sábado, 22 de marzo de 2014

EL EVANGELIO ÁRABE DE LA INFANCIA (I)



  
Palabras pronunciadas por Jesús en la cuna
I 1. Hemos encontrado estas palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía en tiempo del Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.
 2. El cual afirma que Jesús habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al mundo.
 Viaje de María y de José a Bethlehem
II 1. El año 309 de Alejandro, ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado en su país. Y José se aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para Bethlehem, su aldea natal.
 2. Y, mientras caminaban, José advirtió que el semblante de su esposa se ensombrecía por momentos, y que por momentos se iluminaba. E, intrigado, tomó la palabra, y preguntó: ¿Qué tienes, María? Y ella respondió: Veo, oh José, alternar dos espectáculos sorprendentes. Veo al pueblo de Israel, que llora y se lamenta, y que, estando en la luz, semeja a un ciego, que no percibe el sol. Y veo al pueblo de los incircuncisos, que habitan en las tinieblas, y que una nueva claridad se levanta para ellos y sobre ellos, y que ellos se regocijan llenos de alegría, como el ciego cuyos ojos se abren para ver la luz.
 3. Y José llegó a Bethlehem para instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y, cuando llegaron a una gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el tiempo de mi alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea. Entremos, pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso a una anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven aquí, bendita mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto de parir.
 
La partera de Jerusalén
III 1. Y la anciana, acompañada de José, llegó a la caverna, cuando el sol se había puesto ya. Y penetraron en la caverna, y vieron que todo faltaba allí, pero que el recinto estaba alumbrado por luces más bellas que las de todos los candelabros y las de todas las lámparas, y más intensas que la claridad del sol. Y el niño, a quien María había envuelto en pañales, mamaba la leche de su madre. Y, cuando ésta acabó de darle le pecho, lo depositó en el pesebre que en la caverna había.
 2. Y la anciana dijo a Santa María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María dijo: Sí. Y la anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo: Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable entre las mujeres... Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo vine sin segunda intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa María le dijo: Pon tu mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó curada. Y salió diciendo: Seré la esclava y la sierva de este niño durante todos los días de mi vida.

Adoración de los pastores
IV 1. Y, en aquel momento, llegaron unos pastores, y encendieron una gran hoguera, y se entregaron a ruidosas manifestaciones de alegría. Y aparecieron unas legiones angélicas, que empezaron a alabar a Dios. Y los pastores también lo glorificaron.
 2. Y, en aquel momento, la gruta parecía un templo sublime, porque las voces celestes y terrestres a coro celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Cuanto a la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del Salvador del mundo.
 Circuncisión
V 1. Y, cuando fueron cumplidos los días de la circuncisión, es decir, al octavo día, la ley obligaba c circuncidar al niño. Se lo circuncidó en la caverna, y la anciana israelita tomó el trozo de piel (otros dicen que tomó el cordón umbilical), y lo puso en una redomita de aceite de nardo viejo. Y tenía un hijo perfumista, a quien se la entregó, diciéndole: Guárdate de vender esta redomita de nardo perfumado, aunque te ofrecieran trescientos denarios por ella. Y aquella redomita fue la que María la pecadora compró y con cuyo nardo espique ungió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo y sus pies, que enjugó en seguida con los cabellos de su propia cabeza.
 2. Y, habiendo transcurrido diez días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días después de su nacimiento, un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y ofrecieron, para rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios dijo: Todo primogénito varón me será consagrado.

Presentación de Jesús en el templo
VI 1. Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en brazos un niño prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los ángeles rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso, hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño. Y tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones, y para la gloria de tu pueblo, Israel.
 2. Y Ana la profetisa fue testigo de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios, y para proclamar bienaventurada a Santa María.
 
