jueves, 17 de abril de 2014

BIBLIA Y LITURGIA.

SUMARIO: I. Introducción - II. Panorámica sobre los estudios acerca del binomio "liturgia y biblia": 1. Estudios que abordan problemas de carácter histórico-litúrgico; 2. Estudios que abordan problemas de carácter pastoral-litúrgico; 3. Estudios que abordan problemas de carácter teológico-litúrgico - III. Precisiones terminológicas - IV. Principios establecidos por el Vat. II sobre la relación entre palabra de Dios y celebración litúrgica - V. Principios interpretativos (=hermenéutica) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia: 1. La actuación eclesial de la palabra de Dios; 2. Principales "leyes" que tienen lugar en la relación entre celebración litúrgica y palabra de Dios y sus aplicaciones práctico-vitales: a) Ley del cristocentrismo, b) Ley del "dinamismo" del Espíritu Santo, c) Ley de la eclesialidad, d) Ley de la actuación vital litúrgica - VI. Conclusión.

I. Introducción
Siguiendo la dinámica del movimiento bíblico, auténtico don del Espíritu Santo, el magisterio de la iglesia ha urgido a la comunidad cristiana su retorno al texto sagrado, con todo lo que en él se contiene de mensaje, de alimento, de vitalidad para la iglesia misma: bastaría releer las tres encíclicas Providentissimus Deus (18 noviembre 1893), de León XIII ; Spiritus Paraclitus (15 septiembre 1920), de Benedicto XV'; Divino afflante Spiritu (15 septiembre 1943), de Pío XII 3, así como las constituciones Sacrosanctum concilium y Dei Verbum, del Vat. II. Tanto los documentos conciliares como los del posconcilio hablan reiterativamente de revelación divina, de palabra de Dios, de Sagrada Escritura, de AT y NT, de lectura/lecturas de la palabra de Dios o de la Sagrada Escritura, de celebración/celebraciones de la palabra de Dios, etc.' Se venía así a acentuar cómo la palabra del Señor se encuentra siempre en el centro de la vida de la iglesia', la cual engendrahijos de Dios a través de la palabra y el sacramento. La iglesia acoge con fe la inmensa riqueza de la palabra única de Dios. Es la iglesia la que interpreta la palabra de Dios,. Y ella es la que celebra la palabra de Dios, proclamándola en la acción sagrada por excelencia: la celebración litúrgica. En la palabra de Dios tenemos una de las más significativas presencias de Cristo entre nosotros en la palabra de Dios encontramos un alimento interior para nuestra fe, que se nos vuelve a dar y se nos incrementa cada vez que celebramos los divinos misterios.
Importa, pues, abordar el estudio del binomio liturgia y biblia. Ciertamente, no dejaría de ser útil empezar con algunas precisiones sobre el segundo término del binomio: liturgia y Sagrada Escritura, y palabra de Dios, y -> celebración de la palabra de Dios; precisiones que no son simplemente formales, sino que revelan más bien cuestiones y temáticas notablemente diversas. Nos atenemos, sin embargo, a nuestro tema biblia y liturgia, dejando para más adelante el especificar [-> infra, III, 2] su sentido exacto.
II. Panorámica sobre los estudios acerca del binomio "liturgia y biblia"
El despertar de los estudios sobre las relaciones entre liturgia y biblia se debe, en este siglo, al -> movimiento litúrgico, que ha venido desarrollándose al lado del movimiento bíblico. La convergencia de estos dos movimientos ha fomentado igualmente los movimientos catequético, pastoral y ecuménico. Ahora bien,. el movimiento litúrgico apareció como un paso del Espíritu Santo por la iglesia y dentro del dinamismo del despertar litúrgico es la palabra de Dios el soplo animador, la presencia del Espíritu de Dios. No hay, pues, por qué sorprenderse de que se hayan realizado esfuerzos notables para profundizar, bajo sus múltiples aspectos, el problema de la relación entre liturgia y biblia. Naturalmente, tal empeño prosigue también hoy día 15. Significativo a este respecto fue el congreso de Estrasburgo de 1975, que tuvo un eco notable especialmente por haber hecho tomar conciencia sobre la importancia del problema y sus implicaciones en el campo de la pastoral. Dan testimonio de tal sensibilización las revistas de alta divulgación, que se ocuparon del tema en números monográficos1', y varios volúmenes escritos en colaboración.
Ofrecemos, como síntesis, una panorámica ordenada de los estudios realizados en las dos últimas décadas sobre el tema liturgia y biblia en orden ya a la comprensión de las acertadas afirmaciones del Vat. II, ya a la puntualización de nuestro tema. Catalogaremos tales estudios en tres grupos distintos, según que se afronten problemas de carácter histórico, pastoral o teológico-litúrgico.
1. ESTUDIOS QUE ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-LITÚRGICO. Tres son fundamentalmente los polos de interés en torno a los cuales giran los análisis de carácter histórico sobre la relación entre liturgia y biblia. Cada uno presenta sus aspectos de índole pastoral, que el Vat. II y la reforma litúrgica posconciliar no han dejado de tomar en oportuna consideración.
a) Se ha profundizado ante todo la génesis de la primera parte de la misa. El estudio de la formación de los ritos en los que se articula la celebración eucarística, ha permitido mostrar mejor cómo la denominada liturgia de la palabra es parte integral de la misma celebración. A la acción de Dios, que interviene con la invitación persuasiva de su palabra, responde la asamblea con la liturgia eucarística. Las dos partes forman un unicum. Tal constatación resulta igualmente válida para la celebración de todos los demás acontecimientos litúrgico-sacramentales, cuya estructura deberá, por consiguiente, comportar siempre la celebración de la palabra de Dios y la celebración del sacramento propiamente tal.
Dentro del análisis sobre la primera parte de la celebración eucarística hay una serie de estudios que se detienen en profundizar los motivos en que se basan los diversos ritos que acompañan a la proclamación de la palabra de Dios, con lo que se logra una renovada conciencia de la veneración, cuidado y respeto con que los cristianos de otras épocas contemplaban la biblia.
b) Para esclarecer las relaciones mutuas entre liturgia y biblia se han hecho análisis sobre las modalidades en el uso de la Sagrada Escritura según las diversas tradiciones litúrgicas. Surgieron así las líneas propias de los distintos sistemas de lectura". Mediante la lectio continua se pretendía que los participantes en las acciones litúrgicas se acercasen a la Sagrada Escritura de una manera orgánica; con la lectio discontinua de perícopas típicas se aspiraba a crear el conjunto de premisas para una exégesis de carácter aplicativo. El uso contemporáneo de otros sistemas dentro de una misma tradición litúrgica muestra la libertad con que otras épocas cristianas se aproximaban a la Sagrada Escritura durante la acción litúrgica.
En el contexto de este tipo de estudios se van puntualizando igualmente cuestiones más particulares, como el uso de algunas perícopas veterotestamentarias en relación con las neotestamentarias: si se utilizan en número igual o menor, y el porqué de tal fluctuación; la tipología bíblica en la liturgia; los libros de la Escritura más usados en un determinado período del año litúrgico"; otras cuestiones particulares
Con su aportación, esos estudios han mostrado, entre otras cosas, la gran variedad de usos y la máxima libertad con que en el pasado se dividían las perícopas bíblicas y se ajustaban entre sí. Se tenía la clara conciencia de que dentro de la liturgia estaba permitido recurrir a un método de esta naturaleza, ya que la liturgia es concretamente el depósito vivo de la vitalidad de la iglesia, a su vez depositaria de la palabra de Dios.
c) Un tercer polo de interés de los estudios de carácter histórico es la diferencia entre cristianismo y judaísmo en cuanto al uso litúrgico de la Sagrada Escritura, o, si se prefiere, la relación entre biblia y liturgia judaica comparada con la relación entre biblia y liturgia cristiana. La sinagoga, en efecto, celebra, sí, la palabra de Dios, pero sin llegar al acto de un culto propiamente dicho, que es, por el contrario, posible en el cristianismo mediante la / conmemoración de lo que hiciera Jesús. La proclamación de la palabra de Dios en la sinagoga aparece así solamente como preanuncio, figura de la realidad,tipo del antitipo realizado, que sigue realizándose dentro del cristianismo.
