Curación de otro niño
XXVIII
1. Y había allí otra mujer, vecina de aquella cuyo hijo
había sido curado, y que tenía también un hijo atacado de la misma
enfermedad. Sus ojos habían dejado de ver, y, con vivo dolor y sin
interrupción alguna, gritaba de noche y día. Y la madre del niño curado
dijo a la otra: ¿Por qué no lo llevas a casa de María, como yo llevé al
mío, que estaba muy enfermo, y más cerca de la muerte que de la vida? En
casa de María, tomé agua de las abluciones de su hijo Jesús, lavé con ella
al mío, lo adormecí, y, después del sueño, despertó curado. Helo aquí:
míralo.
2. La vecina que tal oyó, marchó
asimismo a casa de María, y con fe tomó el agua, lavó con ella a su hijo,
y pronto cesaron los vivos dolores que sentía, y se durmió, quedando como
un muerto, porque hacía muchísimos días que no dormía. Al despertar, se
levantó sano, y sus ojos habían recobrado la vista. La madre, henchida de
gozo, alabó al Señor, tomó a su hijo, y lo llevó a María, a quien
descubrió todo lo que acababa de suceder. Y María le dijo: Da gracias a
Dios, por haberlo restablecido, y no hables de este caso a nadie.
Curación de Cleopas. Rivalidad de dos madres
XXIX
1. Y había también, en aquel lugar, dos mujeres casadas con
un mismo hombre. Cada una de ellas tenía un hijo, y los dos niños sufrían
mucho. Y una de aquellas dos mujeres se llamaba María, y su hijo Cleopas.
Y, tomando a su hijo, fue a casa de la madre de Jesús, y le regaló un
hermoso velo, diciéndole: ¡Oh María, mi Señora, recibe este velo, y dame,
en cambio, uno solo de los pañales de tu hijo. Y María lo hizo, y la madre
de Cleopas marchó, y, de aquel pañal, hizo una túnica, con la que vistió a
su hijo, el cual quedó inmediatamente libre de su mal. Y el hijo de su
rival, llamada Azrami, murió, lo que produjo enemistad entre ambas. Porque
Azrami cobré aversión y horror a María, viendo que el hijo de ésta estaba
vivo y sano, mientras que el suyo habla muerto.
2. Y las dos mujeres tenían la
costumbre de hacer el menaje de la casa alternativamente, cada una durante
una semana. Y, cuando le tocó el turno a María, se apresté a cocer el pan.
Y encendió el horno, y marchó a buscar la masa. Azrami, advirtiendo que
nadie la veía, corrió a buscar al niño, que estaba solo en aquel momento,
y lo arrojó al horno, y se alejé de allí. Y, cuando María volvió, hallé a
su hijo, riendo en medio del horno a que se le había echado, y al horno
frío ya como la nieve, cual si no se hubiese puesto en él fuego alguno.
Entonces la madre del niño comprendió que era su rival quien lo había
lanzado a las llamas. Y, sacando a Cleopas del horno, fue a casa de la
Virgen, a quien conté el caso. Y la Virgen le dijo: Tranquilízate, porque
esto redundará en ventaja tuya, y no hables del caso a nadie. El no
callarlo no te servirá de nada, y aun temo por ti, si se divulga.3. Y ocurrió a poco que, yendo Azrami al pozo a buscar agua, vio a Cleopas, que jugaba por allí cerca. Nadie comparecía por los contornos. Y, tomando al niño, lo precipitó al pozo, y regresó a su casa. Cuando otras gentes llegaron al pozo a hacer su provisión de líquido, vieron al muchacho, que se recreaba, daba vagidos, y se reía, sentado sobre el agua. Y bajaron al pozo, y lo sacaron de él. Y, poseídos de admiración extremada por el pequeñuelo, glorificaron a Dios. Mas su madre, que sobrevino, lo tomé, y lo llevó, llorando, a la Virgen, a quien dijo: Ve, madre mía, lo que mi rival ha hecho con mi hijo, y cómo lo ha precipitado al pozo. Es inevitable que acabe por hacerlo perecer. Pero la Virgen le contestó: Cálmate, porque muy pronto Dios te librará de ella, te hará justicia, y te vengará. Y, en efecto, como a los pocos días, Azrami, fuese a tomar agua del pozo, sus pies se enredaron en la cuerda, y cayó al fondo. Y las gentes que llegaron a sacarla, la encontraron con la cabeza triturada y los huesos rotos. Así murió de mala muerte, y en ella se cumplió lo que habla escrito David: Han cavado un pozo, lo han hecho profundo, y han caído en el hoyo que ellos mismos han abierto.