Llegada de los magos
VII 1. Y la noche misma en que el Señor Jesús nació en Bethlehem de Judea, en la época del rey Herodes, un ángel guardián fue enviado a Persia. Y apareció a las gentes del país bajo la forma de una estrella muy brillante, que iluminaba toda la tierra de los persas. Y, como el 25 dcl primer kanun (fiesta de la Natividad del Cristo) había gran fiesta entre todos los persas, adoradores del fuego y de las estrellas, todos los magos, en pomposo aparato, celebraban magníficamente su solemnidad, cuando de súbito una luz vivísima brilló sobre sus cabezas. Y, dejando sus reyes, sus festines, todas sus diversiones y abandonando sus moradas, salieron a gozar del espectáculo insólito. Y vieron que una estrella ardiente se había levantado sobre Persia, y que, por su claridad, se parecía a un gran sol. Y los reyes dijeron a los sacerdotes en su lengua: ¿Qué es este signo que observamos? Y, como por adivinación, contestaron, sin quererlo: Ha nacido el rey de los reyes, el dios de los dioses, la luz emanada de la luz. Y he aquí que uno de los dioses ha venido a anunciarnos su nacimiento, para que vayamos a ofrecerle presentes, y a adorarlo. Ante cuya revelación, todos, jefes, magistrados, capitanes, se levantaron, y preguntaron a sus sacerdotes: ¿Qué presentes conviene que le llevemos? Y los sacerdotes contestaron: Oro, incienso y mirra. Entonces tres reyes, hijos de los reyes de Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro, otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y portando su tesoro en las manos. Y, al primer canto del gallo, abandonaron su país, con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha, guiados por la estrella que les había aparecido. Y el ángel que había arrebatado de Jerusalén al profeta Habacuc, y que había suministrado alimento a Daniel, recluido en la cueva de los leones, en Babilonia, aquel mismo ángel, por la virtud del Espíritu Santo, condujo a los reyes de Persia a Jerusalén, según que Zoroastro lo había predicho. Partidos de Persia al primer canto del gallo, llegaron a Jerusalén al rayar el día, e interrogaron a las gentes de la ciudad, diciendo: ¿Dónde ha nacido el rey que venimos a visitar? Y, a esta pregunta, los habitantes de Jerusalén se agitaron, temerosos, y respondieron que el rey de Judea era Herodes.
 2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes, porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de eso, me quedará sometida toda la creación.
 3. Y los magos abandonaron la audiencia de Herodes, y vieron la estrella, que iba delante de ellos, y que se detuvo por encima de la caverna en que naciera el niño Jesús. En seguida cambiando de forma, la estrella se torné semejante a una columna de fuego y de luz, que iba de la tierra al cielo. Y penetraron en la caverna, donde encontraron a María, a José y al niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Y, ofreciéndole sus presentes, lo adoraron. Luego saludaron a sus padres, los cuales estaban estupefactos, contemplando a aquellos tres hijos de reyes, con la tiara en la cabeza y arrodillados en adoración ante el recién nacido, sin plantear ninguna cuestión a su respecto. Y María y José les preguntaron: ¿De dónde sois? Y ellos les contestaron: Somos de Persia. Y María y José insistieron: ¿Cuándo habéis salido de allí? Y ellos dijeron:
Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a la hora tercera del día.
 4. Y María, agarrando uno de los pañales de Jesús, se lo dio a manera de eulogio. Y ellos lo recibieron de sus manos de muy buen grado, aceptándolo, con fe, como un presente valiosísimo. Y, cuando llegó la noche del quinto día de la semana posterior a la natividad, el ángel que les había servido antes de guía, se les presenté de nuevo bajo forma de estrella. Y lo siguieron, conducidos por su luz, hasta su llegada a su país.
 Vuelta de los magos a su tierra
VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y se maravilló de su vuelta.
 2. Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto, blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado. Y, tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente consigo, con fe ardiente y con veneración profunda.

Cólera de Herodes. La huida a Egipto
IX 1. Cuando Herodes vio que había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían, convocó a los sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos le respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar a Nuestro Señor Jesucristo.
 2. Entonces el ángel de Dios apareció en sueños a José, y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y parte para la tierra de Egipto. Se levantó, pues, al canto del gallo, y se puso en camino.

