domingo, 4 de enero de 2015

CARTAS DE SAN JERÓNIMO.

D. Ruiz BUENO ha publicado las Cartas de San Jerónimo en edición latina y castellana, BAC nn. 219 y 220, Madrid 1962; de esta edición tomamos las cartas que siguen.
Carta de Jerónimo a los anacoretas; de antes de retirarse al desierto de Calcis, en el 374.
¡Cuánto, cuánto me holgara de hallarme ahora entre vosotros y, aunque estos ojos míos no merecen mirarla, abrazar, con todo el júbilo de mi alma, vuestra admirable compañía! Ahí contemplaría un desierto más deleitoso que cualquier ciudad; vería lugares desamparados de moradores, sitiados, a manera de un paraíso, por ejércitos de santos. Pero mis culpas han hecho que una cabeza cargada de todo linaje de crímenes no se junte con un coro de bienaventurados. Por eso, yo os suplico, ya que no dudo lo podéis alcanzar, que por vuestras oraciones me libréis de las tinieblas de este siglo. Ya os lo dije antes presente, y ahora por carta no ceso de manifestaros mi deseo: mi alma es arrebatada por el ansia más ardiente hacia esa manera de vida; a vosotros toca ahora que a la voluntad siga el efecto. A mí me toca el querer; a vuestras oraciones, que no sólo quiera, sino que pueda.
Yo soy como la oveja enferma descarriada del resto de la manada, y, si el buen pastor no me vuelve sobre sus hombros al aprisco, mis pasos resbalarán y, en el intento mismo de levantarme, daré conmigo mismo en el suelo. Yo soy aquel hijo pródigo que he malbaratado toda la parte de hacienda que mi padre me diera; y aún no me he postrado a los pies del que me engendrara, todavía no he empezado a repudiar los halagos de mis pasadas demasías. Y ahora que un tantico he comenzado no tanto a dejar mis vicios cuanto a quererlos dejar, el diablo trata de envolverme en nuevas redes. Ahora me pone ante los ojos nuevos obstáculos y rodea todo mar y todo océano. Ahora, puesto en medio de este elemento, no puedo ni avanzar ni retroceder. Sólo me queda que por vuestras oraciones me empuje el soplo del Espíritu Santo y me conduzca al puerto de la codiciada orilla.
(Carta 2; BAC 219, 41-42)
Carta de Jerónimo al papa Dámaso, insistiendo en que intervenga en el cisma meleciano de Antioquía; hacia los años 376-377.
La mujer importuna de que nos habla el Evangelio mereció finalmente ser oída; y el amigo, no obstante estar cerrada la puerta y acostados los criados y ser medianoche, logró los panes de su amigo; y Dios mismo, que por ninguna fuerza contraria puede ser sobrepujado, se dejó vencer por las oraciones del publicano; la ciudad de Nínive, que estaba perdida por sus pecados, se mantuvo en pie por sus lágrimas. ¿A qué fin este exordio traído de tan lejos? Pues a que mires, grande, a un pequeño, y a que no desprecies, pastor rico, a una oveja enferma. Cristo levantó al ladrón de la cruz al paraíso y, porque nadie piense que la conversión es nunca tardía, hizo de un suplicio por homicidio un martirio. Cristo, digo, abraza con gozo al hijo pródigo que vuelve; y; dejadas las noventa y nueve sanas, el buen pastor trae sobre sus hombros la sola ovejuela que se quedara rezagada. Pablo es hecho de perseguidor predicador, queda ciego de los ojos carnales para que vea mejor con los del espíritu, y el que conducía encadenados ante el sanhedrín de los judíos a los siervos de Cristo, se gloría más adelante de las cadenas que lleva por Cristo.
Viniendo, pues, al grano, como ya anteriormente te escribí, yo recibí la vestidura de Cristo en la ciudad de Roma y ahora estoy encerrado entre la frontera bárbara con Siria. Y no pienses fue otro quien dictó contra mí esta sentencia. No, yo mismo fui quien determiné lo que merecía. Pero, como canta el poeta gentil, de cielo muda quien allende el mar corre, mas no de alma. Así a mí el enemigo incansable me ha venido siguiendo a las espaldas, de suerte que sufro ahora en la soledad más cruda guerra. De un lado se embravece aquí el furor arriano sostenido por los poderes del mundo; de otro, la Iglesia está escindida en tres facciones y cada una tiene empeño en atraerme a sí. La antigua autoridad de los monjes que moran en los contornos se levanta contra mí. Yo entre tanto no ceso de dar voces: El que se adhiera a la cátedra de Pedro es mío. Melecio, Vital y Paulino dicen estar arrimados a ti. Yo pudiera creerlo si fuera uno solo quien lo afirmara; más ahora o mienten dos o mienten todos. Por eso conjuro a tu beatitud por la cruz del Señor, por su pasión, honor esencial de nuestra fe -así sigas a los apóstoles en merecimientos como los sigues en dignidad, así te sientes en un trono para juzgar con los Doce, así otro te ciña de viejo como a Pedro, así con Pablo logres el derecho de ciudadano del cielo-, que me indiques con tus letras con quién debo estar en comunión aquí en Siria. No desprecies un alma por la que murió Cristo.
(Carta 16; BAC 219, 88-90)
Carta de Jerónimo a Marcela, monja en el Aventino (Roma), sobre el sentido de algunos términos de la Escritura; año 384.
Estando hace unos días juntos, me preguntaste no por carta, como antes solías, sino presente, de viva voz, qué significan originariamente las palabras que han pasado del hebreo al latín sin traducción y por qué se han dejado sin traducir como son: «Aleluya», «amén», «maran atha», «efod» y otras que están dispersas por las Escrituras y que tú recordaste.
Como tengo tan poco tiempo para dictar, te voy a responder brevemente. Tanto los setenta intérpretes como los apóstoles tuvieron mucho cuidado, ya que la primitiva Iglesia estaba compuesta de judíos, de no innovar nada para evitar el escándalo de los creyentes. Luego, cuando la palabra del Evangelio se hubo dilatado por todas las naciones, no fue ya posible cambiar lo comúnmente recibido. Orígenes, en los libros que llama exegéticos, da otra razón y es que cada lengua tiene sus peculiaridades propias y lo que se dice originariamente no puede sonar del mismo modo entre extraños. De ahí que es preferible dejarlas sin traducir, que no debilitar su sentido por la traducción.
Así, pues, aleluya quiere decir: «Alabad al Señor». Efectivamente, la es uno de los diez nombres de Dios en hebreo. Así, en el salmo en que nosotros leemos: Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar, se lee en el texto hebreo: «Aleluia qui tob zammer».