2. ESTUDIOS QUE ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER PASTORAL-LITÚRGICO. Existe un notable número de estudios que se ocupan de temas de índole más directamente pastoral y práctica, como la funcionalidad de las denominadas —antes de la reforma litúrgica conciliar—vigilias bíblicas, ahora -> celebraciones de la palabra de Dios; su naturaleza (es decir, si son o no acciones litúrgicas); las modalidades de la dicción" en la lectura"; la ubicación del ambón; la lectura de la Sagrada Escritura en la economía de la celebración. A primera vista podrían parecer éstas cuestiones marginales a nuestro tema. Pero en realidad revelan la íntima conexión existente entre liturgia y Sagrada Escritura, hasta el punto de que las soluciones práctico-pastorales están ligadas a la clarificación de los problemas de carácter teológico-litúrgico. Dichos estudios tienen, por lo demás, el mérito de poner de relieve la actual veneración que rodea a la Sagrada Escritura durante la celebración litúrgica; se adquiere, por otra parte, conciencia de cómo esta última no puede subestimar la Sagrada Escritura.
Entran también en el ámbito de los estudios de esta índole los que se esfuerzan por hacer vivir la palabra de Dios en la comunidad, facilitando su comprensión por todos los medios útiles a este fin", o los que se preocupan de convertir la biblia en oración.
3. ESTUDIOS QUE ABORDAN PROBLEMAS DE CARÁCTER TEOLÓGICO-LITÚRGICÓ. Este sector de estudios interesa más de cerca a nuestro tema. Además de la aludida discusión, todavía abierta, sobre la naturaleza de las celebraciones de la palabra de Dios en sí mismas (es decir, si son o no acciones litúrgicas en sentido riguroso)", se resalta cómo la lectura cristiana de la biblia^', cuando se hace durante las celebraciones litúrgicas, es acción litúrgica. Así, pues, la palabra de Dios celebrada se ordena a realizar no sólo el aspecto santificante (=dimensión descendente), sino también el igualmente objetivo del culto (=dimensión ascendente), siempre copresentes en la celebración litúrgica. Se profundiza, por consiguiente, la finalidad última de la palabra de Dios, destinada a volver a Dios "cargada" de gloria05. Para esto ha llegado hasta nosotros y para esto la celebramos. Se iluminan así la vitalidad de la palabra de Dios en la acción litúrgica y, colateralmente, la relación entre liturgia de la palabra y fe", así como entre evangelización y liturgia. Se llega asimismo a ahondar en la relación entre liturgia de la palabra y rito sacramental, especialmente en lo relativo a la celebración litúrgica de la eucaristía°', dedicando además una particular atención al significado de la presencia de Cristo ya en el rito sacramental, ya en la liturgia de la palabra. Porque es Cristo presente quien confiere unidad indisoluble a la celebración litúrgica; como es igualmente su presencia la que vivifica la palabra proclamada mediante la cual la historia de la salvación contenida en dicha palabra se convierte en misterio de salvación.
Los mirabilia Dei actualizados en la liturgia son la confirmación de cuanto se anuncia en la Escritura Sagrada. Se comprende así cada vez mejor, incluso en el campo del estudio, el dinamismo presente en la asamblea litúrgica, que escucha, celebra y actualiza la palabra de Dios.

III. Precisiones terminológicas
Mediante esta panorámica de los estudios sobre el binomio liturgia y biblia, se intuyen ya algunos puntos-clave para el desarrollo de nuestro tema. Queremos, sin embargo, recordar, dentro aún de los preliminares, dos precisiones terminológicas, necesarias para superar una cierta confusión presente en no pocos de los trabajos citados en las notas.
1. La primera se refiere a la liturgia. En el binomio en cuestión, al hablar de liturgia, frecuentemente no se precisa si se entiende o no el término como equivalente a acción litúrgica, y, en este presupuesto, si se refiere o no a cualquier acción litúrgica, sea ésta sacramento o bien sacramental. Al utilizar el término liturgia queremos referirnos a la -> celebración litúrgica, ya de un acontecimiento de salvación (=sacramento), ya de cualquier otro signo sagrado con el que, de alguna manera y como en los sacramentos, se significan algunos efectos espirituales obtenidos por impetración de la iglesia.
2. La segunda precisión se refiere a la biblia. De suyo, en rigurosa terminología, el binomio liturgia y biblia hace pensar en el ámbito de la veneración (y del uso) que la liturgia, en la celebración y fuera de ella, otorga (y hace) al (del) libro sagrado, al libro por excelencia: la Biblia. No es éste propiamente el ámbito que nos interesa. Ni nos interesa directamente el estudio del binomio liturgia y Sagrada Escritura, que hace pensar en cómo utiliza la liturgia, en la celebración,las perícopas del escrito sagrado. Este ámbito sólo nos interesa tangencialmente. El ámbito de nuestro tratado, por el contrario, es: celebración litúrgica y palabra de Dios; es decir, nos interesa el mensaje vivo, transmitido mediante la Sagrada Escritura, en cuanto celebrado en la acción litúrgica; o, si se prefiere, y en la línea de cuanto proviene del Vat. II, la celebración litúrgica de la palabra de Dios.

IV. Principios establecidos por el Vat. II sobre la relación entre palabra de Dios y celebración litúrgica
Encontramos especialmente tales principios en la constitución Sacrosanctum concilium, sobre sagrada liturgia, y en la constitución Dei Verbum, sobre la divina revelación; pero no sólo en dichos documentos.
1. Se puede decir en síntesis que el Vat. II, por lo que se refiere a tal relación, parte idealmente de un presupuesto que nosotros calificamos de paralelismo existencial entre mesa de la palabra de Dios y mesa eucarística. De una y otra mesa procede para los fieles el alimento de su vida cristiana. De ahí la acentuada importancia que se da a la palabra de Dios en la celebración litúrgica. Se desea una mayor utilización de la misma "infra actiones liturgicas", de suerte que obtengan de ella los fieles un alimento abundante, variado y acomodado a sus exigencias vitales.
2. He aquí los siguientes principios implícitos y derivados de tal presupuesto: a) en el anuncio celebrativo de la Sagrada Escritura está Cristo presente, b) en la palabra proclamada durante la acción litúrgica habla Cristo, c) la liturgia de la palabra está enteramente vinculada a la liturgia del sacramento, hasta constituir con él un solo acto de culto; lo cual significa que la palabra de Dios celebrada es acción de culto, es decir, alcanza las finalidades por las que se proclama, se revela y se celebra.
