SUMARIO: I.
Introducción - II. Panorámica sobre los estudios acerca del binomio "liturgia
y biblia": 1. Estudios que abordan problemas de carácter histórico-litúrgico; 2.
Estudios que abordan problemas de carácter pastoral-litúrgico; 3. Estudios que
abordan problemas de carácter teológico-litúrgico - III. Precisiones
terminológicas - IV. Principios establecidos por el Vat. II sobre la relación
entre palabra de Dios y celebración litúrgica - V. Principios interpretativos (=hermenéutica)
de la palabra de Dios proclamada en la liturgia:
1. La actuación eclesial de la palabra de Dios; 2. Principales "leyes" que tienen lugar en la relación entre
celebración litúrgica y palabra de Dios y sus aplicaciones práctico-vitales:
a) Ley del cristocentrismo, b) Ley del "dinamismo" del Espíritu
Santo, c) Ley de la eclesialidad, d) Ley de la actuación vital litúrgica - VI.
Conclusión.
I. Introducción
III. Precisiones terminológicas
IV. Principios establecidos por el Vat. II sobre la relación entre palabra de Dios y celebración litúrgica
V. Principios interpretativos (= hermenéutica) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia
VI. Conclusión
I. Introducción
Siguiendo la dinámica del movimiento bíblico, auténtico don del Espíritu Santo,
el magisterio de la iglesia ha urgido a la comunidad cristiana su retorno al
texto sagrado, con todo lo que en él se contiene de mensaje, de alimento, de
vitalidad para la iglesia misma: bastaría releer las tres encíclicas
Providentissimus Deus (18 noviembre 1893), de León XIII ; Spiritus
Paraclitus (15 septiembre 1920), de Benedicto XV'; Divino afflante
Spiritu (15 septiembre 1943), de Pío XII
3, así como las constituciones Sacrosanctum
concilium y Dei Verbum, del Vat. II. Tanto los documentos conciliares como
los del posconcilio hablan reiterativamente de revelación divina, de
palabra de Dios, de Sagrada Escritura, de AT y NT, de
lectura/lecturas de la palabra de Dios o de la Sagrada Escritura, de
celebración/celebraciones de la palabra de Dios, etc.' Se venía así a
acentuar cómo la palabra del Señor se encuentra siempre en el centro de la vida
de la iglesia', la cual engendrahijos de Dios a través de la palabra y el
sacramento. La iglesia acoge con fe la inmensa riqueza de la
palabra única de Dios. Es la iglesia la que interpreta la palabra de Dios,.
Y ella es la que celebra la palabra de Dios, proclamándola en la acción sagrada
por excelencia: la celebración litúrgica. En la palabra de Dios tenemos una de
las más significativas presencias de Cristo entre nosotros en la
palabra de Dios encontramos un alimento interior para nuestra fe, que se nos
vuelve a dar y se nos incrementa cada vez que celebramos los divinos misterios.
Importa, pues, abordar el estudio del binomio
liturgia y biblia. Ciertamente, no dejaría de ser útil empezar con algunas
precisiones sobre el segundo término del binomio: liturgia
y Sagrada Escritura, y palabra de Dios, y ->
celebración de la palabra de Dios;
precisiones que no son simplemente formales, sino que revelan más bien
cuestiones y temáticas notablemente diversas. Nos atenemos, sin embargo, a
nuestro tema biblia y liturgia, dejando para más adelante el especificar
[-> infra,
III, 2] su sentido exacto.
II. Panorámica sobre los estudios acerca del binomio
"liturgia y biblia"
El despertar de los estudios sobre las relaciones entre liturgia y biblia
se debe, en este siglo, al -> movimiento litúrgico, que ha venido desarrollándose
al lado del movimiento bíblico. La convergencia de estos dos movimientos ha
fomentado igualmente los movimientos catequético, pastoral y ecuménico.
Ahora bien,. el movimiento litúrgico apareció como un paso del Espíritu
Santo por la iglesia y dentro del dinamismo del despertar litúrgico es la
palabra de Dios el soplo animador, la presencia del Espíritu de Dios. No hay,
pues, por qué sorprenderse de que se hayan realizado esfuerzos notables para
profundizar, bajo sus múltiples aspectos, el problema de la relación entre
liturgia y biblia. Naturalmente, tal empeño prosigue también hoy día
15. Significativo a este respecto fue el
congreso de Estrasburgo de 1975, que tuvo un eco notable
especialmente por haber hecho tomar conciencia sobre la importancia del problema
y sus implicaciones en el campo de la pastoral. Dan testimonio de tal
sensibilización las revistas de alta divulgación, que se ocuparon del tema en
números monográficos1', y varios volúmenes escritos en colaboración.
Ofrecemos, como síntesis, una panorámica ordenada de los estudios realizados en
las dos últimas décadas sobre el tema liturgia y biblia en orden ya
a la comprensión de las acertadas afirmaciones del Vat. II, ya a la
puntualización de nuestro tema. Catalogaremos tales estudios en tres grupos
distintos, según que se afronten problemas de carácter histórico, pastoral o
teológico-litúrgico.
1. ESTUDIOS QUE ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-LITÚRGICO. Tres
son fundamentalmente los polos de interés en torno a los cuales
giran los análisis de carácter histórico sobre la relación entre liturgia y
biblia. Cada uno presenta sus aspectos de índole pastoral, que el Vat. II y
la reforma litúrgica posconciliar no han dejado de tomar en oportuna
consideración.
a) Se ha profundizado ante todo la génesis de la primera
parte de la misa. El estudio de la formación de
los ritos en los que se articula la celebración eucarística, ha permitido
mostrar mejor cómo la denominada liturgia de la palabra es parte
integral de la misma celebración. A la acción de Dios, que
interviene con la invitación persuasiva de su palabra, responde la asamblea
con la liturgia eucarística. Las dos partes forman un unicum. Tal
constatación resulta igualmente válida para la celebración de todos los demás
acontecimientos litúrgico-sacramentales, cuya estructura deberá,
por consiguiente, comportar siempre la celebración de la palabra de Dios y la
celebración del sacramento propiamente tal.
Dentro del análisis sobre la primera parte de la
celebración eucarística hay una serie de estudios que se detienen en
profundizar los motivos en que se basan los diversos ritos
que acompañan a la proclamación de la palabra de Dios, con lo que se
logra una renovada conciencia de la veneración, cuidado y respeto con que los
cristianos de otras épocas contemplaban la biblia.
b) Para esclarecer las relaciones mutuas entre liturgia y
biblia se han hecho análisis sobre las modalidades en el uso de la
Sagrada Escritura según las diversas tradiciones litúrgicas.
Surgieron así las líneas propias de los distintos sistemas de
lectura". Mediante la lectio continua se pretendía que los
participantes en las acciones litúrgicas se acercasen a la Sagrada Escritura
de una manera orgánica; con la lectio discontinua de perícopas típicas
se aspiraba a crear el conjunto de premisas para una exégesis de carácter
aplicativo. El uso contemporáneo de otros sistemas dentro de una
misma tradición litúrgica muestra la libertad con que otras épocas cristianas
se aproximaban a la Sagrada Escritura durante la acción litúrgica.