Llegada de la Sagrada Familia a Egipto.
Caída de los ídolos
X 1. Y, mientras pensaba entre sí cómo realizaría su viaje, sobrevino la aurora, y se encontró haber recorrido la mitad del camino. Y, al despuntar el día, estaba próximo a una gran aldea, donde, entre los demás ídolos y divinidades de los egipcios, había un ídolo en el cual residía un espíritu rebelde, y los egipcios le hacían sacrificios, le presentaban ofrendas, y le consagraban libaciones. Y había también un sacerdote, que habitaba cerca del ídolo, para servirlo, y a quien el demonio hablaba desde dentro de la estatua. Y, cada vez que los egipcios querían interrogar a sus dioses por ministerio de aquel ídolo, se dirigían al sacerdote., quien daba la respuesta, y transmitía el oráculo divino al pueblo de Egipto y a sus diferentes provincias. Este sacerdote tenía un bijo de treinta años, que estaba poseido por varios demonios, y que peroraba sobre todo género de cosas. Cuando los demonios se apoderaban de él, rasgaba sus vestiduras, se mostraba desnudo a todos, y acometía a la gente a pedradas. Y, en la aldea, había un asilo, puesto bajo la advocación de dicho ídolo.
 2. Y, cuando Santa María y José llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó de los habitantes del país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una sacudida en toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestidn, y le preguntaron: ¿Qué significan este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro país? Y el sacerdote les respondió, diciendo: Presente está aquí un dios invisible y misterioso, que posee, oculto en él, un hijo semejante a sí mismo, y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo. A su llegada, la tierra ha temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad gloriosa. Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el ídolo de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse a lodos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos adoptar el culto de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero, y no hay otro a quien servir, porque es realmente el hijo del Altísimo.
 
Curación del hijo del sacerdote idólatra
XI 1. Y el hijo del sacerdote fue acometido de su accidente habitual. Y entró en el asilo en que Santa María y José se encontraban, y a quienes todo el mundo había abandonado, huyendo. Y nuestra Señora Santa María acababa de lavar los pañales de Nuestro Señor Jesucristo, y los había puesto sobre la pared del muro. Y el joven poseído sobrevino, y agarró uno de los pañales, y lo puso sobre su cabeza. Y, en el mismo instante, los demonios, bajo forma de cuervos y de serpientes, comenzaron a salir y a escapar de su boca. Y el poseído quedó curado por orden de Nuestro Señor Jesucristo. Y empezó a alabar y a dar gracias a Dios, que le había devuelto la salud.
 2. Y, como su padre lo hubo encontrado libre de su enfermedad, le pregunté: ¿Qué te ha ocurrido, hijo mío, y cómo es que has sanado? Y él le contestó: Cuando el demonio se apoderé por enésima vez de mi persona, fui al asilo. Y allí encontré a una noble mujer, con un niño. Acababa ésta de lavar los pañales de su hijo, y de depositarlos en la pared del muro. Tomé uno de ellos, lo puse sobre mi cabeza, y los demonios me abandonaron, y huyeron despavoridos. Y su padre, transportado de júbilo, le advirtió: Hijo mío, es posible que ese pequeñuelo sea el hijo del Dios vivo, que ha creado los cielos y la tierra. Porque, en el momento en que ese hijo de Dios se introdujo en Egipto, todas nuestras divinidades han sido desplomadas y aniquiladas por la fuerza de su poder.

Temores de María y de José 
XII 1. Y se cumplió la profecía que decía: De Egipto llamé a mi hijo.
 2. Y, como María y José supiesen la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de temor y de espanto, y se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes proyectaba matar a Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de Bethlehem y de sus alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por qué accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.
 3. Y, en efecto, el rumor llegó hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo encontró. Y ordenó que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se pusiesen en campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y, cuando Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los reyes, el hijo del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo. Pero Lázaro salió fiador por él, y María y José se escaparon, y partieron de allí.