3. En lo concerniente al plano operativo de la pastoral litúrgica, he aquí las consecuencias que brotan de todo ello: a) la suma veneración con que debe escucharse la palabra de Dios, veneración análoga a la que se tributa al cuerpo de Cristo; b) el vínculo entre rito y palabra de Dios es tan íntimo y profundo, que no puede dejar de afirmarse cómo toda proclamación (incluso extrasacramental) de la palabra se relaciona (al menos implícitamente) con el rito; debe llevar al rito; el rito no es posible ni comprensible sino en relación con la palabra de Dios; c) la proclamación de la palabra, que se hace culto en la celebración, debe ir siempre acompañada de la actitud orante; d) la palabra de Dios, que convoca a la familia de Dios y fomenta la vida espiritual, alcanza en la celebración su máxima eficacia.
4. Con otras palabras: el Vat. II nos da la llave de interpretación y de lectura existencial de la relación existente entre celebración litúrgica Y palabra de Dios: la palabra de Dios se hace celebración, y la celebración no es sino palabra de Dios actualizada de forma suprema. Ni una ni otra realidad pierden su propia originalidad. Aun siendo partes constitutivas de un único acontecimiento salvífico como la acción litúrgica, existe entre ellas una diferencia, si bien sólo deorden lógico (y, si se quiere, de orden cronológico), no de orden teológico, ya que cada una lo es para la otra. Su respectiva importancia no ha de buscarse en la correspondiente dignidad de naturaleza, sino sólo en la respectiva diversidad de funciones: la palabra de Dios prepara la celebración del sacramento; la celebración actualiza la palabra de Dios.
Para nuestro tema, por consiguiente, lo que brota del Vat. II es más que claro, evidente y de utilidad insustituible.

V. Principios interpretativos
(= hermenéutica) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia
A estas alturas se nos puede preguntar cuáles son los principios interpretativos de la palabra de Dios proclamada en la liturgia. Es este sector el que más interesa a la -> pastoral litúrgica y a la -> espiritualidad litúrgica. Siguiendo las orientaciones de los estudios sobre el binomio liturgia y biblia [-> supra, II] y como desarrollo de los principios que nos ofrecen los documentos conciliares [-> supra, IV], veamos algunos iniciales principios interpretativos de la palabra de Dios que, proclamada en la acción litúrgica (hasta entenderse en el sentido indicado [-> supra, III, 1]), se enriquece con las realidades implicadas en la celebración misma.
Esta viene a ser lugar por excelencia donde se confirman los fieles en su fe común en Jesucristo y —mediante el poder del Espíritu Santo— forman, por un nuevo título, cuerpo con él: se muestran y se edifican como pueblo de Dios, como iglesia del Señor". Cabe añadir que la celebración litúrgica, que por su naturaleza se realiza en un régimen de signos, es signo en primer lugar de Cristo presente-agente, y en segundo lugar de la iglesia, cuerpo suyo. En efecto, una vez convocada, la asamblea litúrgica ante todo evoca, mediante la proclamación de la palabra de Dios, las maravillas que realiza el Señor por su medio; y después, con alabanzas y súplicas, invoca la bondad del Padre, que desborda su amor en el Hijo, mediante la acción de gracias. Evocada la grandeza del plan salvífico, en la celebración litúrgica se descubre la asamblea como la continuación y perpetuación de las asambleas litúrgicas de todos los tiempos: descubre en sí misma, en virtud del Espíritu, la fuerza de suscitar los más hondos dinamismos ya presentes en la primitiva comunidad cristiana. Así es como la asamblea litúrgica en la celebración de los mirabilia Dei toma cada vez más conciencia de la unidad profunda del misterio de la salvación en sus múltiples manifestaciones y concreciones. Con otras palabras: cada asamblea litúrgica, en la celebración, se descubre adornada con algunas características, cuyos valores intrínsecos logran así que la celebración misma sea el lugar donde la palabra de Dios se actúa de manera específica y especial.
He aquí las dimensiones principales o características de la asamblea celebrante: a) dimensión histórica: la asamblea, en la celebración litúrgica, se descubre concretamente como una visibilización del pueblo de Dios que Cristo ha unificado, incorporándolo a sí mismo en su misterio pascual, regenerándolo a una vida nueva para hacerlo partícipe de su propia función sacerdotal, real y profética. Y Cristo capacita a este pueblo para ofrecer al Padre el culto espiritualque constituye la esencia del plan de Dios; en efecto, el fin primario de la comunidad eclesial, de la que las asambleas veterotestamentarias son figuras reiterativas, es el cultual; b) dimensión espiritual: la asamblea litúrgica viene a ser, en la celebración, el lugar donde la participación de los bautizados en el sacerdocio de Cristo se realiza de la forma más perfecta; c) dimensión escatológica: la asamblea litúrgica, en la celebración, visibiliza cómo la realización perfecta de la acción cúltica tendrá lugar en el éschaton. La celebración anticipa, de alguna manera, la actuación final; d) dimensión litúrgica propiamente dicha: la asamblea, convocada siempre por la palabra de Dios, está llamada, en y mediante la celebración, a anunciar, ritualizándolo, el memorial del Señor.
En estas dimensiones de la asamblea celebrante, la palabra de Dios está siempre presente y se actualiza bajo diversos títulos: como fuente y motivo de la convocación de la asamblea litúrgica misma; como realidad actuada, con la esperanza de que los fieles, desde pentecostés hasta la parusía, se sometan a ella y la acepten hasta que todo el cuerpo, bien aglutinado, crezca de suerte que llegue a alcanzar la plenitud de la edad madura en Cristo '2; como realidad celebrada por la iglesia. Si fuese lícito hablar de forma resumida, se podría afirmar que la palabra de Dios da origen a la iglesia; que la iglesia se concentra en la celebración; que la celebración actúa la palabra de Dios para llevar a la iglesia a la consecución de los fines para los que la palabra de Dios ha llegado hasta nosotros.
Aparecen entonces comprensibles los siguientes principios interpretativos (o hermenéuticos) de la palabra de Dios proclamada en la liturgia. Agrupemos esos principiosbajo dos grandes títulos: 1. La actuación eclesial de la palabra de Dios; 2. Principales leyes que tienen lugar en la relación entre celebración litúrgica y palabra de Dios.
1. LA ACTUACIÓN ECLESIAL DE LA PALABRA DE DIOS. Vamos a proceder sintética y casi esquemáticamente.
a) En la Sagrada Escritura, es obvio, la palabra es el elemento más destacado, más importante. En la palabra se da siempre la expresión de un significado bien determinado, de suerte que la idea, el concepto, la realidad que la palabra quiere transmitir aparecen en ella bien delimitados. La palabra posee en sí una fuerza que adquiere consistencia expresándose, y que al mismo tiempo se da a conocer a quien la escucha y la acoge; por lo que puede afirmarse que la palabra de Dios tiene en sí, por una parte, una eficacia objetiva, independiente de todo entendimiento subjetivo, y, por otra, una eficacia relativa a la capacidad perceptiva de quien la oye. Ahora bien, habiendo escogido Dios la palabra como vehículo de la revelación, la palabra de la Sagrada Escritura está ordenada al conocimiento y acogida del dato objetivo que Dios desea transmitir. Ello se realiza de un modo peculiar en la iglesia de Dios al celebrar ésta las acciones litúrgico-salvíficas, en las que llegan a explicitarse el dato objetivo y la eficacia objetiva de la palabra de Dios, más allá de un entendimiento subjetivo.