En el contexto de este tipo de estudios se van
puntualizando igualmente cuestiones más particulares, como el uso de algunas
perícopas veterotestamentarias en relación con las neotestamentarias: si se
utilizan en número igual o menor, y el porqué de tal fluctuación;
la tipología bíblica en la liturgia; los libros
de la Escritura más usados en un determinado período del año litúrgico"; otras
cuestiones particulares
Con su aportación, esos estudios han mostrado, entre otras
cosas, la gran variedad de usos y la máxima libertad con que en el pasado se
dividían las perícopas bíblicas y se ajustaban entre sí. Se tenía la clara
conciencia de que dentro de la liturgia estaba permitido recurrir a un método
de esta naturaleza, ya que la liturgia es concretamente el depósito
vivo de la vitalidad de la iglesia, a su vez depositaria de la palabra de
Dios.
c) Un tercer polo de interés de los estudios de carácter
histórico es la diferencia entre cristianismo y judaísmo en cuanto al uso
litúrgico de la Sagrada Escritura, o, si se prefiere, la relación entre
biblia y liturgia judaica comparada con la relación entre
biblia y liturgia cristiana. La sinagoga, en efecto, celebra, sí, la
palabra de Dios, pero sin llegar al acto de un culto propiamente dicho, que
es, por el contrario, posible en el cristianismo mediante la / conmemoración
de lo que hiciera Jesús. La proclamación de la palabra de Dios en la sinagoga
aparece así solamente como preanuncio, figura de la realidad,tipo del antitipo
realizado, que sigue realizándose dentro del cristianismo.
2. ESTUDIOS QUE
ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER PASTORAL-LITÚRGICO. Existe
un notable número de estudios que se ocupan de temas de índole más
directamente pastoral y práctica, como la funcionalidad de las
denominadas —antes de la reforma litúrgica conciliar—vigilias bíblicas,
ahora -> celebraciones de la palabra de Dios; su
naturaleza (es decir, si son o no acciones litúrgicas); las
modalidades de la dicción" en la lectura"; la ubicación del
ambón; la lectura de la Sagrada Escritura en la economía de la
celebración. A primera vista podrían parecer éstas
cuestiones marginales a nuestro tema. Pero en realidad revelan la íntima
conexión existente entre liturgia y Sagrada Escritura, hasta el punto
de que las soluciones práctico-pastorales están ligadas a la clarificación de
los problemas de carácter teológico-litúrgico. Dichos estudios tienen, por lo
demás, el mérito de poner de relieve la actual veneración que rodea a la
Sagrada Escritura durante la celebración litúrgica; se adquiere, por otra
parte, conciencia de cómo esta última no puede subestimar la Sagrada Escritura.
Entran también en el ámbito de los estudios de
esta índole los que se esfuerzan por hacer vivir la palabra de Dios en la
comunidad, facilitando su comprensión por todos los medios útiles a este fin",
o los que se preocupan de convertir la biblia en oración.
3. ESTUDIOS QUE
ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER TEOLÓGICO-LITÚRGICÓ.
Este sector de estudios interesa más de cerca a nuestro tema.
Además de la aludida discusión, todavía abierta, sobre la naturaleza de las celebraciones de la palabra de
Dios en sí mismas (es decir, si son o no acciones litúrgicas en sentido
riguroso)", se resalta cómo la lectura cristiana de la biblia^', cuando se hace
durante las celebraciones litúrgicas, es acción litúrgica. Así, pues, la
palabra de Dios celebrada se ordena a realizar no sólo el aspecto santificante
(=dimensión descendente), sino también el igualmente objetivo del culto
(=dimensión ascendente), siempre copresentes en la celebración litúrgica. Se
profundiza, por consiguiente, la finalidad última de la palabra de Dios,
destinada a volver a Dios "cargada" de gloria05. Para esto ha llegado hasta
nosotros y para esto la celebramos. Se iluminan así la vitalidad de la
palabra de Dios en la acción litúrgica y, colateralmente, la
relación entre liturgia de la palabra y fe", así como entre
evangelización y liturgia. Se llega asimismo a ahondar en la
relación entre liturgia de la palabra y rito sacramental, especialmente
en lo relativo a la celebración litúrgica de la eucaristía°', dedicando además
una particular atención al significado de la presencia de Cristo ya en el rito
sacramental, ya en la liturgia de la palabra. Porque es
Cristo presente quien confiere unidad indisoluble a la celebración litúrgica;
como es igualmente su presencia la que vivifica la palabra proclamada
mediante la cual la historia de la salvación contenida en dicha palabra se
convierte en misterio de salvación.
Los mirabilia Dei actualizados en la liturgia son la confirmación de
cuanto se anuncia en la Escritura Sagrada. Se comprende así cada vez mejor, incluso en el
campo del estudio, el dinamismo presente en la asamblea litúrgica,
que escucha,
celebra y actualiza la palabra de Dios.
III. Precisiones terminológicas
Mediante esta panorámica de los estudios sobre el binomio liturgia y biblia,
se intuyen ya algunos puntos-clave para el desarrollo de nuestro tema.
Queremos, sin embargo, recordar, dentro aún de los preliminares, dos
precisiones terminológicas, necesarias para superar una cierta confusión
presente en no pocos de los trabajos citados en las notas.
1. La primera se refiere a la liturgia. En el binomio
en cuestión, al hablar de liturgia, frecuentemente no se precisa si se
entiende o no el término como equivalente a acción litúrgica, y, en
este presupuesto, si se refiere o no a cualquier acción litúrgica, sea ésta
sacramento o bien sacramental. Al utilizar el término liturgia queremos
referirnos a la -> celebración litúrgica, ya de un acontecimiento de
salvación (=sacramento), ya de cualquier otro signo sagrado con el
que, de alguna manera y como en los sacramentos, se significan algunos efectos
espirituales obtenidos por impetración de la iglesia.
2. La segunda precisión se refiere a la biblia. De
suyo, en rigurosa terminología, el binomio liturgia y biblia hace
pensar en el ámbito de la veneración (y del uso) que la liturgia, en la
celebración y fuera de ella, otorga (y hace) al (del) libro sagrado, al libro
por excelencia: la Biblia. No es éste propiamente el ámbito que nos interesa.
Ni nos interesa directamente el estudio del binomio liturgia y Sagrada
Escritura, que hace pensar en cómo utiliza la liturgia, en la
celebración,las perícopas del escrito sagrado. Este ámbito sólo nos interesa
tangencialmente. El ámbito de nuestro tratado, por el contrario, es:
celebración litúrgica y palabra de Dios; es decir, nos interesa el mensaje
vivo, transmitido mediante la Sagrada Escritura, en cuanto celebrado en la
acción litúrgica; o, si se prefiere, y en la línea de cuanto proviene del Vat.
II, la celebración litúrgica de la palabra de
Dios.
IV. Principios establecidos por el Vat. II sobre la relación entre palabra de Dios y celebración litúrgica
Encontramos especialmente tales principios en la constitución Sacrosanctum
concilium, sobre sagrada liturgia, y en la constitución Dei
Verbum, sobre la divina revelación; pero no sólo en dichos documentos.
1. Se puede decir en síntesis que el Vat. II, por lo que se
refiere a tal relación, parte idealmente de un presupuesto que nosotros
calificamos de paralelismo existencial entre mesa de la palabra de Dios
y mesa eucarística. De una y otra
mesa procede para los fieles el alimento de su vida cristiana. De ahí la
acentuada importancia que se da a la palabra de Dios en la celebración
litúrgica. Se desea una mayor utilización de la misma "infra actiones
liturgicas", de suerte que obtengan de ella los fieles un
alimento abundante, variado y acomodado a sus exigencias vitales.
2. He aquí los siguientes principios
implícitos y derivados de tal presupuesto: a) en el anuncio
celebrativo de la Sagrada Escritura está Cristo presente,
b) en la palabra proclamada durante la acción litúrgica habla Cristo,
c) la liturgia de la palabra está enteramente vinculada a la liturgia del
sacramento, hasta constituir con él un solo acto de culto; lo cual
significa que la palabra de Dios celebrada es acción de culto, es decir,
alcanza las finalidades por las que se proclama, se revela y se celebra.