Curación de Tomás Dídimo (o de Bartolomé)
XXX
1. Y había allí otra mujer, que tenía dos hijos gemelos. Ambos
a dos contrajeron una enfermedad. El uno había muerto, y el otro
agonizaba. Y la madre tomé al último florando, y lo llevé a Nuestra Señora
Santa María, a quien dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda, y
socórreme! Yo tenía dos hijos gemelos y, en la hora de ahora, he enterrado
al uno, y el otro está a punto de morir. Escucha la plegaria y la súplica
que voy a dirigir a Dios. Y, deshecha en lágrimas, tomó a su hijo en sus
brazos, y se puso a decir: ¡Oh Señor, tú que eres tierno para los hombres
y no implacable, bueno y no inflexible! ¡Oh Señor, amante de los hombres,
clemente, misericordioso y santo, haz justicia a tu sierva! Tú me has dado
dos hijos, y me has quitado uno. Déjame, al menos, el que me queda.
2. A la vista de aquel ardiente
llanto, Santa María tuvo piedad de ella, y le dijo: Deposita a tu hijo
sobre el lecho del mío, y cúbrelo con los vestidos de este último. Y ella
lo deposité sobre el lecho en que estaba el Cristo. El niño tenía ya los
ojos cerrados, como para abandonar la vida. Mas, cuando el olor de los
efluvios que emanaban de los vestidos del Cristo hubo llegado al
pequeñuelo, éste aspiré un espíritu de vida nueva, abrió los ojos y, dando
un gran grito, exclamó: ¡Madre, dame el pecho! Y ella se lo dio, y el niño
lo chupó. Y su madre dijo a Nuestra Señora Santa María: Yo sé ahora que la
virtud de Dios reside en ti hasta punto tal, que tu hijo tiene el poder de
curar a sus semejantes por el simple contacto con sus vestidos. Y el niño
curado de aquel modo era el que el Evangelio llama Tomás, apodado Dídimo
por los demás apóstoles.
Curación de una leprosa
XXXI
1. Y había allí también una mujer atacada de la lepra y de
la sarna. Y fue a casa de María, y le dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en
mi ayuda! María le dijo: ¿Qué socorro necesitas? ¿Plata? ¿Oro? ¿O que tu
cuerpo sea purificado de la lepra y de la sarna? La mujer le dijo: ¿Y
quién tiene el poder de darme esto? María le dijo: Ten la paciencia de
esperar a que mi hijo Jesús haya salido del baño.
2. Y la mujer esperó
pacientemente, como María le había dicho. Y, cuando Jesús fue sacado del
baño, en que se lo había lavado, María lo fajó, y lo colocó en su cuna. Y
dijo a la mujer: Toma un poco de este agua, y viértela sobre tu cuerpo. Y,
habiéndolo hecho, al instante quedé libre de su azote, y rindió a Dios
alabanzas y acciones de gracias.
Curación de otra leprosa
XXXII
1. Después de haber permanecido tres días con María, la
mujer regresó a su aldea, donde había un señor, que tenía una hija casada
con otro señor de otro país. Y, al poco tiempo de las bodas, el marido
notó en su esposa huellas de lepra semejantes a una estrella. Y el
matrimonio fue roto y declarado nulo, a causa de la señal morbosa que
apareciera en la cuitada. Y su madre empezó a llorar con amargura, y la
joven lloraba también. Cuando aquella mujer las vio en tal situación,
abrumadas de pena y vertiendo lágrimas les preguntó: ¿Cuál es la causa de
vuestro llanto? Y ellas respondieron: No nos interrogues sobre nuestra
situación. Nuestro disgusto es algo de que no podemos hablar a nadie, y
que debe quedar entre nosotras. La mujer repitió su pregunta con
insistencia, y les dijo: Descubrídmelo, que quizá os indicaré el remedio.
Y ellas le mostraron las huellas de lepra que se advertían en el cuerpo de
la joven.
2. Habiendo oído y visto todo
esto, la mujer les dijo: Yo también era leprosa, y habiendo ido a
Bethlehem para un asunto, entré en casa de una mujer llamada María, que
tiene un hijo llamado Jesús, el cual es hijo de Dios. Y, como notase que
era leprosa, se compadeció de mi suerte, y me dio el agua que había
servido para bañar a su hijo, agua que vertí sobre mi cuerpo, quedando en
seguida curada de mi mal. Y ellas le dijeron: ¿Estás dispuesta a partir
con nosotras, y ponernos en relación con María? Ella repuso: De buen
grado. Y las tres mujeres se levantaron, y fueron a ver a María, llevando
consigo ricos presentes.3. Y, llegado que hubieron a Bethelehem, ofrecieron sus presentes a María, y le mostraron la leprosa que las acompañaba. Y María les dijo: ¡Descienda sobre vosotras la misericordia de Jesucristo! Y dio a la hija del señor el agua de las abluciones de Jesús. Y la joven se lavé con ella, y, tomando un espejo, se miró, y vio que estaba completamente curada. Y las favorecidas y los demás asistentes al milagro dieron gracias a Dios. Después, las dos mujeres volvieron gozosas a su país, glorificando al Altísimo, por el beneficio que les concediera. Y, cuando el marido supo que su esposa estaba completamente curada, la hizo volver a él, celebró por segunda vez sus nupcias, y alabé al Señor por la merced recibida.
