Pablo fue el personaje fundamental en la expansión del
cristianismo más allá de las fronteras judías y el más firme defensor
del universalismo: cualquiera podía ser cristiano sin importar su
origen, de forma que lo único que tenía que aceptar era el mensaje de
Jesús.
La conversión de san Pablo, cuadro de Bartolomé Esteban Murillo. Madrid. Museo del Prado.
La conversión de san Pablo, cuadro de Bartolomé Esteban Murillo. Madrid. Museo del Prado.
Saulo
de Tarso presenció la ejecución de Esteban por las autoridades judías
y, a partir de entonces, fue un perseguidor de los cristianos; pero en
un viaje camino a Damasco dijo que tuvo una visión de Jesús, se
convirtió en cristiano y adoptó el nombre romano de Pablo. Pablo tenía
la ciudadanía romana y conocía bien la cultura griega. Comenzó a
predicar a las comunidades de no judíos y a ganar seguidores.
Fue
un gran viajero que recorrió todo el mundo romano, mantuvo
correspondencia con muchas comunidades cristianas de todo el imperio y
defendió que no era necesario que los no judíos que se hicieran
cristianos cumplieran las normas religiosas judías.
En
el año 48 se celebró una reunión de los principales seguidores de Jesús
que se ha conocido como el «concilio de Jerusalén». Este concilio sirvió
para que los grupos judeocristianos aceptasen definitivamente la
legitimidad de los puntos de vista de los helenistas y de Pablo. Este
modo de entender el cristianismo, que se denomina paulino en referencia a
Pablo, su promotor más famoso, se convirtió a la larga en el principal,
ya que el cristianismo creció enormemente entre comunidades de no
judíos, y es el que ha perdurado hasta hoy, ya que los judeocristianos
desaparecieron con el tiempo.
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