martes, 13 de agosto de 2013

UN HEREJE. EL CASO DE CERINTO.

Se dispone de muy pocos datos de los numerosos grupos que existieron en el cristianismo más antiguo, ya que fueron desapareciendo con el tiempo, y sus ideologías se consideraron contrarias a lo que estimaban correcto los cristianos posteriores.

A Cerinto, un cristiano de finales del siglo I, lo conocemos por sus críticos. Por ejemplo Ireneo, obispo de Lyon de finales del siglo II, en su obra Contra los herejes (I, 26, 1), expone las ideas que tenía Cerinto sobre Jesús.

«Un tal Cerinto enseñó que Jesús no nació de una virgen, lo que parecía imposible, sino que era hijo de María y de José, de la misma manera que nacen todos los seres humanos, aunque los superó a todos en justicia, prudencia y sabiduría. Decía que después del bautismo, descendió Cristo sobre él en figura de paloma. [...] A partir de entonces, anunció al Padre y realizó milagros. Al final Cristo salió de nuevo de Jesús, y Jesús sufrió en la cruz. [...] Cristo en cambio no sufrió por existir espiritualmente.»
Según Cerinto, Cristo y Jesús son diferentes, no corresponden a la misma persona. Cristo no siempre estuvo en el interior de Jesús. El Credo cristiano plantea que Jesucristo es a la vez hombre y Dios, por tanto Jesús y Cristo son la misma persona en contra de la opinión de cristianos como Cerinto y otros que defendían posturas distintas. Serán los concilios ecuménicos los que marcarán un hito importante en la normalización de creencias, pero, a la par, determinarán el surgimiento y consolidación de grupos contrarios a esta normalización.

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