lunes, 29 de diciembre de 2014

EN JESÚS HEMOS COMPRENDIDO COMO ES DIOS

Dios no quiere imponerse al hombre como una fuerza aplastante, sino que el hombre le comprenda, por la fe, y le acepte libremente. La fe siempre es algo libre; no es algo visible, constatablemente irrefutable.
EN JESÚS HEMOS COMPRENDIDO COMO ES DIOS
         
La frase que encabeza este número es de San Juan 1,18. Dios no es visible, ni es alcanzable por ninguno de los sentidos... Quizá te preguntes: ¿Cómo, entonces, en la Biblia algunos profetas dicen claramente "y dijo Dios" o "y me habló Dios..."? Hay que responder que esos mismos profetas no escuchaban nada con los oídos físicos. Ellos recurren a esa expresión para comunicarnos lo que en su interior percibían como querido por Dios. Y así era verdaderamente: aquello era la palabra de Dios, según hemos dicho anteriormente. Es verdad que también puede haber falsos profetas, personas que se engañen. Pero con el correr del tiempo pudo verse quiénes buscaban algún egoísmo y ponían como pretexto a Dios, y quiénes transmitían desinteresadamente lo que Dios pedía al corazón humano. A estos últimos los aceptó la comunidad de creyentes como auténticos transmisores de lo que Dios quería. Pero a El, a Dios, no le veían ni le oían físicamente los profetas.
A propósito de estas afirmaciones, podemos hacer la siguiente puntualización: Tampoco en Jesús hay que mantener necesariamente la visión beatífica de Dios (propia de seres que hayan muerto) o la ciencia infusa, en fuerza de la cual poseería todos los conocimientos humanos. Tras la acuñación expresiva de estas afirmaciones, basta entender lo que es propio del don de clarividencia profética, aunque en Jesús haya sido ésta singular. Se trata de algo dinámico, no cuantitativo; se trata de una sabiduría propia de quien ha tocado fondo en lo que Dios es y en lo que es propio del corazón humano. No le hace falta ninguna "visión al modo físico", ni bagaje alguno de conocimientos enciclopédicos para saber lo que es el eje del ser humano.
Ni es preciso tampoco que Jesús, salvador, en su vida terrena conozca a cada uno de los hombres en su singularidad. Salva a los hombres entrando en su condición, pero no pertenece a la condición humana sostener relación concreta con cada individuo: Su amor universal no exige ni tiene por qué llevar consigo un conocimiento universal. "Por tanto, no hay ninguna razón para conceder al Cristo terreno un saber universal dado por Dios. Cristo ha recibido como regalo de Dios, o sea (según el lenguaje de la teología tradicional), como ciencia infusa, el conocimiento profético necesario para llevar a cabo su misión de revelador en la condición de siervo y no en la de resucitado" (Duquoc).
         
EL SE MANIFIESTA CON HECHOS Y PALABRAS
  Dios no quiere imponerse al hombre como una fuerza aplastante, sino que el hombre le comprenda, por la fe, y le acepte libremente. La fe siempre es algo libre; no es algo visible, constatablemente irrefutable. En la vida humana se da algo semejante: Uno puede ver signos de amistad, de amor en una persona, pero el amor mismo no es visible: En tal caso, uno podría aferrarse a decir que nunca se sabe si hay verdadero amor en una persona o algún tipo de simulación. Pero eso no seria lógico, porque el amor se hace visible en sus gestos, sus palabras, en la exclusividad, la fidelidad, etc. Algo así ocurre con Dios, al revelarse ante los hombres, aunque de una forma más compleja por ser el esencialmente Oculto:
 - En primer lugar, Dios ha hecho el corazón del hombre como una gran caja de resonancia, llena de preguntas, de ansiedades, que son ya una vía para el encuentro. Nos ha hecho como el vaciado de una escultura: la escultura plena de realidad sería él, y nosotros seríamos como una imagen suya en vaciado; estamos hechos para él.
 - En segundo lugar, suceden cosas en la historia y en la vida del hombre. Entonces, cuando suceden acontecimientos importantes para él, el corazón humano se pregunta si no traen una llamada, si no quieren decir algo {una liberación cuando no había esperanza, un amor, la muerte...). Y, efectivamente, como dijimos en el tema 1.°, suele haber una persona -"el profeta"- que es quien percibe con mayor claridad que Dios está manifestándose de alguna manera en aquel acontecimiento. El profeta lo publica en palabras, con las que esclarece lo que estaba significando aquel suceso para los ojos de la fe. Eso es la Biblia: el conjunto de unos hechos y palabras por los que Dios se ha dado a conocer de alguna manera al hombre.
 (No es que la Biblia o los acontecimientos que ocurrieron en este pueblo, Israel, sean los únicos sitios en que Dios se revele, sino que lo que es afirmado en la Biblia tiene, ciertamente, un valor universal y de hecho nos consta que ahí, en esos acontecimientos, Dios se ha revelado; sin excluir otros que puedan estar en sintonía con las pautas humanas que ahí se encuentran.)
         
