domingo, 9 de junio de 2013

NÚMEROS EN LA BIBLIA.

SIMBOLISMO DE LOS NÚMEROS.

El valor y significado de los números en los Evangelios recoge unas veces el simbolismo que se les atribuía comúnmente en la época y otras veces depende de alusiones a determinados pasajes del A.T; finalmente, pueden simbolizar la nueva realidad de Jesús.

EL UNO.

La unicidad es propia de Dios y puede expresarse con el numeral “uno/único” (gr. Heis: Mc 10,18; 12,29.32; Mt 23,9; Lc 5,21; Jn 5,44; 17,3 etc.). “Lo uno” designa en Juan la unidad que crea el Espíritu entre el Padre y Jesús (10,30), que ha de integrar también a los discípulos (17,1.21-23).

EL DOS.

Por alusión a Os 6,2: “en dos días nos dará vida”, el dos puede ser símbolo de comunicación de vida, y así se aplica a la estancia de Jesús con los samaritanos (Jn 5,40.43), a los que comunica el Espíritu (4,14). En cambio, deja pasar dos días sin ir adonde estaba Lázaro enfermo (11,6), porque éste, por ser discípulo de Jesús, poseía ya la vida definitiva.

EL TRES.

En el A.T, el número tres alude a la divinidad en Gn 18,2:” [Abrahán] alzó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él”, en los que Abrahán reconoce a Dios.

Pero el tres indica sobre todo lo completo y definitivo (Is 6,3: el triple santo). Así, en Mt 4,1-11 y Lc 4,1-13, la triple tentación de Jesús compendia toda tentación. La triple negación de Pedro significa su renuncia total a ser discípulo (Mc 14,30 par.: “Hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, renegarás de mí tres”). En el Evangelio de Juan, la triple negación queda reparada por la triple profesión de amistad con Jesús (Jn 21, 15-17)

“Tres días” o “al tercer día” alude a Os 6,2: “al tercer día nos resucitará”. En Mc 8,2, las multitudes paganas llevan tres días con Jesús; esto significa que ya le han dado su adhesión y han recibido de él la vida que supera la muerte. En las predicciones de la muerte-resurrección se usa constantemente la fórmula: “el tercer día (o “a los tres días”) resucitará”; más que una fecha precisa indica un breve lapso de tiempo y, en definitiva, la victoria inmediata de la vida sobre la muerte.

EL CUATRO Y SUS MÚLTIPLOS.

En el mundo clásico, el significado simbólico del número cuatro se derivó de los cuatro puntos cardinales y las cuatro direcciones del viento, y también de las cuatro estaciones y de las correspondientes constelaciones: Tauro, Leo, Scorpio y Acuario, que aparecen en la mitología babilónica como poderosas figuras que sostienen el firmamento por sus cuatro esquinas. De ahí que el número cuatro simbolice la totalidad de la tierra y del universo.

El A.T usa el número cuatro en el sentido tradicional, pero sin las connotaciones astrológicas. El cuatro simboliza así la totalidad y universalidad indeterminada o indefinida, en extensión espacial ( los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales) véase Ex 1,5: “En medio de éstos [los relámpagos] aparecía la figura de cuatro seres vivientes”; 37,9: “Ven, aliento, desde los cuatro vientos, y sopla en estos cadáveres para que revivan”; Zac 2,10: “Yo os dispersé a los cuatro vientos – dice el Señor-“; 6,5 (de cuatro carros tirados por caballos, ): “[Al macho cabrío] se le rompió el cuerno grande y le salieron en su lugar otros cuatro orientados hacia los cuatro puntos cardinales.”

Los cuatro ríos del paraíso rodean las cuatro partes de la tierra en Gn 2,10ss: “En Edén nacía un río que regaba el parque y después se dividía en cuatro brazos, etc.” Los cuatro vientos o puntos cardinales se mencionaban con frecuencia, por ejemplo, en Is 11,12: “Congregaré a los desperdigados de Judá de los cuatro extremos del orbe”, y en Jr 49,36: “Conduciré contra Elam los cuatro vientos, desde los cuatro puntos cardinales.”