3. En lo concerniente al plano operativo de la
pastoral litúrgica, he aquí las consecuencias que brotan de todo ello:
a) la suma veneración con que debe escucharse la palabra de Dios,
veneración análoga a la que se tributa al cuerpo de Cristo; b) el
vínculo entre rito y palabra de Dios es tan íntimo y profundo,
que no puede dejar de afirmarse cómo toda proclamación (incluso
extrasacramental) de la palabra se relaciona (al menos implícitamente) con el
rito; debe llevar al rito; el rito no es posible ni comprensible sino en
relación con la palabra de Dios; c) la proclamación de la palabra, que se hace
culto en la celebración, debe ir siempre acompañada de la actitud orante; d) la palabra de Dios, que convoca a la familia de Dios
y fomenta la vida espiritual, alcanza en la celebración su máxima
eficacia.
4. Con otras palabras: el Vat. II nos da la llave de
interpretación y de lectura existencial de la relación existente entre
celebración litúrgica Y palabra de Dios: la palabra de Dios se hace
celebración, y la celebración no es sino palabra de Dios actualizada de forma
suprema. Ni una ni otra realidad pierden su propia originalidad. Aun
siendo partes constitutivas de un único acontecimiento salvífico
como la acción litúrgica, existe entre ellas una diferencia, si bien sólo
deorden lógico (y, si se quiere, de orden cronológico), no de orden teológico,
ya que cada una lo es para la otra. Su respectiva importancia no ha de
buscarse en la correspondiente dignidad de naturaleza, sino sólo en la
respectiva diversidad de funciones: la palabra de Dios prepara la
celebración del sacramento; la celebración actualiza la palabra de
Dios.
Para nuestro tema, por consiguiente, lo que brota del Vat. II es más que claro,
evidente y de utilidad insustituible.
V. Principios interpretativos (= hermenéutica) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia
A estas alturas se nos puede preguntar cuáles son los principios interpretativos
de la palabra de Dios proclamada en la liturgia. Es este sector el que más
interesa a la -> pastoral litúrgica y a la -> espiritualidad litúrgica. Siguiendo
las orientaciones de los estudios sobre el binomio liturgia y biblia [->
supra, II] y como desarrollo de los principios que nos ofrecen los
documentos conciliares [-> supra, IV], veamos algunos iniciales principios
interpretativos de la palabra de Dios que, proclamada en la acción litúrgica
(hasta entenderse en el sentido indicado [-> supra, III, 1]), se
enriquece con las realidades implicadas en la celebración misma.
Esta viene a ser lugar por excelencia donde se confirman los fieles en su
fe común en Jesucristo y —mediante el poder del Espíritu Santo— forman, por un
nuevo título, cuerpo con él: se muestran y se edifican como pueblo de Dios, como
iglesia del Señor". Cabe añadir que la celebración litúrgica,
que por su naturaleza se realiza en un régimen de signos, es signo en primer
lugar de Cristo presente-agente, y en segundo lugar de la iglesia, cuerpo suyo.
En efecto, una vez convocada, la asamblea litúrgica ante todo evoca,
mediante la proclamación de la palabra de Dios, las maravillas que realiza
el Señor por su medio; y después, con alabanzas y súplicas, invoca la
bondad del Padre, que desborda su amor en el Hijo, mediante la acción de
gracias. Evocada la grandeza del plan salvífico, en la celebración litúrgica se
descubre la asamblea como la continuación y perpetuación de las asambleas
litúrgicas de todos los tiempos: descubre en sí misma, en virtud del Espíritu,
la fuerza de suscitar los más hondos dinamismos ya presentes en la primitiva
comunidad cristiana. Así es como la asamblea litúrgica en la celebración de los
mirabilia Dei toma cada vez más conciencia de la unidad profunda del
misterio de la salvación en sus múltiples manifestaciones y concreciones. Con
otras palabras: cada asamblea litúrgica, en la celebración, se descubre adornada
con algunas características, cuyos valores intrínsecos logran así que la
celebración misma sea el lugar donde la palabra de Dios se actúa de manera
específica y especial.
He aquí las dimensiones principales o características de la asamblea celebrante:
a) dimensión histórica: la asamblea, en la celebración litúrgica, se
descubre concretamente como una visibilización del pueblo de Dios que Cristo ha
unificado, incorporándolo a sí mismo en su misterio pascual, regenerándolo a una
vida nueva para hacerlo partícipe de su propia función sacerdotal, real y
profética. Y Cristo capacita a este pueblo para ofrecer al Padre el culto
espiritualque constituye la esencia del plan de Dios; en efecto, el fin primario
de la comunidad eclesial, de la que las asambleas veterotestamentarias son
figuras reiterativas, es el cultual; b) dimensión espiritual: la asamblea
litúrgica viene a ser, en la celebración, el lugar donde la participación
de los bautizados en el sacerdocio de Cristo se realiza de la forma más
perfecta; c) dimensión escatológica: la asamblea litúrgica, en la
celebración, visibiliza cómo la realización perfecta de la acción cúltica tendrá
lugar en el éschaton. La celebración anticipa, de alguna manera, la
actuación final; d) dimensión litúrgica propiamente dicha: la asamblea,
convocada siempre por la palabra de Dios, está llamada, en y mediante la
celebración, a anunciar, ritualizándolo, el memorial del Señor.
En estas dimensiones de la asamblea celebrante, la palabra de Dios está siempre
presente y se actualiza bajo diversos títulos: como fuente y motivo de la
convocación de la asamblea litúrgica misma; como realidad actuada, con la
esperanza de que los fieles, desde pentecostés hasta la parusía, se sometan a
ella y la acepten hasta que todo el cuerpo, bien aglutinado, crezca de suerte
que llegue a alcanzar la plenitud de la edad madura en Cristo '2;
como realidad celebrada por la iglesia. Si fuese lícito hablar de forma
resumida, se podría afirmar que la palabra de Dios
da origen a la iglesia; que la iglesia se concentra en la celebración; que la
celebración actúa la palabra de Dios para llevar a la iglesia a la consecución
de los fines para los que la palabra de Dios ha llegado hasta nosotros.
Aparecen entonces comprensibles los siguientes principios interpretativos (o
hermenéuticos) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia. Agrupemos esos
principiosbajo dos grandes títulos: 1. La actuación eclesial de la palabra de
Dios; 2. Principales leyes que tienen lugar en la relación entre
celebración litúrgica y palabra de Dios.
1. LA ACTUACIÓN ECLESIAL DE LA PALABRA DE DIOS. Vamos a proceder sintética y casi esquemáticamente.
a) En la Sagrada Escritura, es obvio, la palabra es el
elemento más destacado, más importante. En la palabra se da siempre la
expresión de un significado bien determinado, de suerte que la idea, el
concepto, la realidad que la palabra quiere transmitir aparecen en ella bien
delimitados. La palabra posee en sí una fuerza que adquiere consistencia
expresándose, y que al mismo tiempo se da a conocer a quien la escucha y la
acoge; por lo que puede afirmarse que la palabra de Dios tiene en sí, por una
parte, una eficacia objetiva, independiente de todo entendimiento subjetivo,
y, por otra, una eficacia relativa a la capacidad perceptiva de quien la oye.
Ahora bien, habiendo escogido Dios la palabra como vehículo de la revelación,
la palabra de la Sagrada Escritura está ordenada al conocimiento y acogida del
dato objetivo que Dios desea transmitir. Ello se realiza de un modo peculiar
en la iglesia de Dios al celebrar ésta las acciones litúrgico-salvíficas, en
las que llegan a explicitarse el dato objetivo y la eficacia objetiva de la
palabra de Dios, más allá de un entendimiento subjetivo.
b) Toda la palabra del Padre se concentra en el
Logos, el cual, al entrar en el tiempo, historifica toda palabra de Dios y
la convierte en acontecimiento realizador de historia salvífica; en
efecto, la palabra de Dios entra y se pronuncia en el mundo por amor y para que
el amor de Dios se comunique a los hombres mediante hechos histórico-salvíficos.
