domingo, 9 de junio de 2013

ÚLTIMO DÍA.

Un concepto importante que sufre un cambio radical es el de “el último día” en el Evangelio de Juan; comprender el nuevo sentido que adquiere esta expresión es crucial para entender el efecto de la obra de Jesús en el hombre y la solución que da al problema de la muerte.

En el judaísmo se hablaba de “el final de los días”, que se conectaba con “el día de Yahvé”. En la literatura rabínica se encuentra “el día último” para designar el día en que habían de revivir los muertos.

“El día de Yahvé” era visto al principio como un día deseado de alegría (Am 5,18: “los que ansían el día del Señor”; Zac 14,7: “será un día único, elegido por el Señor, sin distinción de noche y día”), pero los profetas reinterpretaron la idea popular de día de salvación y lo proclamaron día de inevitable juicio (Am 5,18: “¿De qué os servirá el día del Señor si es tenebroso y sin luz?”; Jl 2,1s: “Ya está cerca el día del Señor: día de oscuridad y tinieblas”; 4,14s: “Llega el día del Señor… sol y luna se oscurecen, los astros recogen su resplandor”); este día, sin embargo, se encontraba dentro de la historia, y podía referirse a un hecho pasado (Lam 1,21, a la caída de Jerusalén) o designar un acontecimiento futuro.

Los escritos apocalípticos y el judaísmo tardío llevaron más lejos la idea, viendo ese día como el final de la historia y describiéndolo con fuertes rasgos catastróficos.

Los textos de Qumrán muestran la creencia de que la fecha del día escatológico está ya fijada. Pensaban que traería la aniquilación de los que no observasen los mandamientos; sería el día de la visita de Dios, el fin de los días, el día de la venganza, el degüello, cuando los malhechores serían destruidos. Habría una batalla con feroz carnicería, cuando los hijos de la luz combatiesen con los de las tinieblas. Todos los hombres válidos para la guerra deberían estar preparados para ese día de venganza. Entonces sería Dios alabado.
Puede decirse, por tanto, que, para el judaísmo, “el final de los días” significaba, de una manera o de otro, el fin de la historia, el día del cambio de época y de la resurrección de los muertos, que daría paso al mundo divino.

En los evangelios, la expresión “el último día” aparece solamente en Juan, donde sustituye a “el final de los días”, que era la habitual en el judaísmo, y que, como se ha dicho, señalaba la vertiente entre dos mundos o edades: fin del mundo antiguo y perecedero y principio del mundo definitivo, coincidiendo con el fin de la historia. Hay que examinar si en el Evangelio de Juan conserva su significado tradicional.

En Juan, la expresión “el último día” se encuentra cinco veces en boca de Jesús: cuatro referida a la resurrección (6,39.40.44.54) y una al juicio que ejercerá su mensaje (12,48). El narrador la usa una vez para señalar el día solemne de la fiesta de las Chozas, en el que tiene lugar la invitación de Jesús a recibir el Espíritu (7,37); se encuentra, por último, en boca de Marta, la hermana de Lázaro, también referida a la resurrección (11,24: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”).

Marta continúa pensando en categorías tradicionales judías (11,24: “Ya sé”) y considera el último día una fecha vaga y lejana, pues lo concibe, al modo judío, como el final de los tiempos; la resurrección en ese día no la consuela de la muerte de su hermano. Jesús habla, en cambio, de una resurrección presente en él (11,25s: “Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión no morirá nunca”). Este dicho muestra que Jesús no interpreta “el último día” del mismo modo que Marta y el Judaísmo.

El sentido que adquiere en boca de Jesús está explicado por el evangelista en el texto de 7,37-39. Examinémoslo paso por paso:

a) “El último día, el más solemne de las fiestas”. Juan data de este modo la invitación a beber, hecha por Jesús en presente (7,37s: “Si alguno tiene sed, que se acerque a mí, y que beba quien me da su adhesión”).

b) El agua que apagará la sed procede de Jesús mismo (7,38b: “De su entraña manarán ríos de agua viva”).

c) Esta agua que procede de Jesús se identifica con el Espíritu (7,39a: “Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que le dieran su adhesión”).

d) Por otra parte, el evangelista afirma que el “beber” sólo tendrá realidad en el futuro, cuando Jesús manifieste su gloria, es decir, cuando dé su vida en la cruz (7,39b: “aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado”).

e) De este modo, al datar en “el último día, el más solemne de las fiestas” la invitación que sólo podrá realizarse después de la muerte de Jesús, Juan traslada la escena del templo y “el último día” al episodio de la lanzada, cuando del costado de Jesús sale el agua del Espíritu (19,34: “Salió inmediatamente sangre y agua”).

f) En consecuencia, es en realidad Jesús, pendiente de la cruz, el que invita a acercarse y beber el agua del Espíritu; el día de su muerte es “el último día, el más solemne” (19,31: “pues era solemne aquel día de precepto”), por ser el de la nueva Pascua.

Así, pues, la muerte de Jesús, que es su exaltación (3,14: el Hombre levantado en alto, dador de vida definitiva), constituye como “último día” la vertiente entre las dos edades; en ella comienza el mundo nuevo y definitivo. Al entregar el Espíritu (19,30), Jesús ofrece a todo hombre la vida definitiva, la vida cuya continuidad más allá de la muerte se llama la resurrección.

Pero “el último día”, es de la muerte-exaltación de Jesús, no es un día pasajero: Jesús es para siempre el Hombre levantado en alto del que brota el agua del Espíritu, la vida definitiva. Por eso este día se prolonga a lo largo de la historia, ejerciendo en ella el juicio del mundo (Jn 12,31s) y concediendo la vida definitiva y con ella la resurrección a más y más hombres.

Jesús crea así el mundo definitivo dentro del mundo transitorio; la realidad final está presente en el grupo humano que se adhiere a él. El evangelio de Juan concibe esta realidad como realizada plenamente en Jesús y progresivamente en los hombres; es una escatología presente, pero no estática, sino con un dinamismo de integración. El mundo definitivo, la humanidad nueva, va existiendo a medida que se termina la creación en cada individuo por el don del Espíritu.

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