miércoles, 15 de enero de 2014

MUERTE COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.



“Muerte” gr.(Thánatos) denota en primer lugar la muerte física como hecho objetivo comprobable (Mt 10,21; 15,4 etc; Jn 11,3; 12,33; 18,32; 21,19); también la muerte como experiencia subjetiva (Jn 8,51s; 11,4). Pero, además, significa una condición de muerte (Mt 4,16, Is 9,1; Lc1,79; 1 Jn 3,14), que, según Jn, procede de la opción por el pecado (5,24); ésta priva al hombre de la experiencia de plenitud y lo condena a la muerte definitiva (5,21.24.25).

“Morir” (gr apothnéskô) denota de suyo la muerte física (Mc 12,20-22; Jn 8,52s; 11,14.16,21, etc), connotando a veces la muerte defnitiva (Jn 6,49.58; 8,21.23) o refiriéndose a la muerte experiencia (Jn 11,26).

En Jn “perecer” (gr. Apóllymai) denota la muerte definitiva, opuesta a la resurrección. EL que vive en estado de muerte, al morir físicamente, perece; por el contrario, el que tiene la vida (gr. Zôê), al morir sigue viviendo (gr zâô), se levanta de la muerte (gr. Egeíromai), resucita (gr. Anístamai/anástasis).

El estado de muerte (Ez 37,1-14) está tipificado en Jn en el inválido de la piscina (5,1s), donde se escenifica cómo Jesús quita “el pecado del mundo) (3,29), la opción por un sistema que priva de vida y frustra el designio creador. Jesús lo quita ofreciendo al hombre la intregridad y la libertad, el Espíritu (5,21; 6,63).

La muerte física pone en evidencia la debilidad (gr. Asthéneia) radical de “la carne”, su transitoriedad. En sí misma es un acontecimiento normal para el hombre, pero la calidad de la muerte difiere según éste posea o no la vida definitiva (el Espíritu). Para quien la posee, la muerte no es una experiencia de destrucción (8,51; 11,26); superada por la potencia de la vida, se convierte en resurrección. Por el contrario, para el que participa del pecado del mundo, la muerte física señala el fin de la existencia (3,16: “Y no perezca”; 6,69: opos. Entre “perecer” y “resucitar”).

Jesús acepta la muerte libremente; entrega su vida, pero así la recobra (10,17s). “Entregar la vida” es un símbolo del continuo don de sí por amor; su última y suprema expresión será la aceptación de la muerte para mostrar que el amor no se detiene ni siquiera ante el odio mortal de los enemigos (19, 28-30). El amor del discípulo ha de mostrarse, como el de Jesús, en el don total (13,34s). El deseo de esquivar la muerte produce esterilidad y lleva a perderse (12,24s).

Pablo, como Juan, conecta pecado y muerte, que no significa la muerte física, sino la definitiva (Rom 5,12.14.17.21; 6,23; 7,13); liberación de la muerte (8,2); será vencida como último enemigo ( 1 Cor 15,26.54-56); liberación de la muerte, fruto de la muerte de Jesús (Heb 2,14; 5,7).

En el Apocalipsis se distingue entre la muerte física y la “muerte segunda” (2,11; 20,6.14; 21,8), que significa la aniquilación (20,14; 21,4).

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