En cuanto a amén, Aquila lo traduce por pepistomenos que nosotros podemos reproducir por «fielmente». Es un adverbio tomado del nombre de la fe amuna. Los Setenta lo traducen por génoito, es decir, «fiat». Así, al fin de los libros del Salterio -pues éste se divide entre los hebreos en cinco rollos-, lo que en el texto hebreo se lee «amen, amen», los Setenta lo tradujeron «fiat, fiat», con lo que se intenta confirmar ser verdad todo lo anteriormente dicho. De ahí también que afirme Pablo no poder nadie responder amén, es decir, confirmar lo que antes se ha dicho, si no entiende lo que se predica.
Maran atha es más bien siríaco que hebreo, si bien, puesto entre los confines de ambas lenguas, tiene también alguna resonancia hebraica. Su traducción es: «Nuestro Señor viene»; de modo que el sentido del paso paulino es: Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea anatema. Y pues se trata de un hecho cumplido, se añade: Nuestro Señor ha venido, pues es superfluo obstinarse con odio pertinaz contra quien consta haber ya venido.
También quería escribirte algo sobre el diapsalma, que en hebreo se dice cela, y del ephod, del pro aieleth, que se pone en la inscripción de algún salmo y de otros puntos por el estilo. Pero sobrepasaría los límites del estilo epistolar y el diferir las cuestiones puede aumentar tu avidez de saber. Es efectivamente refrán trillado que mercancía espontáneamente ofrecida no es estimada. Por eso me callo adrede lo que tenía que decir para que tengas más ganas de oír lo que se ha callado.
(Carta 26; BAC 219, 216-218)
Carta de Jerónimo a Tranquilino, del que no se tienen más noticias, sobre la manera como hay que leer a Orígenes; probablemente, del 397 o comienzos del 398.
Los vínculos del espíritu son, sin duda, más fuertes que los de la carne. Si alguna vez has podido dudar de ello, ahora lo compruebo, al ver cuán de corazón se apega a mí tu santidad y cómo me uno yo contigo por el amor de Cristo. Con toda verdad y sencillez voy a hablar a tu pecho candidísimo: el papel mismo y los rasgos de las letras, con ser mudos, respiran el afecto de tu alma para conmigo.
Sobre lo que me dices haber muchos que son engañados por el error de Orígenes y que mi hijo Océano combate su locura, es cosa que me entristece a par que me alegra, pues veo que a los sencillos se les arma la zancadilla y, por otra parte, un varón docto acude en socorro de los que yerran. Y, pues preguntas el parecer de mi pequeñez sobre si hay que rechazar a carga cenada a Orígenes, como quiere el hermano Faustino, o si ha de leérselo, como quieren otros, de este último partido soy yo.
Yo opino que hay que leer, de cuando en cuando, a Orígenes a la manera como leemos a Tertuliano y Novato, a Arnobio y Apolinar y algunos otros escritores eclesiásticos, lo mismo griegos que latinos; es decir, hemos de elegir lo que tienen de bueno y evitar lo contrario, según el dicho del apóstol Pablo: Examinadlo todo, retened sólo lo bueno.
Por lo demás, los que, por su gusto depravado, se dejan llevar de amor u odio excesivo contra él, paréceme que caen bajo la maldición del profeta: ¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien, que hacen de lo amargo dulce y de lo dulce amargo! Y es así que ni por razón de su erudición han de aceptarse sus tesis erróneas, ni por el error de sus tesis han de rechazarse de todo punto los comentarios útiles sobre las Escrituras que dio a luz. Ahora bien, si sus entusiastas y detractores tiran cada uno de la punta de una cuerda de contienda y no quieren saber nada de término medio y moderación, sino que han de aprobarlo o reprobarlo todo, yo escogeré de mejor gana una piadosa rusticidad que una erudita blasfemia. El santo hermano Taciano te saluda a su vez con todo cariño.
(Carta 62; BAC 219, 557-558).

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