b) Toda la palabra del Padre se concentra en el Logos, el cual, al entrar en el tiempo, historifica toda palabra de Dios y la convierte en acontecimiento realizador de historia salvífica; en efecto, la palabra de Dios entra y se pronuncia en el mundo por amor y para que el amor de Dios se comunique a los hombres mediante hechos histórico-salvíficos. Dicho de otra forma: la palabra de Dios es el mystérion del Padre, es decir, Cristo, el cual por obra del Espíritu actúa en la historia, haciéndola ser historia de salvación. Tal historia de salvación alcanza su máxima realización en la vida del Salvador, vida que mediante su pascua se vierte sobre su cuerpo místico, esto es, sobre la iglesia. Y a la iglesia se le ha confiado la palabra de Dios para que, así en el tiempo como en el espacio, la haga ser historia de salvación en acto. Es decir: la palabra de Dios en manos de la iglesia se convierte por un nuevo título en signo de la presencia y acción de Cristo cuando la iglesia misma, visibilizada en la asamblea, mediante la celebración, en virtud del Espíritu, presencializa a Cristo y realiza, actualizándolas, las acciones salvíficas. El misterio, proclamado por la palabra, es actuado en la acción litúrgica.
c) Todo signo que tenga lugar en la acción litúrgica se ordena ya a la fe, que es menester despertar para que la acción misma presencialice el misterio en la vida del cristiano, ya al cumplimiento y realización de cuanto se significa precisamente mediante el signo. Ahora bien, la palabra proclamada, en cuanto partícipe de la dimensión de signo, se ordena directamente a la propia realización. Es, pues, todo el insondable proyecto histórico-salvífico, gradualmente revelado a través de los siglos y realizado en y por Cristo, el que, por la virtud del Espíritu Santo, se hace presente en la celebración litúrgica. La palabra allí proclamada, cómo todo signo litúrgico, está en relación directa con la actuación de la historia de la salvación que aquí está teniendo lugar.
d) La actuación de la palabra de Dios en la acción litúrgica se realiza, por consiguiente, merced al hecho mismo de hallarnos en el ámbito de la -> celebración, y celebración litúrgica significa realización de las realidades presentes a través de los signos. Con otras palabras: en orden a la realización de la historia de la salvación, el signo en la liturgia actúa en dimensión rememorativa, demostrativa y preconizadora de cuanto con él se significa. La proclamación de la palabra de Dios en, mediante y con la celebración litúrgica (en el sentido explicado -> supra, III,1) realiza lo que significa. Merced a la íntima vinculación en, con y por Cristo, es decir, por lo que son la -> liturgia y la -> participación litúrgica, toda celebración o actualización del misterio pascual de Cristo es actualización del "opus nostrae redemptionis"". Así es como toda la salvación realizada por Cristo confluye, mediante la fe de quienes creen en él y celebran la liturgia en conmemoración suya, por su orden, en el presente litúrgico, realizándose y actualizándose en él. Lo cual puede sintetizarse en el siguiente principio: la palabra de Dios anuncia la historia de la salvación; y la celebración, celebrando la palabra, realiza el misterio de la salvación, contenido y transmitido en ella y por ella.
Al condenar el error que reduce la eucaristía a pura y "nuda commemoratio", el concilio de Trento afirmaba implícitamente que cuanto se celebra en la eucaristía es realización de lo que Cristo hizo". Está, efectivamente, en juego la peculiaridad misma del simbolismo y de la dimensión semántica de la liturgia. Tal peculiaridad consisteen la capacidad de efectuar la realidad proclamada. La palabra, como signo de la realidad mistérica, se hace acontecimiento.
e) Después de cuanto hasta ahora llevamos dicho y hemos mostrado, se comprende por qué la interpretación litúrgica de la palabra de Dios está dotada de ciertas notas que es conveniente recordar. Helas aquí: 1) la objetividad. La palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica goza de la objetividad de la liturgia, en virtud de la cual ésta, en su finalidad, en su estructura, en su determinar y fijar la ordenación de los medios cultuales, responde a normas objetivas procedentes de Cristo, plenitud del mysterium. De suerte que "la objetividad de la palabra en la proclamación litúrgica contiene la proyección viva y eficaz del pensamiento de Dios a los hombres"", es decir, del plan divino histórico-salvífico. La objetividad de la palabra de Dios explica la eficacia de esta misma palabra en cuanto proclamada, hasta alcanzar el fin por el que ha llegado hasta nosotros; 2) la irrepetibilidad. La palabra de Dios en la celebración se hace entiéndase bien— irrepetible, en el sentido de que no podrá en otro hic et nunc celebrativo repetirse tal cual. En efecto, la palabra de Dios en la acción litúrgica viene a ser unívocamente nueva, renueva y es fructíferamente fecunda; 3) la adaptabilidad. En relación directa con la hermenéutica aplicable a cada una de las celebraciones, sean éstas sacramentos o sacramentales, la palabra de Dios asume ipso facto una adaptación apropiada; 4) la vivificabilidad. En la proclamación de la palabra, el Espíritu Santo, como principio vital que es de la celebración, llama y hace comprender la palabra misma en sintoníacon la situación espiritual en que se encuentra cada uno de los fieles dentro de la iglesia. La palabra de Dios, transmitida con fidelidad a la tradición, llega en la celebración a su plenitud, según su máxima posibilidad aquí, in via.
2. PRINCIPALES "LEYES" QUE TIENEN LUGAR EN LA RELACIÓN ENTRE CELEBRACIÓN LITÚRGICA Y PALABRA DE DIOS Y SUS APLICACIONES PRÁCTICO-VITALES. Cuando la celebración litúrgica, con su participación concomitante, se realiza como es debido, llega a crear en torno a la palabra de Dios un humus especial, que es el clima ideal para la escucha y la aceptación de esa misma palabra de Dios". Esta, en no pocos casos, parece haberse revelado durante acciones litúrgicas o rituales-cúlticas' ; y, sea como sea, siempre encuentra en la celebración litúrgica el lugar ideal para una explicitación más iluminadora, a medida que las mismas celebraciones van alternándose en el tiempo. Con tal que dicha explicitación no se entienda como una manera subjetiva de tratar el dato a través de la sensibilidad y de la imaginación, en nuestra afirmación se encierra un principio auxológico (= de crecimiento) al cual responde la palabra de Dios. Lo formulamos interpretado de dos maneras:
1. El crecimiento' histórico de la inteligencia de la iglesia, que paulatinamente va descubriendo las riquezas insondables de la revelación del Señor, tiene su incidencia en la palabra de Dios. La celebración litúrgica, que es el memorial de la Iglesia, ayuda a ésta a recordarse a sí misma cuanto el Espíritu va suscitando en favor de las generaciones cristianas". Los textos de la Sagrada Escritura proclamados hoy por la liturgia "se iluminan de una luz del todo propia. Esta luz toda propia y en cierto modo nueva proviene, me parece, de tres fuentes. Ante todo, del desarrollo de la historia eclesiástica y de la vida de la iglesia como se ha realizado desde los apóstoles hasta hoy (...). Otra fuente de nueva luz más abundante todavía es la evolución o explicitación sucesiva de los dogmas y de las doctrinas como se admite en la iglesia católica (...). Una tercera fuente de abundantísima luz que reciben muchos textos del NT por la liturgia es su relacionarse a la acción litúrgica, en la cual hic et nunc son insertados, y por lo mismo a la situación personal del fiel que en ese momento vive esa misma acción litúrgica"".
