Traductor: P. Santos Santamarta, OSA
LIBRO ÚNICO
Ocasión del debate y
avance del contenido
1. Siendo cónsules los muy gloriosos
emperadores Honorio, cónsul por duodécima vez, y Teodosio por octava, el día
veinte de septiembre, en la iglesia mayor de Cesarea, habiéndose dirigido a la
exedra Deuterio, obispo metropolitano de Cesarea, junto con Alipio de Tagaste,
Agustín de Hipona, Posidio de Calama, Rústico de Cartenita, Paladio de Tigabita
y los demás obispos, estando también presentes los presbíteros y diáconos, todo
el clero y muchísimos fieles, en presencia igualmente de Emérito, obispo del
partido de Donato, Agustín, obispo de la Iglesia católica, tomó la palabra y
dijo: Amadísimos hermanos, que desde siempre fuisteis católicos, y todos los que
habéis tornado a la Católica del error donatista, habéis conocido la paz de esta
santa Iglesia católica y la habéis mantenido con corazón sincero, y cuantos
quizá dudáis aún sobre la verdad de la unidad católica, prestad atención a
nuestra solicitud y nuestro amor sincero para con vosotros.
Cuando se presentó anteayer en esta ciudad nuestro
hermano Emérito aún obispo de los donatistas, se nos comunicó inmediatamente su
presencia. Y como la ansiábamos, movidos por la caridad que Dios conoce,
acudimos en seguida a verle. Le encontramos de pie en la plaza pública. Después
del saludo mutuo, como era inhumano y poco digno que se quedara en la plaza, le
exhortamos a que entrara con nosotros a la iglesia. Accedió sin dificultad.
Juzgamos por ello que no recusaría la comunión católica, igual que se había
presentado espontáneamente y no había dudado en absoluto en entrar en la
iglesia. Como perdurase largo tiempo en la perversidad herética, aunque dentro
de una iglesia católica, dirigí la palabra a vuestra caridad como os dignáis
recordarlo. Me oísteis decir muchas cosas, y sin duda las recordáis aún en
cuanto está a vuestro alcance: muchas cosas sobre la paz, sobre la caridad;
muchas sobre la unidad de la santa Iglesia católica, que el Señor prometió y ha
otorgado. En mi discurso me dirigía también a vosotros, y le exhortaba a él; y
en cuanto lo podían en mí las entrañas de caridad, en aquel discurso sufría los
dolores de parto por todos los que tenían su alma en peligro y deseaba darlos a
luz para el Señor. Esto dijo también el bienaventurado apóstol Pablo a algunos:
Hijitos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta que Cristo
sea formado en vosotros 1.
Aun después de aquel mi discurso, aunque él persistía aún en su pertinacia, no
por eso pensé que había que perder la esperanza; igual que pienso que no se la
ha de perder respecto de ningún hombre mientras vive en este cuerpo. Y no dije
que no había que perder la esperanza anteayer, para osar perderla hoy.
Agustín invita a
Emérito a que se dirija a los presentes
2. La causa ha llegado a tal punto que, ya
que vino -y en cuanto sabemos vino voluntariamente-, su llegada no ha de ser
infructuosa para esta Iglesia. Porque una de dos: o -lo que deseamos y anhelamos
más vivamente- nos alegraremos con vosotros de su salvación en la paz católica,
o si -cosa que abominamos y detestamos- prosigue él en su pertinacia, conoceréis
vosotros mejor, con su presencia, la diferencia que existe entre la paz católica
y la disensión herética. Él es ciertamente obispo del partido de Donato, pero
ordenado por los donatistas de esta ciudad. Y a estos donatistas ya los hemos
recibido en gran parte en el nombre de Cristo en el gremio católico, de tal
manera que nos alegramos de que casi todos se han asociado a la comunión
católica. Los que ya han entrado en comunión con la Católica, no ciertamente
todos, pero sí algunos, parecen dudar, como dije antes de la misma verdad
católica; algunos, en cambio, ni siquiera dudan, sino que, anclado aún su
corazón en el partido de Donato, nos ofrecen su presencia corporal, tanto
hombres como mujeres, estando dentro con el cuerpo y fuera con el espíritu.
