Dolor de Joaquín
I
1.
Consta en las historias de las doce tribus de Israel que había un
hombre llamado Joaquín, rico en extremo, el cual aportaba ofrendas dobles,
diciendo: El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que
ofrezca en expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que se me
muestre propicio.
2. Y, habiendo llegado el
gran día del Señor, los hijos de Israel aportaban sus ofrendas. Y Rubén se
puso ante Joaquín, y le dijo: No te es lícito aportar tus ofrendas el
primero, porque no has engendrado, en Israel, vástago de posteridad.
3. Y Joaquín
se contristó en gran medida, y se dirigió a los archivos de las doce
tribus de Israel, diciéndose: Veré en los archivos de las doce tribus si
soy el único que no ha engendrado vástago en Israel. E hizo
perquisiciones, y halló que todos los justos habían procreado descendencia
en Israel. Mas se acordó del patriarca Abraham, y de que Dios, en sus días
postrimeros, le había dado por hijo a Isaac.
4. Y
Joaquín quedó muy afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se
retiró al desierto. Y allí plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y
cuarenta noches, diciendo entre sí: No comeré, ni beberé, hasta que el
Señor, mi Dios, me visite, y la oración será mi comida y mi bebida.
Dolor de Ana
II
1. Y Ana, mujer de Joaquín, se deshacía en lágrimas, y
lamentaba su doble aflicción, diciendo: Lloraré mi viudez, y lloraré
también mi esterilidad.
2. Y, habiendo llegado el gran día
del Señor, Judith, su sierva, le dijo: ¿Hasta cuándo este abatimiento de
tu corazón? He aquí llegado el gran día del Señor, en que no te es lícito
llorar. Mas toma este velo, que me ha dado el ama del servicio, y que yo
no puedo ceñirme, porque soy una sierva, y él tiene el signo real.
3.
Y Ana dijo: Apártate de mi lado, que no me pondré eso, porque el
Señor me ha humillado en gran manera. Acaso algún perverso te ha dado ese
velo, y tú vienes a hacerme cómplice de tu falta. Y Judith respondió: ¿Qué
mal podría desearte, puesto que el Señor te ha herido de esterilidad, para
que no des fruto en Israel?
4. Y Ana, sumamente
afligida, se despojó de sus vestidos de duelo, y se lavó la cabeza, y se
puso su traje nupcial, y, hacia la hora de nona, bajó al jardín, para
pasearse. Y vio un laurel, y se colocó bajo su sombra, y rogó al Señor,
diciendo: Dios de mis padres, bendíceme, y acoge mi plegaria, como
bendijiste las entrañas de Sara, y le diste a su hijo Isaac.
Trenos de Ana
III
1.
Y, levantando los ojos al cielo, vio un nido de gorriones, y lanzó
un gemido, diciéndose: ¡Desventurada de mí! ¿Quién me ha engendrado, y qué
vientre me ha dado a luz? Porque me he convertido en objeto de maldición
para los hijos de Israel, que me han ultrajado y expulsado con irrisión
del templo del Señor.
2. ¡Desventurada de mí! ¿A quién
soy semejante? No a los pájaros del cielo, porque aun los pájaros del
cielo son fecundos ante ti, Señor.
3.
¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a las bestias de la
tierra, porque aun las bestias de la tierra son fecundas ante ti, Señor.
4.
¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque aun
estas aguas son fecundas ante ti, Señor.
5. ¡Desventurada de mí! ¿A quién
soy semejante? No a esta tierra, porque aun esta tierra produce fruto a su
tiempo, y te bendice, Señor.
La promesa divina
IV
1.
Y he aquí que un ángel del Señor apareció, y le dijo: Ana, Ana, el
Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, y parirás, y se
hablará de tu progenitura en toda la tierra. Y Ana dijo: Tan cierto como
el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz un hijo, sea varón, sea hembra,
lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio
todos los días de su vida.
2. Y
he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín tu marido
viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta
él, diciéndole: Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego.