Dicho de otra forma: la palabra de Dios es el mystérion del Padre, es
decir, Cristo, el cual por obra del Espíritu actúa en la historia, haciéndola
ser historia de salvación. Tal historia de salvación alcanza su máxima
realización en la vida del Salvador, vida que mediante su pascua se vierte
sobre su cuerpo místico, esto es, sobre la iglesia. Y a la iglesia se le ha
confiado la palabra de Dios para que, así en el tiempo como en el espacio, la
haga ser historia de salvación en acto. Es decir: la palabra de Dios en
manos de la iglesia se convierte por un nuevo título en signo de la
presencia y acción de Cristo cuando la iglesia misma, visibilizada en la
asamblea, mediante la celebración, en virtud del Espíritu, presencializa a
Cristo y realiza, actualizándolas, las acciones salvíficas. El misterio,
proclamado por la palabra, es actuado en la acción litúrgica.
c) Todo signo que tenga lugar en la acción litúrgica se ordena
ya a la fe, que es menester despertar para que la acción misma
presencialice el misterio en la vida del cristiano, ya al
cumplimiento y realización de cuanto se significa precisamente mediante el
signo. Ahora bien, la palabra proclamada, en cuanto partícipe de la dimensión
de signo, se ordena directamente a la propia realización. Es, pues, todo el
insondable proyecto histórico-salvífico, gradualmente revelado a través de los
siglos y realizado en y por Cristo, el que, por la virtud del Espíritu Santo,
se hace presente en la celebración litúrgica. La palabra allí proclamada, cómo
todo signo litúrgico, está en relación directa con la actuación de la historia
de la
salvación que aquí está teniendo lugar.
d) La actuación de la palabra de Dios en la acción
litúrgica se realiza, por consiguiente, merced al hecho mismo de hallarnos en el
ámbito de la -> celebración, y celebración litúrgica significa realización de las
realidades presentes a través de los signos. Con otras palabras: en orden a la
realización de la historia de la salvación, el signo en la liturgia actúa en
dimensión rememorativa, demostrativa y preconizadora de cuanto con él se
significa. La proclamación de la palabra de Dios en, mediante y con la
celebración litúrgica (en el sentido explicado
-> supra, III,1)
realiza lo que significa. Merced a la íntima vinculación en, con y por
Cristo, es decir, por lo que son la -> liturgia y la -> participación litúrgica,
toda celebración o actualización del misterio pascual de Cristo es actualización
del "opus nostrae redemptionis"". Así es como toda la salvación realizada por
Cristo confluye, mediante la fe de quienes creen en él
y celebran la liturgia
en conmemoración suya, por su orden, en el presente
litúrgico, realizándose y actualizándose en él. Lo cual puede sintetizarse en el
siguiente principio: la palabra de Dios anuncia la
historia de la salvación; y la celebración, celebrando la palabra, realiza el
misterio de la salvación, contenido y transmitido en ella y por ella.
Al condenar el error que reduce la eucaristía a pura y "nuda commemoratio", el
concilio de Trento afirmaba implícitamente que cuanto se celebra en la
eucaristía es realización de lo que Cristo hizo". Está, efectivamente, en juego
la peculiaridad misma del simbolismo y de la dimensión semántica de la liturgia.
Tal peculiaridad consisteen la capacidad de efectuar la realidad proclamada. La
palabra, como signo de la realidad mistérica, se hace acontecimiento.
e) Después de cuanto hasta ahora llevamos dicho y
hemos mostrado, se comprende por qué la interpretación litúrgica de la palabra
de Dios está dotada de ciertas notas que es conveniente recordar. Helas aquí: 1)
la objetividad. La palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica goza
de la objetividad de la liturgia, en virtud de la cual ésta, en su
finalidad, en su estructura, en su determinar y fijar la ordenación de los
medios cultuales, responde a normas objetivas procedentes de Cristo, plenitud
del mysterium. De suerte que "la objetividad de la palabra en la
proclamación litúrgica contiene la proyección viva y eficaz del pensamiento de
Dios a los hombres"", es decir, del plan divino histórico-salvífico. La
objetividad de la palabra de Dios explica la eficacia de esta misma palabra en
cuanto proclamada, hasta alcanzar el fin por el que ha llegado hasta nosotros;
2) la irrepetibilidad. La palabra de Dios en la celebración se hace
entiéndase bien— irrepetible, en el sentido de que no podrá en otro hic et
nunc celebrativo repetirse tal cual. En efecto, la palabra de Dios en
la acción litúrgica viene a ser unívocamente nueva, renueva y es fructíferamente
fecunda; 3) la adaptabilidad. En relación directa con la hermenéutica
aplicable a cada una de las celebraciones, sean éstas sacramentos o
sacramentales, la palabra de Dios asume
ipso facto
una adaptación apropiada; 4) la vivificabilidad. En la
proclamación de la palabra, el Espíritu Santo, como principio vital que es de la
celebración, llama y hace comprender la palabra misma en sintoníacon la
situación espiritual en que se encuentra cada uno de los fieles dentro de la
iglesia. La palabra de Dios, transmitida con fidelidad a la tradición, llega en
la celebración a su plenitud, según su máxima posibilidad aquí,
in via.
2. PRINCIPALES "LEYES" QUE TIENEN LUGAR EN LA RELACIÓN ENTRE CELEBRACIÓN
LITÚRGICA Y PALABRA DE DIOS Y SUS APLICACIONES PRÁCTICO-VITALES. Cuando
la celebración litúrgica, con su participación concomitante, se realiza
como es debido,
llega a crear en torno a la palabra de Dios un humus especial, que es el
clima ideal para la escucha y la aceptación de esa misma palabra de Dios". Esta,
en no pocos casos, parece haberse revelado durante acciones litúrgicas o
rituales-cúlticas' ; y, sea como sea, siempre encuentra en la celebración
litúrgica el lugar ideal para una explicitación más iluminadora, a medida
que las mismas celebraciones van alternándose en el tiempo. Con tal que dicha
explicitación no se entienda como una manera subjetiva de tratar el dato a
través de la sensibilidad y de la imaginación, en nuestra afirmación se encierra
un principio auxológico (= de crecimiento) al cual responde la palabra de
Dios. Lo formulamos interpretado de dos maneras:
1. El crecimiento' histórico de la inteligencia de la iglesia, que
paulatinamente va descubriendo las riquezas insondables de la revelación del
Señor, tiene su incidencia en la palabra de Dios. La celebración litúrgica, que
es el memorial de la Iglesia, ayuda a ésta a recordarse a sí misma cuanto
el Espíritu va suscitando en favor de las generaciones cristianas". Los textos
de la Sagrada Escritura proclamados hoy por la liturgia "se iluminan de una luz
del todo propia. Esta luz toda propia y en cierto modo nueva
proviene, me parece, de tres fuentes. Ante todo, del desarrollo de la
historia eclesiástica y de la vida de la iglesia como se ha realizado desde
los apóstoles hasta hoy (...). Otra fuente de nueva luz más abundante todavía es
la evolución o explicitación sucesiva de los dogmas y de las doctrinas
como se admite en la iglesia católica (...). Una tercera fuente de abundantísima
luz que reciben muchos textos del NT por la liturgia es
su relacionarse a la acción litúrgica,
en la cual hic et nunc son insertados, y por
lo mismo a la situación personal del fiel que en ese momento vive esa misma
acción litúrgica"".