Por ello nos parece bien preguntar a su obispo que
si tiene aún algo que decir en favor de su partido, después de celebrada en
Cartago la Conferencia conocida por todos; si tiene aún algo que decirnos, que
nos lo diga, sin perjuicio del partido de Donato, algo que piense que puede
favoreceros a vosotros, en cuya ciudad juzga que fue ordenado en bien de vuestra
salvación en Cristo. Que nos lo diga y nosotros le responderemos sin comprometer
a la Católica, ya que al presente no nos ha constituido en sus defensores. Como
pensamos y queremos, eso puede aprovecharos a vosotros, presentes ante él,
también presente. De esa manera, si él ha sido seducido, que no seduzca a otros,
y si somos nosotros los que seducíamos, él que fuera quizá profiera muchas cosas
contra nosotros, de viva voz argúyanos, refútenos, convénzanos y enséñenos.
Dije esto precisamente para que no hallase una
disculpa para no hablar y dijese: Mi partido no me ha confiado ahora el papel de
defensor. En efecto, no es cierto que, después de la misma Conferencia, o que
evitara venir a esta ciudad después de ella o que saliera alguna vez de esta
provincia, o que creamos que después de aquella reunión no dirigió él la palabra
a alguien en favor de la causa de Donato. Sé lo que os decían a vosotros -me
dirijo a vosotros que habéis venido desde ese partido-; sé lo que se os decía:
Que nosotros habíamos comprado la sentencia del juez. Sé que se os dijo que él
perteneció a nuestra comunión, y por ello no les permitió en absoluto que
dijeran todo lo que querían, y que no se trata de que no aceptara por honradez
lo que decían, sino de que los aplastó con su poder.
Todo esto lo propalaron tras la Conferencia, ya él
mismo, ya los de su comunión. ¿Qué importa quién os intranquiliza a vosotros a
quienes deseamos disfrutéis de tranquilidad en la Católica? Si estuviera
ausente, os diría sobre él: El que os perturba llevará su castigo,
quienquiera que sea 2.
Estas palabras son del bienaventurado Pablo contra personas ausentes, que
perturbaban a los sencillos. Pero ahora él está presente; que tenga la bondad de
decirnos por qué ha venido.
Emplazado por Agustín
para que hable, Emérito decide hacerlo
3. Hermano Emérito, estás presente. Asististe
con nosotros a la Conferencia. Si fuiste vencido, ¿por qué viniste? Si, por el
contrario, piensas que no fuiste vencido, dinos por qué te parece que saliste
vencedor. En efecto, sólo has sido vencido si es la verdad la que te ha vencido.
Pero si te parece que fuiste vencido por el poder, y que venciste por la verdad,
no hay aquí poder que te haga aparecer vencido; escuchen tus conciudadanos por
qué presumes de haber salido vencedor. Ahora bien, si reconoces que fue la
verdad la que quedó vencedora frente a ti, ¿por qué continúas rechazando la
unidad?
Emérito, obispo del partido de Donato, dijo: "Las
actas indican si fui vencido o quedé vencedor, si fui vencido por la verdad u
oprimido por el poder".
Agustín, obispo de la Iglesia católica, dijo:
"Entonces, ¿por qué viniste?" Emérito, obispo del partido de Donato, dijo: "Para
decir lo que exiges de mí". Agustín, obispo de la Iglesia católica, dijo: "Lo
que solicito es que digas por qué has venido; no te lo pediría si no hubieras
venido". Emérito, obispo del partido de Donato, dijo al notario que hacía la
relación: "Escribe".
Agustín expone cómo
debe procederse en bien de la verdad
4. Al callarse, Agustín, obispo de la Iglesia
católica, dijo: Por consiguiente, si has callado apremiado por la verdad, lo que
te movió a venir fue engañar a éstos. Y como callara por mucho tiempo, Agustín,
obispo de la Iglesia católica, dijo: Observáis, hermanos, su largo silencio; os
amonesto a que deseéis su arrepentimiento, os ruego que no sigáis al que perece.
