lunes, 5 de enero de 2015

DE LA VERDADERA RELIGIÓN

Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR

Divergencias religiosas entre los filósofos y el pueblo

I. 1. Siendo norma de toda vida buena y dichosa la verdadera religión, con que se honra a un Dios único y con muy sincera piedad se le reconoce como principio de todos los seres, que en Él tienen su origen y de Él reciben la virtud de su desarrollo y perfección, se ve muy claramente el error de los pueblos que quisieron venerar a muchos dioses, en vez del único y verdadero, Señor de todos, porque sus sabios, llamados filósofos, tenían doctrinas divergentes y templos comunes. Pues tanto a los pueblos como a los sacerdotes no se ocultó su discorde manera de pensar sobre la naturaleza de los dioses, porque no se recataban de manifestar públicamente sus opiniones, esforzándose en persuadirlas a los demás si podían; sin embargo de esto, juntamente con sus secuaces, divididos entre sí por diversas y contrarias opiniones, sin prohibición de nadie, acudían a los templos. No se pretende ahora declarar quién de ellos se acercó más a la verdad; mas aparece bastante claro, a mi entender, que ellos abrazaban públicamente unas creencias religiosas, conforme al sentir popular, y privadamente mantenían otras contrarias a sabiendas del mismo pueblo.

Opinión de Sócrates sobre los dioses

II. 2. Con todo, Sócrates se mostró, al parecer, más audaz que los demás, jurando por un perro cualquiera, por una piedra o por el primer objeto que se le ofreciese a los ojos o a las manos en el momento de jurar. Según opino yo, entendía él que cualquiera obra de la naturaleza, como producida por disposición de la divina Providencia, aventaja con mucho a todos los productos artificiales de los hombres, siendo más digna de honores divinos que las estatuas veneradas en los templos. Ciertamente no enseñaba él que las piedras o el perro son dignos de la veneración de los sabios; pero quería hacer comprender a los ilustrados la inmensa hondura de la superstición en que se hallaban sumidos los hombres; y a los que estaban por salir de ella habría que ponerles ante los ojos semejante grado de abominación, para que, si se horrorizaban de caer en él, viesen cuánto más bochornoso era yacer en el abismo, más hondo aún, del extravío de la multitud. Al mismo tiempo, a quienes pensaban que el mundo visible se identifica con el Dios supremo, les ponía ante los ojos su insensatez, enseñando, como consecuencia muy razonable, que una piedra cualquiera, como porción de la soberana deidad, bien merecía los divinos honores. Y si eso les repugnaba, entonces debían cambiar de ideas y buscar al Dios único, de quien nos constase que trasciende a nuestra mente y es el autor de las almas y de todo este mundo. Escribió después Platón, quien es más ameno para ser leído que persuasivo para convencer. Pues no habían nacido ellos para cambiar la opinión de los pueblos y convertirlos al culto del verdadero Dios, dejando la veneración supersticiosa de los ídolos y la vanidad de este mundo. Y así, el mismo Sócrates adoraba a los ídolos con el pueblo, y, después de su condena y muerte, nadie se atrevió a jurar por un perro ni llamar Júpiter a una piedra cualquiera, si bien se dejó memoria de esto en los libros. No me toca a mí examinar por qué obraron de ese modo, si por temor a la severidad de las penas o por el conocimiento de alguna otra razón particular de aquellos tiempos.

Cómo la religión cristiana persuadió a los hombres verdades de imposible divulgación, según Platón