Sal de aquí, porque tu mujer Ana concebirá en su seno.
3. Y
Joaquín salió, y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin
mácula, y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los
sacerdotes y para el Consejo de los Ancianos; y cien cabritos, y serán
para los pobres del pueblo.
4. Y he aquí que Joaquín llegó con
sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de su casa, lo vio venir,
y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo: Ahora
conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones; porque era
viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis
entrañas. Y Joaquín guardó reposo en su hogar aquel primer día.
Concepción de María
V
1. Y, al día siguiente, presentó
sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: Si el Señor Dios me es
propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote. Y, una vez
hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran
Sacerdote, cuando éste subía al altar, y no notó mancha alguna en sí
mismo. Y Joaquín dijo: Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha
perdonado todos mis pecados. Y salió justificado del templo del Señor, y
volvió a su casa.
2. Y
los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la
partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi
alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y,
transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la
llamó María.
Fiesta del primer año
VI
1. Y la niña se fortificaba de día en día. Y, cuando tuvo seis
meses, su madre la puso en el suelo, para ver si se mantenía en pie. Y la
niña dio siete pasos, y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la
levantó, diciendo: Por la vida del Señor, que no marcharás sobre el suelo
hasta el día que te lleve al templo del Altísimo. Y estableció un
santuario en su dormitorio, y no le dejaba tocar nada que estuviese
manchado, o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se
conservaban sin mancilla, y que entretenían a la niña con sus juegos.
2.
Y, cuando la niña llegó a la edad de un año, Joaquín
celebró un gran banquete, e invitó a él a los sacerdotes y a los escribas
y al Consejo de los Ancianos y a todo el pueblo israelita. Y presentó la
niña a los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de nuestros
padres, bendice a esta niña, y dale un nombre que se repita siglos y
siglos, a través de las generaciones. Y el pueblo dijo: Así sea, así sea.
Y Joaquín la presentó a los príncipes de los sacerdotes, y ellos la
bendijeron, diciendo: Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña, y
dale una bendición suprema.
3. Y su madre la llevó al
santuario de su dormitorio, y le dio el pecho. Y Ana entonó un cántico al
Señor Dios, diciendo: Elevará un himno al Señor mi Dios, porque me ha
visitado, y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un
fruto de su justicia a la vez uno y múltiple ante Él. ¿Quién anunciará a
los hijos de Rubén que Ana amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras las
doce tribus de Israel, que Ana amamanta a un hijo. Y dejó reposando a la
niña en el santuario del dormitorio, y salió, y sirvió a los invitados. Y,
terminado el convite, todos salieron llenos de júbilo, y glorificando al
Dios de Israel.
Consagración de María en el templo
VII
1. Y los meses
se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín
dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos
hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana
respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de
menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.
2. Y, cuando la niña llegó a la
edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que
estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas
se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no
se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo
que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor.
Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y
exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en
ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a
los hijos de Israel.
3. E hizo sentarse a la niña en la
tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella
danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.
Pubertad de María
VIII
1. Y sus padres
salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente,
porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo
del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de
un ángel.
2. Y,
cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y
dijeron: He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo
del Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella, para que no mancille el
santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote: Tú, que estás encargado del altar,
entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele el Señor.
3.
Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el
Santo de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se
le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los
viudos del pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a
quien el Señor envíe un prodigio, de aquel será María la esposa. Y los
heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la trompeta del
Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada.
José, guardián de María
IX
1.
Y José, abandonando sus herramientas, salió para juntarse a los
demás viudos, y, todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote.
Este tomó las varas de cada cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando
hubo terminado su plegaria, volvió a tomar las varas, salió, se las
devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno. Y
José tomó la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre
la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado
por la suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor.
2.
Mas José se negaba a ello, diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, al paso que
ella es una niña. No quisiera servir de irrisión a los hijos de Israel. Y
el Gran Sacerdote respondió a José: Teme al Señor tu Dios, y recuerda lo
que hizo con Dathan, Abiron y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, los
sumió en sus entrañas, a causa de su desobediencia. Teme, José, que no
ocurra lo mismo en tu casa.
