lunes, 14 de abril de 2014

BERNARDINO DE SIENA, SAN


Religioso franciscano, famoso predicador, propagador de la devoción al nombre de Jesús y reformador de la Orden a la que perteneció.
      Nacimiento y formación. Aun cuando llamado de Siena, por ser su lugar de residencia durante bastantes años, B. n. en Massa el 8 sept. 1380 de la noble familia de los Albizescchi. Muertos su madre Niera en 1383 y su padre Tulo en 1386, quedó, desde los seis años, al cuidado de su tía materna Diana. Poco después fue llevado por sus familiares a Siena, donde se dedicó esmeradamente al estudio de las artes liberales bajo la sabia preceptoría del maestro Juan Espoletano. Desde los primeros años florecieron en él todas las cualidades que, más tarde, tendrían singular relevancia en su vida. Al mismo tiempo que al estudio, dedicóse con aplicación a la práctica de la vida religiosa. Uno de los distintivos de su vida fue una gran devoción a la Virgen María aprendida al lado de sus familiares y reafirmada luego con las enseñanzas recibidas del santo varón franciscano fray Juan Restario, a quien había elegido por su consejero desde niño. Con el gracejo que siempre le fue natural solía decir que estaba perdidamente enamorado de una bella mujer; se refería a la Virgen, a cuya imagen, pintada en los muros de la ciudad, hacía sus diarias visitas. Para acrecentar aquella devoción a María, militó desde niño en la Hermandad de Nuestra Señora de la Scala. En calidad de tal, y acompañado de otros diez socios, se consagró en 1400 al cuidado de los apestados en el Hospital de Siena cuando ya la muerte había eliminado a casi todos los 150 ministros dedicados a los enfermos. Cuando acometió esta labor, B., que contaba unos 20 años, poseía ya la graduación en Filosofía y en ambos Derechos.
      En el año 1403 encontró el verdadero y definitivo rumbo de su vida al recibir de manos del P. Juan Restario el hábito franciscano, lo que tuvo lugar en la iglesia de San Francisco de Siena el 8 de septiembre, vigesimotercer aniversario de su nacimiento. Ese día de la Natividad de la Virgen fue la fecha que marcó a lo largo de su vida sus mejores actuaciones, según él mismo recordará más tarde. En ese día nació; ingresó y profesó en la Orden Franciscana; cantó su primera Misa, y predicó su primer sermón sobre María.
      Actividad apostólica. Nadie debió pensar durante sus primeros años de vida religiosa en la gran misión a que Dios le tenía destinado, de ser el predicador de la paz y de la caridad cristianas por todos los rincones de Italia y aun de gran parte de Europa. Sus biógrafos le describen como un joven de natural enfermizo y débil y de voz apagada y ronca. Debido tal vez a eso mismo, debió ser muy menguado el éxito de sus primeros sermones, hasta el punto que sus mismos compañeros trataron de disuadirle de su dedicación al púlpito. La realidad es que parece haber pasado los primeros años de vida religiosa sin dejar rastros de sus actividades. Pero las miras de Dios estaban puestas en él y B. sería el instrumento apto para restaurar en Italia la vida evangélica paralizada por el frío de la indiferencia, carcomida por los odios y disgregada por las luchas fratricidas de güelfos y gibelinos. Fuera obra de una especial gracia de la Virgen María o fuera producto de un esfuerzo continuado para conseguir una voz adecuada para la predicación, lo cierto es que en 1418 predicó la Cuaresma en Milán con tal éxito que ese año marca el inicio de su obra de gran apóstol. Mafeo Vegio, testigo ocular y biógrafo del santo, nos describe con trazos mesurados aquella actuación. El mismo escribe en su vida del santo:
      «Los que le hemos escuchado tantas veces somos testigos de cómo la naturaleza había sido con él sumamente pródiga en el don de la pronunciación, ya que nada podría decirse ni más dignamente ni con mayor elocuencia y prestancia. Su voz era tan suave, clara, sonora, hermosa, dúctil, completa, penetrante, entera, exuberante, digna y eficaz que razonablemente pudiera creerse le había sido concedida a la medida de sus deseos para el oficio de la predicación». De una manera muy similar se expresa otro de los biógrafos contemporaneos, Bernabé de Siena.
      Desde aquel año 1418 y al frente de un notable grupo de predicadores, dedicóse B. a recorrer todos los caminos de Italia, predicando penitencia en todos los rincones. Cabe destacar entre aquellos compañeros los nombres de S. Juan de Capestrano, S. Jácome de la Marca, S. Mateo de Agrigento. Alberto de Sarteano, Miguel de Cercacno y Roberto de Lecce. En muy breve tiempo la fama de su santidad y de su ardorosa predicación lo invadió todo y su paso era de una atracción arrolladora. Llegaba a todas partes precedido por el ruido de sus milagros y la estela de los mismos quedaba como un reguero fecundo en el ambiente de los pueblos en los que se operaba de modo maravilloso la transformación de las costumbres. Las gentes acudían de todas partes a escuchar sus sermones; se citan multitudes superiores a los 30.000 oyentes.