Sin embargo, puesto que él ha mencionado las actas de la Conferencia, donde se
podía ver -ha dicho- si fue vencido por la verdad u oprimido por el poder son
muchos los escritos donde acumularon actas con acusaciones superfluas y
dilatorias, no pretendiendo otra cosa con sus grandes esfuerzos sino que nada se
llevara a cabo; pero como era el Señor el que presidía y llevaba su causa, se
llegó a donde no quisieron. Se juzgó la causa y quedó sentenciada.
Si quisiéramos leeros las actas enteras... Exhorto
en vuestra presencia a mi hermano y colega en el episcopado Deuterio a que, como
se hace en Cartago, en Tagaste, en Constantina, en Hipona, en todas las iglesias
activas, se esmere también en adelante en leer las mismas actas de la
Conferencia año tras año desde el principio hasta el fin, y que se haga todos
los años en los días de los ayunos, esto es, durante la Cuaresma antes de
Pascua, cuando, durante vuestro ayuno, tenéis más tiempo para escucharlas. Sin
embargo, como empezaba a decir, al no poder leéroslas ahora enteras, dignaos
escuchar la carta que entregamos antes de la Conferencia al juez, donde
adelantábamos cómo querríamos que se nos tratase en caso de ser vencidos, o cómo
los recibiríamos a ellos en caso de vencer nosotros, a fin de que quedara claro
que la victoria no consistía en la contienda, sino en la humildad.
El "mandato" católico
5. Alipio, obispo de la Iglesia católica,
leyó la carta. "Al honorable y amadísimo hijo Marcelino, varón tan ilustre y
notable, tribuno y notario, Aurelio, Silvano y todos los obispos católicos. Por
esta carta os comunicamos que estamos totalmente de acuerdo, como os dignasteis
exhortarnos, con el edicto de vuestra Nobleza, con que se velaba por la
conservación de la tranquilidad y quietud de nuestra Conferencia y por la
manifestación y confirmación de la verdad. Confiados en la verdad, nos hemos
sometido también a la condición de que si nuestros oponentes pudieran
demostrarnos que los pueblos cristianos, creciendo por todas partes según las
promesas de Dios, han llenado ya gran parte del universo y se extienden con
vistas a llenar el resto del mundo; que de pronto la Iglesia de Cristo ha
perecido por el contagio de no sé qué pecadores a quienes éstos acusan, y que ha
quedado sólo en el partido de Donato; si, como se dijo, pueden demostrar esto,
no reclamaremos ante ellos honor alguno episcopal, sino que atendiendo sólo a la
salvación seguiremos su consejo, y les seremos deudores de beneficio tan grande
del conocimiento de la verdad.
Si, por el contrario, nosotros pudiéramos demostrar
más bien que la Iglesia de Cristo, no sólo la de los africanos, sino la de todas
las provincias ultramarinas, que domina espacios inmensos tan abundantemente
poblados, y que, como está escrito, fructifica y crece por todo el mundo 3,
no ha podido perecer por los pecados de ninguno de los hombres que en ella
conviven; si podemos demostrar, igualmente, que quedó zanjado el asunto de
aquellos a quienes entonces más quisieron acusar, que pudieron dejar convictos,
aunque la Iglesia no se apoya sobre ellos, y que el emperador, a cuyo examen
enviaron ellos por propia iniciativa sus acusaciones, juzgó inocente a Ceciliano,
y, en cambio, los tuvo a ellos por violentos y calumniadores; finalmente, si, en
relación con lo que han dicho sobre los pecados de cualesquiera hombres,
demostráramos con documentos humanos o divinos o que la inocencia de aquéllos ha
sido atacada con falsos crímenes o que la Iglesia de Cristo, a cuya comunión
estamos vinculados, no ha sido destruida por ninguno de los delitos de aquéllos;
si se demuestra todo esto, mantengan con nosotros la unidad de la Iglesia, de
suerte que no sólo encuentren el camino de la salvación, sino que no pierdan el
honor de su episcopado.