3. Y José, lleno de temor, recibió
a María bajo su guarda, diciéndole: He aquí que te he recibido del templo
del Señor, y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis
construcciones, y después volveré cerca de ti. Entretanto, el Señor te
protegerá.
El velo del templo
X
1. Y he aquí que los
sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Hagamos un velo para el
templo del Señor. Y el Gran Sacerdote dijo: Traedme jóvenes sin mancilla
de la casa de David. Y los servidores fueron a buscarlas, y encontraron
siete jóvenes. Y el Gran Sacerdote se acordó de María, y de que era de la
tribu de David, y de que permanecía sin mancilla ante Dios. Y los
servidores partieron, y la trajeron.
2. E introdujeron a las jóvenes en
el templo del Señor, y el Gran Sacerdote dijo: Echad a suertes sobre cuál
hilará el oro, el jacinto, el amianto, la seda, el lino fino, la verdadera
escarlata y la verdadera púrpura. Y la verdadera escarlata y la verdadera
púrpura tocaron a María, que, habiéndolas recibido, volvió a su casa. Y,
en este momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel lo reemplazó en sus
funciones, hasta que recobró la palabra. Y María tomó la escarlata, y
empezó a hilarla.
La anunciación
XI
1.
Y María tomó su cántaro, y salió para llenarlo de agua. Y he aquí
que se oyó una voz, que decía: Salve, María, llena eres de gracia. El
Señor es contigo, y bendita eres entre todas las mujeres. Y ella miró en
torno suyo, a derecha e izquierda, para ver de dónde venía la voz. Y, toda
temblorosa, regresó a su casa, dejó el cántaro, y, tomando la púrpura, se
sentó, y se puso a hilar.
2. Y
he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: No temas,
Maria, porque has encontrado gracia ante el Dueño de todas las cosas, y
concebirás su Verbo. Y María, vacilante, respondió: Si debo concebir al
Dios vivo, ¿daré a luz como toda mujer da?
3. Y
el ángel del Señor dijo: No será así, María, porque la virtud del Señor te
cubrirá con su sombra, y el ser santo que de ti nacerá se llamará Hijo del
Altísimo. Y le darás el nombre de Jesús, porque librará a su pueblo de sus
pecados. Y María dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu
palabra.
La visitación
XII
1.
Y siguió trabajando en la púrpura y en la escarlata, y, concluida
su labor, la llevó al Gran Sacerdote. Y éste la bendijo, y exclamó: María,
el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y serás bendita en todas las
generaciones de la tierra.
2.
Y María, muy gozosa, fue a visitar a Isabel, su prima. Y llamó a la
puerta. E Isabel, habiéndola oído, dejó su escarlata, corrió a la puerta,
y abrió. Y, al ver a María, la bendijo, y exclamó: ¿De dónde que la madre
de mi Señor venga a mí? Porque el fruto de mi vientre ha saltado dentro de
mí, y te ha bendecido. Pero María había olvidado los misterios que el
arcángel Gabriel le revelara, y, alzando los ojos al cielo, dijo: ¿Quién
soy, Señor, que todas las generaciones de la tierra me bendicen?
3.
Y pasó tres meses con Isabel. Y, de día en día, su embarazo
avanzaba, y, poseída de temor, volvió a su casa, y se ocultó a los hijos
de Israel. Y tenía dieciséis años cuando estos misterios se cumplieron.
Vuelta de José
XIII
1.
Y llegó el sexto mes de embarazo, y he aquí que José volvió de sus
trabajos de construcción, y, entrando en su morada, la encontró encinta. Y
se golpeó el rostro, y se echó a tierra sobre un saco, y lloró
amargamente, diciendo: ¿En qué forma volveré mis ojos hacia el Señor mi
Dios? ¿Qué plegaria le dirigiré con relación a esta jovencita? Porque la
recibí pura de los sacerdotes del templo, y no he sabido guardarla. ¿Quién
ha cometido tan mala acción, y ha mancillado a esta virgen? ¿Es que se
repite en mí la historia de Adán? Bien como, en la hora misma en que éste
glorificaba a Dios, llegó la serpiente y, encontrando a Eva sola, la
engañó, así me ha ocurrido a mí.