Liberación de viajeros capturados por bandidos
XIII 1. Y, después que de allí partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos bandidos, que habían robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus vestiduras, y los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso, semejante al causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos de miedo y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.
 2. Entonces los secuestrados se levantaron, se desataron mutuamente las ligaduras, recobraron su caudal, y se marcharon. Y, viendo aproximarse a María y a José, les dijeron: ¿Dónde está el rey y señor, cuyo tren brillante y tumultuoso oyeron acercarse los bandidos, y a consecuencia de lo cual nos abandonaron, y nos dejaron libres? Y José repuso: El va a llegar sobre nuestros pasos.
 Curación de una poseída
XIV 1. Y alcanzaron otra aldea, donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo salido de su casa por la noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un joven. Y puso la mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde maldito había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.
 2. Y la poseída no podía soportar sobre sí vestido alguno, ni residir en los lugares habitados. Cuantas veces se la sujetaba con cadenas o con trabas, otras tantas las rompía, y se escapaba desnuda al desierto. Y se colocaba en las encrucijadas de los caminos y en las tumbas, y tiraba piedras sobre cuantos pasaban, causando mucho enojo a las gentes de la localidad, las cuales deseaban su muerte, y su familia estaba también muy afligida.
 3. Cuando María y José entraron en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y ocupada en reunir piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los pañales de Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya yo, a causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote. Vuelta en sí, confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el pañal de Jesús, corrió a su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato detallado del hecho. Y los suyos, que eran los personajes más importantes de la aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con magnificencia generosa.  
 
Curación de una joven muda 
XV 1. Al día siguiente, María y José se despidieron de sus huéspedes, bien provistos por éstos de vituallas para el camino. Y, por la tarde de aquel día, al ponerse el sol, entraron en otra aldea, donde se celebraban unas nupcias. Y vieron una multitud de gentes reunidas, y, en medio de ellas, una desposada herida de mutismo por la astucia del demonio y la acción de encantadores perversos. Paralizados sus oídos y su lengua, la desposada no habla vuelto a recobrar el uso de la palabra.
 2. Cuando María entró en la aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que la vio, tomó a Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del niño se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche hubo gran alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus ángeles hablan descendido hasta ellos.

Curación de otra poseída
XVI 1. Tres días permanecieron alli María y José, rodeados de honores y suntuosamente tratados por los novios y por las familias de éstos. Y se separaron de sus huéspedes, bien provistos por ellos de cosas útiles para el viaje, y llegaron a otra aldea, donde contaban pasar la noche, por hallarse poblada por numerosos y distinguidos habitantes. En aquella aldea, vivía una mujer de fama muy honrosa. Un día, había ido al río a lavar sus vestidos. Y, en tanto que hacía su colada, vio que no comparecía nadie por los alrededores, se despojó de su traje, y empezó a bañarse. Y el Maligno, bajo forma de serpiente, la asaltó, enlazó su cintura, se enroscó alrededor de su vientre, y todos los días, a la caída de la noche, se extendía sobre ella.
 2. Cuando María se le acercó, al ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su encuentro, y le dijo: Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se lo dio. Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio más. Y todos los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató espléndidamente a María y a José.
 
Curación de una leprosa
XVII 1. Cuando la mañana vino, la mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al niño Jesús. Y, después de haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una joven, cuyo cuerpo estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación de aquella mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y, vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquel agua, quedó purificada de su lepra. Y todos los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el niño son dioses, y no hombres.
 2. Y, en el momento en que María y José se disponían a abandonar la casa, la joven que había sido leprosa, se arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos, que me otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo padre, ni madre.

Curación de un niño leproso 
XVIII 1. Y ellos consintieron, y la joven partió en su compañía. Y llegaron a una aldea, en cuyos contérminos estaba enclavado un castillo perteneciente a un jefe ilustre, y que tenía un pabellón exterior, destinado a recibir a los huéspedes. En él entraron María y José, y la joven pasó a ver a la esposa del señor. Y, como la encontrase lacrimosa y entristecida, le preguntó: ¿Por qué lloras? Y ella repuso: No te extrañen mis lágrimas, porque sufro un gran dolor, que a nadie puedo revelar. Mas la joven le dijo: Si me lo indicas, y me lo descubres, quizá le encuentre yo un remedio.
 2. La mujer del jefe le dijo: Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy casada con este jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido mucho tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y, así que él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas a una nodriza de un país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo toda relación contigo, y en la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso: He encontrado a tu mal un remedio, que voy a exponerte. Porque yo también soy leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es otro que Jesús, el hijo de Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas de hablarme? La joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se encuentra? La joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja con ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi tormento. La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le dijo: Con mucho gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había servido para bañarlo, agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.
 3. Entonces la esposa del jefe se levantó, y rogó a María y a José, con todo encarecimiento, que fuesen huéspedes suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual fueron convidados buen golpe de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se levantó, y tomó agua perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo bañó en el agua que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado de su lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo, con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son de la misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con los mayores honores.
 