2. La profundización que la celebración litúrgica da
a la palabra de Dios es tal que "la liturgia cristiana remite a la Sagrada
Escritura como la realidad de Cristo remite a su anuncio"", es
decir: la Sagrada Escritura contiene el anuncio perenne del plan divino de la
salvación; la celebración litúrgica es su actuación ritual. Con otras palabras:
"La Sagrada Escritura..., aun como revelación de salvación, se completa
en la liturgia"; no en el sentido de que a la palabra de Dios le falte algo,
sino en el sentido de que en la celebración es donde la palabra de Dios se
lleva a compleción, a plenitud, de suerte que "la liturgia es siempre —y en
sentido fuerte— revelación en acto". "Dicho de otro modo: el
acontecimiento que se lee en la Sagrada Escritura es el mismo que se
efectúa en la liturgia; y de esta manera la Sagrada Escritura encuentra en
la liturgia su interpretación naturalmente concreta, es decir, siempre en el
plano de historia de la salvación, y no de elucubración intelectual. Cristo
es la realidad anunciada por la Sagrada Escritura, y Cristo llega a ser la realidad confesada-comunicada por
la liturgia. Así es precisamente como la liturgia, a través de la directa
experiencia del misterio de Cristo (experiencia de salvación interior), será
la que nos dé el conocimiento y revelación del mismo misterio, que no
podrá nunca ser sólo intelectual, sino que tenderá siempre a representarse, con
el incremento del "conocimiento-revelación" en una mayor experiencia
íntima y existencial. La Sagrada Escritura, por consiguiente, aun como
revelación de salvación, se complementa en la liturgia".
Mediante la iluminación de este principio auxológico se comprende por qué la
inteligencia y la actuación de la palabra de Dios en y con la celebración
litúrgica puedan crecer en una progresión sin fin, con lo que el susodicho
principio auxológico encuentra una como contraprueba y hasta su confirmación en
algunas constantes, presentes y verificables en la relación entre celebración
litúrgica y palabra de Dios celebrada, que hemos denominado leyes.
Queremos llamar la atención sobre las principales, aprovechando la oportunidad
para aludir a algunas implicaciones de carácter pastoral litúrgico. Estas leyes,
por ser comunes a la iglesia de ayer y de hoy, de Oriente y de Occidente, es
decir, de todos los tiempos y de todas las áreas geocultuales y geoculturales,
gozan de un prestigio excepcional.
a) Ley del cristocentrismo. En toda celebración
litúrgica está presente el Señor según su promesa y, por título específico,
como Palabra viviente.
El que proclama la palabra de Dios escrita da a la Palabra viviente su propia
voz para que la palabra oída sea, ya con y en este estadio, vivificada. El que
la oye y acepta, prepara el proceso de vivificación que se realiza por medio del
Espíritu. Tal vivificación se extiende a la actuación del sentido de los textos
del AT (como preparación para la venida de Cristo) y de los del NT (como
testimonios del misterio de Cristo que ahora se está celebrando). "Puede
formularse así la ley interpretativa de la Sagrada Escritura en la liturgia:
la liturgia lee la Escritura a la luz del principio supremo de la unidad del
misterio de Cristo y, por lo mismo, de los dos testamentos y de toda la
historia sagrada, unidad orgánico-progresiva bajo la primacía del NT sobre el AT
y de las realidades escatológicas sobre la realidad de la economía actual
La dimensión de cristocentrismo que la palabra de Dios adopta en la acción
litúrgica es ya —bien considerada en sus resultados y en sus implicaciones—
poder de penetración y de interpretación. Y así, recurriendo al conocido axioma
de Jerónimo, según el cual "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo"R5
podríamos afirmar que desconocer a Cristo es desconocer la Escritura; como
también: no celebrar a Cristo es no celebrar la Escritura. Pero
celebrar a Cristo (y esto es la liturgia) es celebrar la Escritura.
Por eso los acontecimientos históricosalvíficos del pasado, irrepetibles,
vividos y centrados en Cristo, los proclama —como recordábamos al principio
[-> supra, V]— la iglesia convocada en asamblea litúrgica, ya que
mientras evoca las etapas de la salvación con Cristo, en Cristo y por
Cristo, invoca el poder salvífico del Espíritu y también a la Trinidad.
Esta ley de cristocentrismo comporta, en clave de pastoral litúrgica
y de espiritualidad litúrgica, al menos lo siguiente:
• que se subraye y se muestre la relación íntima entre las lecturas del AT y el
evangelio: aquéllas son comprensibles y explicables sólo cuando se las sitúa en
relación directa con la realización (que es Cristo) significada en el evangelio;
• cuando, al menos implícitamente (mejor todavía si lo es directa y
explícitamente), el comentario temático veterotestamentario, evocativo de
realidades salvíficas, se relaciona con la interpretación cristocéntrico-litúrgica,
los diversos tipos de exégesis (alegórica, tipológica, etc.), así como los
diversos tipos de lectura (mistagógica, espiritual, etc.) llegan a encontrar
consistencia y operatividad;
• precisamente porque el sentido que la palabra de Dios ha tenido para el
hagiógrafo se ilumina, a la luz de la persona de Cristo, mediante la centralidad
luminosa que de él proviene, es más fácil poder hacer algunas aplicaciones
prácticas. Tales aplicaciones de la palabra de Dios, para los seguidores de
Cristo no incurrirán en las fáciles aplicaciones moralizantes, sino que
mostrarán las ideas motrices que dimanan del Verbum Dei, que se ha
hecho presente en la celebración. Por otro lado, no se puede separar a Cristo de
los cristianos, "ni las realidades cristianas de las que tienen lugar después de
Cristo en los cristianos y entre los cristianos. Efectivamente, Cristo se
prolonga de alguna manera y se completa en las realidades cristianas".
En conclusión: Cristo, por ser el centro de la liturgia, lo es también de la
Sagrada Escritura proclamada en la celebración, que por él, en ella presente,
adquiere significado, y que por medio de él se actúa.
b) Ley del "dinamismo" del Espíritu Santo. "Para que la palabra de Dios
realice efectivamenteen los corazones lo que suena en los oídos, se requiere
la acción del Espíritu Santo; con cuya inspiración y ayuda la palabra de
Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica. Y en norma y ayuda de
toda la vida. Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede,
acompaña y sigue la acción litúrgica, sino que también va recordando
en el corazón de cada uno (cf Jn 14,15-17.25-26; 15,26-16,15) aquellas cosas que
en la proclamación de la palabra de Dios son leídas para toda la asamblea de los
fieles, y consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de
carismas y promociona la multiplicidad de actuaciones"
(OLM 9).
Para un adecuado comentario a esta ley remitimos a nuestro estudio citado
en la nota 4. Pero ya en esta voz son frecuentísimas las referencias al Espíritu
Santo, por lo que el lector atento podrá fácilmente descubrirlas.
c) Ley de la eclesialidad. En el nuevo pueblo de
Dios, la palabra se actualiza y vivifica precisamente por haber venido el
Verbum Dei a nosotros ante todo para constituir, entre los dispersos hijos
de Dios, la unidad en su cuerpo", que es la iglesia. Y es siempre la palabra de
Dios la que congrega a la asamblea litúrgica; como, por otra parte, todo anuncio
de la palabra de Dios en la acción litúrgica no lo es sino para la edificación
de la misma iglesia. Mediante el anuncio de la palabra
que la iglesia realiza y mediante la acogida de dicha palabra en la fe por parte
de la misma iglesia es como se construye cada vez más radicalmente la comunidad
de los creyentes'. Añádase que la misma iglesia es depositaria de la palabra
de Dios: a ella se le ha confiado para gloria de Dios en la
edificación de la familia de los hijos de Dios. La palabra de Dios nunca es una
realidad puramente exterior, sino que su proclamación en y por parte de la
iglesia provoca la progresiva interiorización existencial de la doctrina
vivificante de Cristo, hasta el punto de estar llamado el creyente a permanecer
en la palabra, mientras está la palabra en él91 Por lo demás, como ya hemos
recordado, la palabra de Dios, que es historia sagrada anunciada y revelada, es
vivida al máximo por la iglesia cuando ésta celebra la misma palabra. En la
celebración, el kerigma anunciado hace de cada creyente un participante en la
acción litúrgica: como alguien que escucha, profundiza, comprende, acepta, y
respectivamente como alguien que interpreta y anuncia. El fin, la dinámica,
la esencia de la celebración que realiza la iglesia es actuar la pascua
en la palabra y en el sacramento y conducir a los demás a celebrar
la misma pascua del Señor. Es propiamente en la pascua del Señor, con
Cristo y por Cristo, cuando —mediante la celebración realizada en, con
y por la iglesia— la palabra de Dios celebrada es el resplandor de Cristo
resucitado, represencializado sin cesar en el mundo. Lo cual equivale a afirmar
que la actuación de la palabra de Dios se realiza por la iglesia, dentro de la
verdadera celebración, en Cristo, quien con la iglesia convierte el don de la
palabra en aceptable, acepto y aceptado.
