viernes, 11 de abril de 2014

La Institución del Bautismo.


La preparación
La preparación de la institución del bautismo de Jesucristo, en el A.T., tiene lugar de múltiples maneras. Recordemos los elementos fundamentales de la misma. Los israelitas, para ser agregados al pueblo de Dios y participar en la salvación que Él da, tenían necesidad de la circuncisión unida al acto de fe y a la periódica renovación de la alianza, como se atestigua explícitamente en Gn 17, 1-16. La circuncisión se convierte en un signo que recuerda la alianza perenne de Dios (v. 11) y la pertenencia a su pueblo (v.14). Ésta hacía partícipes de una agregación étnica querida por Dios, de una unidad de pueblo formada en el seno de una historia por una intervención salvífica de Dios, que trazaba unos confines. En tiempos de Moisés (cfr. Ex 12, 44-51) la circuncisión es condición indispensable para tomar parte en los ritos pascuales y en las celebraciones que celebraban la liberación del pueblo de Dios.
El segundo momento fundamental de la preparación es el de los profetas que anuncian la circuncisión del corazón (cfr. Jr 4, 4). Ese signo posee valor porque expresa la fidelidad interior. Cuando alguien se niega a convertirse, es que tiene un corazón incircunciso (cfr. Jr 9, 24-25). Por eso Dios establecerá una alianza nueva escrita en el corazón y perdonará los pecados. Entonces Él será su Dios y ellos serán su pueblo (cfr. Jr 31, 31-34). Dios rociará a su pueblo con agua pura y será purificado, les dará un corazón y un espíritu nuevos, hará observar y practicar sus leyes (cfr. Ez 36, 22-28). La agregación anunciada por los profetas está basada en factores nuevos que conducen a una santidad personal. De este modo, todos son llamados y preparados para la verdadera circuncisión espiritual instituida por Cristo, que es el bautismo: «en él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos» (Col 2, 11-12).
El bautismo del N.T., aunque preparado desde tiempos remotos, deriva del acontecimiento pascual de la muerte y resurrección de Cristo, de las que es representación y memoria eficaz según la modalidad sacramental 4. Ya no es ciertamente una simple esperanza de un acontecimiento futuro. Se refiere ante todo, de manera inmediata, al bautismo de Juan, en cuanto éste está ordenado al de Cristo y constituye un anuncio profético del mismo. Por estos motivos el bautismo de Juan permanece en la predicación apostólica en estricto vínculo con el bautismo cristiano (cfr. Hch 1, 5; 10, 37). Juan, refiriéndose a los ritos de inmersión en agua (tal como indica la etimología del término bautismo), conocidos y practicados por las religiones antiguas y por el judaísmo, y siguiendo su propia vocación, se pone a bautizar con sus propios objetivos, unos objetivos bien claros. Su mirada está puesta en una renovación y en una purificación interiores, que se obtienen mediante la conversión, la confesión y la petición de perdón por los pecadores (cfr. Mt 3, 2.6.8.11). Se trata de un gesto que introduce en el grupo de aquellos que esperan al Mesías de manera apasionada y creen en el anuncio del reino de los cielos ya próximo, más aún: presente. El bautismo de Juan es una invitación profética a la renuncia al pecado y a volverse a Dios, que ha concedido su salvación a través de intervenciones proféticas, y reclama por lo menos un comienzo de vida nueva. Esa invitación va acompañada de un gesto que tiene ciertamente una eficacia propia, aunque no sacramental, como sí tendrá, en cambio, el bautismo en Espíritu Santo y fuego (cfr. Mt 3, 11).
El bautismo de Juan será practicado asimismo por los discípulos de Jesús (cfr. Jn 3, 22-23; 4, 1-2), hasta que se dé el bautismo en nombre de Cristo.
La institución por parte de Jesucristo
El bautismo querido y ordenado por Jesucristo a sus discípulos, a fin de que lo extiendan a todo el mundo (cfr. Mt 28, 19; Mc 16, 16), se fundamenta también en otros momentos de la vida de Cristo. Su institución da comienzo en el bautismo de Jesús por medio de Juan el Bautista: el gesto de la inmersión en el agua está incluido en la obra de salvación. El comienzo eficaz del bautismo tiene lugar en la cruz con el sacrificio y la expiación redentores. Se basa en el cumplimiento de la misión a través de la pasión y la resurrección. Su introducción como sacramento de fe y de salvación tuvo lugar con el mandato de bautizar; esta orden promulga su aplicación salvífica a todos los hombres. Con tales gestos y acciones, centrales en la vida de Jesús, se fijan tanto el signo como el significado del sacramento del inicio de la vida cristiana. En consecuencia, será necesario intentar comprender el sentido del bautismo de Jesús, de su muerte y resurrección en relación con nuestro bautismo.
El bautismo de Jesús en el Jordán, además de expresar su solidaridad con los hombres pecadores, constituye el hecho de la vida de Jesús en que aparece como siervo de Dios y Mesías manifestado ahora; constituye la aparición del Hijo de Dios, del cordero de Dios y del Verbo que renueva la creación para siempre. Es también Él quien recibe la efusión del Espíritu Santo, lo posee desde el principio para que le guía y cumplir hasta el final su misión redentora5.
En el bautismo se manifiesta la pertenencia del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu y la complacencia por la obra que va a realizar. La aparición de la Trinidad, la efusión del Espíritu Santo y el anuncio de la realización de la obra mesiánica tienen lugar en el gesto del bautismo. Este acontecimiento constituirá también para el bautizado, de una manera absolutamente analógica, el comienzo de su pertenencia al reino de Dios presente en la tierra, la efusión del Espíritu y la llamada a realizar la vocación que se recibe. El bautismo de Jesús revela el misterio y el acontecimiento salvífico que se realiza en nuestro bautismo.
La relación indisoluble y específica del bautismo con la muerte y resurrección de Cristo está presente en todos los escritos neotestamentarios, que es san Pablo, en particular, quien lo recoge con una sorprendente riqueza doctrinal, que vamos a intentar presentar ahora en sus puntos centrales. En primer lugar, la profesión de fe en el hecho de que Dios ha resucitado con su poder a Jesús de entre los muertos constituye el presupuesto nunca olvidado del vínculo que une el bautismo con el acontecimiento pascual. «Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rm 10, 10), es la profesión de fe que tiene lugar después en el bautismo. Eso no se opone a la fe, sino que la acompaña y la refuerza expresándola externamente (cfr. Ga 3, 26-27; Ef 4, 5; Hb 10, 22). Por creer en Dios, que resucita a Jesús con su poder, somos agregados en el bautismo a la muerte de Cristo, y se abre para nosotros, en virtud de la resurrección de Cristo, una vida nueva, escatológica, a la que hemos sido ya vinculados (cfr. Col 2, 12-13). Así, el bautismo expresa con signos sensibles nuestra fe y la realiza, la lleva a cumplimiento, dándonos aquello en que creemos.
En segundo lugar, el bautismo actúa sobre la base y en virtud de la obra realizada por Cristo. La muerte de Cristo nos hace santos, purificándonos con el lavado del agua acompañado de la palabra, del mismo modo que la Iglesia es santa e inmaculada (cfr. Ef 5, 25-27). El bautismo no es un acto mágico o automático, sino un acto redentor de Cristo, que prosigue ahora según la modalidad de un signo eficaz. El bautismo, gracias a la acción de Cristo, lleva a cabo asimismo un tránsito del estado de pecado al de santidad, porque es destruido el cuerpo del pecado y ya no somos esclavos de él (cfr. Rm 6, 6-7). De este modo, el hombre se reviste de Cristo (cfr. Ga 3, 26-28; 2, 20; Co 3, 9-11).