La joven obsesionada por el demonio
XXXIII
1. Y había asimismo allí una joven, de padres nobles, de
cuyo ser el demonio se había posesionado. El maldito le aparecía en todo
momento, bajo la forma de un dragón enorme, y marcaba la mueca de que iba
a devorarla. Y chupaba toda su sangre, y ponía su cuerpo como tostado, y
la dejaba como muerta. Cuando él se le aproximaba, ella juntaba sus manos
sobre su cabeza, y gritaba, diciendo: ¡Malhaya yo! ¿Quién me librará de
este dragón perverso? Sus padres lloraban en su presencia misma. Cuantos
oían sus gritos dolorosos, se apiadaban de su desgracia. Numerosas
personas se agrupaban en torno suyo, lamentando su pena, sobre todo al
oírla decir, entre lágrimas: Padres, hermanos, amigos, ¿no hay nadie que
pueda sacarme de las garras de este enemigo verdugo?
2. Y, cuando la hija del señor, la
que había sido curada de la lepra, oyó la voz de aquella muchacha, subió a
la terraza de su castillo, y la vio con las manos juntas sobre la cabeza,
y llorando, y, a la multitud que la rodeaba, llorando también. Y la hija
del señor tomó la palabra, y preguntó a su marido: ¿Cuál es la historia de
esa joven? Y el marido le respondió, explicándole el caso de la infeliz. Y
su esposa le preguntó: ¿Tiene todavía padres? Él respondió: Ciertamente,
tiene todavía padre y madre. Y ella dijo: Por el Dios vivo te conjuro a
que envíes a buscar a su madre. Y él se la trajo. Cuando la hubo visto, la
hija del señor la interrogó diciendo: ¿Es tu hija esta joven obsesionada
por el demonio? La pobre le contestó con tristeza y llorando: Sí, señora,
es mi hija. Y la otra le dijo: ¿Quieres que tu hija sane? La madre de la
joven dijo: Lo quiero. Y la hija del señor le dijo: Guárdame el secreto.
Has de saber que yo también he sido leprosa, y que logré mi curación por
intermedio de una mujer llamada María, madre de Jesús, que es el Cristo.
Ve a Bethlehem, la aldea de David, el gran rey, y entrevístate con María,
y expónle tu caso. Ella curará a tu hija, y estáte segura de que volverás
de la visita llena de júbilo.3. Y la madre de la joven se despidió de la hija del señor, y fue a Bethlehem con la suya. Allí encontró a María, y le hizo conocer el estado de la joven. Después de haberla oído, María le dio el agua de las abluciones de Jesús, y le ordenó que lavase con ella el cuerpo de su hija. Y también le dio uno de los pañales de Jesús, diciéndole: Toma este pañal, y cada vez que tu hija vea a su enemigo, mostrádselo. Y las despidió amistosamente.
Liberación de la poseída
XXXIV
1. Y las dos mujeres regresaron a su aldea. Y llegó el
instante en que la joven estaba sujeta a su visión, y en que el demonio se
disponía a acometerla. Y el maldito se presentó a sus ojos bajo su figura
habitual de dragón, y la joven sintió pavor, y dijo: Madre, he aquí mi
malvado enemigo, que va a asaltarme. Tengo mucho miedo. Su madre le dijo:
No temas sus arañazos, hija mía. Espera a que se acerque, muéstrale el
pañal que nos ha dado Santa María, y sabremos lo que ocurre.
2. Y la joven, viendo que su
enemigo se aproximaba bajo la forma de un dragón enorme y de aspecto
horrible, empezó a temblar con todos sus miembros. Y, cuando más cerca
estaba de ella, desplegó el pañal, y, habiéndolo puesto sobre su cabeza,
vio salir de él llamas ardientes y carbones abrasados, que se proyectaban
sobre el dragón. ¡Oh prodigio brillante el que entonces se produjo! En el
momento mismo en que el dragón dirigió su mirada al pañal de Jesús, salió
de éste el fuego, que lo hirió en la cabeza, en los ojos y en la faz,
haciéndolo aullar y dar alaridos terribles. Y, con voz estridente, gritó
diciendo: ¿Qué quieres, Jesús, hijo de María? ¿Cómo podré escapar de ti? Y
tomó la fuga, desapareció, y no se lo vio más. Y la joven recobró la paz
de su espíritu, y pasó de la angustia al júbilo. Y, a partir de aquel día,
no volvió a visitarla la visión horrorosa.
El demonio expulsado de Judas Iscariotes
XXXV
1. Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país,
una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y, cada
vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y, si
no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás
miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús
había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel
momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, con sus hermanos, a
jugar con los otros niños.
2. Y, así que estuvieron en la
calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino,
y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo,
y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho.
Jesús se puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios
testigos, el demonio que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de
un perro rabioso. Y aquel muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el
demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes, el que entregó a
Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas lo
golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza.