 El primer paso: La Historia. Dios actuó pedagógicamente, ya que el arranque del percibir a Dios en los acontecimientos hay que situarlo en hechos que fueron beneficiosos, positivos para el pueblo de Israel: Cuando Moisés con los suyos logró cruzar la frontera de Egipto, supo ver, detrás de ese acontecimiento, que "un dios, nuestro dios" nos guía y nos protege. Las cosas continuaron bien para el pueblo: conquistaron una Tierra, tuvieron un Reino bastante floreciente, edificaron un Templo, fortificaron su Ciudad... Sólo más tarde, cuando todo eso se vino abajo y fueron deportados a Babilonia (siglo vi a. C.) habían adquirido ya una certeza total en su dios, el que tenía que ser único Dios, y supieron comprender ‑de mano de los profetas también esta vez‑ que no era una Raza, ni una Tierra o un Reino... lo que Dios les prometía, sino a Sí mismo, una relación y una seguridad en él.
 El segundo paso: La Creación. Este Dios que les salva y les favorece en la historia, será el que ha hecho también el escenario en que se desarrolla la vida humana, el Dios creador. La fe en la creación no es primariamente una fe filosófica, de curiosidad. Surge como consecuencia de reflexionar acerca del Dios que nos protege. La creación se convierte, así, en una gran palabra desplegada a los ojos de quien quiera leerla; una promesa permanente de que continúa el proyecto de salvarnos. De esta creación hablan frecuentemente los Salmos.
 El tercer paso: Los Profetas. La cercanía de Dios, su perenne presencia, es una certeza que recorre toda la Biblia. El "yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo", se repite muchísimas veces. Lo percibe el profeta en su interior, ya sea a partir de una gesta histórica (Moisés, Josué, etc.), o de una experiencia de injusticia (Amós), de esperanza (Isaíás), de infidelidad (Oseas), de enfermedad y muerte (autor del libro‑novela de Job), de amor (Cantar de los Cantares), etcétera. Llega a plasmarse esta cercanía en una frase lapidaria, como ésta refiriéndose a Moisés:
 Ex. 33,11: Entonces hablaba Yahvé con Moisés cara a cara como habla un hombre con un amigo.
         
 Es una expresión que intenta traducir esa cercanía y certeza de la amistad del Dios invisible. La necesidad, el deseo, la experiencia de Dios crece hasta necesitar una presencia total. Se expresa con esta bella conversación puesta en labios de Moisés
 Ex. 33,18: Entonces dijo Moisés: «Muéstrame, te ruego, tu rostro.» Y respondió: < ... Pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida... Te pondré en el hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado; después retiraré mi mano para que me veas por la espalda, porque mi rostro no lo verás...»
 Hondas frases para reflejar de algún modo el deseo del hombre por el Dios invisible. Se atribuyen a Moisés, el personaje, junto con Abraham, más representativo del pueblo creyente que es Israel. A Moisés también se atribuye la otra preocupación, la de conocer el nombre de Dios. El israelita expresaba con el nombre lo que él de verdad era; por eso, poseer el nombre de alguien era como dominar todo el secreto de una persona. Pues bien,
 Ex. 3,13-15: Moisés dijo a Dios: «He aquí que yo llego a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me envía a vosotros. Y si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les he de decir?» Entonces dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy... Este es mi nombre para siempre.»
 La versión más acomodada a la mentalidad bíblica de este enigmático nombre que nos da la esencia de lo que Dios es, es la siguiente: "Yo estoy ahí, en la Historia, contigo, en poder (ayudándote) ". O "de hecho, con toda realidad, estaré ahí, con vosotros". Y "estaré como quien soy", es decir, en la forma misteriosa que sólo se transparenta a través de los acontecimientos de la Historia. (Cfr. John C. Murray, El problema de Dios, Nova Terra, Barcelona, 1987.)

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