lunes, 29 de diciembre de 2014

La religión del amor...

El cristianismo en cuanto religión del amor, del Dios que es hombre, del hombre nuevo y del futuro absoluto.
 El cristianismo se presentó en el mundo como una religión del amor absoluto: del Dios que creó todo por amor, que quiso por compañeros de su amor al cosmos y al hombre, que quiere seres que se amen mutuamente como él nos ama, que profesa un dogma fundamental: el amor. El movimiento de Dios hacia el mundo es amor. El movimiento del mundo hacia Dios debe ser de amor. El movimiento de los hombres en el mundo entre sí ha de ser de amor. No pretende otra cosa el cristianismo. Y promete que el que tiene amor tiene todo, porque «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).
Cuando Cristo apareció en Galilea comenzó diciendo que traía una buena noticia (el evangelio): el Reino de Dios. Esto viene a ser lo mismo que anunciar la superación de todas las alienaciones humanas, la realización de todas las esperanzas del corazón y la victoria sobre todos los enemigos del hombre como son la enfermedad, el sufrimiento, el odio, la muerte, en una palabra, el pecado. Trajo la novedad absoluta, como decía San lreneo unos 180 años después de Cristo. No sólo predicó el Reino sino que lo realizó en su persona: fue el hombre revelado, el primer hombre de la historia, totalmente libre, totalmente abierto a todos, que consiguió amar a todos, amigos y enemigos, hasta el fin, aun a los que lo escarnecían en la cruz y hacían más duros sus dolores. El amor es más fuerte que la muerte. Una vez muerto la hierba no podía crecer sobre su sepultura, y resucitó. De este modo en su persona se realizó el Reino de Dios y la esperanza de todos los pueblos. Si él resucitó, nosotros iremos detrás de él. Los apóstoles captaron inmediatamente que sólo Dios podía ser tan humano. Ese Jesús de Nazaret era Dios mismo hecho hombre, caminando entre nosotros.
Con Jesús, por consiguiente, apareció el hombre nuevo, el hombre que ya ha superado este mundo en el que se dan los dolores y la muerte, el odio y la división. Con ese Jesús han comenzado ya el cielo nuevo y la tierra nueva (Apoc 21,5). Los primeros cristianos comprendieron el alcance extraordinario de la novedad aportada por Jesús y de hecho se definían como «hombres nuevos». San Pablo dice: «El que está en Cristo es una nueva creatura» (2 Cor 5,17). «Lo viejo ya pasó y ha surgido un nuevo mundo» (2 Cor 5,17). Cristo acabó con todas las divisiones que los hombres habían creado entre sí y formó un «hombre nuevo» (Ef 2, 15); y pide que nos revistamos de ese «nuevo hombre» (Ef 4,24).
Los paganos, en especial el gran filósofo Celso del siglo II, decían que los cristianos constituían un tercer género humano: el primero eran los griegos y romanos; el segundo los bárbaros. El tercero, superando a los demás por creer en un hombre nuevo, son los cristianos. Y Orígenes, quizás el mayor pensador cristiano de todos los tiempos, empleaba justamente este argumento contra Celso para indicar qué era el Cristianismo: la religión del hombre nuevo, liberto de las estructuras de este viejo mundo y también de las convenciones creadas por los hombres.
Con esta doctrina el cristianismo abrió a los hombres un futuro absoluto: nuestro futuro está abierto hacia una vida todavía más intensa y rica de la que vivimos aquí. Cristo garantizó el resultado feliz de la historia: al final no habrá la frustración y la nada, sino la plenitud, la máxima realización del hombre nuevo, con su cuerpo resucitado a semejanza del de Cristo. El mal será vencido y triunfará el amor, la fraternidad, la ciudad de Dios, la comunión de todos con todos y con Dios, y la vida que entonces será eterna.

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