrosamente confundidas; no obstante, sus anónimos autores seguían presentándose como devotos cristianos, y tanto que seguramente serían monjes y curas. Los guardianes de la ortodoxia no aceptaron el argumento de que se sujetaba a los demonios y por tanto se hacía una buena obra; las prácticas mágicas fueron equiparadas a la herejía.

              El mejor ejemplo de magia angélica pura en los grimorios clásicos es el ritual del Almadel, un capítulo célebre Lemegeton o Clavícula menor de Salomón. En él se revela cómo llamar a los ángeles de los cuatro vientos para que comparezcan, y cómo pedirles favores.



                     Se utilizaban símbolos y nombres sacados de la Kabbalah, y los seres en cuestión son descritos acudiendo a la imaginería ortodoxa; por ejemplo el espíritu del Este "se aparece bajo la forma de un ángel que enarbola un pendón o estandarte con una cruz blanca pintada, su cuerpo envuelto en un halo blanco, el rostro muy bello y claro, y las sienes ceñidas por una corona de rosas".



                      Durante el Renacimiento fue frecuente la confusión de la magia angélica con otra línea importante de la tradición, la magia natural. En esta época y habiéndose intensificado la persecución contra la hechicería los magos tenían mucho interés en desmarcarse de la temática del satanismo; los teorizadores como Cornelius Agripa describían órdenes complejos de espíritus naturales que habitaban la tierra y los cielos y podían ser invocados: las fuerzas planetarias, los elementales, los coros angélicos, cada vez más difíciles de distinguir. Otro personaje principal, Juan Tritemio, eliminó la distinción por completo al proclamar que los ángeles eran los espíritus ocultos del mundo natural. El pleno florecimiento de la magia angélica de tradición occidental se expresa en dos tendencias actualmente todavía presentes, la magia enoquiana y las prácticas de la magia sacra de Abramelín.

                    Un prestigioso mago de la era isabelina, John Dee, y su fámulo Edward Kelly, definieron a través de sucesivas visiones un complicado sistema de magia que comprendía un "lenguaje enoquiano" y una escritura, todo ello enseñado por los ángeles.El desarrollo fue continuado por Thomas Rudd, uno de los sucesores de Dee, en un Tratado recientemente recuperado ("Treatise on Angel Magic").

                   En cuanto a la magia sacra de Abramelín, deriva de un grimorio de este título, supuestamente escrito en el S. XV aunque mñas probablemente confeccionado en el S. XVIII y que describe cómo conjurar el propio ángel de la guarda, interpretado como el Yo Superior del mismo mago. Sugerencia no tan descaminada si consideramos que algunos pensadores de dicho siglo como Emanuel Swedenborg, habían postulado ya que los ángeles existen dentro de nosotros. La magia de Abramelín y la noción general que considera los seres espirituales como fuerzas interiores del psiquismo humano son las tendencias predominantes en el ocultismo contemporáneo.

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