El
acercamiento de los cristianos al poder tuvo un desarrollo fundamental a
principios del siglo IV, durante el mandato del emperador Constantino.
Este gobernante se sentía atraído por los cultos religiosos que
provenían de Oriente, lo que le llevó a interesarse por el cristianismo.
Además, el cristianismo le ofrecía una religión homogénea, bien
organizada y con un mensaje que podía servir de aglutinante en un
imperio constituido por muchas culturas y formas de pensar distintas,
que necesitaban una ideología común que los unificase.
La
influencia cristiana se puede observar en las leyes dictadas por el
emperador. Se aceptó oficialmente la jurisdicción de los obispos sobre
sus fieles, los domingos se declararon días festivos y se permitió que
los cristianos pudiesen ocupar altos cargos dentro del imperio. Los
cultos paganos comenzaron a abandonarse, siendo sustituidos por los
cultos cristianos.
De
esta manera, el cristianismo se fue fortaleciendo hasta que, en el año
391, durante el gobierno del emperador Teodosio, pasó a ser la religión
oficial del imperio, e incluso se prohibió el culto pagano.
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