Ya en los primeros años del cristianismo fueron surgiendo
interpretaciones diferentes del mensaje de Jesús, que se adaptaron
progresivamente a la realidad de los grupos a los que se dirigía.
Martirio de San Esteban, cuadro de Juan de Juanes (siglo XVI). Madrid, Museo del Prado.
Martirio de San Esteban, cuadro de Juan de Juanes (siglo XVI). Madrid, Museo del Prado.
Tras
la muerte de Jesús, comenzaron a surgir diversas ideas sobre su figura,
que provocaron la división entre grupos y comunidades que entendían su
mensaje de manera diferente. Dos de los principales grupos fueron el de
los judeocristianos y el de los helenistas.
Los
judeocristianos, es decir, los cristianos que seguían siendo judíos, se
distinguían por su actitud contraria a separarse del judaísmo
tradicional. Seguían respetando los mandamientos de la ley judía e
incluso llegaban a dudar de que pudiese haber salvación para los que no
lo hicieran, aun siendo seguidores del mensaje de Jesús. Para ellos,
mantenerse fieles a la identidad judía era más importante que ser
cristianos. Algunos pensaban que para que un cristiano no judío se
salvase tendría que vivir como un judío, circuncidarse y cumplir la
Torá.
Los
helenistas, es decir, los que vivían al modo griego, eran cristianos,
judíos o no, que pensaban que el cumplimiento de la Torá no era
imprescindible. El primer seguidor conocido de este grupo fue Esteban,
de familia judía, pero educado bajo la cultura griega. Hacia el año 36,
Esteban fue hecho prisionero por las autoridades judías, ante las que
expuso que Jesús era el mesías y estaba sentado a la derecha de Dios.
Fue condenado a muerte y lapidado, es decir, apedreado hasta morir, por
blasfemo.
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