domingo, 28 de diciembre de 2014

La vida de Jesús: Actitudes y relaciones

Las relaciones de Jesús  
 Es éste un texto en el que se palpa el dinamismo impetuoso, la certeza arrolladora que Jesús manifiesta en este orden de cosas. Se ve en él una personalidad humana llena de clarividencia y fortaleza:
 a) Con su familia afirma continuamente que él se debe a su misión, la sentida íntimamente en su corazón. Intentan disuadirle de su oficio de profeta; se hallan tan desconcertados, que Marcos nos conserva esta cita tan enormemente significativa:
 Mc. 3,21: Al enterarse sus parientes fueron a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales.
 Y en su pueblo pasan dé la admiración al descrédito en una misma sesión que narra Lucas en 4,16-30. Pero Jesús deja claro lo que es un derecho para sí y para cualquier hombre, y es que uno no puede dejar a los suyos dictar cuál es su auténtica vocación y personalidad. (No nos referimos ahora, por supuesto, a otras cuestiones de convivencia y trato domésticos, sino a la orientación de la vida más personal cuando llega su momento.) Jesús se manifiesta libre frente a los imperativos familiares y pueblerinos.
 b) Con los dirigentes o personas influyentes y con los ricos mantuvo Jesús un enfrentamiento todavía mucho mayor. Estas personas dominaban la interpretación de la Ley y del culto a Dios. Se ufanaban de trazar el único camino que lleva a Dios, y despreciaban a los humildes (recordar la parábola del fariseo y el publicano). Ellos decidían por todos, sin ninguna consideración para con los desvalidos. Jesús les desafió y les desacreditó constantemente, desposeyéndoles de una autoridad que se habían arrogado injustamente. Dios no estaba encasillado como ellos pensaban, sino que, al contrario, sus preferencias estaban en favor de los desprovistos de posibilidades. Junto a las bienaventuranzas en favor de los pobres, están las imprecaciones a los instalados: Lucas 6,20-26, o la terrible denuncia pública contra los entendidos en la ley y contra los fariseos del capítulo 23 de Mateo. He aquí este capítulo lleno de lucidez:
 Mt. 23,1-32: Entonces Jesús, dirigiéndose a la multitud y a sus discípulos, declaró:
-En la cátedra de Moisés han tomado asiento los letrados y los fariseos. Por lo tanto, todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo..., pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo. Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: se ponen cintas anchas en la frente y borlas grandes en el manto; les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «maestros», pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis «padre» unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen «consejeros», porque vuestro consejero es uno solo, el Mesías. El más grande de vosotros será servidor vuestro. A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán.
  ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que les cerráis a los hombres el Reino de Dios! Porque vosotros no entráis, y a los que están entrando tampoco los dejáis.
 ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que recorréis mar y, tierra para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!
 ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que enseñáis: «Jurar por el santuario no es nada, pero jurar por el oro del santuario obliga!» ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que consagra el oro? O también: «Jurar por el altar no es nada, pero jurar por la ofrenda que está en el altar obliga». ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar, que hace sagrada la ofrenda? Quien jura por el altar, jura al mismo tiempo por todo lo que está encima; y quien jura por el santuario jura al mismo tiempo por el que habita en él; y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él.
 ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, del anís y del comino y descuidáis lo más grave de la Ley, la honradez, la compasión y la sinceridad! ¡Esto había que practicar!, y aquello .... no dejarlo! ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras dentro rebosan de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, que así quedará limpia también por fuera.
 ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre; lo mismo vosotros, por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y de crímenes.
 ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos diciendo: « Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!» Con esto atestiguais, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas.
 
 c) Con la gente marginada Jesús fue, en cambio, sumamente acogedor y considerado: personas débiles que, en cuanto entraron en contacto con él, se demostraban abiertos al reino de Dios: el encuentro con la Samaritana del capítulo 4 de Juan, la acogida a Zaqueo de Lucas 19 o al buen ladrón en su última necesidad que narra también Lucas en 23,32, la defensa que hace de la mujer adúltera ante quienes quieren lapidarla en fuerza de la sola ley..., son páginas inolvidables. Incluso el fariseo Simón sospecha que Jesús no es profeta por el hecho de que se deja besar los pies por una cortesana (Lc. 7,36). Pero Jesús no es esclavo de juicios sociales; él quiere precisamente demostrar que Dios no está en modo alguno sometido a nuestras apreciaciones y enjuiciamientos, tan poco respetuosos y fraternos. Verdaderamente, si Dios tuviera que hacer visible su actuación tomaría la forma que le da Jesús.
 d) En cuanto a sus amigos, procede Jesús con la misma libertad: La muchedumbre se admira de ver cómo quería a Lázaro (Jn. 11,35). Los evangelistas no ocultan sus amistades femeninas. Jesús no manifiesta la menor misoginia en sus palabras ni en sus actos. En este punto, la comparación entre los evangelios y las cartas (concretamente de Pablo, que se atiene más bien a la infravaloración propia del tiempo con respecto a la mujer) es elocuente. Jesús es libre frente a la presión social y frente a los juicios más o menos severos sobre la mujer.
 e) En relación con el poder político, defraudó a unos y a otros: No se intimida ante Herodes, a quien llamó "ese don nadie" (Lc. 13,31), no pierde la serenidad ante Pilatos, pero a la vez no se deja arrastrar por las masas hacia una resistencia armada contra el poder ocupante. Defraudará a las masas con semejante proceder, pero a él le interesa por encima de todo "dejar bien claro que el reino de Dios que él anuncia no se identifica con una liberación nacional".
 Al terminar este repaso a las relaciones de Jesús, experimentamos una autenticidad no común, y el deseo de sumarnos al que Duquoc considera el mejor elogio que en el evangelio tenemos de Jesús
 Mt. 22,76: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con franqueza, y que no te importa de nadie porque no miras lo que la gente sea.
 Personas como él, como antiguamente Sócrates, nos dejan estupefactos y desconcertados, y a la vez son pauta para comprender el mensaje que nos querían transmitir desde su interior. Jesús llegó así hasta su muerte
 Jn. 18,20-23: Yo he hablado públicamente a todo el mundo..., no he dicho nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas a mí? De qué he hablado, pregúntaselo a los que me han oído; ellos saben lo que he dicho. Apenas dijo esto, uno de los guardias presentes le dio una bofetada diciendo:
-¿Así le contestas al sumo sacerdote?
Jesús le respondió:
-Si he faltado en el hablar, declara en qué está la falta; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

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