martes, 11 de junio de 2013

MOISÉS.

I. Moisés aparece en los sinópticos como legislador: las prescripciones de la Ley se atribuyen a Moisés (Mc 1,44 par.; 7,10 par.; 10,3s par.), excepto los diez mandamientos, que se atribuyen a Dios (Mc 7,9). Con su legislación, Moisés deja testimonio de la dureza del pueblo (1,44 par.) y llega a ceder a ella, frustrando el designio divino (10,5-8 par.). Con Elías, representante de los profetas, Moisés, representante de la Ley, se aparece a los discípulos en la transfiguración (9,4 par.) y ambos reciben instrucciones de Jesús, significando ser éste la norma por la que se juzga la validez de los antiguos escritos (cf. 9,7: «escuchadlo a él»). En Lc, los «dos hombres», Moisés y Elías, que aparecen en la transfiguración (9,30), vuelven a aparecer en el sepulcro (24,4) Y en la ascensión (Hch 1,10).

II. En Jn, Moisés fue ante todo aquel por cuyo medio se dio la Ley (1,17), la dejó a los judíos (7,19) y enseñó la precedencia que tiene el bien del hombre sobre el precepto de la Ley misma (7,22s). Él escribió acerca de Jesús (5,46), pues el éxodo descrito en el Pentateuco era tipo del éxodo final que había de efectuar el Mesías; en particular, su acción de levantar la serpiente de bronce en el desierto fue figura de la vida definitiva que había de comunicar el Hombre levantado en alto (3,14s).
Por otra parte, Jn deshace el mito de Moisés; no había visto a Dios (1,18), no fue él quien dio el pan del cielo (6,32) y su éxodo fracasó, pues los que salieron de Egipto no lograron ver la tierra prometida (6,49.58).

Los dirigentes judíos habían absolutizado la figura de Moisés , único mediador de la antigua revelación que subsistía para ellos. Mientras se profesan discípulos de Moisés (9,28), para ellos Abrahán y los profetas han muerto (8,52s); es decir, se ha olvidado la promesa, anterior a la Ley, que apuntaba al Mesías, y la esperanza de una alianza nueva, la del Espíritu, contenida en los profetas (Jr 31,31-34; Ez 36,25-28).
Pero el Moisés que proponen no es el auténtico. Por una parte, consideran sus escritos como un todo cerrado, privándolos de su dimensión profética; por eso, de hecho, no dan fe a lo que Moisés escribió (5,46s).
Por otra, nunca han sido fieles a la alianza que él promulgó ni han conservado el mensaje de Dios (5,37b-38); tampoco observan la Ley (7,19), por no anteponer el bien del hombre a la letra del precepto (7,22s); es más, la utilizan según su conveniencia (7,71). De ahí que Moisés sea su acusador y que la esperanza que han puesto en él sea vana (5,45).
Los fariseos proponen su interpretación de Moisés atribuyéndole una autoridad divina fundada en un hecho pasado (9,29: «le habló Dios»). Dios habló entonces, pero ya no habla: no es el Dios de la historia, sino el del Libro.
Al Moisés absolutizado (3,21) se opone «el Hijo», en quien Dios sigue hablando (12,49) y que propone sus verdaderas exigencias (3,31-34)
III. Esteban interpreta la historia de Moisés como la de un liberador rechazado (Hch 7,20-44); comparación entre Moisés y Jesús (Heb 3,1-6); la historia de Moisés, movida por la fe (Heb 11,23-29).

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