2.
Y José se levantó del saco, y llamó a María, y le dijo: ¿Qué has
hecho, tú, que eres predilecta de Dios? ¿Has olvidado a tu Señor? ¿Cómo te
has atrevido a envilecer tu alma, después de haber sido educada en el
Santo de los Santos, y de haber recibido de manos de un ángel tu alimento?
3.
Pero ella lloró amargamente, diciendo: Estoy pura y no he conocido
varón. Y José le dijo: ¿De dónde viene entonces lo que llevas en tus
entrañas? Y María repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que no sé cómo
esto ha ocurrido.
José, confortado por un ángel
XIV
1.
Y José, lleno de temor, se alejó de María, y se preguntó cómo
obraría a su respecto. Y dijo: Si oculto su falta, contravengo la ley del
Señor, y, si la denuncio a los hijos de Israel, temo que el niño que está
en María no sea de un ángel, y que entregue a la muerte a un ser inocente.
¿Cómo procederé, pues, con María? La repudiaré secretamente. Y la noche lo
sorprendió en estos pensamientos amargos.
2.
Y he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo:
No temas por ese niño, pues el fruto que está en María procede del
Espíritu Santo, y dará a luz un niño, y llamarás su nombre Jesús, porque
salvará al pueblo de sus pecados. Y José se despertó, y se levantó, y
glorificó al Dios de Israel, por haberle concedido aquella gracia, y
continuó guardando a María.
José ante el Gran Sacerdote
XV
1.
Y el escriba Anás fue a casa de José, y le preguntó: ¿Por qué no
has aparecido por nuestra asamblea? Y José repuso: El camino me ha
fatigado, y he querido reposar el primer día. Y Anás, habiendo vuelto la
cabeza, vio que María estaba embarazada.
2.
Y corrió con apresuramiento cerca del Gran Sacerdote, y le dijo:
José, en quien has puesto toda tu confianza, ha pecado gravemente contra
la ley. Y el Gran Sacerdote lo interrogó: ¿En qué ha pecado? Y el escriba
respondió: Ha mancillado y consumado a hurtadillas matrimonio con la
virgen que recibió del templo del Señor, sin hacerlo conocer a los hijos
de Israel. Y el Gran Sacerdote exclamó: ¿José ha hecho eso? Y el escriba
Anás dijo: Envía servidores, y comprobarás que la joven se halla encinta.
Y los servidores partieron, y encontraron a la doncella como había dicho
el escriba, y condujeron a María y a José para ser juzgados.
3.
Y el Gran Sacerdote prorrumpió, lamentándose: ¿Por qué has hecho
esto, María? ¿Por qué has envilecido tu alma, y te has olvidado del Señor
tu Dios? Tú, que has sido educada en el Santo de los Santos, que has
recibido tu alimento de manos de un ángel, que has oído los himnos
sagrados, y que has danzado delante del Señor, ¿por qué has hecho esto?
Pero ella lloró amargamente, y dijo: Por la vida del Señor mi Dios, estoy
pura, y no conozco varón.
4.
Y el Gran Sacerdote dijo a José: ¿Por qué has hecho esto? Y José
dijo: Por la vida del Señor mi Dios, me hallo libre de todo comercio con
ella. Y el Gran Sacerdote insistió: ¡No rindas falso testimonio, confiesa
la verdad! Tú has consumado a hurtadillas el matrimonio con ella, sin
revelarlo a los hijos de Israel, y no has inclinado tu frente bajo la mano
del Todopoderoso, a fin de que tu raza sea bendita. Y José se calló.
La prueba del agua
XVI
1.