La primera y suprema ley de la interpretación de la palabra proclamada en
la celebración litúrgica es ésta: la palabra es interpretada por su relación
a Cristo-iglesia que la celebra. Se comprende por qué "la expresión
litúrgica del misterio de Cristo es toda ella escriturística"", y por qué
toda la Sagrada Escritura llega a su "verificación" en la liturgia de la
iglesia. En efecto, la palabra de Dios se proclama para poder
reencontrar su voz. Y la celebración litúrgica da la propia voz a
la palabra de Dios, a fin de que se realice su actuación. Se comprende, pues,
también por qué la iglesia, al proclamar la palabra en la liturgia, da
cumplimiento a su mandato profético con la máxima eficacia y de una manera
pública y solemne.
Esta ley de la eclesialidad comporta en clave de pastoral y de
espiritualidad litúrgicas al menos lo siguiente:
• es sabido cómo la -> homilía no constituye solamente un género literario
extraordinario, sino que es un lugar exegético verdadero y propio de la palabra
de Dios. Ahora bien, la
interpretación de la palabra de Dios (proclamada en la acción litúrgica) que se
hace con la homilía litúrgica reclama una máxima sintonización con la tradición
perenne de la iglesia, lo cual significa que no es la exégesis dada por un autor
o por una escuela exegética la que debe adoptarse en las actiones liturgicae,
sino la perenne y común a la iglesia católica. En efecto, siendo la
tradición promanación y actuación de la presencia en la iglesia del Señor
resucitado, por medio del Espíritu, estar en sintonía con la tradición significa
estar en comunión con el Resucitado por obra del Espíritu. Al romper la
participación (= méthexis) con la tradición, se correría en la acción
litúrgica el peligro de proclamar materialmente la historia de la salvación,
pero no formalmente, y menos aún vitalmente;
• de manera análoga es más que sabido por todos que
la celebración litúrgica es la epifanía del principio de identificación y
unificación de las diversas moradas y de los diferentes carismas en y con los que
se articula la ensambladura de la actividad eclesial. Esta es la razón por la
que, aunque la palabra de Dios proclamada en la celebración es para todos
los participantes en la acción litúrgica (incluso el que la anuncia), no a todos
se les ha dado el carisma (=don, misión y morada) de interpretarla:
ello sólo compete a quienes en la acción litúrgica poseen la prerrogativa de la
presidencia. Así es como en la ordenada articulación de las diversas mansiones y
en la celebración litúrgica resplandece la única naturaleza de la iglesia:
cuerpo vivo, jerárquicamente estructurado y carismáticamente vitalizado;
• la comunidad creyente, como debe serlo toda asamblea litúrgica, no sólo se
abre a la palabra allí anunciada mediante la adhesión noética, intelectual, sino
que celebra además el contenido de la palabra misma. La ley de la eclesialidad
subraya la parte insustituible que la asamblea desempeña en procurar así que la
palabra de Dios pueda encarnarse en el hoy litúrgico. Para los
fieles congregados para celebrar, el hoy de la celebración eclesial es una
privilegiada oportunidad para introducirse en el hoy del Padre, que es Cristo,
y, por tanto, para alcanzar en plenitud el misterio salvífico;
• la palabra de Dios en la celebración litúrgica posee una actuación y una
actualidad. absolutas que, en cierto modo, rompen el / tiempo para
insertarlo en otros parámetros, los atemporales. La consecuencia es que la
relación que llega a adoptar la asamblea litúrgica ante la palabra de Dios es
tal que implica el hic et nunc de la asamblea celebrante en el heri et
in saecula salvífico. Las fases histórico-salvíficas evocadas en la palabra
de Dios se reactúan en y por medio de la asamblea litúrgica. Realmente, en cada
celebración se hace conmemoración (= anámnesis) de la historia de la
salvación; de suerte que la palabra de Dios, con la peculiaridad de las diversas
celebraciones, viene a ser misterio actuado de salvación. Se comprende así mejor
la cuarta ley, a la que ahora nos vamos a referir.
d) Ley de la actuación vital litúrgica. La interpretación insustituible
de la palabra de Dios que tiene lugar en la liturgia deriva del hecho de
ser la proclamación de la palabra de Dios durante la acción litúrgica un acto de
culto". Se comprende entonces por qué primariamente no interese a la liturgia
tanto o sólo una comprensión intelectualista, conceptualista o erudita de la
palabra de Dios. Esta se proclama en la liturgia en función del dinamismo
interno de la acción litúrgica, que es el ser-culto; con lo que no se pretende
afirmar absolutamente que la liturgia rechace todo tipo de iniciación bíblica,
ni aun la que se reviste de erudición. Más aún: consiente que, incluso durante
las acciones litúrgicas, se utilicen las debidas moniciones en la medida en que
ayuden a comprender lo que se está realizando;
moniciones que deberán hacerse con un estilo de iniciaciones bíblicas breves,
incisivas y profundas. Por lo demás, toda iniciación bíblica no constituiría más
que un momento propedéutico de la liturgia, que es misterio-acción-vida.
Por otra parte, en la liturgia es donde encuentra su culminación toda actuación
de la palabra. En este sentido se puede comprender
por qué, aun, sin ser jamás la ciencia bíblica propiedad de todos, a todos los
cristianos se les ha
concedido el orar (según el modo por excelencia
más vital, como es el litúrgico) la palabra de Dios, lo cual tiene
lugar con la misma palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica. La
vitalidad con que llega a enriquecerse todo el que participa en la proclamación
de la palabra de Dios hace que donde tal proclamación de la palabra se verifique
eclesialmente, y por tanto se acoja comunitariamente, se dé una acción litúrgica. La iglesia ha comprendido
siempre, bajo la acción del Espíritu Santo, que la palabra de Dios constituye
una ayuda especial para la vida del creyente, así como un medio insustituible
que permite establecer la interpretación cristiana de la vida y formar
personalidades profundamente cristianas. En efecto, se
puede afirmar que entre "pietas liturgica" y palabra de Dios proclamada
existe un principio de correlatividad inescindible e insustituible,
ya que entre palabra de Dios y liturgia existe tal dinamismo
vital, que la liturgia se nutre de la palabra de Dios y la palabra de Dios
celebrada llega a ser, por un nuevo título, palabra viva palabra de vida
Este dinamismo vital es algo parecido al que tiene lugar entre vida cristiana
y acción litúrgica, donde entre las dos realidades no debiera haber ninguna
diferencia, a no ser la cronológica, en el sentido de que la acción litúrgica
puede circunscribirse al tiempo y al espacio, mientras que la vida
cristiana es coextensiva a todo aquello que realiza cada cristiano. Ahora
bien, la liturgia, que es todo el misterio salvífico en la vida del cristiano
llevado a su culminación (= la celebración), y que a su vez es fuente del vivir
cristiano, aparece en simbiosis con el dinamismo vital propio de la palabra de
Dios.