El joven esposo librado de un sortilegio 
XIX 1. De allí se dirigieron a otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron en el hogar de un recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su espcsa. Y, apenas se hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.
 2. Y, llegada la mañana, decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció un festín espléndido.

El joven convertido en mulo 
XX 1. Al día siguiente, se pusieron en camino. Y, al acercarse a otra aldea, vieron a tres mujeres que volvían a pie del cementerio, llorando. Y María dijo a la joven que los acompañaba: Pregúntales qué les ha ocurrido, y qué mal aflige su alma. La joven les transmitió la pregunta, y ellas, sin responderle, dijeron: ¿De dónde sois, y adónde vais? Porque el día ha transcurrido, y la noche ha llegado. La joven repuso: Somos viajeros, y buscamos un asilo donde pasar la noche. Y las mujeres le dijeron: Venid con nosotras, y pasaréis la noche en nuestra casa.
 2. Y, habiéndolas acompañado, vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y ricamente amueblada, en la cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven entró también, y vio a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo abierto de una funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo abrazaron, y le dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este mulo?. Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha dejado una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos encontrarle una mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero algunas perversas mujeres dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un sortilegio.
 3. Y ello ocurrió una noche, poco antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana vino, miramos y reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se había metamorfoseado en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre que nos consuele en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres testigo. No hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de nada nos ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras, vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después volvemos.
 
El mulo transformado en hombre 
XXI 1. Al oír el relato de aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El remedio a vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa. Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer llamada María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo, tomé agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por consiguiente, que posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id al encuentro de Nuestra Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle vuestro secreto, y suplicadle que tenga piedad de vosotras.
 2. Cuando las mujeres hubieron escuchado el discurso de la joven, salieron presurosas al encuentro de Nuestra Señora Santa María, la llevaron a su casa, y, arrodilladas en su presencia, le dijeron, llorando: ¡Oh Nuestra Señora Santa María, compadécete de tus siervas! No tenemos ningún pariente de edad, ni jefe de familia, ni padre, ni hermano, que nos proteja. Este mulo que ves, es nuestro hermano, y no un animal. Malvadas brujas lo han reducido con sus maleficios al estado en que hoy se encuentra. Te rogamos que tengas compasión de nosotras. Y Nuestra Señora Santa María, conmovida ante su desgracia, tomó a Jesús, y lo puso sobre el lomo del mulo. Ella lloraba, y las mujeres también. Y María dijo: Jesús, hijo mío, haz que la poderosa virtud oculta en ti obre sobre este mulo, y le devuelva la naturaleza humana que tenía otrora.
 3. Y, en el mismo instante, el mulo cambió de forma, recobró su figura prístina, y se convirtió en el joven exento de toda enfermedad, que antes era. Entonces él, su madre y sus hermanas, se prosternaron ante María, pusieron el niño sobre sus cabezas, y lo abrazaron, diciendo: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús, salvador del mundo! ¡Bienaventurados los ojos que han alcanzado el favor de mirarte!  

Unión de dos jóvenes curados por Jesús
XXII 1. Y las dos hermanas dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto al estado normal, por el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho conocer a María y a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor partido que podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y celebráronse con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres mujeres ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus lamentaciones en cánticos de fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de María, ha transformado el duelo en júbilo.
 2. María y José permanecieron allí diez días. Y después se alejaron, colmados de testimonios de respeto y de veneración por aquellas personas, que los despidieron con pesar, y que, tras los adioses, volvieron a su casa deshechas en lágrimas, sobre todo la joven.
 
