viernes, 11 de abril de 2014

El gesto bautismal.


El concilio de Trento afirma que el agua verdadera y natural (cfr. DS 1615) es la materia necesaria para el bautismo y esto no puede ser entendido como una metáfora. Con justicia afirma santo Tomás que los sacramentos causan una santificación allí donde se realiza un gesto. En el bautismo el gesto consiste en derramar agua e invocar la Trinidad. Precisa: «Por eso el sacramento no consiste en el agua misma, sino en la aplicación del agua al hombre, esto es, en la ablución» ".
Así pues, la materia es una acción, un gesto que consiste en la ablución externa del hombre acompañada por la fórmula verbal prescrita. A lo largo de la historia, la ablución se ha realizado de tres modos: inmersión en el agua, infusión del agua en la cabeza o aspersión, está última no está prevista ya por el Código de Derecho Canónico y ha sido abandonada. En todo caso, el ministro derrama el agua como instrumento agente en nombre del autor principal, que es Jesucristo. La triple ablución procede y ha sido sugerida por la forma trinitaria y está atestiguada por la Didaché. La bendición del agua forma parte de lo que acompaña al rito, haciéndolo significativo y comunicativo de los dones divinos.

En el N.T. encontramos que el bautismo es celebrado en el nombre de Cristo o de la Trinidad. Eso indica, en primer lugar, una profesión de fe en Cristo o en la Trinidad, que realiza la obra de la salvación. El bautismo nos une a la persona de Cristo salvador. Se reconoce que su obra procede del amor del Padre y se realiza en la efusión del Espíritu. Además de esto, el nombre de Cristo o de la Trinidad expresan la autoridad y la causa de las que brota el bautismo y por las que se confiere. Pero no puede excluirse tampoco que tales afirmaciones indiquen que el bautizado se vuelve propiedad o es consagrado a Cristo y a la Trinidad. J. Betz afirma justamente: «La locución característica "bautizar [...] en el nombre de Jesús (Cristo) o en Cristo" significa concretamente la cesión de la persona del bautizado a Cristo. Esa consigna se proclama en la invocación, en la epíclesis sobre el candidato en el nombre de Jesús. También la fórmula litúrgica más antigua refleja dicha expresión. Mas la anexión a Cristo significa, al mismo tiempo, el retomo al Padre. Todo eso se hace posible en el bautismo por medio del Espíritu» 12.
Las fórmulas del bautismo indican el sentido teológico sobre la base de su origen y por lo que expresan. Es posible, por ejemplo, que Mt 28, 19 pueda haber sido ya también una fórmula litúrgica que indica el sentido de la relación con la Trinidad surgido con el bautismo. En el siglo IV encontramos la fórmula litúrgica explícita: «Yo te bautizo...» Pero es preciso recordar que, en la liturgia del bautismo, ha existido siempre una fórmula litúrgica más amplia que la usada en el momento de la ablución, la cual expresaba de modo claro, bajo la forma de preguntas y respuestas, la fe eclesial. En un momento determinado, en virtud de la necesidad de una precisión que diera seguridad en el proceso sintetizador y para evitar controversias, subintró pronto la fórmula litúrgica que sigue siendo válida.
Precisamente la fórmula de la celebración litúrgica nos revela los motivos por los que el bautismo, desde el principio, fue denominado de manera especial «sacramento de la fe» 13. Esta expresión indica, en primer lugar, el acto de fe que toda la Iglesia, el sujeto celebrante, lleva a cabo; y realiza una acción que renueva y hace vivir de modo actual la fe en Jesucristo redentor y salvador, que santifica y justifica ahora al hombre uniéndole a su santidad. Es un sacramento que sin esa fe no tendría sentido alguno.
En segundo lugar, el bautismo agrega a la comunidad de fe, llamándonos a adherimos a toda la comunidad cristiana. El catecúmeno es bautizado en la fe de la Iglesia. La fe profesada no puede ser reducida a una relación subjetiva: esa fe nos introduce en la vida de la comunidad, de la que recibimos la posibilidad de establecer relaciones objetivas con Jesucristo. El encuentro bautismal con Jesucristo es una participación en la vida plena de su cuerpo, que es la Iglesia.
Además de esto, el bautismo es sacramento de la fe porque pide, cuando el bautizado es capaz de ello, una fe y una opción radical y total por Jesucristo, único y singular mediador entre Dios y los hombres. La palabra viva de Cristo es ya presencia de salvación que obra en la historia y en la vida personal, mas ésta encuentra también en todo momento signos que la realizan y la hacen objetivamente operante, y eso empezando por la acción sagrada con la que el hombre se convierte en hijo de Dios. Por eso puede añadirse también que: «El bautismo ilumina nuestra inteligencia para conocer a Dios en Cristo. La fe no es una potencia que se añada a las otras potencias de la naturaleza humana, sino que la gracia del bautismo proporciona a la inteligencia humana una nueva capacidad para acoger la revelación de Dios, no a través de la adhesión a una verdad abstracta, sino a través de la adhesión a la realidad del misterio» 14..
En consecuencia, el bautismo nos permite ver que el misterio no es incognoscible e inalcanzable, sino que se puede conocer y participar porque se ha comunicado en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.