En orden a la espiritualidad litúrgica nos place recordar
esquemáticamente:
• la palabra de Dios proclamada (y comentada) en la acción litúrgica tiene como
finalidad mover a la acción cristiana vital. Esta acción vital para todos y en
todos los fieles que participan en la celebración se verifica en cuanto
que la palabra de Dios en la liturgia desemboca para todos en acción cultual y
ella misma es culto. Celebrando la acción litúrgica, los participantes celebran
la cumbre misma adonde debe llegar todo tipo de estudio, de lectura, de exégesis
de la Sagrada Escritura;
• a la proclamación de un pasaje escriturístico, hecha dentro de la acción
litúrgica, debiera seguir un espacio de -> silencio, que, más que una
ceremonia formal, ha de ser signo de la presencia del Espíritu
El silencio en la liturgia es llamada a unos instantes de recogimiento
meditativo a lo largo de la jornada del cristiano, cuyo fin es éste: "La vital
actuación de la palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo, entra
particularmente por un don especial del Espíritu Santo en la intimidad de cada
creyente". Lo que decía Ambrosio de la persona del cristiano: "tota intendit in
Verbo"'", se concreta en la acción litúrgica por excelencia, la eucarística. Se
realiza en ella, de la manera más perfecta posible in via, la unión entre
el creyente y el Verbo hecho alimento;
• si la celebración litúrgica no es signo del Espíritu, no significa nada; en
efecto, la verdadera esencia de la acción litúrgica es ser epifanía del
Espíritu. Ahora bien, mediante la Escritura el Espíritu fue iconógrafo,
es decir, realizador, a través del hagiógrafo, de la revelación de la imagen del
Padre: Cristo. En María fue iconoplasto,es decir, plasmador de esa misma
imagen. En la acción litúrgica es simultáneamente iconógrafo, iconoplasto e
iconóforo, esto es, portador de la imagen presencializada y vivificada. Los
participantes en la acción litúrgica deben sintonizar y cooperar con el
Espíritu, que actúa la palabra de Dios. La espiritualidad litúrgica es
eminentemente pneumatológica. Es precisamente en la acción litúrgica donde, ya
personal, ya comunitariamente, todo creyente debiera ser con más facilidad dócil
al Espíritu, para superar el hecho de que la Escritura de suyo es disociable de
la vida, y por tanto para hacer realidad el hecho de que la Escritura debe
llegar a ser norma y ley del obrar cristiano;
• en efecto, la formación cristiana no es tanto o solamente fruto de la
investigación exegético-científica orientada y realizada sobre la Escritura; es
decir, no puede reducirse primariamente a un conjunto de informaciones
cuantitativamente determinables, polifacéticamente estructuradas y
cualitativamente seleccionadas: lo que cuenta, en la formación cristiana, es
vivir, actuar la palabra de Dios. Sabemos, efectivamente, que los exegetas
interpretan la Escritura y que cada creyente, en la comunidad eclesial, está
invitado a vivirla. Ahora bien, la liturgia ofrece á la comunidad la posibilidad
concreta de vivir lo que se proclama en la palabra de Dios. Más aún, en la
celebración litúrgica se convierte la asamblea en lo que recibe y en lo que
anuncia, y en lo que se anuncia y se celebra. Con otras palabras: el
mystérion proclamado y profesado (= exomologhía) por la vida del
cristiano (=euloghía) llega a ser acción litúrgica
(=eucharistía), de suerte que la proclamación de la palabrade Dios,
realizando lo que significa, transforma la vida del cristiano en una
acción de gracias. Se comprende así mejor cómo lo que cuenta es la contemplación
orante y vivida de la palabra de Dios. Y la sed apagada con la palabra orante
—mientras se intensifica todavía más el deseo de volver a la fuente— edifica,
une, alaba, da gracias: se hace liturgia-vida;
• la actuación de la palabra de Dios, como obra del Espíritu otorgado por Cristo
resucitado y colaboración con Cristo por parte de los fieles, en la celebración
litúrgica es normativa; en efecto, la celebración litúrgica se
caracteriza por tres dinamismos transformantes o de actuación: el dinamismo
de transformación sacramentaria, mediante el cual la celebración transforma,
por ejemplo, a una persona en hijo de Dios por adopción (= bautismo), a un fiel
en ministro jerárquicamente constituido (=orden), a un pecador en camino de
conversión en un convertido (=penitencia), el pan y el vino en cuerpo y sangre
del Señor (=eucaristía: transustanciación), etc.; el dinamismo de
transformación existencial, mediante el cual la celebración transforma a la
asamblea en cuerpo místico del Señor cada vez más radical y profundamente tal;
el dinamismo de transformación actualizante y vitalizante, mediante el
cual la celebración (si es lícito hablar así) transforma la palabra de Dios en
acontecimiento históricos-salvífico actuado.
El advenimiento-acontecimiento y el anuncio coinciden. El in illo
tempore salvífico viene a ser, en el hodie litúrgico celebrativo, el
quotidie salvífico perennizado; como el et in saecula está ya
anticipado y consumado en el hic et nunc celebrativo.
Añadamos que la proclamación de la palabra de Dios en la liturgia aparece
siempre inserta en celebraciones particulares (diversos sacramentos,
sacramentales, etc.), que a su vez se celebran dentro de la estructura del / año
litúrgico. Dicho de otra manera: la palabra de Dios celebrada debe situarse en
la confluencia de tres centros de interpretación: el de la celebración, el del
período del año litúrgico, el de la asamblea concreta. La celebración
transforma la palabra de Dios; el período del año litúrgico la informa;
la asamblea concreta la orienta a medida que va percibiéndola, y la
asamblea a su vez está orientada por la palabra de Dios. La
espiritualidad litúrgica se potencia mediante la orientación que viene de la
palabra de Dios celebrada, contribuyendo a su vez a la orientación vital de la
palabra de Dios. Sabemos, en efecto, que la espiritualidad litúrgica es
eminentemente bíblica.
En orden a la pastoral litúrgica haremos solamente alusión a algunas
cosas prácticas.
• Partiendo de lo que aquí mismo acabamos de recordar, y sin adentrarnos en la
relación que viene a establecerse entre el contenido objetivo de la palabra de
Dios y quien percibe la importancia de tal contenido, dirigimos la atención
hacia los otros dos centros de interpretación: el de la celebración y el del
período del año litúrgico. Nos ayudarán estos dos centros a comprender cómo la
palabra de Dios aparece en la liturgia con una "estructura especial" 10
que constituye un paso obligado para la comprensión de la misma
palabra de Dios. La liturgia recoge todas las aportaciones de la sana exégesis
católica. El pastor, sin embargo, debe saber adaptar el texto bíblicoinserto en
la estructura litúrgica ya a la acción litúrgica, ya el período del año
litúrgico. Supongamos, por ejemplo, que se trata de Rom 6 o Rom 8. La liturgia
romana actual proclama: el c. 6 de la carta a los Romanos, en la liturgia
eucarística "', en la liturgia bautismal, en la
liturgia penitencial, en la liturgia de la consagración de
las vírgenes y de la profesión religiosa, en la liturgia exequial; el c. 8 de la misma
carta a los Romanos, en la liturgia eucarística, en la
liturgia bautismal en la de la confirmación en la del matrimonio.
El sentido de cada perícopa está y debe estar en sintonía con el concreto
momento celebrativo, el cual ilumina y matiza las pericopas con una luz
específica, por lo que habrá de añadirse que en el ámbito de una misma
celebración puede proclamarse un pasaje escriturístico en distintos períodos del
año litúrgico. Refiriéndonos concretamente al citado c. 8 de la carta a los
Romanos proclamado en la eucaristía, lo encontramos utilizado en tres distintos
períodos: en el tiempo "per annum", durante la cuaresma y en pentecostés.
