viernes, 11 de abril de 2014

Receptor del bautismo.

Todo hombre puede recibir el bautismo. Si se trata de un adulto, es necesaria, para la validez, la intención libre y al menos habitual de recibir el bautismo. Para una recepción fructuosa hacen falta, según las posibilidades personales, la fe y el arrepentimiento de los pecados con el propósito de llevar una vida cristiana. Por lo que respecta a los recién nacidos, es doctrina constante que también ellos pueden ser bautizados sin condiciones en peligro de muerte, pero en los otros casos es necesario tanto el consentimiento de los padres, o de quienes hagan las veces, como una fundada esperanza de que serán educados en la religión católica. Cuando no existe esta esperanza, debe ser diferido el bautismo. Afirma san Agustín sobre el bautismo de los niños recién nacidos: «La madre Iglesia concede los pies de otros para que vayan (a la Iglesia), el corazón de otros para que crean, la lengua de otros para que hagan la profesión de fe; dado que están agravados por el pecado de otro, por el cual están enfermos, así también, cuando en esa circunstancia haya presente hombres sanos, se salvan por la profesión de fe que otro hace por ellos. Que nadie insinúe doctrinas contrarias a este respecto. La Iglesia siempre ha admitido esto, se ha atenido siempre a esto; lo ha aprendido de la fe de los antiguos, lo custodia fielmente hasta el final» 10.
El bautismo, una vez recibido de cualquier ministro, no puede ser reiterado. Es único porque es la entrada en el reino mesiánico y eso puede tener lugar una sola vez para siempre (cfr. Col 1, 13-14). Del mismo modo que se nace una sola vez, también la participación y la configuración con la muerte y la resurrección de Cristo pueden tener lugar sólo una vez para siempre (cfr. Rm 6, 1-11).

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