domingo, 4 de enero de 2015

CUARTA CATEQUESIS

«Del mismo: última Catequesis para los que van a ser
iluminados»

El bautismo como desposorio

1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último
de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con
el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días.
¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con
luz esplendente al rey de los cielos! 2.
Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros
durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la
costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas
a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los
sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una
voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la
naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él
personalmente se vino junto a nosotros, y es que,
efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo
venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio
pobre y despreciada.
Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los
hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia
puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es
nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que
sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza.
Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en
que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima
substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó
bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió
hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la
economía de la encarnación.
Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de
solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes
voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre
y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo
con respecto a Cristo y a la Iglesia 3.

El vestido de la esposa

2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa,
cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin
embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que
nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto
en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación
de nuestras almas:
«Aunque tenga que ser escupido -dice-, ser apaleado y
subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de
acoger a la esposa».
Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara
para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto
4, nada era más feo y repulsivo que ella.
Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su
fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo
necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres
diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5.
Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de
nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que
mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos
que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma.
Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como
esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo
resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá
representar.
¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos
cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo,
de Cristo estáis vestidos! 6.
David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos,
decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7.
Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey,
todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como
un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con
vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8.
Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír «de
oro» no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta
él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas
inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija
del rey está dentro 9.
¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido
con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de
Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el
aparejo del Evangelio y de la paz 10.
¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la
esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran
muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean?
Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por
excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella
abriéndose paso entre la multitud.
¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras
mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por
ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua
con su palabra 11.
¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su
perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol?
Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha
ni arruga, ni cosa semejante 12,
¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la
edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y
santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y
fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13.

El significado del nombre de fiel

3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de
una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por
qué nos llamamos fieles 14.
CR/DOS-OJOS OJOS/CR: ¿Por qué razón, pues, nos lo
llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que
los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y
terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni
un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra
humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la
fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de
ojos: los de la carne y los de la fe.
Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne
verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu;
aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al
hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el
alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas,
y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta
puriflcación.
Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su
mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio,
contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos
extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad
no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito
de Dios en persona.
Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo
acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que,
en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero
era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del
Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba
decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu
Santo con su venida.
Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo
se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos
bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más
poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de
su sandalia: Él os bautizará en Espiritu Santo y fuego 18.
Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no
dice: «Yo bautizo a Fulano», sino: Fulano es bautizado en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a
entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan.
Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se
llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes
de que digáis: «Creo». Esta palabra es un cimiento
inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible
a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es
necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20.
Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero
crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta,
ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar.
Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos,
te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la
que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los
hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible
aceptar ni siquiera ésta.
El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al
útero de una virgen.
¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible,
pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que
sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es,
en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe.
El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la
escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber
concebido del Espiritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo
enseño.
Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo
siguiente: El Espiritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué
manera, ni él mismo lo sabe.

4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el
maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible
hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados;
pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no
podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es
necesario que os lo diga hoy 23.

Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo

¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona,
será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que
establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he
recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible
sacar de ello alguna enseñanza del misterio.
Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el
paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la
hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la
inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo:
entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu 25.
Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia
resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos.
Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser
introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza
de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en
adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y
con tu alma tocarás los mismos cielos.
Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en
común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto:
que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico
mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que
tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni
hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se
ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de
naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don,
un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia),
es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en
común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las
manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don.

Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que
incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía.
Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan
su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se
doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo
la tierra 27.
Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al
doblar las rodillas, se digan estas palabras: «¡Renuncio a ti,
Satanás!»

5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo
confusa la mente y sollozo con amargura.
¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en
que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por
la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los
misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de
todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui
acumulando?
Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en
la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser
entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y
acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y
gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque
en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias
calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo
semejante.
Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso,
si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea!, volvamos de
nuevo a vosotros.