2. La profundización que la celebración litúrgica da a la palabra de Dios es tal que "la liturgia cristiana remite a la Sagrada Escritura como la realidad de Cristo remite a su anuncio"", es decir: la Sagrada Escritura contiene el anuncio perenne del plan divino de la salvación; la celebración litúrgica es su actuación ritual. Con otras palabras: "La Sagrada Escritura..., aun como revelación de salvación, se completa en la liturgia"; no en el sentido de que a la palabra de Dios le falte algo, sino en el sentido de que en la celebración es donde la palabra de Dios se lleva a compleción, a plenitud, de suerte que "la liturgia es siempre —y en sentido fuerte— revelación en acto". "Dicho de otro modo: el acontecimiento que se lee en la Sagrada Escritura es el mismo que se efectúa en la liturgia; y de esta manera la Sagrada Escritura encuentra en la liturgia su interpretación naturalmente concreta, es decir, siempre en el plano de historia de la salvación, y no de elucubración intelectual. Cristo es la realidad anunciada por la Sagrada Escritura, y Cristo llega a ser la realidad confesada-comunicada por la liturgia. Así es precisamente como la liturgia, a través de la directa experiencia del misterio de Cristo (experiencia de salvación interior), será la que nos dé el conocimiento y revelación del mismo misterio, que no podrá nunca ser sólo intelectual, sino que tenderá siempre a representarse, con el incremento del "conocimiento-revelación" en una mayor experiencia íntima y existencial. La Sagrada Escritura, por consiguiente, aun como revelación de salvación, se complementa en la liturgia".
Mediante la iluminación de este principio auxológico se comprende por qué la inteligencia y la actuación de la palabra de Dios en y con la celebración litúrgica puedan crecer en una progresión sin fin, con lo que el susodicho principio auxológico encuentra una como contraprueba y hasta su confirmación en algunas constantes, presentes y verificables en la relación entre celebración litúrgica y palabra de Dios celebrada, que hemos denominado leyes. Queremos llamar la atención sobre las principales, aprovechando la oportunidad para aludir a algunas implicaciones de carácter pastoral litúrgico. Estas leyes, por ser comunes a la iglesia de ayer y de hoy, de Oriente y de Occidente, es decir, de todos los tiempos y de todas las áreas geocultuales y geoculturales, gozan de un prestigio excepcional.
a) Ley del cristocentrismo. En toda celebración litúrgica está presente el Señor según su promesa y, por título específico, como Palabra viviente.
El que proclama la palabra de Dios escrita da a la Palabra viviente su propia voz para que la palabra oída sea, ya con y en este estadio, vivificada. El que la oye y acepta, prepara el proceso de vivificación que se realiza por medio del Espíritu. Tal vivificación se extiende a la actuación del sentido de los textos del AT (como preparación para la venida de Cristo) y de los del NT (como testimonios del misterio de Cristo que ahora se está celebrando). "Puede formularse así la ley interpretativa de la Sagrada Escritura en la liturgia: la liturgia lee la Escritura a la luz del principio supremo de la unidad del misterio de Cristo y, por lo mismo, de los dos testamentos y de toda la historia sagrada, unidad orgánico-progresiva bajo la primacía del NT sobre el AT y de las realidades escatológicas sobre la realidad de la economía actual
La dimensión de cristocentrismo que la palabra de Dios adopta en la acción litúrgica es ya —bien considerada en sus resultados y en sus implicaciones— poder de penetración y de interpretación. Y así, recurriendo al conocido axioma de Jerónimo, según el cual "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo"R5 podríamos afirmar que desconocer a Cristo es desconocer la Escritura; como también: no celebrar a Cristo es no celebrar la Escritura. Pero celebrar a Cristo (y esto es la liturgia) es celebrar la Escritura. Por eso los acontecimientos históricosalvíficos del pasado, irrepetibles, vividos y centrados en Cristo, los proclama —como recordábamos al principio [-> supra, V]— la iglesia convocada en asamblea litúrgica, ya que mientras evoca las etapas de la salvación con Cristo, en Cristo y por Cristo, invoca el poder salvífico del Espíritu y también a la Trinidad.
Esta ley de cristocentrismo comporta, en clave de pastoral litúrgica y de espiritualidad litúrgica, al menos lo siguiente:
• que se subraye y se muestre la relación íntima entre las lecturas del AT y el evangelio: aquéllas son comprensibles y explicables sólo cuando se las sitúa en relación directa con la realización (que es Cristo) significada en el evangelio;
• cuando, al menos implícitamente (mejor todavía si lo es directa y explícitamente), el comentario temático veterotestamentario, evocativo de realidades salvíficas, se relaciona con la interpretación cristocéntrico-litúrgica, los diversos tipos de exégesis (alegórica, tipológica, etc.), así como los diversos tipos de lectura (mistagógica, espiritual, etc.) llegan a encontrar consistencia y operatividad;
• precisamente porque el sentido que la palabra de Dios ha tenido para el hagiógrafo se ilumina, a la luz de la persona de Cristo, mediante la centralidad luminosa que de él proviene, es más fácil poder hacer algunas aplicaciones prácticas. Tales aplicaciones de la palabra de Dios, para los seguidores de Cristo no incurrirán en las fáciles aplicaciones moralizantes, sino que mostrarán las ideas motrices que dimanan del Verbum Dei, que se ha hecho presente en la celebración. Por otro lado, no se puede separar a Cristo de los cristianos, "ni las realidades cristianas de las que tienen lugar después de Cristo en los cristianos y entre los cristianos. Efectivamente, Cristo se prolonga de alguna manera y se completa en las realidades cristianas".
En conclusión: Cristo, por ser el centro de la liturgia, lo es también de la Sagrada Escritura proclamada en la celebración, que por él, en ella presente, adquiere significado, y que por medio de él se actúa.
b) Ley del "dinamismo" del Espíritu Santo. "Para que la palabra de Dios realice efectivamenteen los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo; con cuya inspiración y ayuda la palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica. Y en norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue la acción litúrgica, sino que también va recordando en el corazón de cada uno (cf Jn 14,15-17.25-26; 15,26-16,15) aquellas cosas que en la proclamación de la palabra de Dios son leídas para toda la asamblea de los fieles, y consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y promociona la multiplicidad de actuaciones" (OLM 9).
Para un adecuado comentario a esta ley remitimos a nuestro estudio citado en la nota 4. Pero ya en esta voz son frecuentísimas las referencias al Espíritu Santo, por lo que el lector atento podrá fácilmente descubrirlas.
c) Ley de la eclesialidad. En el nuevo pueblo de Dios, la palabra se actualiza y vivifica precisamente por haber venido el Verbum Dei a nosotros ante todo para constituir, entre los dispersos hijos de Dios, la unidad en su cuerpo", que es la iglesia. Y es siempre la palabra de Dios la que congrega a la asamblea litúrgica; como, por otra parte, todo anuncio de la palabra de Dios en la acción litúrgica no lo es sino para la edificación de la misma iglesia. Mediante el anuncio de la palabra que la iglesia realiza y mediante la acogida de dicha palabra en la fe por parte de la misma iglesia es como se construye cada vez más radicalmente la comunidad de los creyentes'. Añádase que la misma iglesia es depositaria de la palabra de Dios: a ella se le ha confiado para gloria de Dios en la edificación de la familia de los hijos de Dios. La palabra de Dios nunca es una realidad puramente exterior, sino que su proclamación en y por parte de la iglesia provoca la progresiva interiorización existencial de la doctrina vivificante de Cristo, hasta el punto de estar llamado el creyente a permanecer en la palabra, mientras está la palabra en él91 Por lo demás, como ya hemos recordado, la palabra de Dios, que es historia sagrada anunciada y revelada, es vivida al máximo por la iglesia cuando ésta celebra la misma palabra. En la celebración, el kerigma anunciado hace de cada creyente un participante en la acción litúrgica: como alguien que escucha, profundiza, comprende, acepta, y respectivamente como alguien que interpreta y anuncia. El fin, la dinámica, la esencia de la celebración que realiza la iglesia es actuar la pascua en la palabra y en el sacramento y conducir a los demás a celebrar la misma pascua del Señor. Es propiamente en la pascua del Señor, con Cristo y por Cristo, cuando —mediante la celebración realizada en, con y por la iglesia— la palabra de Dios celebrada es el resplandor de Cristo resucitado, represencializado sin cesar en el mundo. Lo cual equivale a afirmar que la actuación de la palabra de Dios se realiza por la iglesia, dentro de la verdadera celebración, en Cristo, quien con la iglesia convierte el don de la palabra en aceptable, acepto y aceptado.
