viernes, 11 de abril de 2014

Bautismo de deseo.

I. Visión histórica

En la Escritura al lado de las afirmaciones que expresan la necesidad del bautismo para salvarse hay otras que acentúan solamente la fuerza justificante de la --> fe (p. ej., Rom 3, 22). La teología de los padres no tuvo siempre en cuenta esta polaridad de las afirmaciones de la Escritura. La doctrina de la necesidad del bautismo para salvarse pasó muy a primer plano. Sin embargo, en Ambrosio (De obitu Valentiniani consolatio 51: PL 16, 1374), en Tertuliano (De baptismo 18ss: PL 1, 1224), en Cipriano (carta 73, 22: PL 3, 1124), en Cirilo de Jerusalén (Catequesis 13, 30s: PG 33, 809s), en Juan Crisóstomo (In Gn. hom. vil, 4: PG 54, 613), y en Agustín (De baptismo contra Donatistas iv, 22, 25: PL 41, 173s; cf. también las citas de Agustín y de Ambrosio en la carta de Inocencio ii a Eusebio de Cremona: Dz 388) se encuentran afirmaciones sobre el b. de deseo.
Fue el instrumento teológico de la edad media el que hizo posible la reflexión sistemática acerca de cómo el hombre que no ha recibido el sacramento del bautismo puede participar de la comunión con Dios por la gracia. Ya Bernardo de Claraval (Ep. 77, 2) y Hugo de San Víctor (De sacr. ir, 6, 7 ), entre otros, enseñaron que, si bien los sacramentos son los medios ordinarios de la gracia, sin embargo, la misma disposición perfecta para recibirlos, creada por la fe y el amor, confiere al hombre la -> justificación.
Puesto que esa disposición está ordenada al -> sacramento como un «deseo del mismo», la justificación que precede a su recepción fue considerada como una especie de anticipación de la gracia sacramental. Con relación al bautismo esta doctrina pronto se hizo común y, más tarde, también fue aceptada por el concilio de Trento (Dz 797). La clase de disposición que es necesaria para adquirir los efectos del bautismo (sin bautismo), fue un punto de especial discusión entre los teólogos medievales. Una teoría muy extendida -defendida también por Tomás de Aquino - decía que antes de la venida de Cristo era suficiente creer en Dios y en su providencia gratuita respecto a la humanidad. Esta fe era considerada como una -> fe implícita en el Cristo futuro. Pero. después de la venida de Cristo, según Tomás de Aquino, es necesaria la aceptación explícita del mensaje cristiano. Ésta fue también su opinión en la discusión sobre la universal -> voluntad salvífica de Dios (en -> salvación).
En la edad media era creencia universal que, en líneas generales, el evangelio ya había sido proclamado en todas las partes del mundo y que los infieles, reducidos ya a un número relativamente pequeño, vivían al margen de la civilización. Sin embargo, a raíz del descubrimiento de América y del lejano Oriente se hizo más urgente la cuestión de la salvación de estos grupos de hombres. Muchos teólogos opinaban que los pueblos de más allá de los mares, que jamás habían oído el mensaje de la salvación en jesucristo, estaban en la misma situación salvífica que la humanidad antes de la encarnación de Cristo. Y, por tanto, que su fe en un Dios que gobierna el universo con misericordia y justicia, equivalía a la aceptación implícita del evangelio cristiano y debía imputárseles como bautismo de deseo.
Estas reflexiones acerca de cómo Dios se pone en contacto con los hombres fuera del ámbito de la acción cristiana tuvieron como punto de partida la idea de que Cristo es el único mediador de la salvación y de que su gracia toca el corazón de cada hombre de tal modo que él deba responder a su invitación.
Esa idea general del bautismo de deseo fue confirmada formalmente por la Iglesia en la carta de Pío xii al cardenal Cushing de Boston en el año 1949 (DS 3869 hasta 3872). Esta carta explica el significado de la fórmula dogmática «fuera de la Iglesia no hay salvación» en los siguientes términos: En ciertas circunstancias, que están especificadas, basta para salvarse un voto implícito del bautismo - y, con ello, de la Iglesia-, por cuanto este deseo está inspirado por la fe sobrenatural y soportado por el amor de Dios, o, dicho de otro modo, por cuanto este deseo es la obra de Dios mismo en el hombre.
El concilio Vaticano ir habla de la voluntad salvífica universal de Dios en relación con el hecho de la pertenencia a la Iglesia, concretamente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lúmen gentium» (Cap. ri art. 16): «Por fin los que todavía no recibieron el Evangelio están relacionados con el pueblo de Dios por varios motivos. En primer lugar, por cierto, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas y del que nació Cristo según la carne (cf. Rom 9, 4s)... Pero el designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el último día. Pero Dios no está tampoco lejos de aquellos otros que entre sombras y figuras buscan al Dios desconocido, puesto que todos reciben de él la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Act 17, 2528) y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (Cf. i Tim 2, 4). Quien sin culpa suya desconoce el evangelio y la Iglesia de Cristo, pero busca a Dios con corazón sincero y se afana por hacer realidad con la ayuda de la gracia la voluntad de Dios, reconocida en la voz de la conciencia, puede alcanzar la salvación eterna...» (cf. también ir, 9). Pero aquellos que han reconocido la necesidad de la Iglesia para salvarse, necesitan imprescindiblemente del b. como «puerta» de la Iglesia y, con ello, de la salvación (Ibid., art. 14; Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, cap. i, art. 7).
II. Reflexión sistemática
