El título "Señor" (gr. Kyrios) indica superioridad y dominio y se
aplicaba a los soberanos y particularmente a DIos, "el Señor" por
antonomasia. En todas las religiones se atribuye a Dios un dominio
legítimo, es decir, que debe ser reconocido por el hombre, sometiéndose a
él.
En Oriente se usaba comúnmente el apelativo "Señor" sobre todo como expresión de la relación personal de dependencia del hombre respecto a la divinidad, que se exteriorizaba en la súplica, en la acción de gracias y en el voto. La persona, en calidad de "esclavo", "siervo" o "súbdito", se dirigía al dios como a "Señor". Este título tomaba el lugar del hombre divino y bastaba para designar a un dios o al único Dios y recordar su poder soberano sobre todo.
En la traducción griega del AT llamada de los Setenta (LXX), "Señor" (Kyrios) traduce a veces el hebreo Adonai (plural de adonî, "mi señor") (Gn 19,2), pero ordinariamente toma el lugar del nombre divino "Yahvé". Se aplica, sin embargo, también a hombres.
Para los hebreos, al sacar a Israel de Egipto, Dios adquirió un derecho sobre ese pueblo, se hizo "Señor" del pueblo y de sus miembros. Por eso el creador, se le consideraba soberano del mundo y de la humanidad.
Para el judaísmo tardío, el señorío de Dios tiene un doble aspecto: ante todo, por ser el creador de todo, Dios es dueño del mundo entero y dirige su historia; además, es señor y guía del individuo.
En los evangelios se usa con frecuencia el título "señor" en las parábolas o dichos parabólicos, jugando con un doble sentido, pues el señor humano de la parábola es a menudo figura de Dios; así, el señor/propietario de una viña, el señor del administrador, el amo de un siervo o empleado. El título "señor" incluye la idea de una superioridad que exige un reconocimiento; así, los judíos llaman "señor" a Pilato (Mt 27,63) y un hijo a su padre (Mt 21,29); también María Magdalena llama "señor" al que supone que es dueño del huerto (Jn 20,15).
En el texto griego se reconoce fácilmente que el título "Señor" se refiere a Dios cuando va sin artículo, aunque en la traducción española tiene que llevarlo (Mc 1,3 par.; 12,1 par.; 12,36 par.; 13,20; Mt 27,10). Sucede casi siempre en las citas del AT o en las alusiones a él, y toma el lugar en estos casos del nombre de Yahvé.
Aplicado a Jesús, el apelativo "Señor" es más frecuente en los escritos de Lucas y de Pablo, porque escriben para áreas dominadas por la cultura y la lengua griegas.
Sorprende, sin embargo, el giro que da el Evangelio de Juan al concepto de "Señor". En boca de Jesús, que se llama "Señor" a sí mismo (Jn 13,13: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy"), se encuentra la frase siguiente: "No, no os llamo siervos, sino amigos" (15,15).
Este dicho muestra el cambio de sentido de "Señor": el título implica siempre libertad y superioridad, pero ya no respecto a otros que se considerarían como "inferiores", "siervos" o "súbditos", sino una superioridad que radica en la pertenencia a una categoría: la de los hombres plenamente libres. De apelativo relativo pasa a ser absoluto. Jesús, u otro hombre, son "señores" no cuando tienen a otros por debajo de sí, sino cuando pueden disponer de su vida y de todo lo suyo, cuando no tienen a nadie por encima de sí que limite su libertad. Tal es el cambio que introduce a Juan en el concepto de "Señor". Por eso, todo hombre está llamado a serlo. Es la meta de la igualdad, en el pleno desarrollo de las capacidades humanas.
En Oriente se usaba comúnmente el apelativo "Señor" sobre todo como expresión de la relación personal de dependencia del hombre respecto a la divinidad, que se exteriorizaba en la súplica, en la acción de gracias y en el voto. La persona, en calidad de "esclavo", "siervo" o "súbdito", se dirigía al dios como a "Señor". Este título tomaba el lugar del hombre divino y bastaba para designar a un dios o al único Dios y recordar su poder soberano sobre todo.
En la traducción griega del AT llamada de los Setenta (LXX), "Señor" (Kyrios) traduce a veces el hebreo Adonai (plural de adonî, "mi señor") (Gn 19,2), pero ordinariamente toma el lugar del nombre divino "Yahvé". Se aplica, sin embargo, también a hombres.
Para los hebreos, al sacar a Israel de Egipto, Dios adquirió un derecho sobre ese pueblo, se hizo "Señor" del pueblo y de sus miembros. Por eso el creador, se le consideraba soberano del mundo y de la humanidad.
Para el judaísmo tardío, el señorío de Dios tiene un doble aspecto: ante todo, por ser el creador de todo, Dios es dueño del mundo entero y dirige su historia; además, es señor y guía del individuo.
En los evangelios se usa con frecuencia el título "señor" en las parábolas o dichos parabólicos, jugando con un doble sentido, pues el señor humano de la parábola es a menudo figura de Dios; así, el señor/propietario de una viña, el señor del administrador, el amo de un siervo o empleado. El título "señor" incluye la idea de una superioridad que exige un reconocimiento; así, los judíos llaman "señor" a Pilato (Mt 27,63) y un hijo a su padre (Mt 21,29); también María Magdalena llama "señor" al que supone que es dueño del huerto (Jn 20,15).
En el texto griego se reconoce fácilmente que el título "Señor" se refiere a Dios cuando va sin artículo, aunque en la traducción española tiene que llevarlo (Mc 1,3 par.; 12,1 par.; 12,36 par.; 13,20; Mt 27,10). Sucede casi siempre en las citas del AT o en las alusiones a él, y toma el lugar en estos casos del nombre de Yahvé.
Aplicado a Jesús, el apelativo "Señor" es más frecuente en los escritos de Lucas y de Pablo, porque escriben para áreas dominadas por la cultura y la lengua griegas.
Sorprende, sin embargo, el giro que da el Evangelio de Juan al concepto de "Señor". En boca de Jesús, que se llama "Señor" a sí mismo (Jn 13,13: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy"), se encuentra la frase siguiente: "No, no os llamo siervos, sino amigos" (15,15).
Este dicho muestra el cambio de sentido de "Señor": el título implica siempre libertad y superioridad, pero ya no respecto a otros que se considerarían como "inferiores", "siervos" o "súbditos", sino una superioridad que radica en la pertenencia a una categoría: la de los hombres plenamente libres. De apelativo relativo pasa a ser absoluto. Jesús, u otro hombre, son "señores" no cuando tienen a otros por debajo de sí, sino cuando pueden disponer de su vida y de todo lo suyo, cuando no tienen a nadie por encima de sí que limite su libertad. Tal es el cambio que introduce a Juan en el concepto de "Señor". Por eso, todo hombre está llamado a serlo. Es la meta de la igualdad, en el pleno desarrollo de las capacidades humanas.
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