jueves, 5 de junio de 2014

MISIONERAS DE LA CARIDAD Y LA PROVIDENCIA.

Una vocación al servicio de los pobres
 
Las Misioneras de la Caridad y la Providencia nacimos en Madrid el año 1941. Nuestra fundadora es madre María Luisa Zancajo de la Mata, nacida en Sinlabajos (Ávila) en 1911. Paralítica desde los tres años, su invalidez no le impidió entregarse en donación total como víctima de amor a Jesús, que la conquistó para su corazón desde su infancia.
“El cariño de su madre, que se hace para ella muy visible y frecuente, debido a este tipo de enfermedad, marcará su experiencia humana y religiosa. Mucho más que cualquier niña, ella depende de los brazos cariñosos de su madre para moverse por la vida. Lista y sensible como era María Luisa Zancajo, es perfectamente consciente de esta realidad y de esta experiencia vital. Lógicamente, su situación se extiende a la experiencia radical de toda su vida, que se puede sintetizar como un ser llevado en los brazos cariñosos de Dios, o en expresión suya frecuente, gozar de ‘las misericordias de Dios’. Desde esta clave del amor como cariño, y como cariño que se nota sensiblemente, podemos hacer una lectura de toda la experiencia espiritual de María Luisa Zancajo. Cariño-Misericordias, Amor Misericordioso de Dios” (Tesis doctoral D. Alfredo Tolín).
La familia Zancajo, como muchos emigrantes de los pueblos que buscan soluciones en la gran ciudad, decide trasladarse a vivir a Madrid. Se han quedado sin recursos económicos, con tres hijas pequeñas y con el padre enfermo. Solo pueden salir adelante con el trabajo de la madre y con la ayuda y el recurso a la beneficencia pública. Esta será la realidad social de Mª Luisa hasta que cumpla sus 25 años. Con todo, el asilo constiuira para ella un ámbito familiar y formativo. Será su casa-escuela y su casa-convento. En él se desarrolla la primera etapa de toda su vida. Por la edad y por el tiempo, podemos decir que es el período por excelencia de su formación religiosa. No es de extrañar que María Luisa califique al asilo de San José como la “santa casa”, “mi amada casa”, “nuestra casa”, donde se fue educando religiosamente o, como ella dice simplificando, “donde aprendió a amar a Jesús”.

Entrega total
María Luisa había leído, escuchado y meditado muchas veces los Evangelios. Le impresionaba la llamada de Jesús a sus discípulos, y recordaba con frecuencia sus palabras: “Ven y sígueme”. Se fijaba mucho en su invitación concreta a “venir junto a Él”, a “estar con Él” y cumplir la misión (Cf. Mc.3,13-16). Enseguida sintió la llamada de Jesús y enseguida aprendió que el primer escalón del seguimiento es el de estar conviviendo plenamente con Él. La forma concreta de expresar y vivir todo esto es la idea y el compromiso de una consagración total a Jesús.
El Jesús de los Evangelios y de la Eucaristía, que tanto contemplaba María Luisa, el Jesús que llama a seguirle, a quien ella se consagra, es un Jesús que se entrega totalmente como amor misericordioso. Le resulta ilusionante darse plenamente a Él, pero esa donación debe ser tan radical que implica una ofrenda de amor vital. La cruz es el lugar donde todo esto se expresa. María Luisa va a descubrir a ese Jesús real, el que es adorable y a la vez com-pasible, el amado sufriente, el crucificado... Este tiempo de la vida de María Luisa coincide exactamente con los años de la guerra civil española. Su situación personal durante la contienda, con la vida a la intemperie en el mundo y la persecución, constituye la parte central de su vida. Es el punto que marca un antes y un después. Es el gozne que abrirá la puerta hacia una nueva etapa vital. El día 7 de diciembre de 1936 se convierte en una fecha histórica. María Luisa sale del convento-asilo de San José para no volver más a él como interna.

Sobrevivir a la guerra
Los avatares de la guerra van a ser múltiples. En primerísimo lugar se trata de vivir o, mejor, sobrevivir, en un permanente riesgo físico de muerte. Vive en plena zona republicana y en medio de los bombardeos que se producen sobre Madrid. Se hace difícil una vida diaria normalizada.
Pero esta dureza de la vida exterior no crea especial sufrimiento a María Luisa. Es más fuerte para ella todo lo que afecta a la fe y a la vida de fe. Ahí es donde reside básicamente la prueba. Es la vida en la clandestinidad. Es vivir sin renunciar a lo que uno cree, siente y practica, y cómo vivirlo manteniéndose fiel a la fe y cómo mantener la fe sin comunidad, sin alimentarla y sin celebrarla, expuesta siempre a ser descubierta, con el riesgo de ser asesinada por eso mismo. Era   realmente una durísima prueba. Ella nunca había vivido así. Vivía con “inquietud y zozobra”. “Muchas cosas turbaban su corazón”. Pasó “grandes penas y persecuciones”, “grandes contrariedades”. A su alrededor percibía “una vida de locura y desatino”. Ella “no estaba en su centro”. “Aquella vida no era para mí”.

Ardor misionero
A los 29 años funda la congregación de las Misioneras de la Caridad y la Providencia, y dejó firme y fuerte a sus hijas el ardor misionero. Su corazón ardía en ver amado a Jesús por todo el mundo. Dejando como carisma en la congregación nuestra especial espiritualidad, el amor oblativo.
La devoción eucarística, como vivencia espiritual profunda, y la doctrina sobre la Eucaristía confluyen y se identifican en la persona de María Luisa Zancajo para configurar su experiencia espiritual, de manera muy importante, en clave eucarística y de unión mística a la vez. En el amor, y con el matiz oblativo y sacrificial que resalta fuertemente.
Alma enamorada, supo infundir en todas las hermanas un amor ardiente a la Santísima Virgen, a la que cariñosamente llamaba su “Madrecita”, y que, junto con el amor al corazón de Jesús víctima, son los dos grandes animadores de nuestra misión.
Murió el 5 de junio de 1954 a la edad de 42 años. El 28 de enero de 2012 se clausuró la etapa diocesana del proceso de canonización de la Sierva de Dios Madre María Luisa.

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