Las figurillas de barro
XXXVI
1. Un día, cuando Jesús había cumplido los siete años,
jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con niños de su edad. Y se
entretenían todos en el barro, haciendo con él figurillas, que
representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros animales. Y cada
uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba su obra,
diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo: Mis
figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le
dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador?
2. Y Jesús mandó a sus figurillas
marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y
volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les
ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio
de comer, y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que
hiciera, puso paja, cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños
fueron a contar a sus padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres
les prohibieron para en adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles
que era un mago, y que convenía guardarse de él.
Jesús en casa del tintorero
XXXVII
1. Otro día en que Jesús se paseaba y se divertía con varios
niños de su edad, pasó por el taller de un tintorero llamado Salem. Y este
tintorero tenía, en su taller, muchos trajes que pertenecían a las gentes
de la población, y que se proponía teñir.
2. Y, habiendo entrado en el
taller del tintorero, tomó todos aquellos trajes, y los echó en una tina
de índigo. Cuando Salem el tintorero volvió, y vio todos aquellos trajes
deteriorados, se puso a gritar con voz estentórea, y, agarrando a Jesús,
le dijo: ¿Qué me has hecho, hijo de María? Me afrentarás ante todas las
gentes de la población. Cada uno desea un color a su gusto, y tú has
venido a estropear la obra. Y Jesús le dijo: Cambiaré a cada traje el
color que quieras darle. Y, acto seguido, Jesús se puso a sacar de la tina
los trajes, cada uno, hasta el último, con el color que deseaba el
tintorero. Y los judíos, a la vista de prodigio tamaño, glorificaron a
Dios.
Jesús en el taller de José
XXXVIII
1. A veces, José llevaba a Jesús consigo, y circulaba por
toda la población. Porque ocurría que las gentes, a causa de su arte, lo
llamaban, para que les hiciera puertas, cubos para ordeñar, asientos o
cofres. Y Jesús lo acompañaba por doquiera iba.
2. Y, cada vez que se necesitaba
prolongar o recortar algún objeto, alargarlo o restringirlo, fuese en un
codo o en un palmo, Jesús extendía su mano hacia el objeto, y la cosa
quedaba hecha como deseaba José, sin que éste tuviese que poner la mano en
ello. Porque José no era hábil en el oficio de carpintero.
El trozo de madera alargado
XXXIX
1. En cierta ocasión, el rey de Jerusalén llamó a José, y le
dijo: José, quiero que me hagas un lecho suntuoso, cuyas dimensiones sean
exactamente iguales a las del salón en que tengo mis asambleas. José
repuso: ¡A tus órdenes! E, inmediatamente, se puso a fabricar el lecho, y
permaneció dos años en el palacio del rey, antes de terminarlo. Mas,
cuando quiso colocarlo en su sitio, se encontró con que una de las piezas
era dos palmos más corta, en todos los sentidos, que la pieza simétrica. A
la vista de esto, el rey montó en cólera contra él. Y José, en el exceso
de temor que el rey le inspiraba, pasó la noche en ayuno, sin tomar ningun
alimento.
2. Y Jesús le preguntó: ¿De qué
tienes miedo? José contestó: He aquí que he perdido todo el trabajo de dos
años. Jesús le dijo: No te empavorezcas, ni te espantes. Y, tomando uno de
los extremos de la pieza, añadió: Toma tú el otro extremo. Y Jesús
suspendió la pieza, y la hizo igual a la pieza gemela, diciendo a José:
Haz ahora lo que te plazca. Y José comprobó que el lecho se hallaba en
buen estado y a medida del local. Ante cuyo prodigio los asistentes
quedaron llenos de estupor, y alabaron a Dios.3. Y la madera que sirvió para hacer aquel lecho, era madera de esencias y de cualidades diferentes, como la empleada en la construcción del templo, por el rey Salomón, hijo de David.
Los niños convertidos en machos cabríos
XL
1. En otra ocasión, Jesús había salido por las calles. Y,
habiendo visto a algunos niños, que se habían reunido para jugar, se
dirigió a ellos. Pero los niños, al advertir que se les acercaba, huyeron
de él, y se ocultaron en un horno. Jesús los siguió, se detuvo a la puerta
de la casa, y, viendo a unas mujeres, les preguntó dónde habían ido los
niños. Y las mujeres respondieron: No hay aquí uno solo. Él les dijo: Y
los que están en el horno, ¿quiénes son? Las mujeres le dijeron: Son
machos cabríos de tres años. Y Jesús exclamó: Salgan afuera, cerca de su
pastor, los machos cabríos que en el horno están. Y del horno salieron
cabritillos, que saltaban y brincaban, jugueteando, alrededor de Jesús.
