(Paradosis)
I.
Llegó a Roma la carta y fue leída al César en presencia de no pocas
personas. Y todas quedaron atónitas al oír que, a causa del delito de
Pilato, las tinieblas y el terremoto habían afectado a toda la tierra. Y,
montando el César en cólera, envió soldados y ordenó que llevaran
preso a Pilato.
II.
Conducido que fue a Roma y enterado el César de que había llegado, se
sentó éste en el templo de los dioses a la cabeza del senado, acompañado
de todo el elemento militar y de la multitud que integraba sus fuerzas.
Entonces dio órdenes de que avanzara delante de Pilato y quedara de pie.
Y a continuación le dijo: «¿Por qué has tenido la osadía de hacer
tales cosas, monstruo de impiedad, después de haber visto prodigios como
los que hacía aquel hombre? Por atreverte a cometer tal villanía, has
acarreado la ruina a todo el universo».
III.
Mas Pilato replicó: «¡Oh emperador!, yo no soy culpable de esto; los
incitadores y responsables son la turba de los judíos». César dijo:
«¿Y quiénes son éstos?» Respondió Pilato: «Herodes, Arquelao,
Filipo, Anás, Caifás y toda la turba de los judíos». Repuso César:
«¿Y por qué secundaste tú el propósito de aquéllos?» Dijo Pilato:
«Su nación es levantisca e insumisa; no se somete a tu imperio». A lo
que replicó César: «Nada más entregártelo debiste ponerlo a buen
seguro y enviármelo a mí y no dejarte persuadir por ellos a crucificar a
un personaje como éste, que era justo y que hacía prodigios tan buenos
como hacías constar en tu relación. Pues señales como éstas bien daban
a conocer que Jesús era el Cristo, el rey de los judíos».
IV.
Y nada más decir esto César, cuando mencionóel nombre de Cristo, toda
la caterva de dioses se desplomó y quedó reducida a una especie de
polvareda que ocupó el recinto en que estaba sentado el César acompañado
del senado. Y todo el pueblo que estaba en presencia del César, quedó
todo amedrentado al oír pronunciar el nombre y ante la caída de aquellos
dioses, y, sobrecogidos de temor, se fue cada cual a su casa, llenos de
admiración por lo ocurrido. Entonces mandó el César que Pilato fuera
sometido a una segura vigilancia, de manera que él pudiera conocer la
verdad de lo que concernía a Jesús.
V.
Al día siguiente se sentó César en el Capitolio juntamente con el
senado en pleno y se propuso de nuevo interrogar a Pilato. Dijo, pues, el
César: «Di la verdad, monstruo de impiedad, pues, por la acción impía
que llevaste a cabo contra Jesús, tu mala conducta ha venido a ponerse
aquí de manifiesto por el hecho de que los dioses se hayan desplomado.
Dime, pues, ¿quién es aquel crucificado, ya que su nombre ha traído la
perdición incluso de todos los dioses?» Pilato respondió: «Efectivamente,
lo que de Él se menciona es verdadero; yo mismo, al ver sus obras, llegué
a persudirme de que aquel personaje era de mayor categoría que todos los
dioses que nosotros veneramos». Preguntó entonces el César: «¿Cómo,
pues, tuviste la osadía de hacer aquello contra Él, conociéndole como
le conocías? ¿O es que maquinabas algún mal contra mi imperio?» Mas
Pilato respondió: «Hice esto por la iniquidad y la sublevación de estos
judíos si ley y sin Dios».
VI.
Encolerizado entonces el César, se puso a deliberar con todo el senado y
su ejército. Y mandó escribir un edicto contra los judíos concebido en
estos términos: «A Liciano, gobernador de la provincia oriental, salud.
He venido en conocimiento del hecho atrevido e ilegal que ha tenido lugar
en nuestros tiempos por parte de los judíos que habitan en Jerusalén y
las ciudades circunscritas, hasta el punto de que han obligado a Pilato a
crucificar a cierto Dios llamado Jesús, crimen tan horrendo, que por él
el universo, entenebrecido, iba a ser arrastrado a la ruina. Haz, pues, ánimo
de presentarte a ellos con todoa tu premura, bien pertrechado de fuerzas,
y declara la esclavitud por el presente edicto. Sé obediente a la
consigna de atacarles y desparramarles por el mundo; redúcelos a
servidumbre en todas las naciones y, después de expulsar de toda la Judea
hasta la reliquia más insignificante de su raza, haz que no aparezca ni
esto siquiera, llenos como están de maldad».
VII.
Llegando este edicto al Oriente, Liciano obedeció al tenor terrible de la
orden y dio al exterminio a la nación entera de los judíos; y a los que
quedaron en Judea les echó a la diáspora de las naciones para ser
esclavos, de manera que llegó a conocimiento del César lo que había
hecho Liciano contra los judíos en Oriente, y le agradó.
VIII.
Y el César se dispuso de nuevo a juzgar a Pilato. Luego mandó a un jefe
llamado Albio que le cortara la cabeza, diciendo: «De la misma manera que
éste levantó su mano contra aquel hombre justo llamado Cristo, de manera
semejante caerá éste también sin remisión».
IX.
Mas Pilato, cuando hubo llegado al lugar señalado, se puso a orar en
silencio de esta manera: «Señor, no me pierdas en compañía de los
perversos hebreos, pues yo no hubiera levantado mi mano contra ti si no
hubiera sido por el pueblo de los inicuos judíos, pues se rebelaron
contra mí; pero tú sabes que obré sin saber. Así, pues, no me pierdas
por este pecado, sino sé benigno conmigo, ¡oh Señor!, y con tu sierva
Procla, que está a mi lado en esta hora de mi muerte, a quien te dignaste
designar como profetisa de tu futura crucifixión. No condenes también a
ésta por mi pecado, sino perdónanos y cuéntanos entre la porción de
tus escogidos».
X.
Y he aquí que, depués de terminar Pilato su oración, vino una voz del
cielo que decía: «Bienaventurado te llamarán las generaciones y patrias
de las gentes, porque en tu tiempo se cumplieron todas estas cosas que habían
sido dichas por los profetas acerca de mí; y tú has de aparecer como
testigo en mi segunda venida, cuando vaya a juzgar a las doce tribus de
Israel y a los que no han confesado mi nombre». Y sacudió el prefecto la
cabeza de Pilato, y he aquí que un ángel del Señor la recibió. Y al
ver Procla, su mujer, al ángel que venía para recibir la cabeza de él,
rebosante de alegría, entregó también su espíritu al instante y fue
sepultada juntamente con su marido.
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