6. «¡Renuncio a ti, Satanás!» ¿Qué ha sucedido? ¿No es
extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has
sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De
dónde te vino ese atrevimiento?
«¡Tengo un arma poderosa!», dice -¿Qué clase de arma?
¿Qué aliados?- Dime.
«Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para
sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio
superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de
miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a
toda su pompa.
POMPAS/CRISOSTOMO: Ahora bien, pompa del diablo es
toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los
hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras
torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los
agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los
hechizos.
La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más
grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de
Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y
toda asechanza satánica te cederá el terreno.
Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos
hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las
bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a
los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora
antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no
pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así,
pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las
tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo:
su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas.
Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los
que le invocan 28.

La unción con la señal de la cruz

7. Después de estas palabras, después de la renuncia al
diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya
en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el
diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el
sello. Y te señala con la cruz sobre la frente.
Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al
escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su
desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar
con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En
adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así,
al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se
alejará con los ojos deslumbrados.
Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma
es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite
para el atleta.
Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge
valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de
Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y
el que nos ungió, es Dios 29.
Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus
miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y
nada malo te pasará.

El bautismo

8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a
la piscina de las santas aguas.
Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te
introduce en la corriente.
¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez,
cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice:
Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta
que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de
vergüenza.
Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la
piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente,
sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote
a la regeneración por el agua y el Espíritu.
Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están
los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del
bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia
y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros,
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32.

9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he
dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os
pedí al principio.
Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de
mi indignidad 33.
Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a
José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te
vaya bien 34.
También yo os dije al principio: «Acordaos de mí cuando os
vaya bien». Pero ahora no digo: «Acordaos de mí cuando os
vaya bien», sino: «Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien».
También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo
35; yo en cambio digo: «Acordaos de mí, porque hice muchos y
graves males».
Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey:
a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la
naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una
corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran
benevolencia.
Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea
inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo
sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes.
Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que
comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano,
de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las
de los pecados.
Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza
con el Señor, y Él os acogerá con un beso.

El beso santo

10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también
hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de
acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos
mutuamente y acogernos con el santo saludo.
¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los
cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas
con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea
tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el
alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es
preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios:
estrechamente unidos los unos con los otros.
Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí
te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha,
reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu
presente 37.
No dijo: «Primero ofrece», sino: «Reconcíliate primero, y
entonces ofrece».
Por esto mismo nosotros también, con el don delante,
primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos
acercamos al sacrificio.
Pero hay además otra razón misteriosa de este beso.
BESO-SANTO: El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo
38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con
ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto
con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso
es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso
39.
Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo
momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora
nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura,
para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de
los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la
nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos
nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos.
Amén.
.................................................
1. Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166-175), es la
pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd., pp. 30 y
34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el
códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129.
2. Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25 1-13.
3. Ef 5, 31-32.
4. Es decir, antes del desposorio.
5. Tt 3, 3.
6. Ga 3, 27.
7. Cf. Sal 44, 10.
8. Ibid.
9. Cf. Sal 44, 14.
10. Ef 6, 15; es alusión clara a Is 52, 7.
11. Ef 5, 25-26.
12. Ef 5, 27.
13. Ef 1, 1.
14. Cf. supra, Catequesis 1.
15. Cf. Ef 4, 22; «inmerso» = bautizado.
16. Cf. Ef 4, 24.
17. Mt 3, 17.
18. Cf. Jn 1, 27; Lc 3, 16.
19. Así traduzco asáleuton.
20. Hb 11, 6.
21. Mt 1, 18.
22. Lc 1, 35.
23. En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara
distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran
admitidos a la celebración del misterio eucarístico.
24. Cf. Lc 23, 43-44.
25. Lc 23, 46.
26. Cf. Col 3, 11.
27. Cf. Flp 2, 10.
28. Rm 10, 12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un
error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por
eso no la traducimos.
29. 2 Co 1, 21.
30. Gn 2, 25.
31. Cf. Gn 2, 9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai
gnoston sigue literalmente la expresión he- brea; san Juan Crisóstomo ha
omitido el infinitivo sustantivado.
32. Rm 6, 14.
33. Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época.
34. Gn 40, 14; cf. supra, Catequesis II, c. 1.
35. Cf. Gn 40. 15.
36. Cf. Hch 4, 32.
37. Mt 5, 23-24.
38. Cf. 1 Co 3, 16; 6, 19.
39. 1 Co 16, 20.
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