Y el Gran Sacerdote dijo: Devuelve a esta virgen que has recibido
del templo del Señor. Y José lloraba abundantemente. Y el Gran Sacerdote
dijo: Os haré beber el agua de prueba del Señor, y Él hará aparecer
vuestro pecado a vuestros ojos.
2.
Y, habiendo tomado el agua del Señor, el Gran Sacerdote dio a beber
a José, y lo envió a la montaña, y éste volvió sano. Y dio asimismo de
beber a María, y volvió también de ésta indemne. Y todo el pueblo quedó
admirado de que pecado alguno se hubiera revelado en ellos.
3.
Y el Gran Sacerdote dijo: Puesto que el Señor Dios no ha hecho
aparecer la falta de que se os acusa, yo tampoco quiero condenaros. Y los
dejó marchar absueltos. Y José acompañó a María, y volvió con ella a su
casa, lleno de júbilo y glorificando al Dios de Israel.
Visión de los dos pueblos
XVII
1.
Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba se
empadronasen todos los habitantes de Bethlehem de Judea. Y José dijo: Voy
a inscribir a mis hijos. Pero ¿qué haré con esta muchacha? ¿Cómo la
inscribiré? ¿Como mi esposa? Me avergonzaría de ello. ¿Como mi hija? Pero
todos los hijos de Israel saben que no lo es. El día del Señor será como
quiera el Señor.
2.
Y ensilló su burra, y puso sobre ella a María, y su hijo llevaba la
bestia por el ronzal, y él los seguía. Y, habiendo caminado tres millas,
José se volvió hacia María, y la vio triste, y dijo entre sí de esta
manera: Sin duda el fruto que lleva en su vientre la hace sufrir. Y por
segunda vez se volvió hacia la joven, y vio que reía, y le preguntó: ¿Qué
tienes, María, que encuentro tu rostro tan pronto entristecido como
sonriente? Y ella contestó: Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno
que llora y se aflige estrepitosamente, y otro que se regocija y salta de
júbilo.
3.
Y, llegados a mitad de camino, María dijo a José: Bájame de la
burra, porque lo que llevo dentro me abruma, al avanzar. Y él la bajó de
la burra, y le dijo: ¿Dónde podría llevarte, y resguardar tu pudor? Porque
este lugar está desierto.
Pausa en la naturaleza
XVIII
1. Y
encontró allí mismo una gruta, e hizo entrar en ella a María. Y, dejando a
sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una partera al país de Bethlehem.
2.
Y yo, José, avanzaba, y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba
mis miradas al aire, y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia
el cielo, y lo veía inmóvil, y los pájaros detenidos. Y las bajé hacia la
tierra, y vi una artesa, y obreros con las manos en ella, y los que
estaban amasando no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca no la
llevaban, sino que tenían los ojos puestos en la altura. Y unos carneros
conducidos a pastar no marchaban, sino que permanecían quietos, y el
pastor levantaba la mano para pegarles con su vara, y la mano quedaba
suspensa en el vacío. Y contemplaba la corriente del río, y las bocas de
los cabritos se mantenían a ras de agua y sin beber. Y, en un instante,
todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso.
El hijo de María, en la gruta
XIX
1.
Y he aquí que una mujer descendió de la montaña, y me preguntó:
¿Dónde vas? Y yo repuse: En busca de una partera judía. Y ella me
interrogó: ¿Eres de la raza de Israel? Y yo le contesté: Sí. Y ella
replicó: ¿Quién es la mujer que pare en la gruta? Y yo le dije: Es mi
desposada. Y ella me dijo: ¿No es tu esposa? Y yo le dije: Es María,
educada en el templo del Señor, y que se me dio por mujer, pero sin serlo,
pues ha concebido del Espíritu Santo. Y la partera le dijo: ¿Es verdad lo
que me cuentas? Y José le dijo: Ven a verlo. Y la partera siguió.
2.
