lunes, 12 de agosto de 2013

LA CONVERSIÓN A LA FILOSOFÍA.

 Azulejo con episodios de la vida de san Agustín. Monasterio de Santa Cruz, Coimbra

Agustín de Hipona (354-430 d.C.), africano de la provincia imperial de Numidia, era un converso. Su madre era cristiana y su padre un pagano que no ofrecía obstáculos a tales creencias y no impidió que conociera la religión cristiana. Recibió una educación en el marco de la tradicional paideia pagana: retórica y estudio de los autores paganos en una atmósfera exclusivamente latina, pues el griego estaba desapareciendo de la enseñanza en Occidente.
En el año 373, la lectura de una obra de Cicerón hoy perdida -el Hortensius- le convirtió a la filosofía, que desde la época helenística se ofrecía como una sabiduría integral en la que la razón alcanzaba un conocimiento de la naturaleza que culminaba en un conocimiento, también racional, de la divinidad como causa del orden cósmico y que fundamentaba una ética susceptible de procurar la felicidad y la unión o «asimilación a lo divino».
Frente a la sabiduría filosófica, las Escrituras cristianas le parecían a Agustín no solo «indignas de ser comparadas con la prosa perfecta de Cicerón, sino también rudas y primitivas en su concepción antropomórfica y personal de Dios».

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