jueves, 22 de agosto de 2013

LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN.

El padre Roger Ponceel trabajando con familias de guerrilleros en El Salvador, 1968.El padre Roger Ponceel trabajando con familias de guerrilleros en El Salvador, 1968.

En El Salvador en 1989 fueron asesinados Ignacio Ellacuría, que era jesuita y rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador, y cinco profesores más.
También Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980 mientras celebraba misa en la catedral. Estos religiosos defendían una tendencia ideológica llamada teología de la liberación, basada en la necesidad de la liberación de la miseria de las poblaciones oprimidas y en particular de los indígenas.
Estas muertes eran la respuesta de algunos grupos violentos a la forma de entender el catolicismo que proponían los asesinados. La causa de estos asesinatos pudo estar en que algunos pensaron que, matando, dejaría de escucharse su mensaje, la voz de estos hombres de paz.
La teología de la liberación, que ha tenido en Iberoamérica sus principales exponentes y fue muy activa entre los años 1970 y 1990, defiende que la iglesia católica ha de concentrarse de modo preferencial en ayudar a los pobres. De esta manera la iglesia de América Latina intenta buscar soluciones a la opresión y el subdesarrollo de la población. Los ideólogos más importantes de la teología de la liberación son Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff.
Esta teología es una reflexión que comenzó después del concilio Vaticano II y la conferencia de Medellín en 1968.
Aunque Juan Pablo II criticó duramente a los teólogos de la liberación, anteriormente, en marzo de 1967, el papa Pablo VI ofreció al mundo su encíclica Populorum Progressio que planteaba la «necesidad de promover el desarrollo de los pueblos». Como consecuencia directa del concilio Vaticano II, la encíclica aludía a la situación marginal del tercer mundo, y a la situación desigual de desarrollo. Su idea del hombre era la cristiana, pero con aspiraciones radicalmente distintas a las mantenidas hasta entonces por los textos de los papas: «verse libre de la miseria, [...] participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres».
La encíclica finalmente subrayaba la necesidad de la solidaridad con los más necesitados y pedía una conformación mundial para ayudar a los países pobres: «Pedimos la constitución de un fondo mundial alimentado con una parte de los gastos militares, a fin de ayudar a los más desheredados. Solo una colaboración mundial, de la cual un fondo común sería al mismo tiempo símbolo e instrumento, permitiría superar las rivalidades estériles y suscitar un diálogo pacífico y fecundo entre todos las pueblos».

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