Un múltiplo de cuatro, en particular “el cuarenta”, se usa como número redondo para indicar una totalidad limitada; por ejemplo, una generación o la edad de una persona (Gn 25,20: “Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca”); indica repetidamente períodos de tiempo (Gn 7,4; “Haré llover sobre la tierra cuarenta días con sus noches”); se asocia con largos períodos de sufrimiento y con la duración de fases sucesivas del plan salvador de Dios. Cuarenta años duró la travesía del desierto (Ex 16,35: “Los israelitas comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada”). Cuatrocientos años equivale a diez generaciones (Gn 15,13: “Tu descendencia… tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años”).

Según estos datos, cuando en los evangelios aparece el número cuatro hay que preguntarse si indica alguna totalidad. Este es el caso de los “cuatro” portadores del paralítico, señalados únicamente para Marcos (Mc 2,3): “Llegaron llevándole un paralítico transportado entre cuatro”), que representan a la humanidad pagana que vive en el mundo entero. El manto de Jesús, que representa su reinado a través del Espíritu, se divide en cuatro partes por estar destinado a la humanidad entera (Jn 19,23).

Lo mismo puede decirse del “cuarenta”: Jesús está en el desierto cuarenta días (Mc 1,13; Mt 4,2; Lc 4,2), en paralelo con los cuarenta años del éxodo de Israel; los “cuarenta días” representan así el tiempo del éxodo de Jesús, es decir, la duración de su vida pública. Después de la resurrección permanece con los discípulos también “cuarenta días”, que indican el tiempo en que han de superar la prueba (Hch 1,3; cf. Dt 8,2).

“Cuatro mil”, múltiplo de cuatro, señala que el éxodo liberador significado por el reparto del pan está destinado a toda la humanidad. Así, en Mc 8,9 par.: “Eran unos cuatro mil, y él los despidió”; cf. En 8,20 el número exacto: “Cuando partí los siete [panes] para los cuatro mil.”

EL CINCO Y SUS MÚLTIPLOS.

El número cincuenta simboliza la comunidad del Espíritu; así aparece en el A.T, donde los grupos de profetas se componen de “cincuenta hombres adultos” (1 Re 18,4: “[Abdías] cogió a cien profetas y los escondió en dos cuevas en grupos de cincuenta; cf. 18,13; 2 Re 2,7: “También marcharon cincuenta hombres de la comunidad de profetas”).

Por otra parte, en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu baja sobre los discípulos de Jerusalén el día “quincuagésimo”, significado de la palabra “Pentecostés” (Hch 2, 1-4).

En Mc 6,38 par. son cinco los panes distribuidos por Jesús, y los reciben cinco mil “hombres adultos” (la misma denominación figurada usada para los profetas del A.T, que indica la plenitud humana que produce el Espíritu); así se lee en Mc 6,44 par.: “Los que comieron los panes eran cinco mil hombres adultos”, señalando que el Espíritu/amor se ofrece y se recibe con el pan (Jn 6,33).

EL SEIS.

En relación con el “siete”, que simboliza la totalidad determinada, el seis es a menudo el número de lo incompleto. Unas veces lo incompleto equivale a lo ineficaz, como aparece en Jn 2,6, donde las seis tinajas están vacías, significando que, a pesar de sus promesas, la purificación ritual de la religión judía no restablecía la relación con Dios; otras veces lo incompleto es aquello que espera y anuncia lo completo: así, “la hora sexta” describe la entrega de Jesús en su aspecto de muerte (Jn 19,34), pero que ha de culminar en la resurrección; “el día sexto” es el de la actividad de Jesús, que ha de terminar con la creación del hombre (Jn 12,1). Las seis fiestas que aparecen en el Evangelio de Juan anuncian la Pascua definitiva, en la que se comerá la carne del Cordero de Dios (19, 28-20).

EL SIETE.

El significado cualitativo dado al número siete en toda la historia de las religiones puede tener su explicación en el asombro sentido en los orígenes por la regularidad del paso del tiempo en períodos de siete días, siguiendo las cuatro fases de la luna y, secundariamente, por otras observaciones astronómicas.
Parece que el hombre primitivo no percibía el tiempo como una secuencia lineal y sólo lo aprehendía como períodos; por eso el “siete” se convirtió en símbolo del período pleno y perfectamente completo. En Babilonia, el siete era sinónimo de plenitud, totalidad; lo mismo en hebreo, siete denota plenitud (Prov 3,10: “y tus graneros se colmarán [lit. “se llenaran siete”] de grano”). Consecuentemente, el siete es también el símbolo de la perfección.

