sábado, 1 de febrero de 2014

CIELO COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.


El cielo designa en primer lugar el firmamento, la bóveda celeste que domina la tierra y que al mismo tiempo lo abarca todo. Para los griegos, el cielo era la morada de los dioses, y se localizaba en el Olimpo, monte de las tempestades.

En el AT se consideraba el cielo (hebr. Shamayîm) como una entidad material y sólida: el cielo es desplegado (Is 40,42; 44,24; 45,12; Sal 104,2, etc.), tiene “compuertas” (Gn 7,11; 2 Re 7,2.19), columnas (Job 26,11) y cimientos (2 Sm 22,8), lo que demuestra que era equivalente de “firmamento” (hebr. Raqîa). Éste indicaba la enorme cúpula luminosa del cielo sobre la cual estaba el océano celeste (Sal 148, 4-6), cuyo azul se veía desde la tierra. De él procedía la lluvia benéfica o el diluvio destructor.

Según el AT, el cielo fue creado por Yahvé. La mayor parte de las menciones del cielo con contenido teológico hablan de él como la habitación de Yahvé, aunque no la única, pues se habla también del templo (1 Re 8,12; 2 Re 19,14), del arca de la alianza o de otros lugares sagrados, aunque hay que distinguir en cada caso si se trata del lugar de habitación o de manifestación. Sin embargo, domina la imagen de Yahvé como rey que tiene su trono en el cielo, desde donde gobierna el mundo y donde recibe un culto celeste (Gn 11, 5.7; 19,24; 24,3.7; Dt 4,36; 26,15; IS 63,19; Ez 1,1; Sal 113,5s).

El cielo, considerado el lugar especial de la presencia de Yahvé, se representa como fuente de toda bendición (Gn 49, 2.5; Dt 33,13), sede de la vida eterna, inaccesible al hombre, y lugar en el que la salvación preparada por Dios existe ya antes de su realización en la tierra (Sal 89,3; Is 34,5); de ahí que algunos personajes sean arrebatados al cielo (2 Re 2,11). Pero en el AT no conoce el cielo como lugar de los salvados después de la muerte.

El modo de hablar del NT responde a la concepción común de la época de considerar el cielo/firmamento como una cúpula sólida o como una tienda. Como para el judaísmo y el helenismo, la divinidad está “en lo alto” y actúa “desde lo alto”. Se considera el cielo como el ámbito de Dios y se usa como sinónimo de él (cf. Mt: “el reino de los cielos”).

Pero, en realidad, “el cielo” como lugar pasa a ser símbolo. Así, aunque en los evangelios se habla de “los cielos” (el plural es un semitismo) como lugar de Dios, como se ve en la expresión “el Padre que [está] en los cielos” (Mt 5, 16), se habla al miso tiempo “del Padre que está en lo escondido”, quiere decir que esas localizaciones son maneras de expresar aspectos del ser divino: la lejanía e inaccesibilidad del “cielo” simboliza la trascendencia o excelencia de Dios, mientras “estar en lo escondido” significa su cercanía e invisibilidad. En los evangelios, “el cielo” no es, por tanto, la designación de un lugar, sino la indicación dinámica de un punto de partida, la esfera divina.

En la literatura rabínica, “el cielo” sustituye al nombre divino. Este uso se encuentra también en ciertas frases de los evangelios (Lc 15,18.21; Mc 10,21; 11,30 par.; Mt 6,20 par.; 5,12 par.; Lc 10,20 par.) y en la común en Mateo: “el reino de los cielos” (Mt 3,2; 5,3, etc.). La razón de esta paráfrasis parece ser que la acción de Dios como rey, que instaura el reino, se entiende como una realeza que actúa desde el cielo o esfera divina. Al lado, sin embargo, se encuentra en el mismo evangelio la expresión “el reino de Dios” (Mt 12,28; 21,31.43); en el NT no hay ningún recato en pronunciar directamente el nombre divino.

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