No son los sacramentos de la verdad divina lo que
detestamos en ellos, sino las ficciones del error humano; suprimidas éstas,
daremos un abrazo al corazón fraterno unido a nosotros por la caridad fraterna y
que ahora lamentamos que esté separado por la discordia diabólica. En efecto,
cada uno de nosotros podrá ocupar el puesto más honorífico, alternando con el
compañero de honor, unido a sí, como le ocurre a un obispo que está de viaje,
que se sienta con su colega. Esto se acuerda alternativamente por una y otra
parte, respecto a las basílicas, previniendo el uno al otro con el honor mutuo,
ya que cuando el precepto de la caridad ha dilatado los corazones, no sufre
estrechez la posesión de la paz, de suerte que, muerto uno de ellos, sucede
después el uno al otro, según la primitiva costumbre. Y no existe aquí novedad
alguna, pues esto es lo que conservó el católico desde el principio de la misma
separación en aquellos que, debido al error de la nefasta disensión ya
condenado, llegaron a saborear, aunque fuera tarde, la dulzura de la unidad.
Ahora bien, si los pueblos cristianos se complacen
en sus respectivos obispos, y no pueden soportar, por lo inusitado de la
situación, que haya dos, quitémonos unos y otros de en medio, y en cada Iglesia
constituida en la paz de la unidad tras la condenación de la causa del cisma,
constitúyase, para los lugares que sea necesario, un obispo único por los
obispos que están solos en su Iglesia y aprueba la restablecida unidad".
Los obispos católicos,
dispuestos a la renuncia
6. Al leer esto, el obispo Agustín dijo:
Tengo que decir y recordar a vuestra caridad la sensación dulcísima y suavísima
que por la gracia de Dios experimentamos. Antes de la misma Conferencia
hablábamos entre nosotros algunos hermanos sobre este asunto, y conveníamos en
que los obispos deben ser obispos de Cristo por la paz o no serlo. Debemos
confesaros que, examinando a todos nuestros hermanos y colegas en el episcopado,
no encontrábamos fácilmente quiénes aceptarían de buen grado esto, ofreciendo al
Señor el sacrificio de esta humillación. Como suele acontecer, decíamos: "Este
puede, aquél no puede; éste da su asentimiento, aquél no lo tolera", hablando
según nuestras suposiciones, ya que en modo alguno podíamos penetrar en los
corazones de aquéllos.
Cuando llegó el momento de tratar esto públicamente,
fue tal la complacencia de todos en un concilio general de casi trescientos
obispos, de tal modo se enardecieron todos, que estaban dispuestos a deponer el
episcopado en pro de la unidad de Cristo, lo que no significaba perderlo, sino
confiarlo con más garantía a Dios. Apenas se encontraron dos a quienes
desagradaba: uno de ellos, anciano ya de muchos años, que se atrevió a decirlo
libremente, y otro que expresó tácitamente su voluntad con su rostro. Pero
cuando el anciano que hablaba con tal libertad, abrumado por la corrección
fraterna de todos, cambió de opinión, también el otro cambió de rostro. Atended,
por consiguiente, cómo tuvo lugar la misma exhortación siguiendo al que dijo:
El que se humilla será ensalzado 4.
Continúa la lectura
con comentarios intercalados
7. También leyó: "Por qué hemos de dudar en
ofrecer el sacrificio de esta humillación a nuestro Redentor? ¿Acaso descendió
él de los cielos a los miembros humanos para que fuéramos miembros suyos, y
tememos nosotros descender de las cátedras para evitar que se desgarren los
miembros en una cruel división? Mirando a nosotros mismos, nada hay más
importante que el ser cristianos fieles y obedientes; seámoslo, pues, siempre.
Ahora bien, se nos ordena obispos en bien de los pueblos cristianos; luego
tenemos que hacer que nuestro episcopado redunde en bien de la paz cristiana
para los pueblos cristianos".
El obispo Agustín dijo: Mirando a nosotros mismos,
debemos ser lo que sois vosotros. ¿Qué debes ser tú, cualquiera de vosotros a
los que hablo? Cristiano fiel, obediente: esto tienes que ser tú mirando por ti;
eso también yo mirando por mí. Así es lo que debes ser tú mirando por ti y yo
por mí tenemos que serlo siempre. Pero lo que soy mirando por ti, séalo si te
aprovecha a ti, no lo sea si te perjudica. He aquí lo que se ha dicho; atended.