El A.T adoptó muchos de los significados simbólicos del número siete: es el número de lo completo, de la totalidad determinada o definida; de ahí el “sábado”, que indica el descanso que sigue a la creación acabada; las fiestas que duraban siete días (Lv 23,34: “Comienza la fiesta de las Chozas, dedicada al Señor, y dura siete días”); la completa purificación se efectuaba con una séptuple aspersión de sangre (Lv 16,19): “Salpicará la sangre con el dedo siete veces sobre el altar”); la séptuple venganza es la venganza completa (Gn 4,15: “El que mate a Caín lo pagará siete veces); Dios lo ve todo con siete ojos (Zac 4,10: “Esas siete lámparas representan los ojos del Señor, que se pasean por toda la tierra”); en la edad de la salvación, el sol brillará siete veces más (Is 30,26: “La luz del Ardiente será siete veces mayor”); la vida plena del hombre son setenta años (Sal 90,10: “Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta….”; Is 23,15: “Tiro quedará olvidada setenta años, los años de un rey”).

Un múltiplo de siete es un número redondo que incluye la totalidad (Gn 46,27: “La familia de Jacob que emigró a Egipto hace un total de setenta”; Jue 20,16: “En todo aquel ejército se alistaron setecientos hombres escogidos”). En proverbios, “siete” puede significar “todos” (Prov 26,16: “El holgazán se cree más sabio que siete [todos los] que responden con acierto”).

“Setenta” años duró la deportación a Babilonia (Jr 25,11: “Las naciones vecinas quedarán sometidas al rey de Babilonia durante setenta años”); en Dn 9,24, setenta semanas de años representan el plazo en que habría de efectuarse la salvación mesiánica (“Setenta semanas están decretadas para tu pueblo y tu ciudad santa”). Setenta ancianos se eligen para ayudar a Moisés (Nm 11,16: “Tráeme setenta ancianos, etc.”).
Según la concepción judía, vivía en la tierra un total de setenta naciones, idea basada en la tabla de Gn 10, donde se enumeran 70 pueblos (LXX: 72) (cf. Dt 32,8: “Trazando las fronteras de las naciones, según el número de los hijos de Dios”); de ahí procede el número simbólico de los “Setenta” traductores de la Biblia hebrea en griego.

En los evangelios, las genealogías de Jesús en Mateo (1, 2-16) y Lucas (3, 23-38), a pesar de sus diferencias, están basadas en el número siete: en Mt, tres grupos de catorce, es decir, seis septenarios: Jesús comienza el séptimo. Lucas cita 77 supuestos antepasados de Jesús, once septenarios; Jesús inaugura el duodécimo. Ambos evangelistas están interesados en el cumplimiento de la historia en la persona de Jesús Mesías: Mateo, en la historia de la salvación (desde Abrahán); Lucas, en la de la humanidad (desde Adán).
En el evangelio de Juan, “la hora séptima”, en la que se cura el hijo del funcionario (Jn 4,52), indica que la comunicación de vida es efecto de la muerte de Jesús; por oposición a “la hora sexta”, que es la del rechazo y condena (19,14-16a), “la séptima” connota la entrega de Jesús como obra terminada y fuente de vida.
“Siete” es la suma de los cinco panes y los dos peces (Mc 6,44 par.: Jn 6,9) e indica la totalidad del alimento poseído por la comunidad. En el segundo reparto se habla de “siete panes” (Mc 8,5 par.), indicando además con esto que están destinados a todos los pueblos.

Una persona poseída por siete espíritus (Mt 12,43ss par.) o demonios (Lc 8,2) está totalmente poseída.
Siguiendo la idea del A.T de los setenta pueblos que componían la humanidad, en Lucas, “Setenta” discípulos constituyen el segundo grupo misionero paralelo al de “los Doce” (Lc 10,1), representando la totalidad de los pueblos de la tierra. En Hch 6,3, “los Siete”, en paralelo con “los Doce”, representan a la comunidad helenística, abierta a todos los pueblos.

De modo semejante, “siete” son los discípulos presentes en Jn 21,1, que representan a la comunidad después de la resurrección de Jesús y participan en la pesca, es decir, en la misión universal. Por oposición a “doce”, número de Israel, “siete” alude a la totalidad de los pueblos; designa en Juan a la comunidad de Jesús no como heredera de un pasado (“doce”), sino como abierta al futuro.

