sábado, 21 de junio de 2014

EL PARAÍSO TERRENAL.

                  Deriva del persa pardes, "jardín".

                   "Un río brotaba del Edén para regar el vergel y desde allí se dividían en cuatro brazos: el Pishon, que ciruye todo el país de Javilá, donde se encuentra oro, el bedelio y la piedra de ónix, el Gijón, que circunda todo el país de Kush; el Tigris, que recorre Azur y el Éufrates" (Gn 2,10-14).

                  Edén deriva para algunos de una raíz hebrea que significa "placer"; para otros, del acadio edinu, "llanura". En aquellos pagos, las llanuras eran irrigables y, por lo tanto, fértiles.

                  Dicho así parece claro porque se menciona el Tigris y el Éufrates, los dos ríos que delimitan Mesopotamia ("el país entre dos ríos"), pero, cuando se desciende al detalle, la localización del Paraíso no resulta tan segura.

                 En la Edad Media, algunos viajeros a Oriente debían haberlo encontrado o haber oído hablar de él. El preste Juan, mítico rey cristiano de Etiopía, aseguraba al Papa en una carta que el Paraíso quedaba cerca de sus dominios. Cristoba Colón, convencido de que las costas de América eran las de Asia, creyó que el Orinoco era uno de los cuatro ríos del Paraíso. Por su parte, el alemán Franz von Wendrin lo situó en Alemania (naturalmente) en la frontera mecklemburgesopomerana, o sea, en la región comprendida entre los ríos Oder y Frat, con sus afluentes Netze y Obra, de donde los hebreos fueron expulsados por el verdadero pueblo elegido, los primitivos germanos.

               El interés científico por la ubicación del Paraíso, un tema tan cautivador como el de la tierra de Jauja, se inicia en 1881 con Friedrich Delitzch y prosigue con Albert Herrmann, que sitúa el Paraíso en la región de Hadramaur, en Arabia, donde se criaba el árbol del incienso. Sir William Willcocks lo emplazó en Mesopotamia al noroeste de Bagdad, por la zona de Anah y Hit. El míster razonaba su localización: en la Antigüedad había allí unas cataratas que fertilizaban la región y permitían a los israelitas disponer de feraces cultivos. Cuando las cataratas menguaron, apenas un chorrito desmedrado, y finalmente desaparecieron (el consabido cambio climático), los israelitas tuvieron que emigrar. La visión de unas fuentes de asfalto ardiendo que había al este inspiraron al autor del Génesis la visión del ángel con la espada flamígera. La disparatada explicación del británico parece plausible para una persona que no cree en los ángeles.

             Dios hizo su trato con Moisés y libró al pueblo hebreo del cautiverio de Egipto. Después, lógicamente, pasó factura por designarlo pueblo elegido y prometerle la Tierra Prometida; facutra que aún estamos pagando.

             El acontecimiento central de la Revelación fue la promulgación de los diez mandamientos en el Sinaí, el Decálogo inscrito por Dios mismo en las Tablas de la Ley: ésa es la raíz de nuestra alianza. El primero era "Yo soy tu único Dios" (Éx 20,3); el segundo: "No harás imágenes" (Éx 20,4). El tercero: "No te postrarás ante las imágenes ni les rendirás culto" (Éx 20,5).

            San Agustín descompuso en dos uno de los últimos mandamientos: por una parte se prohíbe desear a la mujer de tu prójimo y por otra desear los bienes ajenos que, en un principio, eran el mismo mandamiento (la mujer considerada parte de esos bienes, un simple semoviente productivo como la burra o la cabra). Por cierto, en el Decálogo original no aparece por ninguna parte el sexto mandamiento que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado y nos da: "No cometerás actos impuros" (antes "no fornicarás"). Lo que dice el original de la biblia en el sexto es "honrarás a tu padre y a tu madre" (Éx 20,12), porque debido al corrimiento, el sexto nuestro corresponde al octavo de la Biblia que se limita a advertir: "No cometerás adulterio" (Éx 20,14). O sea: por ninguna parte aparece que copular o masturbarse sea pecado.

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