Testigos de este espectáculo, las mujeres, presa de admiración y de pavor,
corrieron a prosternarse en súplica ante Jesús, diciéndole: ¡Oh Señor
Nuestro, Jesús, hijo de María! Tú eres, en verdad, el buen pastor de
Israel. Ten piedad de tus siervas, que están en tu presencia, y que no
dudan de ti. ¡Oh Señor nuestro, tú has venido a curar, y no a hacer
perecer!
2. Y Jesús les respondió: Los
hijos de Israel están colocados, entre los pueblos, en el mismo rango que
los negros. Porque los negros merodean por los flancos de los rebaños
descarriados, e importunan a los pastores, y lo mismo hace el pueblo de
Israel. Y las mujeres dijeron: Señor, tú sabes todas las cosas, y nada te
está oculto. Pero los hijos de Israel nunca más te huirán, ni se
esconderán de ti, ni te importunarán. Rogámoste, y esperamos de tu bondad,
que tornes a esos niños, servidores tuyos, a su condición primera. Y Jesús
gritó: Corred aquí, niños, y vamos a jugar. Y, en el mismo instante, los
cabritillos recobraron su forma, y se convirtieron en muchachos, ante los
ojos de aquellas mujeres. Y, a partir de aquel día, no les fue ya posible
a los niños huir de Jesús. Y sus padres les advirtieron de ello,
diciéndoles: Cuidad de hacer todo lo que os diga el hijo de María.
Jesús en papel de rey
XLI
1. Cuando llegó el mes de adar, Jesús congregó a los
niños alrededor suyo, y les dijo: Démonos un rey. Y los apostó sobre el
camino grande. Y ellos extendieron sus vestidos en el suelo, y Jesús se
sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la pusieron sobre su
cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en dos
grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos
lados del monarca.
2. Y a quienquiera pasaba por el
camino, los niños lo atraían a la fuerza, y le decían: Prostérnate ante el
rey, ve lo que desea, y después prosigue tu marcha.
Curación de Simón, mordido por una serpiente.
Dos prodigios más
XLII
1. Mientras tanto, he aquí que se aproximaron a aquel sitio
varias personas, que transportaban a un niño de quince años, llamado
Simón. Este niño había ido con otros a la montaña para recoger leña. Y, en
la montaña, encontró un nido de gorriones, y extendió la mano para coger
los huevos. Y una serpiente venenosa, que se encontraba en el nido, lo
mordió. Y pidió socorro, y, cuando sus compañeros llegaron, lo vieron
yacente en tierra como un muerto. Y sus padres lo llevaban para conducirlo
a Jerusalén a que lo viese un médico.
2. Al pasar frente al grupo de
niños, en que Jesús se encontraba ejerciendo su papel de rey, con sus
compañeros en torno suyo, semejantes a servidores, éstos dijeron a los
portadores del niño: Venid a ver lo que el rey desea de vosotros, y
saludadlo. Pero ellos se negaron a ir, a causa del disgusto que
experimentaban. Entonces los niños los arrastraron violentamente y a pesar
suyo.3. Los padres de Simón lloraban, porque el niño andaba muy mal de su mordedura, y tenía el brazo inflamado y tumefacto. Cuando llegaron cerca de Jesús, éste les preguntó: ¿Por qué lloráis? Y ellos respondieron: A causa de este nuestro hijo, que, habiendo ido a buscar nidos de gorriones, fue mordido por una serpiente. Y Jesús dijo a todos: Venid conmigo a matar la serpiente. Mas los padres del niño dijeron: Déjanos marchar, porque nuestro hijo está a punto de morir. Los camaradas de Jesús replicaron: ¿Os negáis a obedecer, después de haber oído lo que el rey ha ordenado? Vamos a matar la serpiente. Y, sin otro permiso, emprendieron la subida a la montaña.
4. Cuando llegó cerca del nido, Jesús preguntó a los padres: ¿Es aquí donde se encuentra la serpiente? Y ellos respondieron: Sí. Entonces Jesús llamó a la serpiente, que salió sin retardo, y se humilló ante él, que le dijo: Ve a chupar el veneno que has inyectado a ese niño. Y la serpiente se arrastró hasta éste, y le chupó todo su veneno. Y Jesús la maldijo, y la serpiente reventó. Y puso su mano sobre el pequeño, que, aun viéndose curado empezó a llorar. Mas Jesús le dijo: No llores, que con el tiempo serás mi discípulo. Y este discípulo era el mismo de que habla el Evangelio, y que los apóstoles llamaron Simón Zelote o Qananaia, a causa de aquel nido de gorriones, en el cual una serpiente lo había mordido.