Leyó también: "Si somos siervos útiles, ¿por qué miramos con malos ojos los
lucros eternos del Señor pensando en nuestras dignidades temporales? La dignidad
episcopal será para nosotros más fructuosa si el deponerla contribuye a reunir
la grey de Cristo que si la dispersa por retenerla".
Después de la lectura, el obispo Agustín dijo:
Hermanos míos, si pensamos en el Señor, este lugar elevado es atalaya del
viñador, no cumbre de la soberbia. Si por tratar de retener mi episcopado,
disperso la grey de Cristo, ¿cómo el perjuicio del rebaño puede ceder en honor
del pastor?
También leyó: "¿Con qué cara podemos esperar en el
siglo futuro el honor prometido por Cristo, si en este siglo nuestro honor
impide la unidad cristiana? Por eso hemos procurado escribir esto a tu
Excelencia; te pedimos que por medio de ti llegue a conocimiento de todos, para
que, con la ayuda de nuestro Señor, por cuya exhortación prometemos esto y con
cuyo auxilio confiamos poder cumplirlo, aun antes de la Conferencia, si es
posible, la caridad piadosa cure o someta los corazones débiles u obstinados de
los hombres; y de esta manera, con espíritu de paz, no opongamos resistencia a
verdad tan clara, y a la discusión preceda o siga la concordia.
Si tienen presente que los obradores de paz son
bienaventurados, ya que serán llamados hijos de Dios 5,
no hemos de perder la esperanza de que ellos hallarán mucho más digno y más
fácil querer que el partido de Donato se reconcilie con el orbe cristiano, y no
que todo el orbe cristiano sea rebautizado por el partido de Donato. Sobre todo,
teniendo en cuenta que buscaron con suma diligencia a los que procedían del
cisma sacrílego y condenado de Maximiano, a quienes trataron de enmendar incluso
persiguiéndolos con órdenes de autoridades terrenas y tal fue la diligencia que
no se atrevieron a declarar nulo el bautismo dado por ellos y hasta recibieron
sin disminuir sus honores a algunos de ellos que habían sido condenados y a
otros, en cambio, los tuvieron por no manchados en la comunión cismática.
No miramos con malos ojos la concordia mutua de
todos ellos; pero sí es preciso advertirles con qué piadosa solicitud busca la
Iglesia católica la rama cortada por ellos con tal empeño, si la misma rama se
ha preocupado tanto de recoger la pequeña astilla por ellos cortada. Y escrito
con otra mano aparece: Te deseamos a ti, hijo, que goces de buena salud en el
Señor.
Introducción a la
cuestión de los maximianistas
8. Después de esta lectura, el obispo Agustín
dijo: Escuchad los que lo ignoráis; escuchad, os ruego. Gracias sean dadas a
Dios porque hablo en presencia de Emérito. Nada en absoluto han podido
responder, por no encontrar qué, a este asunto de los maximianistas, que quiero
exponeros ahora; contra él han estrellado la nave de todas sus calumnias como
nave de mercancías de contrabando; nada han podido decir contra este asunto de
los maximianistas, habiéndosele objetado ya tantas veces en nuestra Conferencia,
con otras palabras, a nuestra objeción, tantas veces insertada, tantas veces
repetida, tantas veces estampada en sus frentes, nada en absoluto han podido
responder, porque no han encontrado qué.
Escuchadla, pues, atentamente. Él está presente, me
está escuchando; que me refute si miento; que me fuerce a demostrar lo que digo.
Cierto que no están aquí las actas; pero esté allí el asunto. Podemos tomarnos
algún plazo, para acudir a los documentos necesarios, si consigo probar lo que
digo. Si duda de ello, o, lo que Dios no quiera, finge dudarlo -dicho sea sin
ánimo de ofender-, no entre en comunión con nosotros si no lo demuestro. Si, por
el contrario, sabe que digo la verdad, y reconoce que no ha querido responder
precisamente porque no encontraba qué responder, os ruego que juzguéis vosotros
qué es más tolerable, aceptar en su dignidad al que uno ha condenado o reconocer
al hermano a quien jamás ha dejado convicto. Atended, os ruego; escuchad la
exposición de los hechos.