III. 3. Pero, sin ánimo de ofender a todos esos que cerrilmente se enfrascan en la lectura de sus libros, diré yo con plena seguridad que, ya en esta era cristiana, no ha lugar a duda sobre la religión que se debe abrazar y sobre el verdadero camino que guía a la verdad y bienaventuranza. Porque si Platón viviese ahora y no esquivase mis preguntas, o más bien, si algún discípulo suyo, después de recibir de sus labios la enseñanza de la siguiente doctrina, conviene a saber: que la verdad no se capta con los ojos del cuerpo, sino con la mente purificada, y que toda alma con su posesión se hace dichosa y perfecta; que a su conocimiento nada se opone tanto como la corrupción de las costumbres y las falsas imágenes corpóreas, que mediante los sentidos externos se imprimen en nosotros, originadas del mundo sensible, y engendran diversas opiniones y errores; que, por lo mismo, ante todo se debe sanar el alma, para contemplar el ejemplar inmutable de las cosas y la belleza incorruptible, absolutamente igual a sí misma, inextensa en el espacio e invariable en el tiempo, sino siempre la misma e idéntica en todos sus aspectos (esa belleza, cuya existencia los hombres niegan, sin embargo de ser la verdadera y la más excelsa); que las demás cosas están sometidas al nacimiento y muerte, al perpetuo cambio y caducidad, y, con todo, en cuanto son, nos consta que han sido formadas por la verdad del Dios eterno, y, entre todas, sólo le ha sido dado al alma racional e intelectual el privilegio de contemplar su eternidad y de participar y embellecerse con ella y merecer la vida eterna; pero, sin embargo, ella, dejándose llagar por el amor y el dolor de las cosas pasajeras y deleznables y aficionada a las costumbres de la presente vida y a los sentidos del cuerpo, se desvanece en sus quiméricas fantasías, ridiculiza a los que afirman la existencia del mundo invisible, que trasciende la imaginación y es objeto de la inteligencia pura; supongamos, digo, que Platón persuade a su discípulo de tales enseñanzas y éste le pregunta: ¿Creeríais digno de los honores supremos al hombre excelente y divino que divulgase en los pueblos estas verdades, aunque no pudiesen comprenderlas, o si, habiendo quienes las pudiesen comprender, se conservasen inmunes de los errores del vulgo, sin dejarse arrastrar por la fuerza de la opinión pública? Yo creo que Platón hubiera respondido que no hay hombre capaz de dar cima a semejante obra, a no ser que la omnipotencia y sabiduría de Dios escogiera 'a uno inmediatamente desde el alba de su existencia, sin pasarle por magisterio humano, y, después de formarle con una luz interior desde la cuna, le adornase con tanta gracia, y le robusteciese con tal firmeza, y le encumbrase a tanta majestad, que, despreciando cuanto los hombres malvados apetecen, y padeciendo todo cuanto para ellos es objeto de horror, y haciendo todo lo que ellos admiran, pudiera arrastrar a todo el mundo a una fe tan saludable con una atracción y fuerza irresistible. Y sobre los honores divinos que se le deben, juzgaría superflua la pregunta, por ser fácil de comprender cuánto honor merece la sabiduría de Dios, con cuyo gobierno y dirección aquel hombre se hubiera hecho acreedor a una honra propia y sobrehumana por su obra salvífica en pro de los mortales.
4. Si, pues, todo esto es ya un hecho verdadero; si se celebra con documentos y monumentos; si, partiendo de una región en que se adoraba al único Dios, y donde convenía se hallase la cuna de su nacimiento, varones escogidos, enviados por todo el orbe, con sus ejemplos y palabras, avivaron incendios de amor divino; si, después de confirmarla con muy saludable disciplina, dejaron a los venideros la tierra iluminada con la fe; si, para no hablar de lo pasado, cuyo crédito puede esquivar cada uno, hoy mismo se anuncian a todas las razas y pueblos estas verdades: Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y Dios era el Verbo. Él estaba al principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo 1; si a fin de curarse el alma, para percibir esa Palabra, amarla y gozarla, y para que se vigorice la pupila de la mente con que se encare a tan poderosa luz, se dice a los avaros: No alleguéis tesoros en la tierra, donde la; polilla y el orín los consumen. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los consumen y donde los ladrones no perforan ni roban, porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón 2; se dice a los lujuriosos: Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembra en el espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna 3; se dice a los soberbios: Quien se ensalza, será abatido, y quien se abate, será ensalzado 4; se dice a los iracundos: Recibiste una; bofetada, prepara, pues, la otra mejilla 5; se dice a los que fomentan discordias: Amad a vuestros enemigos 6, y a los supersticiosos: El reino de Dios está entre vosotros 7; y a los curiosos: No queráis buscar las cosas que se ven, sino las invisibles; pues las que se ven, son temporales; las invisibles, eternas 8; finalmente, se dice a todos: No améis el mundo ni lo que está en él, pues todo lo que hay en el mundo es, concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición del siglo 9.
5. Si, pues, estas enseñanzas por todo el mundo se leen a los pueblos y se oyen con sumo gusto y veneración; si después de tanta sangre esparcida, de tantas hogueras, de tantas cruces de martirio, las Iglesias se han multiplicado con más fertilidad y abundancia hasta en los pueblos bárbaros; si nadie se maravilla ya de tantos miles de jóvenes y vírgenes que, renunciando al matrimonio, abrazan la vida casta: cosa que, habiendo hecho Platón, temió tanto a la perversa opinión de su siglo, que se dice sacrificó a la naturaleza para expiarla como grave falta; si todas estas cosas ahora se acogen de tal modo que, si antes era algo inaudito el disputar sobre ellas, ahora lo es el ir contra ellas; si en todas las regiones del mundo habitable se enseñan los misterios cristianos a los que han hecho esta promesa y este empeño; si se exponen todos los días en las iglesias y son comentados por los sacerdotes; si golpean sus pechos los que se esfuerzan por seguirlos; si son tan sin número quienes emprenden esta forma de vida, que, dejando las riquezas y los honores del siglo, se van llenando las islas antes desiertas y la soledad de muchos lugares por la afluencia de hombres de todas clases, deseosos de consagrar su vida al soberano Señor; si, finalmente, por las ciudades y aldeas, por los castillos y barrios y hasta por los campos Y granjas privadas, tan manifiestamente se persuade Y se anhela el retiro del mundo y la conversión al Dios único y verdadero, que diariamente el género humano, esparcido por doquiera, casi responde a una voz que tiene levantado el corazón, ¿por qué seguimos bostezando en la crápula de lo pasado y escudriñamos los oráculos divinos en las entrañas de los animales muertos, y cuando se trata de este grave negocio, por qué preferimos hinchar la boca con el sonoro nombre de Platón a henchir el corazón con la verdad?

