domingo, 19 de enero de 2014

CAMINO COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.



El camino (gr. hodós), como hecho de caminar o como suelo por el que se camina, es una realidad que se presta mucho a sentidos figurados en todas las lenguas. En español hay buen número de expresiones que utilizan este término: “el camino recto” o “torcido”, “no salirse del camino trillado” (seguir la costumbre), “abrirse camino” (encontrar un medio de vida), “estar en camino de algo” (p. ej., de arruinarse), “ir por buen (o mal) camino”, “llevar camino de algo”, “quedarse a mitad de camino” (no acabar lo que se había emprendido), etc.

En la Grecia clásica, la vida se comparaba a un camino (Demócrito, Fragm. 230), y “camino de vida” significaba el modo de vivir (Platón, Rep., X, 600a); una conducta inconveniente se describe como “ir por mal camino”. Se encuentra a menudo la figura de “los dos caminos” (Hesíodo, Trab., 287ss, etc.), el de la virtud y el del mal, que se prolonga en épocas posteriores en la filosofía popular y en la literatura cristiana.

En el AT, el uso del término “camino” está fuertemente marcado por el que Dios hizo recorrer al pueblo sacándolo de Egipto y conduciéndolo por el desierto hasta hacerlo entrar en la tierra prometida. “El camino” o “los caminos de Dios” denotan así su actividad salvadora (Sal 67,3: “Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación”) o, más en general, el modo de actuar de Dios (Sal 25,10: “Las sendas del Señor son la lealtad y la fidelidad”; 145,17: “El Señor es justo en todos sus caminos, leal con todas sus criaturas”).

Dt 8,2 ve el camino a través del desierto como el tiempo de la prueba para Israel: “Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, si guardas sus preceptos o no.”

“Andar en los caminos del Señor” significa en el AT actuar según la voluntad de Dios, revelada en sus mandamientos y prescripciones (1 Re 2,3, recomendaciones de David a Salomón: “Guarda las consignas del Señor, tu Dios, caminando por sus sendas”; cf. 8,58). La Ley se llama “el camino del Señor” (Jr 5,4: “No conocen el camino del Señor, el precepto de su Dios”), cuya observancia exigen los profetas (Mal 2,8; cf. Éx 32,8: “Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado”). Al lado de la declaración: “porque seguí los caminos del Señor y no renegué de mi Dios” (Sal 18,22), está la oración: “Señor, enséñame tu camino” (Sal 27,11; 86,11). En lugar de “el camino del Señor” se usa en los libros sapienciales “el camino / los caminos de la sabiduría” (Prov 3,17; 4,11; Eclo 6,26).

La vida del hombre como tal o en sus peculiaridades individuales puede ser llamada “camino” o “sendero” (Sal 119, 105: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz para mi sendero”; Is 53,6: “Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino”). “Camino” significa también las acciones o la conducta del hombre, el modo de vivir (Éx 18,20: “Le enseñas [al pueblo] el camino que debe seguir”), bueno (Jr 6,16; Prov 8,20) o malo (Jr 25,5; Prov 8,13). El punto de referencia para juzgar el camino es la voluntad de Dios.

El camino por el que Dios guía al pueblo tiene como meta la salvación, es “el camino de la vida” (Sal 16,11; Prov 5,6). Desviarse de él significa ir a la ruina (Dt 30,17s).

Mientras el pensamiento griego vio en el hombre la posibilidad de tomar decisiones libres respecto a su modo de vida, el AT sólo conoce la obediencia o desobediencia a Dios. Dios tomó la decisión de hacer una alianza con Israel; en consecuencia, éste sólo puede ahora decidir en favor o en contra de Dios, ser fiel a su alianza y obtener así bendición y vida, o romperla y condenarse a la maldición y a la muerte (Dt 11,26s: “Hoy os pongo delante bendición y maldición; la bendición, si acatáis los preceptos del Señor…; la maldición, si no [los] acatáis”; 30,15ss: “Hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal”; cf. Prov 2,12.20; 4,18s; Sal 1).

Los documentos de Qumrán, con su visión dualista, adoptan la idea de “los dos caminos”, aparecida ya antes en el judaísmo: el camino de la verdad y el de la corrupción o de la maldad. Los justos van por el camino de la luz; los malvados, por el de las tinieblas.

En los evangelios sinópticos, “el camino” designa ante todo el camino hacia Jerusalén, lugar de enfrentamiento de Jesús con la institución judía y de su muerte (Mc 10,32: “Iban por el camino, subiendo a Jerusalén”); las alusiones a este camino aparecen durante un largo trozo de Marcos (Mc 8,27; 9,33b.34; 10,32.52; 11,8), y durante el recorrido Jesús instruye de diversas maneras al grupo de discípulos; hay quien está “junto al camino”, es decir, fuera de él, como el ciego (Mc 10,46).

Pero es Lucas el evangelista que más desarrolla el recorrido del camino de Jesús. Su quinta sección, que se extiende a lo largo de diez capítulos (9,5-19,46) abarca el viaje de Jesús hacia Jerusalén. Durante el viaje se entremezclan la formación de los discípulos y la polémica con los adversarios, de cuya ideología participan los discípulos. El centro se sitúa en la denuncia de Jerusalén (13,31-35).

Tanto en Marcos como en Lucas y, paralelamente en Mateo, el camino hacia Jerusalén es figura de la entrega voluntaria de Jesús; indica figuradamente el dinamismo de su modo de vida, el progreso incesante hacia su meta; es un camino de renuncia, sin riqueza ni honor, un camino que lo lleva a la entrega total, para ofrecer a la humanidad una posibilidad de salvación.

El Evangelio de Juan usa “camino” sólo cuatro veces (14, 1-6), y en un sentido diferente. Jesús no recorre un camino, él es “el camino” (14,6) hacia el Padre. Es decir, el itinerario o camino del discípulo, que en Juan se concibe como el de la semejanza con el Padre, es Jesús; no hay posibilidad de irse pareciendo al Padre si no es mediante la identificación con Jesús.

En todos los evangelios, cualquiera que sea la manera de concebir “el camino”, esta figura está íntimamente asociada a la de “seguimiento”. El discípulo ha de ser un “seguidor” de Jesús. Esa es la invitación que él hace y la respuesta que obtiene de los suyos (Mc 2,14, etc.).

En su sentido ordinario, “seguir” significa mantenerse cerca de alguien, gracias a un movimiento subordinado al de esa persona. Supone un camino común, marcado por el personaje principal.
De este sentido se pasa fácilmente al figurado. Dado que el “camino” es figura de la conducta, del modo de proceder, “seguir” a Jesús significa proceder como él, tener un modo de vida como el suyo. La cercanía que implica “seguir” se transforma en “semejanza”; el que tenga un modo de vida más parecido al de Jesús será quien más cerca esté de él, quien más se parezca a él.

Pero la figura del “camino” implica además una meta, que, para Jesús, es la entrega total, consumada con su muerte. “Seguir a Jesús” significa, por tanto, asemejarse a él por un modo de vida y una actividad como los suyos; la meta del discípulo es la misma de Jesús: la entrega total por amor a la humanidad, entrega que lo lleva a la plenitud humana.

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