La primera y suprema ley de la interpretación de la palabra proclamada en la celebración litúrgica es ésta: la palabra es interpretada por su relación a Cristo-iglesia que la celebra. Se comprende por qué "la expresión litúrgica del misterio de Cristo es toda ella escriturística"", y por qué toda la Sagrada Escritura llega a su "verificación" en la liturgia de la iglesia. En efecto, la palabra de Dios se proclama para poder reencontrar su voz. Y la celebración litúrgica da la propia voz a la palabra de Dios, a fin de que se realice su actuación. Se comprende, pues, también por qué la iglesia, al proclamar la palabra en la liturgia, da cumplimiento a su mandato profético con la máxima eficacia y de una manera pública y solemne.
Esta ley de la eclesialidad comporta en clave de pastoral y de espiritualidad litúrgicas al menos lo siguiente:
• es sabido cómo la -> homilía no constituye solamente un género literario extraordinario, sino que es un lugar exegético verdadero y propio de la palabra de Dios. Ahora bien, la interpretación de la palabra de Dios (proclamada en la acción litúrgica) que se hace con la homilía litúrgica reclama una máxima sintonización con la tradición perenne de la iglesia, lo cual significa que no es la exégesis dada por un autor o por una escuela exegética la que debe adoptarse en las actiones liturgicae, sino la perenne y común a la iglesia católica. En efecto, siendo la tradición promanación y actuación de la presencia en la iglesia del Señor resucitado, por medio del Espíritu, estar en sintonía con la tradición significa estar en comunión con el Resucitado por obra del Espíritu. Al romper la participación (= méthexis) con la tradición, se correría en la acción litúrgica el peligro de proclamar materialmente la historia de la salvación, pero no formalmente, y menos aún vitalmente;
• de manera análoga es más que sabido por todos que la celebración litúrgica es la epifanía del principio de identificación y unificación de las diversas moradas y de los diferentes carismas en y con los que se articula la ensambladura de la actividad eclesial. Esta es la razón por la que, aunque la palabra de Dios proclamada en la celebración es para todos los participantes en la acción litúrgica (incluso el que la anuncia), no a todos se les ha dado el carisma (=don, misión y morada) de interpretarla: ello sólo compete a quienes en la acción litúrgica poseen la prerrogativa de la presidencia. Así es como en la ordenada articulación de las diversas mansiones y en la celebración litúrgica resplandece la única naturaleza de la iglesia: cuerpo vivo, jerárquicamente estructurado y carismáticamente vitalizado;
• la comunidad creyente, como debe serlo toda asamblea litúrgica, no sólo se abre a la palabra allí anunciada mediante la adhesión noética, intelectual, sino que celebra además el contenido de la palabra misma. La ley de la eclesialidad subraya la parte insustituible que la asamblea desempeña en procurar así que la palabra de Dios pueda encarnarse en el hoy litúrgico. Para los fieles congregados para celebrar, el hoy de la celebración eclesial es una privilegiada oportunidad para introducirse en el hoy del Padre, que es Cristo, y, por tanto, para alcanzar en plenitud el misterio salvífico;
• la palabra de Dios en la celebración litúrgica posee una actuación y una actualidad. absolutas que, en cierto modo, rompen el / tiempo para insertarlo en otros parámetros, los atemporales. La consecuencia es que la relación que llega a adoptar la asamblea litúrgica ante la palabra de Dios es tal que implica el hic et nunc de la asamblea celebrante en el heri et in saecula salvífico. Las fases histórico-salvíficas evocadas en la palabra de Dios se reactúan en y por medio de la asamblea litúrgica. Realmente, en cada celebración se hace conmemoración (= anámnesis) de la historia de la salvación; de suerte que la palabra de Dios, con la peculiaridad de las diversas celebraciones, viene a ser misterio actuado de salvación. Se comprende así mejor la cuarta ley, a la que ahora nos vamos a referir.
d) Ley de la actuación vital litúrgica. La interpretación insustituible de la palabra de Dios que tiene lugar en la liturgia deriva del hecho de ser la proclamación de la palabra de Dios durante la acción litúrgica un acto de culto". Se comprende entonces por qué primariamente no interese a la liturgia tanto o sólo una comprensión intelectualista, conceptualista o erudita de la palabra de Dios. Esta se proclama en la liturgia en función del dinamismo interno de la acción litúrgica, que es el ser-culto; con lo que no se pretende afirmar absolutamente que la liturgia rechace todo tipo de iniciación bíblica, ni aun la que se reviste de erudición. Más aún: consiente que, incluso durante las acciones litúrgicas, se utilicen las debidas moniciones en la medida en que ayuden a comprender lo que se está realizando; moniciones que deberán hacerse con un estilo de iniciaciones bíblicas breves, incisivas y profundas. Por lo demás, toda iniciación bíblica no constituiría más que un momento propedéutico de la liturgia, que es misterio-acción-vida.
Por otra parte, en la liturgia es donde encuentra su culminación toda actuación de la palabra. En este sentido se puede comprender por qué, aun, sin ser jamás la ciencia bíblica propiedad de todos, a todos los cristianos se les ha concedido el orar (según el modo por excelencia más vital, como es el litúrgico) la palabra de Dios, lo cual tiene lugar con la misma palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica. La vitalidad con que llega a enriquecerse todo el que participa en la proclamación de la palabra de Dios hace que donde tal proclamación de la palabra se verifique eclesialmente, y por tanto se acoja comunitariamente, se dé una acción litúrgica. La iglesia ha comprendido siempre, bajo la acción del Espíritu Santo, que la palabra de Dios constituye una ayuda especial para la vida del creyente, así como un medio insustituible que permite establecer la interpretación cristiana de la vida y formar personalidades profundamente cristianas. En efecto, se puede afirmar que entre "pietas liturgica" y palabra de Dios proclamada existe un principio de correlatividad inescindible e insustituible, ya que entre palabra de Dios y liturgia existe tal dinamismo vital, que la liturgia se nutre de la palabra de Dios y la palabra de Dios celebrada llega a ser, por un nuevo título, palabra viva palabra de vida Este dinamismo vital es algo parecido al que tiene lugar entre vida cristiana y acción litúrgica, donde entre las dos realidades no debiera haber ninguna diferencia, a no ser la cronológica, en el sentido de que la acción litúrgica puede circunscribirse al tiempo y al espacio, mientras que la vida cristiana es coextensiva a todo aquello que realiza cada cristiano. Ahora bien, la liturgia, que es todo el misterio salvífico en la vida del cristiano llevado a su culminación (= la celebración), y que a su vez es fuente del vivir cristiano, aparece en simbiosis con el dinamismo vital propio de la palabra de Dios.
