lunes, 5 de agosto de 2013

LA EMBAJADA ANTE CALÍGULA.

Calígula fue emperador de Roma desde el año 37 al 41 e.c. A diferencia de sus antecesores, a los que se les rendía culto después de muertos, exigió ser tratado como dios en vida. Quería que una enorme estatua suya fuese colocada en el templo de Jerusalén y en otros lugares de culto judío del mundo romano.

Alejandría era una ciudad muy próspera y había en ella una comunidad judía muy importante. Para intentar solicitar el favor del emperador, los judíos enviaron una embajada ante Calígula. Estaba encabezada por Filón de Alejandría, un sabio judío muy prestigioso que ha transmitido su relato de aquel encuentro del que no sabían si iban a salir con vida:

Calígula. París, Museo del Louvre.

Calígula. París. Museo del Louvre.



«Fuimos conducidos ante Calígula, y al verle le saludamos con reverencia y un gran respeto llamándole Augusto emperador [...] pero apretó los labios y los dientes y nos dijo: "Sois los enemigos de Dios, ¿cómo creéis que no soy Dios si es una verdad que todo el mundo reconoce? [...] y además, ¿por qué os abstenéis de comer carne de cerdo?". Nosotros le contestamos: "Las costumbres cambian con los pueblos y a nosotros no se nos permite comerlo", y alguien dijo que otra gente no come carne de cordero, a lo que el emperador contestó riendo: "Está claro, el cordero no está bueno" [...]. Estábamos tan sin esperanza, convencidos de que nos llegaba la muerte, que comenzamos a suplicar al verdadero Dios que frenase la cólera de Calígula, dios impostor. Dios escuchó nuestras súplicas e hizo que el emperador se apiadase de nosotros. Su enfado remitió y se limitó a decirnos: "Estos insensatos me parecen más unos infelices que una gente malvada, cuando no creen que mi naturaleza sea divina". Y se marchó ordenando que también nosotros nos fuéramos.»
La petición de Calígula resultaba insultante para los judíos ya que el primero de los mandamientos que habían recibido exigía el amor y la adoración en exclusiva a Yahvé. Para ellos era un grave pecado adorar a otro dios, y en mayor medida aún si era un ser humano vivo.

Para los romanos las cuestiones religiosas no revestían especial importancia siempre que no afectasen al orden político. En este sentido deben tomarse las represalias por negarse a cumplir los ritos del culto imperial romano, ya que esto significaba poner en duda la soberanía romana, la maiestas de Roma. Tenían mayor peso las razones estratégicas, debido a que Palestina era un territorio que podía cerrar el paso a África y, en especial, a Egipto, que era una fundamental reserva de grano para el imperio.

Además, los partos y más adelante los persas constituían una potencia enemiga que podía aliarse con los insurrectos judíos y plantear serios problemas a Roma. Ya en 40 a.e.c., los partos habían conquistado Jerusalén, por lo que el peligro era cierto. No podían permitir en un territorio tan conflictivo una población antirromana, lo que explica el castigo ejemplar.

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