5. Poco después, llegó un hombre de Jerusalén. Y los niños fueron a él, y lo detuvieron, diciéndole: Ven a saludar a nuestro rey. Y, cuando el hombre obedeció, Jesús observó que llevaba enroscada al cuello una serpiente, la cual, tan pronto lo sofocaba, como aflojaba sus anillos. Jesús le preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que esa serpiente está en tu cuello? El hombre respondió: Hace tres años. Jesús añadió: ¿De dónde cayó sobre ti? El hombre contestó: Yo le hice una buena acción, y ella me la devolvió con otra mala. Jesús insistió: ¿De qué manera le hiciste bien, y ella te lo pagó con mal? El hombre repuso: La encontré en invierno, aterida de frío. La puse en mi pecho, y, llegado a mi casa, la metí en un cántaro de tierra, cuya abertura cerré. Y, cuando abrí el cántaro, para sacarla de allí, se lanzó a mi cuello, y en él se enroscó. Me atormenta, me estrangula, y no puedo librarme de ella. Y Jesús dijo: Has obrado mal, sin saberlo. Dios ha creado a la serpiente para vivir en el polvo de la tierra, y tener alternativamente frío y calor. De ti dependía que hubiese seguido viviendo en el polvo de la tierra, conforme a la voluntad divina. Pero la has agarrado, llevado contigo, y encerrado en un cántaro, sin darle alimento. No has procedido bien al respecto suyo. Y Jesús dijo a la serpiente: Baja de donde estás, y vete a vivir en el suelo. Y la serpiente obedeció, y se desprendió del cuello del hombre, que dijo: En verdad, tú eres rey, el rey de los reyes, y todos los encantadores y todos los espíritus rebeldes reconocen tu imperio, y te obedecen.
6. Advino en seguida un joven montado sobre un asno, y acompañado de un viejo, que, llorando, lo sostenía. Y, Jesús lo vio, se apiadó de él, y le dijo: ¿Qué tienes, viejo, que así lloras? ¿Cuál es la causa de tus lágrimas? Y el viejo dijo: ¿Cómo no llorar y atormentarme? Este hijo mío era quien a mí y a su madre, también anciana, nos sustentaba y nos servía. Pero unos ladrones lo han asaltado, desvalijado, golpeado, herido, y después se han marchado, dejándolo por muerto. Y Jesús sintió compasión por el viejo, y puso su mano derecha sobre el joven, que inmediatamente quedó curado de sus heridas, se apeó del asno, se puso en marcha por su propio pie, y regresó a su hogar con su progenitor.
Jacobo mordido por una víbora
XLIII
1. Otra vez, José mandó a su hijo Jacobo a buscar leña al
bosque, y Jesús partió en su compañía. Cuando llegaron al sitio en que la
leña se encontraba, Jacobo se puso a recogerla. Y he aquí que una mala
víbora lo mordió en la mano, y el niño empezó a gritar y a llorar.
2. Y Jesús, viéndolo en aquel
estado, se acercó a él, y sopló sobre la moderdura, que quedó cicatrizada.
Y la víbora se desecó, y Jacobo se encontró sano y salvo.
Resurrección de Zenón, caído de una azotea
XLIV
1. Algunos días más tarde, Jesús jugaba con otros niños en la
azotea de una casa. Uno de ellos cayó al suelo, y murió instantáneamente.
Y los niños se dijeron los unos a los otros: ¡Ea! Digamos que quien lo ha
tirado es Jesús, el hijo de María. Y huyeron todos, y Jesús quedó solo en
la azotea. Cuando los padres del niño llegaron, dijeron a Jesús: Tú eres
quien ha tirado a nuestro hijo desde lo alto de la azotea. Y él les
respondió: No soy yo quien lo ha tirado. Mas ellos se pusieron a gritar,
diciendo: Nuestro hijo ha muerto, y tú eres su matador.
2. Y Jesús, María y José fueron
detenidos por la muerte de aquel niño, y se los condujo a la presencia del
gobernador. Y ante éste depusieron los niños contra Jesús, como si hubiera
sido él quien tirara al niño de la azotea. Y el gobernador dijo: Ojo por
ojo, diente por diente, vida por vida. Cuando le tocó declarar a Jesús,
respondió al juez en estos términos: No se me impute tan mala acción. Y,
si no me crees, ¿bastará con que interroguemos al niño, para que
manifieste la verdad? Si yo resucito a ese niño, y si él dice que no he
sido yo quien lo ha tirado, ¿qué harás con los que han dado falso
testimonio contra mí? El juez respondió, y dijo a Jesús: Si haces eso, tú
serás absuelto, y los otros serán condenados. Entonces Jesús, acompañado
del juez y de gran multitud, fue hasta donde estaba el niño muerto, y,
colocándose cerca de su cabeza, gritó en alta voz: Zenón, Zenón, ¿quién te
ha tirado de la azotea? ¿He sido yo? Y el muerto respondió, diciendo:
¡Perdón, Señor Jesús! Tú no me has tirado, y ni siquiera estabas allí,
cuando me tiraron mis compañeros. Estos niños que han depuesto
mentirosamente contra ti son los que me tiraron, y yo he caído. Entonces
Jesús se aproximó a Zenón, lo tomó por la cabeza, lo irguió sobre sus
pies, y dijo a los asistentes: ¿Habéis oído y visto? Y los adversarios de
Jesús quedaron cubiertos de oprobio, y los espectadores, sorprendidos, se
admiraron de prodigio tamaño, y alabaron a Dios, diciendo: Verdaderamente,
Dios está con este niño. ¿Qué llegará a ser con el tiempo? Y Jesús se
acercaba a la edad de doce años cuando hizo aquel milagro.