Paralelismo entre los
casos de Primiano y de Ceciliano
9. Cierto Maximiano fue diácono cartaginés
del partido de Donato. Ya debido a su soberbia, ya, como ellos piensan, por su
justicia, tuvo un enfrentamiento con su propio obispo, esto es, con Primiano de
Cartago, inicuamente si con soberbia ofendió al mejor, o justamente si como
honrado se enfrentó a uno más malvado. Fue excomulgado por Primiano, acudió a
los obispos vecinos, suscitó la antipatía contra Primiano, lo acusó ante ellos.
Acudió a Cartago: muchos obispos donatistas que lo acompañaron quisieron que
Primiano se presentara ante ellos igual que sus antepasados quisieron que se
presentara ante ellos Ceciliano. Conocida la conspiración, Primiano no quiso
acudir ante ellos, que le condenaron en su ausencia, lo mismo que aquéllos
condenaron a Ceciliano ausente.
¡Cómo se dignó Dios repetir ante nuestros ojos en
este tiempo los sucesos del pasado, porque el olvido estaba borrando
acontecimientos ya demasiado antiguos! Primiano fue condenado en ausencia. Otros
obispos del partido de Donato restituyeron a Primiano a la comunión; aún más,
como no lo depusieron, lo confirmaron en su sede. Fueron condenados los
maximianistas; del mismo modo como, absuelto Ceciliano por obispos que estaban
de paso y transmarinos, Donato se hizo merecedor de la condena. Maximiano fue
condenado con los doce que le ordenaron.
El grupo separado incluía entonces a muchísimos;
quizá unos cien obispos. Para que el cisma no fuera a más, no quisieron, tras
expulsar a unos pocos, imponer una sanción a la masa. Sólo condenaron a los que
asistieron a la ordenación de Maximiano, cuando fue elevado al episcopado
ilícitamente frente a su propio obispo. A los demás del grupo se les permitía
permanecer en sus dignidades si querían tornar a la Iglesia. Sus palabras
mostraban que éstos estaban fuera de la Iglesia, ya que a quien se exhorta a
entrar es porque está fuera. Se señaló una fecha; si tornaban dentro de ella, no
les perjudicarían nada las acusaciones contra Primiano; lo confirmaron con el
decreto de Bagái. Maximiano con otros doce fue condenado. Comenzaron a gestionar
la expulsión de los condenados de las basílicas. Acuden a los jueces, acuden a
los procónsules, invocan ante los jueces el concilio episcopal de Bagái: los
declaran herejes, prueban que han sido condenados, consiguen mandatos
judiciales, congregan tropas de socorro, proceden a arrojar de las basílicas a
hombres condenados y que se mantienen en su pertinacia. Condenados ellos,
ofrecieron resistencia los pueblos que estaban de su parte; donde no pudieron
resistir fueron vencidos; en lugar de los vencidos y expulsados, ordenaron a
otros. Conocemos a dos de ellos, dejando de lado a los demás: uno, Feliciano de
Musti; otro, Pretextato de Asuras. Después de dos o tres años, gracias a Optato
el secuaz de Gildón, se les recibió en su dignidad tras muchas persecuciones con
procesos judiciales y la acción decisiva de los poderes públicos. Después de
condenarlos, expulsados y perseguidos, los recibieron en sus honores, se los
adjuntaron como socios y colegas.
En efecto, en lugar de uno de ellos, Pretextato de
Asuras, ya habían ordenado a otro de nombre Rogato, ahora católico, a quien su
ejército, es decir, la banda de los circunceliones, cortó la lengua y una mano.
En cambio, a los que durante el mismo período que aquéllos habían permanecido
condenados fuera, casi un trienio, fueron bautizados por los condenados;
bautizados fuera de su Iglesia, los recibieron tales cuales. Nadie dijo: "No
tienes el bautismo porque has sido bautizado fuera". Y, en cambio, rebautizan a
todo el que viene de Éfeso, de Esmirna, de Tesalónica, del resto de las iglesias
que con su esfuerzo plantaron los apóstoles, y a las cuales leemos que fueron
dirigidas las cartas que escuchamos cuando se leen en la Iglesia.
