El
concilio de Calcedonia se desarrolló en el año 451. Una de sus
decisiones, que aparece en el canon 28, fue que, dado que el imperio
romano tenía dos capitales, Roma y Constantinopla, se consideró que los
obispos de ambas ciudades debían tener una categoría superior al resto.
Con esta decisión, la iglesia tendría dos centros de poder que, a la
larga, terminarían por separarse, formando dos iglesias independientes:
la católica y la ortodoxa. Este es el texto de la decisión conciliar:
«Hemos
decidido lo siguiente, respecto de los privilegios de la muy Santa
Iglesia de Constantinopla, la nueva Roma. Los padres conciliares
acordaron, acerca de la sede de la antigua Roma, sus privilegios, porque
es la ciudad imperial. Por el mismo motivo, se ha acordado que la nueva
Roma, en cuanto honrada con la presencia del emperador y del Senado, y
disfrutando de los mismos privilegios que la antigua capital imperial,
debe tener las mismas ventajas en el ámbito eclesiástico que aquella, y
ocupar el segundo puesto después de aquella.»
En
el concilio de Calcedonia de 451 el condicionante de la tradición
influyó para que Roma, capital del antiguo imperio romano, tuviera la
prelación.
Por otro lado, Constantinopla, por ser la «nueva Roma», ciudad imperial, ocuparía el segundo lugar en importancia.
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