Puesto que actualmente vemos con toda evidencia que el pueblo de Dios de la antigua y la nueva alianza fue y es sólo una pequeña minoría dentro de la familia humana, hoy resulta mucho más urgente que en la época de los grandes descubrimientos reflexionar sobre el destino salvífico de la mayor parte de la humanidad. La elección del pueblo de Dios por medio de la gracia ¿significa que la acción salvífica de Dios no se realiza fuera de este pueblo más que raras veces y a modo de excepción? ¿No hay que suponer que Dios, habiendo revelado en Jesucristo su universal voluntad salvífica, lleva a cabo la salvación de los hombres tanto en la Iglesia (donde su acción es «reconocida») como fuera de ella (donde esta acción no es «reconocida» como tal)? La elección irrevocable que Dios hace de la humanidad en la --> encarnación, la eficacia universal del sacrificio de Cristo y su victoria definitiva sobre el -> pecado y la -> muerte significan que, con la venida de jesús, la humanidad entera ha entrado en una nueva situación salvífica. Ella ha recibido una ordenación objetiva a la forma de ser del Cristo resucitado, ordenación que se funda en la absolutamente libre voluntad reconciliadora de Dios. Por tanto con el concepto de b. de deseo se intenta hacer comprensible la posible existencia de una acción salvadora y santificadora de Dios en la humanidad fuera de los límites visibles de la Iglesia.
El único mediador de la gracia es -> Jesucristo. Una vez concluida la revelación visible con la muerte y resurrección de Jesús, esta gracia se nos transmite a través del Cristo pneumático en su -> Iglesia, la cual, debido a la encarnación de su Señor, es una realidad sacramental y visible, de modo que se edifica sobre la dimensión de la corporalidad. El b. nos introduce siempre en esta comunidad de la gracia que Cristo, como su centro, sustenta siempre a través de los --> sacramentos. A ese centro del misterio de la redención está ordenada la creación entera. Cristo, meta de la Iglesia y del universo, como «cabeza» de la creación actúa a través de la Iglesia y de su corporalidad incluso en aquellas partes del mundo que no pertenecen a la Iglesia visible y todavía no han sido alcanzadas explícitamente por ésta (cf. voluntad salvífica de Dios, en -> salvación, -> gracia, historia de la -> salvación). Ciertamente, esta acción salvífica se produce extrasacramentalmente (pues en ella no intervienen los sacramentos de la Iglesia visible) y, sin embargo, bajo algún aspecto también se produce « sacramentalmente», ya que Cristo es el protosacramento por excelencia y, además, dicha acción se halla ordenada precisamente a la Iglesia visible y sacramental, a la cual todos están llamados, por cuanto es la comunidad de los «últimos tiempos», en la que Cristo goza de una presencia misteriosa. Cristo es el representante de todo el linaje humano, el cual, por eso mismo, está ya fundamentalmente («objetivamente») justificado, aunque esta -> justificación deba ser aceptada y realizada personalmente por cada uno. En virtud de ese horizonte tan amplio de la redención, cualquier gracia que se le comunique al hombre (aun fuera de la Iglesia) es «sacramental». Y bajo la gracia está el que sigue la voz de su --> conciencia, en la cual se percibe la llamada de Dios; él se halla ordenado en su acción a la comunión en la gracia con la comunidad escatológica del pueblo de Dios. Su acción permite sospechar, por lo menos, un deseo implícito del b., una presencia de la gracia en el fondo de su ser, y, por consiguiente, una posibilidad de salvación, pues esto sólo puede proceder de Cristo y de su cuerpo místico, la Iglesia. En este sentido el b. de deseo puede ser considerado como una introducción «inicial» a una realidad que no aparece perfectamente más que en la Iglesia (Vaticano 77: De Eccl. 77, 14; A. GRILLMEIER, Kommentar xur Const. dogmatica de Ecclesia, 77, 14: LThK, Vat I, 200). Sobre la estructura teológica de esta fe implícita, cf. --> voluntad salvífica de Dios (en salvación) y preparación a la -> fe entre otros artículos.
Como ese bautismo de deseo es el camino de salvación de la mayoría de los hombres, conviene aclarar brevemente y de una manera psicológica en qué consiste la disposición interna para este camino de salvación. Puesto que Cristo es el único mediador, hay que suponer que el misterio de la justificación y santificación de los no cristianos se identifica fundamentalmente con la justificación y santificación de los cristianos por la -> fe, la -> esperanza y el -> amor. Cuando un hombre encuentra la libertad interna de renunciar a su egoísmo y a su egocentrismo, y se entrega desinteresadamente a los demás, todo lo que le sucede puede ser calificado de un morir a sí mismo y resucitar a una nueva vida. Un hombre así está liberado - en forma análoga- de la doblez natural de su ser. Puesto que semejante triunfo es obra de la gracia, lo que sucede a este hombre puede ser considerado como una participación en la muerte y resurrección de Jesús o, dicho de otro modo, como una especie de b. Este hombre lleva impresa - aunque sólo «inicial» e imperfectamente - la imagen de Jesús.
Esta forma de mostrar experimentalmente la posibilidad de salvacón es profundamente cristiana, pues un mismo tipo de vida - bien se dé dentro o bien fuera de la Iglesia -debe tener igual raíz, a saber: la acción salvadora de Dios. Indudablemente, el germen cristiano puede descubrirse bajo muy diversas experiencias. Por eso también hemos de reconocer un espíritu cristiano a la mentalidad teológica que encontramos en obras como el escrito polémico Honest to God (Lo 1963) del obispo anglicano J.A.T. Robinson. En el movimiento teológico que ahí se exterioriza, se pretende formular la buena nueva de la salvación bajo un lenguaje adecuado al pensamiento contemporáneo y a nuestra experiencia actual del mundo, para mostrar que la verdad de Dios tiene un universal poder salvífico y santificador.

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