      Los sermones. Sus sermones, sobre todo los conservados en lengua vulgar, son un rico muestrario para conocer la variada temática de sus predicaciones. No menos interesantes, aun cuando menos espontáneos son los Sermones latinos escritos por el santo en los cortos momentos libres que le dejaron sus continuas correrías apostólicas. A través de todos ellos vemos cómo hablaba con igual elocuencia de las prerrogativas de la Virgen o de los santos, o de los vicios que corroían a la sociedad de su tiempo. Si fue inmisericorde con la relajación de las costumbres en el pueblo sencillo, no lo fue menos cuando se trataba de anatematizar los abusos de los poderosos o del mismo clero o de los falsos predicadores. En todas partes y en todas ocasiones atacó sin piedad la corrupción, la lujuria, la embriaguez, el juego, la usura y el lujo desmedido valiéndose del poder de sus inmensos recursos. En el orden doctrinal los sermones del santo son de una densidad pasmosa, ya que en ellos acertó a plasmar con trazos elocuentes todo el contenido doctrinal del evangelio y de la espiritualidad cristiana.
      Impregnada su alma de la devoción cristocéntrica, tan típica de la espiritualidad franciscana, logró B. introducirla en el alma de sus oyentes. Y en el orden doctrinal lo hizo calcando su pensamiento sobre las huellas dejadas por los grandes maestros franciscanos S. Buenaventura. Juan Duns Escoto, Pedro Olivi y Ubertino de Casale. A los cuales siguió muchas veces casi literalmente. A esta extensa formación doctrinal juntó B. su formación profundamente humanista, la cual le llevó a dar formas plásticas a su pensamiento. Un ejemplo de ello, y muy elocuente, lo constituyen sus predicaciones para incrementar la devoción al Dulce Nombre de Jesús, cuyo anagrama, IHS. mandó pintar con letras doradas para llevarlo como bandera en sus viajes y colocarlo como fondo durante sus sermones. La eficacia en los métodos usados y la intensidad de la campaña a favor de esta devoción lograron muy en breve que este anagrama de Jesús se viese pintado en los hogares, en las iglesias y en los principales edificios públicos. La ciudad de Siena lo pintó en el frontis de su Palazzo Público; Bolonia lo mandó colocar en el altar mayor de su catedral; Florencia mandó pintarlo en oro en el testero del templo de la Santa Cruz.
      Ultimos años de su vida. A petición del papa Martín V inició el santo nuevamente sus predicaciones en Roma, donde actuó durante 80 días. Fue en esos precisos momentos cuando el Papa le nombró obispo de Siena, dignidad que B. rehusó humildemente para dedicarse a su misión de predicador. Inició un nuevo periodo en sus actividades evangélicas. En 1432 conoció en Siena al Emperador Segismundo, el cual le llevó consigo a Roma como asistente a su coronación. Regresó nuevamente a su retiro de Capriola para dedicarse a la redacción de sus obras. En 1438 fue nombrado Vicario General de todos los conventos de la Observancia en Italia. Y de tal modo elevó su número que, al dejar su oficio en 1442, había 230 conventos con un total de 4.000 religiosos donde antes no había sino 30 conventos y un número de 130 religiosos. Asistió al conc. de Florencia en el que tuvo una destacadísima actuación. Regresó nuevamente a su amado retiro de Capriola que los sienenses le habían concedido. Allí se dedicó por algún tiempo a la redacción de sus sermones.
      En 1443 inició la última etapa de sus actividades apostólicas, llegando a recorrer Ferrara, Verona, Vicenza, Mantua y Padua. En 1444 pasó a Nápoles, a Siena y predicó la Cuaresma en su ciudad natal de Massa. Siguió a Perusa, Espoleto, Rieti, Asís y Aquila. Y en Aquila m. el 20 mayo 1444, siendo enterrado en esta ciudad, la cual construyó un templo para conservar sus restos. La fama de su santidad siguió en aumento después de su muerte, debido a los incontables milagros que continuó obrando. El papa Nicolás V le canonizó el 24 mayo 1450.
      Los artistas de todos los tiempos le han dedicado muchas de sus obras, en todas las cuales figura el anagrama IHS. Entre ellos destacan Luca Della Robbia, Pinturicchio, el Greco, Carlo Crivellí y Sano di Pietro. La iconografía del santo ha tenido frecuentes muestras en Umbría, Toscana, Las Marcas y los Abruzos.
      Mucho habría que decir de la calidad científica de la obra de B. Además de sus Sermones vulgares se conserva una copiosa producción escrita sobre los más variados temas de teología, de moral, de apologética y de derecho. Y en todas estas obras sigue el santo, según dejamos apuntado, los pasos de los grandes maestros franciscanos. En atención a la eficacia con que propagó el Nombre de Jesús y a los métodos empleados, la Iglesia le ha declarado Patrono de todos los publicistas italianos con fecha 19 oct. 1956.
     