Para comprender mejor todo lo que hemos dicho, vamos a transcribir un fragmento de la síntesis del estudio dedicado a Rm 6 por H. Schlier: «1. El bautismo actúa como causa instrumental de la salvación, mientras se realiza el acto. Esto resulta claro no sólo a partir de Rm 6, sino también, por ejemplo, a partir de Col 2 y de 1 P 3. Con ello se distingue de un acto simbólico, que únicamente se limitaría a representar lo que se lleva a cabo de otro modo. 2. El bautismo actúa durante la realización de su acto de modo real y objetivo. Lo esencial es que, a través de él, ocurra algo en el hombre, no que viva o experimente algo. También esto puede encontrarse fácilmente en Rm 6 y es reforzado por 1 Co 6, 11; Ga 3, 23ss.; Jn 3, 5 (1 Jn 3, 9; Hb 6, 4)»6.
Somos unidos a Cristo mediante el bautismo, que es la imagen (omoioma, Rm 6, 5), la copia de su muerte. El bautismo representa la muerte y la resurrección con una semejanza, con una acción que se asemeja, está unido al misterio pascual, aunque no es idéntico a él. Es un gesto entendido como acción concreta y objetiva: es la inmersión en el agua y el volver a salir de ella, como Cristo, de manera semejante, bajó, cuando murió, y volvió a salir después, al resucitar. Por consiguiente, el rito externo es omoioma, imagen concreta expresada con un signo, con una acción ritual de presentación y de configuración a la muerte y resurrección de Cristo. Para evitar ofrecer una idea reductora de la relación entre la muerte y la resurrección de Jesús y el bautismo, es indispensable recordar por lo menos el hecho de que ese vínculo implica asimismo la entrada en una nueva comunidad, que prolonga y continúa la obra del Señor, y el regalo del don del Espíritu Santo. Mas de esto vamos a tratar a continuación.
Tras haber expuesto brevemente el hecho de la institución del bautismo por Jesús a partir del sentido de su bautismo, de la unión ontológica-real del bautizado con Cristo muerto y resucitado, teniendo presente también la orden dada por el mismo Jesús a los discípulos para que fueran a bautizar por todo el mundo, sobre la que no parece necesario detenernos ahora, sería preciso aclarar los efectos del sacramento: el renacimiento, la filiación divina, la participación en la naturaleza divina... tanto en referencia con cada bautizado, como en referencia al sacerdocio bautismal. Sin embargo, nos parece preferible remitir esos temas a un estudio posterior que no sea sólo bíblico, sino que incluya toda la tradición. Desarrollaremos esto cuando tratemos los efectos del bautismo.

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