Durísima condena de
los maximianistas por boca del mismo Emérito
10. Obra en nuestro poder la sentencia. Y por
cuanto hemos oído, esa sentencia en que se les condenaba la dictó este nuestro
hermano Emérito, a quien Dios haga nuestro hermano en la paz. Léase la sentencia
en que aquéllos fueron condenados, y léase la otra en que sus antepasados
condenaron a Ceciliano; y veamos quiénes se constituyeron en reos de mayor
culpabilidad, quiénes fueron castigados con una sentencia más dura, quiénes
condenados con mayor alboroto. Esto es lo que dijo: "Aunque la cavidad del útero
envenenado haya encubierto por mucho tiempo los dañinos partos del semen
viperino, y los húmedos coágulos del crimen concebido hayan pasado evaporados
por el lento calor a los miembros de áspides; sin embargo, el virus concebido no
pudo ocultarse al disiparse la sombra. Pues, aunque tarde, los votos preñados de
crímenes dieron a luz su crimen público y su parricidio, ya predicho de
antemano: Él ha dado a luz la injusticia; concibió el dolor, y dio a luz la
iniquidad 6.
Pero como tras la tiniebla brilla el cielo despejado, no hay una selva confusa
de crímenes cuando se han señalado ya los nombres para el castigo -ya que hasta
entonces se había impuesto la indulgencia-; al dejar a un lado la línea de la
clemencia, la causa descubre a quiénes castigar. Y entre otras cosas, dice:
Digamos, hermanos amadísimos, las causas del cisma, porque no podemos ya pasar
en silencio a las personas. Maximiano es rival de la fe, adúltero de la verdad,
enemigo de la madre Iglesia, ministro de Coré, Datán y Abirón".
Estas son palabras del partido de Donato contra los
maximianistas, proferidas según hemos oído, al dictado del mismo Emérito. Sabéis
quiénes son Coré, Datán y Abirón. Fueron los primeros en promover un cisma, y no
les bastó la pena acostumbrada: la tierra se abrió y los devoró. "A este
ministro de Datán, Coré y Abirón", son palabras del mismo, "los expulsó del
gremio de la paz el rayo de la sentencia". Escuchad aún: "Y si la tierra no se
abrió y lo engulló, se debe a que lo reservó en alto para un juicio más duro. En
efecto, arrebatado entonces, se habría ahorrado pena con la abreviación de su
muerte; ahora recoge los intereses de una deuda mayor al encontrarse muerto
entre los vivos".
Son palabras del mismo Emérito que condena a
Maximiano, o más bien, como dice él mismo, que le fulmina "por boca verídica".
Y, sin embargo, recogieron a los áspides, a las víboras, a los parricidas; pero
no anularon el bautismo que dio el áspid, la víbora, el parricida. Habéis oído
qué llama de elocuencia produjo cuando encontró yerba que pudo hacer arder.
Hermano Emérito, has abrazado a tu hermano Feliciano, condenado por el rayo de
tu boca; reconoce a tu hermano Deuterio, unido a ti incluso por el parentesco.
Los reciben sin
renovarles el bautismo. Recuerdo y referencia a Ceciliano
11. Cuantas veces, hermanos míos, al tratar
con los donatistas en la Conferencia les objetamos este asunto de los
maximianistas que os he expuesto como he podido, Emérito guardó más silencio del
que observa al presente en todo. Que no traten ahora de ocultarse con un
subterfugio, una fuga más bien que una defensa. Dicen que les concedieron un
plazo, y que los recibieron dentro de él. Es falso. Doce fueron condenados con
Maximiano; a los restantes que no estaban presentes en su ordenación cuando le
impusieron las manos les concedieron un plazo. Estas son las palabras del mismo
Emérito: "No es sólo a éste -dice- a quien condena la justa muerte del crimen;
la cadena del sacrilegio arrastra también a muchísimos a participar en el
crimen; de ellos está escrito: Bajo sus labios hay veneno de áspides, su boca
está llena de amargura; sus pies son veloces para derramar sangre; calamidad y
miseria hay en sus caminos y no conocieron el camino de la paz; no hay temor de
Dios ante sus ojos 7.
