viernes, 11 de abril de 2014

Barroco Arte.

La palabra «barroco» sirvió originariamente para caracterizar y rechazar una forma de arte que era percibida como exagerada y extravagante. Pero la ciencia llamó así a un estilo que nació en el s. xvi del renacimiento italiano, se propagó desde Italia por toda Europa y sus colonias, y se extinguió hacia fines del s. xvIII. Su comienzo y su final son muy distintos en los diversos países; así, p. ej., la cultura del b. no pudo desarrollarse plenamente al norte de los Alpes hasta después de 1650, año en que acabaron o por lo menos se localizaron las grandes guerras y, sobre todo, hasta que en 1683 los turcos sufrieron una derrota decisiva. Al principio, la expresión «barroco» se aplicó más al arte de los pueblos románicos y católicos. Sin embargo, si es cierto que el b. encontró en los pueblos católicos su más rico desarrollo, también para el mundo protestante vino a ser la forma del tiempo. Hoy se entiende por b. toda la cultura occidental de los s. xvii y xvIII. La cultura del b. es la última gran cultura social nacida del cristianismo. Los impulsos decisivos los recibió de la -> reforma y contrarreforma católica, en la que se refleja la conciencia de sí misma que recupera la Iglesia católica. Ya en medio de la crisis que supuso la -> reforma protestante, la Iglesia se creó por medio del concilio de Trento (que fijó las más importantes doctrinas de la fe y dio los necesarios decretos de reforma) el firme fundamento de su renovación religiosa y poderoso florecimiento. Dondequiera revivía de nuevo la antigua Iglesia desde fines del s. xvi, revestíase del ostentoso atuendo del b., aunque variándolo según las características nacionales y regionales. Política y socialmente, la cultura del b. tiene como presupuesto la sociedad cortesana y aristocrática, rigurosamente dividida en estamentos, de la era del absolutismo, cuya cima era el soberano absoluto «por la gracia de Dios». Sin embargo, está profundamente arraigada en el pueblo. Su fin vino con el triunfo de la ilustración, a la sombra de la --> revolución francesa.
El nuevo sentimiento estilístico y vital halló en los dominios del arte su expresión más impresionante. Este sentimiento estaba caracterizado por una nueva experiencia de Dios, de su infinitud y de su libertad sin límites, pero también de su soberana bondad y del amor con que redime a los hombres. El hombre halló ahora de nuevo tras el cansado y a menudo desesperanzado talante de la baja -> edad media y de la enorme conmoción de la época de la reforma protestante, la confianza en Dios y en sí mismo. Se abrió camino una nueva dinámica victoriosa, potente e impresionante. En la transformación barroca de Roma, los pontificados de Sixto v (1585-1590) y de Urbano viii (1623-44) representaron una grandiosa cima. También los jesuitas, la orden más importante de esta época, se hicieron muy pronto propagadores del nuevo sentido estilístico y de las nuevas formas de la vida religiosa. De Roma partieron nuevos impulsos hacia el Norte y el Oeste. En arte, los centros más importantes -después de Roma- fueron París (bajo el «rey sol», Luis xiv, en Versalles) y Viena (después de la derrota de los turcos en 1683). No sólo se levantaron palacios gigantescos, rayanos con frecuencia en lo utópico, de príncipes seculares y eclesiásticos, sino también poderosas instalaciones monásticas e incontables iglesias, con un afán constructivo que en muchos casos llegaba a ser pasión. La arquitectura va a la cabeza y a su servicio se ponen, como nunca antes, la pintura y la escultura. Ya no basta la concepción, racionalmente clara y equilibrada, de la forma del renacimiento, como tampoco su armónica quietud en lo visible, comprensible y claramente delimitado. Cierto que se conservan las formas particulares del renacimiento; pero, por una parte, se subliman con formas poderosas y patéticamente movidas hasta lo colosal y dramático (theatrum sacrum) y, por otra, se transfiguran en lo pintoresco. También la música pasa por un período de florecimiento, en que, durante la época propiamente barroca, va a la cabeza el mundo protestante (Juan Sebastián Bach, Jorge Fed. Hándel), terminando en el clasicismo vienés (Mozart, Haydn, Beethoven). En las iglesias barrocas se abre ya una aurora del cielo al hombre doliente pero en principio redimido ya (junto con toda la creación). En medio de todo el poder y magnificencia de la Iglesia, expresados del modo más gráfico, se pone de manifiesto al observador atento la profunda piedad de una época que estaba por igual familiarizada con la representación principesca y con la majestad de la muerte. Las iglesias católicas del b. y del maravillosamente espiritualizado rococó eclesiástico (cuya verdadera patria es solamente el sur de Alemania) son, por decirlo así, la representación, en el idioma del arte, de la gloria del hombre redimido. Toda la historia de la salvación, desde la creación y el pecado original, pasando por la redención, hasta el juicio final y la gloria, pero sobre todo la gran «comunión de los santos», se hacen allí accesibles a los sentidos.
