sábado, 31 de mayo de 2014

LA BATALLA DE COVADONGA: VISTA POR LOS UNOS... Y VISTA POR LOS OTROS.



La batalla de Covadonga marca, para los historiadores cristianos, el inicio de la Reconquista, la lucha que se prolongaría por espacio de casi 800 años, por recuperar a los árabes el terreno perdido. 

Aquella lejana batalla está envuelta en el misterio histórico y parece que tuvo origen más en una afrenta personal que quería vengar el héroe Don Pelayo que en la idea de comenzar a rehacer la unidad del suelo hispano. 

Don Pelayo había sido miembro de la guardia real durante los reinados de Witiza y Rodrigo. Ante el avance musulmán se refugió en las abruptas montañas de Asturias y allí parece que el gobernador árabe de Gijón raptó a la hermana de Don Pelayo y se la llevó a su harén. Ante este hecho Pelayo decidió levantar estandarte de guerra contra los moros y en la primavera de 718 convocó una asamblea a la que acudieron algunos visigodos, refugiados como él y astures que decidieron nombrarle caudillo de la rebelión. 

Durante los cuatro años siguientes, Pelayo continuó haciendo proselitismo de su causa y se dedicó a hostigar las fronteras árabes, robando y matando, actuando más como un bandido que como un guerrero revolucionario. El emir cordobés harto de recibir quejas sobre aquel "asno salvaje" mandó a uno de los mejores generales bereberes, Alqama, al que acompañaba el obispo traidor don Oppas, con un número de soldados que oscilaban desde los 60.000 hasta los 187.000, pero estas cifras son a todas luces exageradas. 

Este don Oppas era hijo de Witiza y obispo de Toledo, pero combatía con los sarracenos. 

Olvidándose de su cargo y religión prefirió ponerse aliado de los vencedores y arengar a Pelayo acerca de la conveniencia de pactar con ellos y de no oponerse a los árabes. Las palabras de Oppas no hicieron mella en el orgullo herido de Pelayo, que se decidió al combate, pero no en campo abierto porque sus fuerzas eran muy inferiores a las enemigas. 

Emboscadas los cristianos entre peñas y espacios boscosos pudieron atacar a las tropas árabes, que empezaron a recibir, desde lo alto, una lluvia de piedras y saetas. La estrechez del terreno sólo permitía avanzar a la vanguardia musulmana y, en un momento dado, los cristianos, desorganizados, sin orden ni concierto, atacaron a la columna enemiga, logrando dividirla. 

Alqama murió en la batalla, que más que una batalla fue una refriega, y don Oppas cayó prisionero lo que, sin duda, debió llevar aparejeado su muerte. La retaguardia del ejército árabe retrocedió hacia Cangas y en la huida recibieron el castigo de los que no habían intervenido en la batalla, causándoles muchas bajas. No tuvieron más remedio que proseguir la marcha a través de los abruptos Picos de Europa. Desconocían el terreno y les acuciaba la necesidad de llegar a territorio amigo y para colmo de males, cerca del río Deva, sufrieron un gran desprendimiento de tierras. 

El gobernador Munuza, aquel que había raptado a la hermana de Pelayo, intentó huir hacia la meseta, pero se cree que engañado por los guías astures, vino a dar con el ejército cristiano que acabó con él. La injuria quedó vengada y Pelayo consolidado como líder de las Asturias. Continuó con su técnica de robar y matar y logró reunir una mesnada de gentes aguerridas, a medio camino entre la guerra y el bandolerismo. No se sabe con certeza cuándo se proclamó rey, pero sí que murió el año 737. 

Ni Pelayo ni los que combatieron con él supieron nunca que esa batalla, la de Covadonga, que en muchas ocasiones se ha llegado a cuestionar si realmente existió, iba a tener una importancia tan grande para la historiografía posterior. Desde luego sí llegó a producirse puesto que las crónicas árabes la recogen, ipero de modo bien distinto a como lo hacen los decires cristianos! 

Según Al Maqqari, Pelayo, que estuvo de rehén en Córdoba, huyó de esta ciudad y reunió junto a él a fugitivos cristianos de provenían de toda España. Sublevó a estos cristianos y atacó en una emboscada sin importancia. Los islámicos habían reducido a los cristianos a los extremos del Norte del país, conquistaron Pamplona y no les habrían dejado más espacio que 

la roca donde se refugió Pelayo, con algunos hombres y cierto número de mujeres. La crónica de Al Maqqari es cierta en todos estos puntos y también parece reflejar la apreciación real de Covadonga por parte musulmana que resume así el descalabro sufrido: "Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?". 

I Queda bastante claro que cada uno "cuenta la feria según le va en ella"!

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