(Fragmento
copto berolinense)
128
El primer día de la
semana, el domingo se reunió mucha gente y llevaron a Pedro una gran
multitud de enfermos para que los curara. Pero uno de entre los presentes
tuvo el valor de decirle: —Pedro: ante nuestros ojos has hecho que
muchos ciegos vean, muchos sordos oigan, que los lisiados anden, y has
ayudado a los débiles otorgándoles fuerza. ¿Por qué motivo no has
socorrido a tu hija, doncella, que se ha hecho una bella mujer y que ha
creído en el nombre del Señor? 129 Uno de sus costados se halla
totalmente paralizado y yace tendida en un rincón, impedida. Podemos ver
a los que has curado, pero no te has cuidado de tu propia hija.
Mas
Pedro sonrió y le dijo: —Hijo mío: Dios solamente sabe por qué razón
su cuerpo está enfermo. Sábete, pues, que Él no es débil o impotente
para otorgar este don a mi hija.
Mas
para persuadirlo en su ánimo y para que los presentes se robustecieran en
la fe, 130 miró a su hija y le dijo: —Levántate de ese lugar
sin que nadie te ayude salvo Jesús sólo; camina ya sana, delante de
todos éstos y ven hacia mí.
Ella
se levantó y fue hacia él. La muchedumbre se alegró por lo que había
ocurrido. Pedro les dijo: —Ahora vuestro corazón está convencido de
que Dios no es impotente respecto a cualquier cosa que le pidamos.
Entonces
se alegraron aun más y alabaron a Dios. Pedro dijo así a su hija: —131
Vuelve a tu sitio, siéntate y quede de nuevo contigo tu enfermedad,
pues esto es útil para ti y para mí.
La
joven se volvió, se sentó en su lugar y quedó como antes. Toda la
muchedumbre se puso a llorar y suplicó a Pedro que la (volviera) a curar.
Les dijo Pedro: —¡Por la vida del Señor, que esto es útil para ella y
para mí!. Pues en el día en el que nació tuve una visión en la que Él
me decía: «Pedro, hoy ha nacido para ti una gran 132 tentación.
Tu hija causará daño a muchas almas si su cuerpo permanece sano». Mas
yo pensaba que la visión se mofaba de mí. Cuando la muchacha tuvo diez años,
muchos sufrueron escándalo por su causa. Un gran hacendado, Ptolomeo de
nombre, que la había visto bañarse a la muchacha y a su madre, envió
por ella con la intención de hacerla su esposa. Pero su madre no quiso.
Ptolomeo insistió y no pudo esperar [...]
(Laguna
de un folio; pp. 133-134)
135
[...] (los siervos) de
Ptolomeo trajeron a la muchacha, la dejaron delante de la puerta de la
casa y se fueron. Cuando caímos en cuenta, su madre y yo bajamos,
descubrimos a la muchacha y que todo un costado de su cuerpo, desde los
pies a la cabeza, se había quedado paralizado y enjuto. La recogimos y
alabamos al Señor que había librado a su sierva de esa mancha, de la
vergüenza y de [...]. Éste es el motivo por el que la muchacha (ha
quedado) así hasta el día de hoy.
Ahora
es conveniente para vosotros que conozcáis el final de Ptolomeo. 136 Se
encerró en sí mismo y se lamentaba día y noche por lo que había
ocurrido, y a causa de las muchas lágrimas que derramó quedó ciego. Tomó
la decisión de levantarse y ahorcarse, mas he aquí que a la hora nona de
aquel día, cuando se encontraba solo en su dormitorio, vio una gran luz
que iluminaba toda la casa y oyó una voz que le decía: 137 «Ptolomeo:
los vasos de Dios no han sido dados para la ruina y la corrupción. Era
necesario que tú, que has creído en mí, no profanaras a mi doncella, en
la que deberías ver una hermana, pues yo soy para vosotros dos un solo
Espíritu. Levántate, sin embargo, y vete deprisa a casa de Pedro, el apóstol.
Allí verás mi gloria, y él te aclarará este asunto».
Ptolomeo
no se descuidó un momento, y ordenó a sus hombres que le 138 mostraran
el camino y que lo llevaran hasta mí. Cuando estuvo en mi presencia contó
lo que le había ocurrido por el poder de Jesucristo, nuestro Señor.
Entonces comenzó a ver con los ojos de su cuerpo y de su alma, y
muchos pusieron su esperanza en Cristo. Él les causó un bien procurándoles
graciosamente el don de Dios.
Luego
murió Ptolomeo; abandonó la vida y se fue hacia su Señor. 139 Y
cuando dispuso su testamento, inscribió en él un lote de tierra a nombre
de mi hija, ya que por su medio había creído en Dios y obtenido la
curación. Yo, a quien había confiado la administración, ejecuté todo
diligentemente. Vendí el campo [...] y Dios solo sabe que yo ni mi hija
[...]. Vendí el campo, y del producto no me he quedado con nada, sino que
todo lo he repartido entre los pobres.
Sábete,
pues, ¡oh servidor de Jesucristo!, que Dios 140 gobierna a los
suyos y prepara a cada uno lo que le es bueno, aunque pensemos que se ha
olvidado de nosotros. Ahora, pues, hermanos, hagamos penitencia, vigilemos
y oremos, y la bondad de Dios dirigirá sus ojos sobre nosotros, mientras
por nuestra parte ponemos en ella nuestra esperanza.
Pedro
pronunció estas palabras, y alabando el nombre 141 del Señor
Cristo, distribuyó a todos el pan. Cuando lo hubo repartido, se levantó
y entró en su casa.
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