En orden a la espiritualidad litúrgica nos place recordar esquemáticamente:
• la palabra de Dios proclamada (y comentada) en la acción litúrgica tiene como finalidad mover a la acción cristiana vital. Esta acción vital para todos y en todos los fieles que participan en la celebración se verifica en cuanto que la palabra de Dios en la liturgia desemboca para todos en acción cultual y ella misma es culto. Celebrando la acción litúrgica, los participantes celebran la cumbre misma adonde debe llegar todo tipo de estudio, de lectura, de exégesis de la Sagrada Escritura;
• a la proclamación de un pasaje escriturístico, hecha dentro de la acción litúrgica, debiera seguir un espacio de -> silencio, que, más que una ceremonia formal, ha de ser signo de la presencia del Espíritu El silencio en la liturgia es llamada a unos instantes de recogimiento meditativo a lo largo de la jornada del cristiano, cuyo fin es éste: "La vital actuación de la palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo, entra particularmente por un don especial del Espíritu Santo en la intimidad de cada creyente". Lo que decía Ambrosio de la persona del cristiano: "tota intendit in Verbo"'", se concreta en la acción litúrgica por excelencia, la eucarística. Se realiza en ella, de la manera más perfecta posible in via, la unión entre el creyente y el Verbo hecho alimento;
• si la celebración litúrgica no es signo del Espíritu, no significa nada; en efecto, la verdadera esencia de la acción litúrgica es ser epifanía del Espíritu. Ahora bien, mediante la Escritura el Espíritu fue iconógrafo, es decir, realizador, a través del hagiógrafo, de la revelación de la imagen del Padre: Cristo. En María fue iconoplasto,es decir, plasmador de esa misma imagen. En la acción litúrgica es simultáneamente iconógrafo, iconoplasto e iconóforo, esto es, portador de la imagen presencializada y vivificada. Los participantes en la acción litúrgica deben sintonizar y cooperar con el Espíritu, que actúa la palabra de Dios. La espiritualidad litúrgica es eminentemente pneumatológica. Es precisamente en la acción litúrgica donde, ya personal, ya comunitariamente, todo creyente debiera ser con más facilidad dócil al Espíritu, para superar el hecho de que la Escritura de suyo es disociable de la vida, y por tanto para hacer realidad el hecho de que la Escritura debe llegar a ser norma y ley del obrar cristiano;
• en efecto, la formación cristiana no es tanto o solamente fruto de la investigación exegético-científica orientada y realizada sobre la Escritura; es decir, no puede reducirse primariamente a un conjunto de informaciones cuantitativamente determinables, polifacéticamente estructuradas y cualitativamente seleccionadas: lo que cuenta, en la formación cristiana, es vivir, actuar la palabra de Dios. Sabemos, efectivamente, que los exegetas interpretan la Escritura y que cada creyente, en la comunidad eclesial, está invitado a vivirla. Ahora bien, la liturgia ofrece á la comunidad la posibilidad concreta de vivir lo que se proclama en la palabra de Dios. Más aún, en la celebración litúrgica se convierte la asamblea en lo que recibe y en lo que anuncia, y en lo que se anuncia y se celebra. Con otras palabras: el mystérion proclamado y profesado (= exomologhía) por la vida del cristiano (=euloghía) llega a ser acción litúrgica (=eucharistía), de suerte que la proclamación de la palabrade Dios, realizando lo que significa, transforma la vida del cristiano en una acción de gracias. Se comprende así mejor cómo lo que cuenta es la contemplación orante y vivida de la palabra de Dios. Y la sed apagada con la palabra orante —mientras se intensifica todavía más el deseo de volver a la fuente— edifica, une, alaba, da gracias: se hace liturgia-vida;
• la actuación de la palabra de Dios, como obra del Espíritu otorgado por Cristo resucitado y colaboración con Cristo por parte de los fieles, en la celebración litúrgica es normativa; en efecto, la celebración litúrgica se caracteriza por tres dinamismos transformantes o de actuación: el dinamismo de transformación sacramentaria, mediante el cual la celebración transforma, por ejemplo, a una persona en hijo de Dios por adopción (= bautismo), a un fiel en ministro jerárquicamente constituido (=orden), a un pecador en camino de conversión en un convertido (=penitencia), el pan y el vino en cuerpo y sangre del Señor (=eucaristía: transustanciación), etc.; el dinamismo de transformación existencial, mediante el cual la celebración transforma a la asamblea en cuerpo místico del Señor cada vez más radical y profundamente tal; el dinamismo de transformación actualizante y vitalizante, mediante el cual la celebración (si es lícito hablar así) transforma la palabra de Dios en acontecimiento históricos-salvífico actuado.
El advenimiento-acontecimiento y el anuncio coinciden. El in illo tempore salvífico viene a ser, en el hodie litúrgico celebrativo, el quotidie salvífico perennizado; como el et in saecula está ya anticipado y consumado en el hic et nunc celebrativo.
Añadamos que la proclamación de la palabra de Dios en la liturgia aparece siempre inserta en celebraciones particulares (diversos sacramentos, sacramentales, etc.), que a su vez se celebran dentro de la estructura del / año litúrgico. Dicho de otra manera: la palabra de Dios celebrada debe situarse en la confluencia de tres centros de interpretación: el de la celebración, el del período del año litúrgico, el de la asamblea concreta. La celebración transforma la palabra de Dios; el período del año litúrgico la informa; la asamblea concreta la orienta a medida que va percibiéndola, y la asamblea a su vez está orientada por la palabra de Dios. La espiritualidad litúrgica se potencia mediante la orientación que viene de la palabra de Dios celebrada, contribuyendo a su vez a la orientación vital de la palabra de Dios. Sabemos, en efecto, que la espiritualidad litúrgica es eminentemente bíblica.
En orden a la pastoral litúrgica haremos solamente alusión a algunas cosas prácticas.
• Partiendo de lo que aquí mismo acabamos de recordar, y sin adentrarnos en la relación que viene a establecerse entre el contenido objetivo de la palabra de Dios y quien percibe la importancia de tal contenido, dirigimos la atención hacia los otros dos centros de interpretación: el de la celebración y el del período del año litúrgico. Nos ayudarán estos dos centros a comprender cómo la palabra de Dios aparece en la liturgia con una "estructura especial" 10 que constituye un paso obligado para la comprensión de la misma palabra de Dios. La liturgia recoge todas las aportaciones de la sana exégesis católica. El pastor, sin embargo, debe saber adaptar el texto bíblicoinserto en la estructura litúrgica ya a la acción litúrgica, ya el período del año litúrgico. Supongamos, por ejemplo, que se trata de Rom 6 o Rom 8. La liturgia romana actual proclama: el c. 6 de la carta a los Romanos, en la liturgia eucarística "', en la liturgia bautismal, en la liturgia penitencial, en la liturgia de la consagración de las vírgenes y de la profesión religiosa, en la liturgia exequial; el c. 8 de la misma carta a los Romanos, en la liturgia eucarística, en la liturgia bautismal en la de la confirmación en la del matrimonio.
El sentido de cada perícopa está y debe estar en sintonía con el concreto momento celebrativo, el cual ilumina y matiza las pericopas con una luz específica, por lo que habrá de añadirse que en el ámbito de una misma celebración puede proclamarse un pasaje escriturístico en distintos períodos del año litúrgico. Refiriéndonos concretamente al citado c. 8 de la carta a los Romanos proclamado en la eucaristía, lo encontramos utilizado en tres distintos períodos: en el tiempo "per annum", durante la cuaresma y en pentecostés. Consiguientemente, en la práctica se habrá de atender simultáneamente a tres modulaciones para la comprensión de un texto bíblico proclamado en la acción litúrgica, es decir, a cuanto deriva: 1) de la exégesis clásica y católica, 2) de la acción litúrgica en que se proclama, 3) del período del año litúrgico en que se utiliza.