Lo mismo que en el arte, la época del b. buscaba en todos los órdenes la exteriorización y representación. Fue una era que se pasó en espectáculos y fiestas. El teatro moral religioso fue fervorosamente cultivado sobre todo en los numerosos colegios de jesuitas. Magníficas procesiones con muchas imágenes y con representaciones vivas, peregrinaciones y hermandades (siguiendo a menudo el orden de estamentos) tuvieron un nuevo esplendor, que continuó en parte las formas de piedad de la baja edad media, y en muchos casos las superó ampliamente. Las fiestas de la Iglesia y de los santos fueron celebradas con la mayor solemnidad. En las múltiples y, riquísimas formas de la piedad barroca, lo mismo en la liturgia que en los anchos dominios de la piedad popular, se pone de manifiesto una poderosa vitalidad religiosa. El cristocentrismo fundamental se mostró en la devoción eucarística, amorosamente cultivada, en el culto floreciente del corazón de jesús, ea la piedad mística, en los numerosos calvarios y en la devoción del vía crucis, que hizo por entonces su entrada en las iglesias. Se fomentó la predicación, aunque con frecuencia no pasaba de la exhortación moral y del ejemplo impresionante, sin penetrar propiamente en el espíritu de la sagrada Escritura. En cambio, lo mismo en la instrucción religiosa que en todas las formas de piedad litúrgica y extralitúrgica, las verdades centrales del cristianismo quedaron en muchos casos recubiertas por un exuberante follaje piadoso, no siempre libre de superstición. Aquí inició la ilustración católica su obra de limpieza y simplificación, obra ciertamente necesaria, pero a menudo poco inspirada y feliz. Con todo el gran patetismo de aquella época, amenazaba constantemente el peligro de una exaltación o un entusiasmo inauténtico, de una excesiva sensiblería subjetiva, de una plasticidad demasiado burda y, con ello, el de la mera exterioridad religiosa.
Testimonio del gran auge de la nueva vitalidad de la Iglesia son las importantes realizaciones de la teología (--> escolástica del b.; las grandes colecciones y ediciones críticas en todas las disciplinas). Las cuestiones que seguían abiertas desde la reforma protestante, sobre la gracia, la libertad y la predestinación, revivieron una y otra vez, y condujeron a graves y duraderas polémicas en la Iglesia (la disputa de auxiliis, la lucha en torno a los sistemas morales, el jansenismo). Junto con el -> jansenismo, conmovieron gravemente a la Iglesia en todos los países sobre todo el --> galicanismo y fenómenos análogos en las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Fueron muy florecientes en esta época las misiones católicas, las cuales, dirigidas (desde 1622) por la congregación romana De propaganda fide y sostenidas por las grandes órdenes religiosas, se extendieron por todo el mundo. Pero las rivalidades entre las varias órdenes, la larga disputa sobre la acomodación y los ritos y la supresión de los jesuitas, trajeron retrocesos mediado el s. xvIII.
Al lado de las poderosas, realizaciones, no deben tampoco pasarse por alto las sombras. La Iglesia no sufrió solamente por las tensiones y disputas internas ya mentadas. Las ciencias eclesiásticas no atendieron bastante al siempre creciente acervo de datos que reunían las ciencias experimentales y no pudieron ya dominarlo con aliento creador. Languideció la fuerza para crear una auténtica síntesis convincente, comparable a la lograda en su tiempo por la alta -> escolástica. El moderno proceso de secularización, el descenso de la influencia cristiana prosiguió lentamente, y avanzó con rapidez en el s. xviiz. La evolución alcanzó su punto culminante con la ilustración. La sima entre la fe y la ciencia se ensanchó inconteniblemente y pareció de momento insuperable. La Iglesia vivió a menudo al margen de la gran miseria social de las clases inferiores, sobre todo en el sur de Europa y en América Latina, aunque no faltaron quienes dieron la voz de alarma. Con el avance de la ilustración fue cambiando insensiblemente, desde 1700, la concepción del mundo y de la vida. En lugar de la ilusión de espacios inmensos, los hombres pedían ahora órdenes de claras perspectivas; en lugar de entusiasmo sentimental, exigían claridad y sobriedad racional; en lugar de magnificencia celeste y terrena, reclamaban ayuda y utilidad en el diario quehacer humano. A los hombres de la -> ilustración se les hicieron demasiado pesados y complicados los suntuosos vestidos de la época barroca. Así, la ilustración vino a ser uno de los grandes ensayos de aligeramiento o descarga de la historia espiritual de occidente. Frente a un lastre histórico que se había hecho demasiado grueso y pesado, la ilustración retornó a algo primigenio, anterior a la historia: al hombre como ser racional. La mística luz celeste del b. fue substituida en la «era de la crítica» (Kant) por la luz de la naturaleza y de la razón.
Georg Schwaiger

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