Consiguientemente, en la práctica se habrá de atender simultáneamente a tres
modulaciones para la comprensión de un texto bíblico proclamado en la acción
litúrgica, es decir, a cuanto deriva: 1) de la exégesis clásica y católica, 2)
de la acción litúrgica en que se proclama, 3) del período del año litúrgico en
que se utiliza.
• Esto nos lleva a recordar cómo la acción litúrgica, que nace y florece de la
palabra de Dios proclamada, es al mismo tiempo el humus en el que esa
misma palabra de Dios proclamada hunde sus raíces y de donde toma sus mociones.
Ello no debe malentenderse, sino se quiere que la sensibilidad de algún exegeta
reaccione herida o molesta. Lo que nosotros afirmamos es que, simultáneamente y
de forma indisociable, la palabra de Dios está al servicio de la acción
litúrgica y la acción litúrgica al servicio de la palabra de Dios.
Ordinariamente se olvida la segunda parte de esta afirmación. En cuanto al
servicio que la acción litúrgica presta a la palabra de Dios, no es sólo el de
conducirla a su culminación o punto de llegada (toda proclamación litúrgica de
la palabra de Dios, en efecto, apunta a conmemorar, es decir, a hacer
llegar la misma palabra a acontecimiento cultual), sino también el de desplegar
su grandiosidad, polivalencia, profundidad, viveza y vitalidad en una peculiar
actuación de dicha palabra de Dios en sintonía con cada celebración. Creemos,
pues, que no es posible llegar a la comprensión de la palabra de Dios proclamada
en la acción litúrgica si no se conoce la teología litúrgica propia de cada
celebración, y aun la misma teología del -> año litúrgico, de la que la palabra
proclamada toma sus peculiares matices.
• Debemos añadir que el servicio de la acción litúrgica a la palabra de Dios
pudiera también deducirse de un ulterior dato efectivo, es decir, del hecho de
que toda tradición litúrgica, a lo largo de los siglos, se ha sentido siempre
libre para elegir, disponer, adherirse interpretativamente y utilizar la Sagrada
Escritura como una realidad que le pertenece constitutivamente. Si los
estudios sobre este hecho se hubieran desarrollado más sistemáticamente,
aplicándoles con mayor detalle el método del comparativismo litúrgico entre las
diversas liturgias orientales y occidentales, se podrían comprender los criterios
del uso litúrgico de la Sagrada Escritura. Sobresaldrían dos grupos de
criterios: criterios de tipo práctico-pastoral, cuyas exigencias han llevado
a dividir las perícopas de una forma determinada, en ocasiones incluso por
razones de utilidad; criterios que nosotros calificamos como exegéticolitúrgicos;
en efecto, se han realizado deliberadamente acoplamientos de perícopas
veterotestamentarias, así como divisiones, interrupciones, suspensiones o
fragmentaciones de perícopas que aun hoy pueden causar sorpresa y estupor en
conocidos biblistas. Una cosa es cierta: los criterios
de selección, de división y de disposición de las perícopas, que cambian de
familia litúrgica a familia litúrgica (dentro de una misma familia, en tiempos
distintos, se encuentran notables cambios), están indicando que la liturgia es
consciente de su deber de salvaguardar y potenciar su propia temperies en
la proclamación de la palabra de Dios, temperies mediante la cual la
misma palabra de Dios viene provechosamente, y por nuevo título, actuada en la
iglesia. Todo ello comporta en el campo de la pastoral litúrgica una cierta
maleabilidad y ductilidad para adaptarse —renunciando a los propios puntos de
vista— a los diversos datos contenidos en los actuales libros litúrgicos
y un saber usufructuar igualmente el título oficialmente
propuesto en el ámbito de los distintos leccionarios existentes en la liturgia
romana. Por desgracia, los comentarios exegéticolitúrgicos hoy accesibles
recurren muy pocas veces a este subsidio exegético.
• La toma de conciencia acerca de la oportunidad de volver cíclicamente a las
temáticas contenidas en la palabra de Dios se dio siempre también en la liturgia de ayer. Hoy, bajo la
necesidad urgente de actuar lo sancionado por la SC (una lectura de la
palabra de Dios más amplia y más variada",), en concomitancia
con el hecho de que la palabra de Dios debe ocupar un puesto de primera
importancia en la celebración litúrgica 16, la
proclamación de tal palabra en la liturgia se ha incrementado
cuantitativamente (cf las tres lecturas, mientras antes eran siempre
solamente dos), con la posibilidad, además, de acoplarla de una manera
más orgánica (cf ciclos de lectura A, B, C y I, II).
Este incremento cuantitativo y el acentuado carácter
cíclico presente en la proclamación de la palabra de Dios se basa y
beneficia, al mismo tiempo, de la ley psicológica de la índole cíclica
del aprendizaje. Se apoya también en el hecho de ser igualmente la
liturgia un método de vida.
No es la transformación de la personalidad humana en
personalidad cristiana la finalidad directa de la celebración litúrgica
(que es la de hacer vivir el misterio realizado en Cristo por el
Espíritu Santo para alabanza y gloria del Padre), pero sí es fruto
directo de la liturgia. Creemos oportuno y útil tenerlo presente en la
pastoral litúrgica, ya que ello induce a volver sobre los mismos
conceptos, verdades y realidades hasta alcanzar gradualmente la
transformación del individuo. La liturgia, bajo la moción del Espíritu
Santo, nutre, forma y perfecciona al cristiano hasta la plenitud de la
edad madura en Cristo. Ello equivale a afirmar que la actuación vital de
la palabra de Dios en y por medio de la acción litúrgica está en
sintonía con los parámetros de la pedagogía divina, que se modula según
los tiempos largos, y el arte paciente de educar.
VI. Conclusión
La liturgia es capaz de regular la existencia del cristiano. Para lograr ser
fiel intérprete de cuanto se proclama en la palabra de Dios, no deja de
multiplicar las formas de inserción de la presencia de Cristó en la temporalidad
humana. En este sentido, la liturgia es palabra viva que hace brotar, en
el transcurso del tiempo, la respuesta individual y eclesial (de cada persona en
la iglesia y de la iglesia en cada persona) a la intervención de Dios que tiene
lugar a través de la palabra. La celebración litúrgica cumple así su misión de
diakonía, primariamente siendo creadora del modo de transmitir, de
anunciar y de actuar vitalmente la palabra de Dios, y subsidiariamente actuando
la formulación de la respuesta existencial al Dios-Trino, que interpela a los
creyentes. La celebración litúrgica viene a ser el momento privilegiado del
ministerium Verbi. En efecto, "la lectura litúrgica de la Biblia es la única
lectura que agota todo el sentido que ella tiene a los ojos de su autor
principal. Es la lectura teológica de la Biblia. La lectura dicha filológica,
crítica, que, por definición, intenta pararse en el sentido de los
contemporáneos, es útil, legítima, incluso necesaria, ya que toda ulterior
lectura debe partir de ésta; mas es parcial e incompleta"'". La
complementariedad, la vitalidad, la actualidad y el dinamismo del sentido
profundo de la Escritura se realiza en la liturgia, ya que tal sentido profundo
en su complementariedad, vitalidad, etc., no es sino la unidad de la economía
salvífica, que se actualiza en la celebración litúrgica.
La celebración de la palabra de Dios se orienta, pues, a revelar la perenne
actualidad del misterio que se está celebrando, así como a
hacer penetrar a los celebrantes o participantes en su comprensión,
vitalizándolo. Participando en una celebración de la palabra se sienten movidos
los cristianos a participar en la celebración de la eucaristía, que representa
la suprema realización de toda palabra proclamada. Es, por tanto, inconcebible
que algunas comunidades de cristianos se aventuren a vivir el cristianismo en su
complementariedad nutriéndose sólo de la mesa de la palabra, amortiguando así el
dinamismo de la misma, que consiste en hacer llegar a la completa celebración de
cuanto en ella se anuncia [->
Celebración de la palabra].
A.M. Triacca
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