Los dos bandidos
XXIII 1. Partidos de allí, llegaron a una tierra desierta, y oyeron decir que no era segura, porque había en ella bandidos. Sin embargo, María y José se decidieron a atravesar aquel país durante la noche. Y, mientras marchaban, advirtieron que, al borde del camino, comparecían dos bandidos, apostados y destacados por sus compañeros, que dormían un poco más allá, para guardar el camino. Estos dos bandidos que acababan de encontrar se llamaban Tito y Dumaco. Y el primero dijo al segundo: Déjales el camino libre, para que pasen, y que nuestros compañeros no lo noten. Dumaco no consintió en ello. Entonces Tito le dijo: Te daré mi parte de cuarenta dracmas si me complaces. Y le presentó su cinturón como garantía, para decidirlo a callarse.
 2. Y, cuando María vio la noble conducta de aquel bandido hacia ellos, le dijo: El Señor Dios te protegerá con su diestra, y te concederá el perdón de tus pecados. Y Jesús tomó la palabra, y dijo a María: ¡Oh madre mía, dentro de treinta años, los judíos me crucificarán en la ciudad de Jerusalén, y, conmigo, crucificarán a estos dos bandidos, Tito a mi derecha, y Dumaco a mi izquierda! Y, en el día aquel, Tito me precederá en el paraíso. Y María repuso: ¡Esto os sea recompensado, hijo mío!
 3. De allí se dirigieron a la ciudad de los ídolos. Y, cuando se aproximaron a ella, la ciudad fue víctima de un terremoto y convertida en colinas de arena.
 La Sagrada Familia en Matarieh
XXIV 1. De allí se dirigieron al sicómoro que se llama hoy día Matarieh.
 2. Y, en Matarieh, el Señor Jesús hizo brotar una fuente, en que Santa Maria le lavó su túnica. Y el sudor del Señor Jesús, que ella escurrió en aquel lugar, hizo nacer allí bálsamo.  
 
La Sagrada Familia en Misr
XXV 1. De allí pasaron a Misr. Y vieron al Faraón, y habitaron en el país de Misr durante tres años.
 2. Y el Señor Jesús realizó, en el país de Misr, numerosos milagros, que no figuran en los Evangelios de la infancia, ni en los Evangelios completos.

Regreso a Nazareth
XXVI 1. Al cabo de tres años, volvieron a Misr. Y, cuando ganaron la tierra de Judea, José temía pasar adelante, por haber sabido que Herodes había muerto, y que su hijo Arquelao lo había sucedido como rey del país. Entonces el ángel del Señor le apareció, y le dijo: José, vete a la villa de Nazareth, y permanece allí.
 2. ¡Oh sorprendente milagro, que haya sido llevado y paseado a través de los países, como quien no tiene morada, ni albergue, el dueño de todos los países y el pacificador de los mundos y de las criaturas!
 
Epidemia en Bethlehem. Curación de un niño
XXVII 1. Y, cuando entraron en la villa de Bethlehem, había allí numerosos casos de una enfermedad grave, que atacaba a los niños en los ojos, y de la que morían.
 2. Y una mujer, que tenía un hijo enfermo y próximo ya a la muerte, lo llevó a Santa María, a quien vio ocupada en bañar a Jesús, y a quien dijo: ¡Oh María, mi señora, mira cuán cruelmente sufre este fruto de mis entrañas! ¿No tendrá el Señor misericordia de él?
 3. Y, una vez hubo María retirada a Jesús del agua en que lo había lavado, respondió a la mujer en estos términos: Toma un poco de este agua en que acabo de bañar a mi hijo, y échala sobre el tuyo. Y la mujer lo hizo así, y lavó con aquella agua a su hijo, que cesó de agitarse, y lo envolvió en su vestidito, y lo adormeció. Y el niño se despertó en plena y perfecta salud. Y aquella mujer glorificó a Dios y a Jesús, y, llena de júbilo, llevó a su hijo a la Virgen, que le dijo: Da gracias al Señor, que te ha curado este niño.

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