martes, 30 de diciembre de 2014

EL DESORDEN DEL MUNDO, CONSECUENCIA DEL PECADO

Todo el desorden personal en el que vivimos por culpa de nuestro egoísmo, se enlaza con un desorden social y humano que perturba la vida colectiva.
Nuestra
“vanagloria” nos lleva a la jactancia, a la desobediencia, a la hipocresía, a la discordia, a la rivalidad. Cuando despreciamos las “cosas espirituales” caemos en el aburrimiento, el desaliento, la torpeza , la inactividad e incluso en el suicidio. De la envidia se deriva la calumnia, el odio, la tristeza e incluso “la alegría” de ver a los demás en dificultades. Con la ira preparamos el campo a la disputa, las injurias y los arrebatos.
La
avaricia nos lleva al fraude y a la perfidia. La lujuria nos ciega el espíritu y nos desarrolla todas las pasiones de orden sexual. Y con la gula nos hacemos estúpidos y bufones.
Con este hombre moldeado por el pecado se ha construido la sociedad con sus leyes, deberes y barreras. Las instituciones sociales no son más que un continuo esfuerzo para poner límites a la exageración egoísta del hombre y obligarle a reflexionar sobre su responsabilidad. El
“sistema social” se esfuerza en prevenir cualquier desviación de las normas y leyes establecidas, o en explotar para sus “intereses sociales”, algunas reacciones humanas. El individuo, para la sociedad, es siempre un “rebelde” que es necesario dominar, o un “perezoso” que hay que hacer trabajar, o un “vanidoso” al que hay que halagar. Las autoridades sociales poco a poco se deshumanizan, para ellas los hombres acaban siendo simples estadísticas que tienen que someterse a la “Regla social”, al “Orden social”, a la Ley del grupo. De ese principio nacen las moralidades sin pecado y las éticas económicas y sociológicas, el enfrentamiento entre el egoísmo personal y el colectivo. En ese enfrentamiento el hombre es siempre “culpable” y la autoridad tiene preparado su sistema “preventivo”. Con su instinto de defensa, la “colectividad” ataca al individuo y se produce un “mal” más completo y organizado que el propio egoísmo personal, un mal con sus propios intereses y sus propios órganos de represión, un mal de la “estructura social”, el llamado “pecado estructural”.
   

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