Y llegaron al lugar en que estaba la gruta, y he aquí que
una nube luminosa la cubría. Y la partera exclamó: Mi alma ha sido
exaltada en este día, porque mis ojos han visto prodigios anunciadores de
que un Salvador le ha nacido a Israel. Y la nube se retiró en seguida de
la gruta, y apareció en ella una luz tan grande, que nuestros ojos no
podían soportarla. Y esta luz disminuyó poco a poco, hasta que el niño
apareció, y tomó el pecho de su madre María. Y la partera exclamó: Gran
día es hoy para mí, porque he visto un espectáculo nuevo.
3.
Y la partera salió de la gruta, y encontró a Salomé, y le dijo:
Salomé, Salomé, voy a contarte la maravilla extraordinaria, presenciada
por mí, de una virgen que ha parido de un modo contrario a la naturaleza.
Y Salomé repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que, si no pongo mi dedo
en su vientre, y lo escruto, no creeré que una virgen haya parido.
Imprudencia de Salomé
XX
1.Y la comadrona
entró, y dijo a María: Disponte a dejar que ésta haga algo contigo, porque
no es un debate insignificante el que ambas hemos entablado a cuenta tuya.
Y Salomé, firme en verificar su comprobación, puso su dedo en el vientre
de María, después de lo cual lanzó un alarido, exclamando: Castigada es mi
incredulidad impía, porque he tentado al Dios viviente, y he aquí que mi
mano es consumida por el fuego, y de mí se separa.
2.
Y se arrodilló ante el Señor, diciendo: ¡Oh Dios de mis padres,
acuérdate de que pertenezco a la raza de Abraham, de Isaac y de Jacob! No
me des en espectáculo a los hijos de Israel, y devuélveme a mis pobres,
porque bien sabes, Señor, que en tu nombre les prestaba mis cuidados, y
que mi salario lo recibía de ti.
3.
Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciendo: Salomé,
Salomé, el Señor ha atendido tu súplica. Aproxímate al niño, tómalo en tus
brazos, y él será para ti salud y alegría.
4.
Y Salomé se acercó al recién nacido, y lo incorporó, diciendo:
Quiero prosternarme ante él, porque un gran rey ha nacido para Israel. E
inmediatamente fue curada, y salió justificada de la gruta. Y se dejó oír
una voz, que decía: Salomé, Salomé, no publiques los prodigios que has
visto, antes de que el niño haya entrado en Jerusalén.
Visita de los magos
XXI
1.
Y he aquí que José se dispuso a ir a Judea. Y se produjo un gran
tumulto en Bethlehem, por haber llegado allí unos magos, diciendo: ¿Dónde
está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto
en el Oriente, y venimos a adorarlo.
2.
Y Herodes, sabedor de esto, quedó turbado, y envió mensajeros cerca
de los magos, y convocó a los príncipes de los sacerdotes, y los
interrogó, diciendo: ¿Qué está escrito del Cristo? ¿Dónde debe nacer? Y
ellos contestaron: En Bethlehem de Judea, porque así está escrito. Y él
los despidió. E interrogó a los magos, diciendo: ¿Qué signo habéis visto
con relación al rey recién nacido? Y los magos respondieron: Hemos visto
que su estrella, extremadamente grande, brillaba con gran fulgor entre las
demás estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto de hacerlas invisibles
con su luz. Y hemos reconocido por tal señal que un rey había nacido para
Israel, y hemos venido a adorarlo. Y Herodes dijo: Id a buscarlo, y, si lo
encontráis, dadme aviso de ello, a fin de que vaya yo también, y lo adore.
3.
Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que habían visto en
Oriente los precedió hasta que llegaron a la gruta, y se detuvo por encima
de la entrada de ésta. Y los magos vieron al niño con su madre María, y
sacaron de sus bagajes presentes de oro, de incienso y de mirra.
4.
Y, advertidos por el ángel de que no volviesen a Judea, regresaron
a su país por otra ruta.
Furor de Herodes
XXII
1.