No quisiéramos cortar miembros del propio cuerpo;
pero, como la podredumbre pestífera de la herida en corrupción halla remedio más
eficaz en el bisturí que en la aplicación del medicamento, se ha descubierto que
es más saludable, para que el virus pestilente no se propague por todos los
miembros, que la herida abierta desaparezca con un dolor más concentrado". Como
culpables, pues, del crimen célebre, Emérito menciona nominalmente a doce, entre
los cuales están Feliciano y Pretextato, y no recuerdo los nombres de todos. Y
continúa: "A estos que con su obra funesta de perdición mancharon con un amasijo
de inmundicia un vaso inmundo, lo mismo que a los clérigos en otro tiempo de la
iglesia de Cartago, que al estar presentes en el crimen fueron alcahuetes del
incesto ilícito, habéis de saber que a todos ellos los condenó la auténtica voz
del concilio universal según el justo juicio de Dios que lo presidía. En cambio,
a los que no se dejaron manchar por los vástagos del retoño sacrílego, esto es,
quienes por un pudor modesto de fe apartaron sus propias manos de la cabeza de
Maximiano, a éstos se les permitió tornar a la madre Iglesia".
Querían disimular con afeites su rostro, porque
perdonaban a los impíos y facilitaban abiertamente a los sacrílegos el camino
del retorno. ¿Qué es esto? Le ruego se digne exponerme ahora cómo los vástagos
del retoño sacrílego no mancharon a éstos. ¿Por qué se les concede a ellos un
plazo, si no pudieron tener parte alguna en el cisma de Maximiano? Y si son
socios del grupo secesionista, aunque no asistieran a la ordenación, ¿cómo no
los mancha Maximiano, y en cambio Ceciliano, condenado una vez en ausencia y
absuelto por tres veces estando presente, mancha al orbe de la tierra? No mancha
un africano a los africanos, un vivo a los vivos, uno conocido a los conocidos,
el asociado a los socios, y mancha Ceciliano a los de ultramar, a los que están
tan lejos, a los desconocidos, a los aún no nacidos. Se sienta a tu vera
Feliciano, condenado por ti, ¿y no te manchó? Yo no vi a aquél, tú conoces a
éste; yo creo que aquél es inocente, tú condenaste a éste como culpable. Y si
confiesas que tú recibiste a un inocente, confiesas haber condenado a un
inocente.
Con entrañas
paternales Agustín exhorta a Emérito
12. Sin embargo, hermanos míos, no miramos
con malos ojos su concordia con nosotros; acabaron con el odio diabólico que se
suscitó entre ellos; a su modo de ver, han vuelto a la paz. Pero esto os digo:
Si un ramo cortado buscó la ramita desgajada de él, ¿con qué diligencia debe el
árbol buscar el ramo desgajado de él? Por eso sudamos, por eso trabajamos, por
eso hemos corrido el riesgo de caer en sus armas y en la cruel furia de los
circunceliones, y soportamos aun sus restos con la paciencia que Dios nos
concede, mientras el árbol busca su ramo, mientras el rebaño busca la oveja
descarriada del redil de Cristo. Si tenemos entrañas pastorales, debemos
deslizarnos por las cercas y las zarzas. Busquemos con miembros lacerados a la
oveja 8
y llevémosla con alegría al pastor y príncipe de todos.
Muchas cosas hemos dicho, aunque con mucha fatiga,
y, sin embargo, nuestro hermano, por causa del cual os decimos estas cosas a
vosotros, y a quien se las decimos igualmente y por el cual tanto hemos
trabajado, se mantiene en su firmeza pertinaz. Una firmeza cruel se juzga como
constancia. Que no se gloríe todavía de una energía vana y falsa. Escuche al
Apóstol que dice: la fortaleza alcanza su plenitud en la debilidad 9.
Roguemos por él. ¿Cómo podemos saber lo que quiere Dios? Son muchos los
pensamientos, como está escrito, que hay en el corazón del hombre; pero
la voluntad del Señor permanece para siempre 10.
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