domingo, 12 de enero de 2014

CORAZÓN COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.

 

El término “corazón” (gr. kardía), aunque de uso corriente en nuestra lengua y rico en sentidos figurados, tiene en la lengua del NT una gama de significados mucho más amplia.

Los sentidos figurados del término “corazón” son frecuentes en la literatura clásica. Además de ser considerado centro del cuerpo y de la vida física, se pensaba que el corazón era la sede de las emociones y sentimientos, de los instintos y pasiones.
En el AT, “corazón” (hebr. Leb, lebab) puede significar:

a) Como órgano corporal, la sede de la fuerza y de la vida física (Sal 38,11: “Siento palpitar mi corazón, me abandonan las fuerzas”; Is 1,5: “El corazón está agotado”); cuando el corazón se vigoriza por el alimento, el hombre entero revive (Gn 18,5: “Traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas [para que vuestro corazón se fortalezca] antes de seguir”; Jue 19,5: “El padre de la chica le dijo: “Coge fuerzas, prueba un bocado [fortalece tu corazón con un pedazo de pan] y luego os vais”; 1 Re 21,7: “A comer, que te sentará bien [come pan, que se alegre tu corazón]”).

b) En sentido figurado, el “corazón” representa la vida intelectual y espiritual, la naturaleza interna del hombre. A él pertenecen, por tanto, en primer lugar, el conocimiento, las convicciones, la comprensión, la reflexión, que nosotros situamos en “la mente”; pero además es el lugar de las actitudes, y en él se fraguan las decisiones y la opción, que para nosotros se sitúan en el terreno de la “voluntad”; por último, en él anidan los miedos, el amor y el odio, es decir, los “sentimientos”, en un sentido más cercano al nuestro. “El corazón” resume el mundo interior del hombre, en cuanto éste se considera permanente, duradero o estable.

“Corazón”, sin embargo, significa menos una función particular que la totalidad de la
persona vista en su realidad interior, la personalidad como un todo, el carácter, la disposición y actividad interna consciente y deliberada del yo humano. De ahí que “lo que sale del corazón” sea responsabilidad del hombre total.

En el Nuevo Testamento persisten los significados del Antiguo. Ordinariamente denota la interioridad del hombre en cuanto estable o continuada; por eso se atribuyen al “corazón”, en su aspecto de “mente”, las convicciones o la ideología; en su aspecto de “voluntad”, las actitudes y disposiciones; en su aspecto de sentimiento, los amores y los odios.

Esto explica que la expresión “de corazón”, acompañando a otra palabra, sirva para interiorizar el concepto expresado por ésta. Se habla así de “los puros/limpios de corazón” (Mt 5,8), o “puros en su interior” (por oposición a la pureza externa procurada con ritos), aquellos cuya disposición habitual excluye la búsqueda del propio interés, con perjuicio de los demás. “Humilde de corazón” (Mt 11,19) significa simplemente “humilde”; la adicción “de corazón” da a la humildad el sentido psicológico de disposición interior (“humilde dentro”, “de ánimo humilde”), pues, de lo contrario, “humilde” tendría sentido social (exterior) y significaría la pertenencia a “la clase humilde”.

“Lo que sale del corazón” es “lo que sale de dentro” (Mt 15,18s par.); “decir en su corazón” es simplemente “decirse” a uno mismo (Mt 24,48); “razonar en el corazón” (Mc 2,8) es “razonar en su interior”, sin expresarlo en voz alta. “En el corazón”, es decir en lo interior del hombre, se asienta la paz (Flp 4,7). En Mt 13,15, cita de Is 6,10, “el corazón” significa “la mente”: “está embotada la mente de este pueblo; … para … no entender con la mente”. La “dureza” del corazón (Mc 3,5; 6,52; 8,17) significa la obcecación de la mente.

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