• Esto nos lleva a recordar cómo la acción litúrgica, que nace y florece de la palabra de Dios proclamada, es al mismo tiempo el humus en el que esa misma palabra de Dios proclamada hunde sus raíces y de donde toma sus mociones. Ello no debe malentenderse, sino se quiere que la sensibilidad de algún exegeta reaccione herida o molesta. Lo que nosotros afirmamos es que, simultáneamente y de forma indisociable, la palabra de Dios está al servicio de la acción litúrgica y la acción litúrgica al servicio de la palabra de Dios. Ordinariamente se olvida la segunda parte de esta afirmación. En cuanto al servicio que la acción litúrgica presta a la palabra de Dios, no es sólo el de conducirla a su culminación o punto de llegada (toda proclamación litúrgica de la palabra de Dios, en efecto, apunta a conmemorar, es decir, a hacer llegar la misma palabra a acontecimiento cultual), sino también el de desplegar su grandiosidad, polivalencia, profundidad, viveza y vitalidad en una peculiar actuación de dicha palabra de Dios en sintonía con cada celebración. Creemos, pues, que no es posible llegar a la comprensión de la palabra de Dios proclamada en la acción litúrgica si no se conoce la teología litúrgica propia de cada celebración, y aun la misma teología del -> año litúrgico, de la que la palabra proclamada toma sus peculiares matices.
• Debemos añadir que el servicio de la acción litúrgica a la palabra de Dios pudiera también deducirse de un ulterior dato efectivo, es decir, del hecho de que toda tradición litúrgica, a lo largo de los siglos, se ha sentido siempre libre para elegir, disponer, adherirse interpretativamente y utilizar la Sagrada Escritura como una realidad que le pertenece constitutivamente. Si los estudios sobre este hecho se hubieran desarrollado más sistemáticamente, aplicándoles con mayor detalle el método del comparativismo litúrgico entre las diversas liturgias orientales y occidentales, se podrían comprender los criterios del uso litúrgico de la Sagrada Escritura. Sobresaldrían dos grupos de criterios: criterios de tipo práctico-pastoral, cuyas exigencias han llevado a dividir las perícopas de una forma determinada, en ocasiones incluso por razones de utilidad; criterios que nosotros calificamos como exegéticolitúrgicos; en efecto, se han realizado deliberadamente acoplamientos de perícopas veterotestamentarias, así como divisiones, interrupciones, suspensiones o fragmentaciones de perícopas que aun hoy pueden causar sorpresa y estupor en conocidos biblistas. Una cosa es cierta: los criterios de selección, de división y de disposición de las perícopas, que cambian de familia litúrgica a familia litúrgica (dentro de una misma familia, en tiempos distintos, se encuentran notables cambios), están indicando que la liturgia es consciente de su deber de salvaguardar y potenciar su propia temperies en la proclamación de la palabra de Dios, temperies mediante la cual la misma palabra de Dios viene provechosamente, y por nuevo título, actuada en la iglesia. Todo ello comporta en el campo de la pastoral litúrgica una cierta maleabilidad y ductilidad para adaptarse —renunciando a los propios puntos de vista— a los diversos datos contenidos en los actuales libros litúrgicos y un saber usufructuar igualmente el título oficialmente propuesto en el ámbito de los distintos leccionarios existentes en la liturgia romana. Por desgracia, los comentarios exegéticolitúrgicos hoy accesibles recurren muy pocas veces a este subsidio exegético.
• La toma de conciencia acerca de la oportunidad de volver cíclicamente a las temáticas contenidas en la palabra de Dios se dio siempre también en la liturgia de ayer. Hoy, bajo la necesidad urgente de actuar lo sancionado por la SC (una lectura de la palabra de Dios más amplia y más variada",), en concomitancia con el hecho de que la palabra de Dios debe ocupar un puesto de primera importancia en la celebración litúrgica 16, la proclamación de tal palabra en la liturgia se ha incrementado cuantitativamente (cf las tres lecturas, mientras antes eran siempre solamente dos), con la posibilidad, además, de acoplarla de una manera más orgánica (cf ciclos de lectura A, B, C y I, II).
Este incremento cuantitativo y el acentuado carácter cíclico presente en la proclamación de la palabra de Dios se basa y beneficia, al mismo tiempo, de la ley psicológica de la índole cíclica del aprendizaje. Se apoya también en el hecho de ser igualmente la liturgia un método de vida.
No es la transformación de la personalidad humana en personalidad cristiana la finalidad directa de la celebración litúrgica (que es la de hacer vivir el misterio realizado en Cristo por el Espíritu Santo para alabanza y gloria del Padre), pero sí es fruto directo de la liturgia. Creemos oportuno y útil tenerlo presente en la pastoral litúrgica, ya que ello induce a volver sobre los mismos conceptos, verdades y realidades hasta alcanzar gradualmente la transformación del individuo. La liturgia, bajo la moción del Espíritu Santo, nutre, forma y perfecciona al cristiano hasta la plenitud de la edad madura en Cristo. Ello equivale a afirmar que la actuación vital de la palabra de Dios en y por medio de la acción litúrgica está en sintonía con los parámetros de la pedagogía divina, que se modula según los tiempos largos, y el arte paciente de educar.

VI. Conclusión
La liturgia es capaz de regular la existencia del cristiano. Para lograr ser fiel intérprete de cuanto se proclama en la palabra de Dios, no deja de multiplicar las formas de inserción de la presencia de Cristó en la temporalidad humana. En este sentido, la liturgia es palabra viva que hace brotar, en el transcurso del tiempo, la respuesta individual y eclesial (de cada persona en la iglesia y de la iglesia en cada persona) a la intervención de Dios que tiene lugar a través de la palabra. La celebración litúrgica cumple así su misión de diakonía, primariamente siendo creadora del modo de transmitir, de anunciar y de actuar vitalmente la palabra de Dios, y subsidiariamente actuando la formulación de la respuesta existencial al Dios-Trino, que interpela a los creyentes. La celebración litúrgica viene a ser el momento privilegiado del ministerium Verbi. En efecto, "la lectura litúrgica de la Biblia es la única lectura que agota todo el sentido que ella tiene a los ojos de su autor principal. Es la lectura teológica de la Biblia. La lectura dicha filológica, crítica, que, por definición, intenta pararse en el sentido de los contemporáneos, es útil, legítima, incluso necesaria, ya que toda ulterior lectura debe partir de ésta; mas es parcial e incompleta"'". La complementariedad, la vitalidad, la actualidad y el dinamismo del sentido profundo de la Escritura se realiza en la liturgia, ya que tal sentido profundo en su complementariedad, vitalidad, etc., no es sino la unidad de la economía salvífica, que se actualiza en la celebración litúrgica.
La celebración de la palabra de Dios se orienta, pues, a revelar la perenne actualidad del misterio que se está celebrando, así como a hacer penetrar a los celebrantes o participantes en su comprensión, vitalizándolo. Participando en una celebración de la palabra se sienten movidos los cristianos a participar en la celebración de la eucaristía, que representa la suprema realización de toda palabra proclamada. Es, por tanto, inconcebible que algunas comunidades de cristianos se aventuren a vivir el cristianismo en su complementariedad nutriéndose sólo de la mesa de la palabra, amortiguando así el dinamismo de la misma, que consiste en hacer llegar a la completa celebración de cuanto en ella se anuncia [-> Celebración de la palabra].
A.M. Triacca

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