Al darse cuenta de que los magos lo habían engañado, Herodes montó
en cólera, y despachó sicarios, a quienes dijo: Matad a todos los niños de
dos años para abajo.
2.
Y María, al enterarse de que había comenzado el degüello de los
niños, se espantó, tomó al suyo, lo envolvió en pañales, y lo depositó en
un pesebre de bueyes.
3.
Isabel, noticiosa de que se buscaba a Juan, lo agarró, ganó la
montaña, miró en torno suyo, para ver dónde podría ocultarlo, y no
encontró lugar de refugio. Y, gimiendo, clamó a gran voz: Montaña de Dios,
recibe a una madre con su hijo. Porque le era imposible subir a ella. Pero
la montaña se abrió, y la recibió. Y había allí una gran luz, que los
esclarecía, y un ángel del Señor estaba con ellos, y los guardaba.
Muerte de Zacarías
XXIII
1.
Y Herodes buscaba a Juan, y envió sus servidores a Zacarías,
diciendo: ¿Dónde has escondido a tu hijo? Y él repuso: Soy servidor de
Dios, permanezco constantemente en el templo del Señor, e ignoro dónde mi
hijo está.
2.
Y los servidores se marcharon del templo, y anunciaron todo esto a
Herodes. Y Herodes, irritado, dijo: Su hijo debe un día reinar sobre
Israel. Y los envió de nuevo a Zacarías, ordenando: Di la verdad. ¿Dónde
se halla tu hijo? Porque bien sabes que tu sangre se encuentra bajo mi
mano. Y los servidores partieron, y refirieron todo esto a Zacarias.
3.
Y éste exclamó: Mártir seré de Dios, si viertes mi sangre. Y el
Omnipotente recibirá mi espíritu, porque sangre inocente es la que quieres
derramar en el vestíbulo del templo del Señor. Y, a punto de amanecer,
Zacarías fue muerto, y los hijos de Israel ignoraban que lo hubiese sido.
Nombramiento de nuevo Gran Sacerdote
XXIV
1.
Pero los sacerdotes fueron al templo, a la hora de la salutación, y
Zacarías no fue en su busca, para bendecirlos, según costumbre. Y se
detuvieron, esperando a Zacarías, para saludarlo, y para celebrar al
Altísimo.
2.
Y, como tardaba, se sintieron poseídos de temor. Y uno de ellos, más
audaz, penetró en el templo, y vio cerca del altar sangre coagulada, y oyó
una voz que decía: Zacarías ha sido asesinado, y su sangre no desaparecerá
de aquí hasta que llegue su vengador. Y, al escuchar estas palabras, quedó
espantado, y salió, y llevó la nueva a los sacerdotes.
3.
Y éstos, atreviéndose, al fin, a entrar, vieron lo que había
sucedido, y los artesonados del templo gimieron, y ellos mismos rasgaron
sus vestiduras de alto abajo. Y no encontraron el cuerpo de Zacarías, sino
sólo su sangre, maciza como una piedra. Y salieron llenos de pánico, y
anunciaron a todo el pueblo que se había dado muerte a Zacarías. Y todas
las tribus del pueblo lo supieron, y lo lloraron, y se lamentaron durante
tres días y tres noches.
4.
Y, después de estos tres días, los sacerdotes deliberaron para
saber a quién pondrían en lugar de Zacarías, y la suerte recayó sobre
Simeón, el mismo que había sido advertido por el Espíritu Santo de que no
moriría sin haber visto al Cristo encarnado.
Conclusión
XXV
1.
Y yo, Jacobo, que he escrito esta historia, me retiré al desierto,
cuando sobrevinieron en Jerusalén disturbios con motivo de la muerte de
Herodes.
2.
Y, hasta que se apaciguó la agitación en Jerusalén, en el desierto
permanecí, glorificando al Dios Omnipotente, que me ha concedido favor e
inteligencia suficientes para escribir esta historia.
3.
Sea la gracia con los que temen a Nuestro Señor Jesucristo, a
quien corresponde la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios
Apócrifos, por Edmundo González Blanco
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