El agua recogida en una túnica
XLV
1. Y María dijo, una vez, a Jesús: Hijo mío, ve a buscarme agua
al pozo. Mas, a causa del gran gentío que alrededor del pozo se comprimía,
el cántaro, lleno de agua, como estaba, cayó y se rompió.
2. Y Jesús, desplegando la túnica
que lo cubría, recogió el agua en ella, y la llevó a su madre. Y María
quedó admirada en extremo. Y todo lo que veía, lo guardaba y lo encerraba
en su corazón.
El hijo de Hanan castigado con parálisis
XLVI
1. Otra vez, Jesús se encontraba cerca de un canal de
irrigación, y con él se encontraban otros niños. Y se entretenían en hacer
pequeños depósitos de agua. Y Jesús, con barro, había formado doce
pajaritos, y los colocó en los bordes de su depósito, tres a cada lado. Y
era sábado aquel día.
2. Sobrevino el hijo de Hanan el
judío, y, viéndolos así ocupados, les dijo con cólera y acritud: ¡En día
de sábado amasáis barro! Y, lanzándose contra ellos, destruyó sus
depósitos. Cuanto a Jesús, batió sus manos, se volvió hacia los pájaros
que había hecho, y éstos volaron, chillando.3. El hijo de Hanan se dispuso también a romper el depósito de Jesús, y el agua se desecó. Y Jesús le dijo: ¡Deséquese tu vida, como se ha desecado este agua! Y, en el mismo momento, el niño fue atacado de parálisis.
Jesús empujado por un niño
XLVII
1. Un día, Jesús camfnaba con José. Y encontró a un muchacho
que corría, y que, tropezando con él, lo hizo caer.
2. Y Jesús le dijo: Como me has
hecho caer, así caerás tú, para no levantarte más. Y, en el mismo momento,
el muchacho cayó, y murió.
Jesús en la escuela de Zaqueo
XLVIII
1. Había en Jerusalén un maestro de niños llamado Zaqueo, el
cual dijo a José: Tráeme a Jesús, para que se instruya en mi escuela. Y
José le dijo: De buen grado. Y fue a hablar a María, y ambos tomaron
consigo a Jesús, y lo llevaron al maestro. Habiéndolo éste visto, le
escribió el alfabeto, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo: Alaph.
El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Explícame primero
el término Alaph, y entonces diré Beth. El maestro dijo: No
sé esa explicación. Y Jesús le dijo: Los que no saben explicar Alaph
y Beth, ¿cómo enseñan? Hipócritas, enseñad, ante todo, lo que
es Alaph, y os creeré sobre Beth. Y, al oír esto, el maestro
quiso pegarle.
2. Mas Jesús, le dijo: Alaph
está hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre con
Gamal, Dalad, etcétera, hasta Thau. Porque, entre las letras,
unas son rectas, otras desviadas, otras redondas, otras marcadas con
puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay que saber por qué cierta letra
no precede a las otras; por qué la primera letra tiene ángulos; por qué
sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos, complicados,
sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo ternario; por
qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a explicar
cosas que el maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.3. Y el maestro se sorprendió, y se espantó de las palabras del niño, de la nomenclatura que detallaba, y de la fuerza inmensa que se encerraba en las cuestiones que proponía. Y dijo: En verdad, esta criatura es capaz de quemar el fuego mismo. Yo creo que ha nacido antes del tiempo de Noé. Y, volviéndose hacia José, le dijo: Me has traído un niño para que lo instruya en calidad de discípulo, y se me ha revelado como maestro de maestros.
4. Y José exclamó: ¿Quién será capaz de educar a un niño como éste? Jesús repuso: Las palabras que acabas de pronunciar, significan que no soy de los vuestros. Estoy con vosotros y en medio de vosotros, y no poseo ninguna distinción humana. Vosotros estáis bajo la ley, y quedaréis bajo la ley. Yo existía antes que vuestros padres hubiesen nacido. Tú, José, te crees mi padre, porque no sabes de quién nací, ni de dónde vengo. Sólo yo sé verdaderamente cuándo has nacido, y cuánto tiempo permanecerás en este mundo. Y, al oír esto, todos quedaron llenos de sorpresa y de estupor.
El profesor castigado de muerte
XLIX
1. Después, otro maestro, más hábil que el primero, dijo a
José: Confíame a Jesús, y yo lo instruiré. Y el maestro se puso a
instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús dijo Alaph. El
maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Dame antes la
significación de Alaph, y después diré Beth. El maestro,
colérico e irritado, levantó la mano, y le pegó. Y, en el mismo instante,
su mano se secó, y cayó por tierra muerto.