BIBL. : Obras: Opera omnia Sancti Bernardini Senensis, Quarac. chi-Florencia, 1950-56.-Fuentes: Acta Sanct. 20 de mayo: publica las principales biografías del santo por autores contemporáneos como Mafeo Vegio y Bernabé de Siena; A. BIGLIA (m. en 1435), Liber de institutis, discipulis et doctrina fratris Bernardini, «Analecta Bollandiana) 53 (1935) 308-358; Acta processus canonizationis, "Archivum Franciscanum historicum" 33 (1940) 268-318-Estudios: V. FACCHINETTI, Bollettino bibliografico, «Aevum» 4 (1930) 319-381; ÍD, San Bernardino da Siena, mistico sole del secolo XV, Milán 1933; V ARIOS, San Bernardino da Siena. Saggi e Ricerche pubblicati nel V centenario della morte, Milán 1945; D. PACETTI, Bernardino da Siena, en Enciclopedia Cattolica, II, Ciudad del Vaticano 1949, 1411-1416; A. GHINATO, Saggio di bibliografia bernardiniana, Roma 1960; M. BERTAGNA, Vita e apostolato senese di San Bernardino, «Studi Francescani» 60 (1963) 20-29; E. LONGPRÉ, S. Bernardin de Sienne et le Nom de Jésus, «Archivum Franciscanum historicum» 28 (1935) 443- 476, 29 (1936) 142-168, 30 (1937) 443-477, 31 (1938) 170-192; F. ALESSIO, S. Bernardino e l'arte, en Storia di S. Bernardino e del suo tempo, Mondovi 1899, 432-442.

O. GÓMEZ PARENTE.

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