EL OCHO.

El simbolismo del número ocho es específicamente cristiano; los evangelistas usan este número como símbolo del mundo definitivo, más allá de la primera creación (el “siete”).

Al ser ocho las bienaventuranzas de Mateo (5, 3 -10), alude precisamente a la realización en la tierra del reino de Dios, realidad del mundo futuro.

Paralelamente, la datación “a los ocho días” en que se verifica la transfiguración en Lucas (9,28) indica que Jesús va a manifestar a los discípulos la realidad definitiva del Hombre, más allá de los límites del mundo presente.

La misma datación “a los ocho días” señala en el Evangelio de Juan la segunda aparición de Jesús resucitado a los discípulos (Jn 20,26) e indica el carácter pleno y definitivo del tiempo mesiánico, la presencia en la historia de la realidad futura; completa así el carácter de novedad y principio indicado por la denominación “el primer día de la semana” (20,19).

EL DOCE.

Toma su sentido simbólico de los doce meses; como el siete, es también un número astronómico, pero en el A.T no queda rastro de esta concepción.

Lo mismo en el A.T que en tiempo de Jesús, el doce simboliza la unidad y totalidad del pueblo elegido; entraba así como elemento esencial en la perspectiva escatológica, cuando Israel, como pueblo de doce tribus, había de ser restaurado.

El punto de origen para el número doce como símbolo de Israel se encuentra en el número de los hijos de Jacob (Gn 29,31-30,24). De ellos derivan las doce tribus (Gn 49,28: “Estas son las doce tribus de Israel”), que constituyen la totalidad de Israel. Toda la historia de este pueblo se remite al número doce constitutivo; a él aluden incluso las vestiduras sacerdotales (Éx 28,21: “[El pectoral] llevará doce piedras, como el número de las tribus israelitas”).

El número doce lleva consigo cierta connotación teológica: las doce tribus representan la condición del pueblo judío tal como la quiere el Dios de la alianza (Éx 24,4: “[Moisés] levantó un altar a la falda del monte y doce estelas por las doce tribus de Israel”; cf. Jos 4,3ss; 1 Re 18,31: “[Elías] reconstruyó el altar del Señor…: cogió doce piedras, una por cada tribu de Israel, etc.”). El número doce se hizo así símbolo de la situación ideal de Israel, aun cuando las circunstancias políticas no correspondan a ella.

En la época del destierro vuelve la idea del Israel primordial y se habla de la reunión de las tribus para reconstituirlo (Is 49,6: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob”).

Aparece el número doce en Mc 3,13ss, Mt 10,1ss y Lc 6,13ss, al dar la lista de los discípulos, que representan al nuevo Israel y a quienes Jesús destina a una misión universal. En Juan, el número doce aparece por primera vez en la mención de los cestos de sobras que se recogen después del reparto de los panes (6,13; cf. Mc 6,43 par.), indicando que el reparto, es decir, la solidaridad, debe continuar hasta satisfacer el hambre de todo Israel. Juan no representa la lista de los Doce (cf. 6,67ss), aunque menciona entre ellos a Judas Iscariote (6,71) y a Tomás (20,24).

En relación con el número “doce” está el “once”. “Los Once discípulos” aparecen en Mt 28,16 en vez de “los Doce”, como consecuencia de la defección de Judas Iscariote. Dado que en Mateo el número Doce es símbolo de la comunidad cristiana en su totalidad, considerada como el nuevo Israel, el Once representa a esa comunidad con exclusión del antiguo Israel (Judas), que ha rechazado al Mesías.

A veces, cuando un evangelista quiere evitar que se atribuya valor simbólico a los números, pone un valor aproximado. Marcos, por ejemplo, señala que los cerdos que se despeñaron eran “unos dos mil” (Mc 5,13), queriendo indicar solamente un número considerable. Lo mismo Juan, al señalar la gran capacidad de las tinajas en la boda de Caná (2,6 lit.: “de dos o tres metretas cada una”, entre ochenta y cien litros) o cuando nota la notable distancia de la orilla a que se encontraba la barca de los discípulos (6,19: “habían ya remado unos veinticinco o treinta estadios”, unos cinco o seis kilómetros). Por último, una cifra aproximada para indicar la escasa distancia que mediaba entre Betania y Jerusalén (Jn 11,18: “unos quince estadios”, unos tres kilómetros).

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