2. Y el niño marchó fuera, y se
mezcló entre el gentío. Y José llamó a María, su madre, y le advirtió: No
dejes a Jesús salir de casa, porque todo el que le pega, muere.
Jesús en medio de los doctores
L 1.
Cuando Jesús cumplió los doce años, sus padres subieron con él a Jerusalón,
para la fiesta. Y, ésta terminada, regresaron a su hogar. Mas Jesús se
separó de ellos, y quedó en el templo, entre los pontífices, los ancianos
del pueblo y los doctores de Israel, preguntándoles y respondiéndoles
sobre puntos de doctrina. Y todos se admiraban de las palabras, inspiradas
por la gracia, que salían de su boca.
2. Jesús interrogó a los doctores:
¿De quién es hijo el Mesías? Y ellos respondieron: De David. Mas él
replicó: Entonces, ¿por qué David, bajo la inspiración de Dios, lo llama
su Señor, cuando escribe: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
para que humille a mis enemigos bajo el escabel de tus pies?3. Y el más viejo de los doctores repuso: ¿Has leído los libros santos? Y Jesús dijo: Los libros, el contenido de los libros y la explicación de los libros, de la Thora, de los mandamientos, de las leyes y de los misterios, contenidos en las obras de los profetas, cosas inaccesibles a la razón de una criatura. Y el doctor dijo a sus compañeros: Por mi fe, que hasta el presente no he alcanzado, y ni aun por oídas conozco, un saber semejante. ¿Qué pensáis que llegará a ser este niño, por cuya boca parece que habla Dios?
Ciencia de Jesús
LI
1. Y había también allí un sabio hábil en astronomía. Y
preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de astronomía, .hijo mío?
2. Y Jesús le respondió,
puntualizándole el número de las esferas y de los cuerpos celestes, con
sus naturalezas, sus virtudes, sus oposiciones, sus combinaciones por
tres, cuatro y seis, sus ascensiones y sus regresiones, sus posiciones en
minutos y en segundos, y otras cosas que rebasan los límites de la razón
de una criatura.
Jesús y el filósofo
LII
1. Y se encontraba asimismo entre los doctores un filósofo
versado en la medicina natural. Y preguntó a Jesús: ¿Posees nociones de
medicina natural, hijo mío?
2. Y Jesús respondió con una
disertación sobre la física, la metafísica, la hiperfísica y la hipofísica,
sobre las fuerzas de los cuerpos y de los temperamentos, y sobre sus
energías y sus influencias en los nervios, los huesos, las venas, las
arterias y los tendones, y sobre sus efectos, y sobre las operaciones del
alma en el cuerpo, sobre sus percepciones y sus potencias, sobre la
facultad lógica, sobre los actos del apetito irascible y los del apetito
concupiscible, sobre la composición y la disolución, y sobre otras cosas
que sobrepujan la razón de una criatura.3. El filósofo, levantándose, se prosterné ante Jesús, le dijo: Señor, en adelante, soy tu discípulo y tu servidor.
Jesús hallado en el templo
LIII
1. Y, mientras se cambiaban estas conversaciones y otras
semejantes, sobrevino María, que, durante tres días, erraba con José en
busca de Jesús. Y lo encontró sentado entre los doctores, preguntándoles y
respondiéndoles. Y le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has tratado de esta
suerte? He aquí que tu padre y yo te buscamos con extrema fatiga. Y Él
repuso: ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que debo estar en la casa de mi
Padre? Ellos no comprendieron la palabra que les había dicho. Y los
doctores interrumpieron: ¿Es éste tu hijo, María? Ella contestó: Sí. Y
ellos dijeron: ¡Bienaventurada eres, oh María, por tal maternidad!
2. Y Jesús volvió con sus padres a
Nazareth, y los obedecía en todas las cosas. Su madre conservaba en su
corazón todas aquellas palabras. Y Jesús crecía en edad, en sabiduría y en
gracia ante Dios y los hombres.
Bautismo de Jesús
LIV
1. A partir de aquel día, comenzó a ocultar sus prodigios, sus
misterios y sus parábolas.
2. Y se conformó con las
prescripciones de la Thora, hasta que cumplió los treinta años, en
que el Padre lo manifestó en el Jordán, por la voz que exclamaba desde el
cielo: He aquí mi hijo amado, en el cual me complazco, mientras que el
Espíritu santo daba testimonio de él, bajo la forma de una paloma blanca.
Doxología
LV
1. Él es aquel a quien oramos y adoramos, él quien se ha
encarnado por nosotros, y nos ha salvado, Él quien nos ha dado el ser, el
nacimiento y la vida. Su misericordia no cesa, y su clemencia se extiende
sobre nosotros, por su liberalidad, su beneficencia, su generosidad y su
largueza.
2. A Él la gloria, la
benevolencia, la fuerza, la dominación, ahora, en todo tiempo, en toda
edad, en toda época, hasta la eternidad de las eternidades y por los
siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios
Apócrifos, por Edmundo González Blanco
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