lunes, 12 de agosto de 2013

EL PROCESO INTERIOR HASTA LA CONVERSIÓN.

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En el 384, instalado en Milán como maestro de retórica, Agustín encuentra en san Ambrosio, obispo de la ciudad, la lectura alegórica del Antiguo Testamento que le reconcilia con la Escritura. Poco después, la lectura de «algunos libros de los platónicos, traducidos del griego al latín» (sin duda, algunas de las Enéadas de Plotino) le demostró la existencia, frente a su anterior identificación del espíritu con la extensión corpórea, de una entidad inteligible incorpórea y de la bondad del mundo. Estas eran las premisas para una explicación del mal que permitía refutar ese maniqueísmo del que ya se había apartado, una vez que lo absurdo de sus mitos había quedado desacreditado ante la sabiduría de los filósofos.
Además, la teoría neoplatónica de las hipóstasis, según la cual el intelecto o verbo generado del padre, eterna e inmutablemente unido a él, actúa como instrumento en la producción del mundo visible, le pareció un vestigio pagano de la Trinidad, un punto que, con otros muchos, confirmaba la afinidad de la filosofía platónica con la doctrina cristiana revelada en las Escrituras (Juan 1,1-5). Como dirá más tarde y repetirán los platónicos del Renacimiento, «cambiadas pocas cosas, los platónicos serían cristianos».
No obstante, san Agustín señala también que el misterio cristiano de la encarnación del Verbo divino en Jesús y su sacrificio en la cruz por la redención de los hombres estaba ausente de aquellos libros, marcando así la distancia radical entre platonismo y cristianismo, entre el saber humano y la sabiduría cristiana fundada en la revelación divina en las Escrituras.

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