Menosprecio de la filosofía materialista

IV. 6. Los que, pues, rechazan como inútil o malvado el menosprecio de este mundo sensible y la purgación del alma con la virtud, para sujetada y ponerla al servicio del soberano Señor, deben ser refutados por otro medio, si es que vale la pena de discutirse con ellos. Pero quienes confiesan que debe seguirse el bien, reconozcan a Dios, prestándole sumisión, porque Él ha convencido de estas verdades a todos los pueblos del mundo. Sin duda, ellos lo harían también si fueran capaces, y en caso de no hacerlo, no podrían evitar el pecado de envidia. Ríndanse, pues, a Él, que ha obrado esta maravilla, y su curiosidad y vanagloria no les sirvan de obstáculo para reconocer la diferencia que hay entre las tímidas conjeturas de un reducido grupo de sabios y la salvación evidente y la reforma de los pueblos. Pues si volviesen a la vida los maestros de cuyo nombre se precian y hallasen las iglesias llenas y desiertos los templos de los ídolos, y que el género humano ha recibido la vocación y, dejando la codicia de los bienes temporales y pasajeros, corre a la esperanza de la vida eterna y a los bienes espirituales y superiores, exclamarían tal vez así (si es que fueron tan dignos como se dice): "Estas son las cosas que nosotros no nos atrevimos a persuadir a los pueblos, cediendo más bien a sus costumbres que atrayéndolos a nuestra fe y anhelo".
7. Luego si aquellos filósofos pudieran volver a la vida con nosotros, reconocerían, sin duda, la fuerza de la autoridad, que por vías tan fáciles ha obrado la salvación de los hombres, y, cambiando algunas palabras y pensamientos, se harían cristianos, como se han hecho muchos platónicos modernos y de nuestra época. Y si no confesaban esto, negándose a hacerlo por obstinada soberbia y envidia, dudo si serían capaces de elevar las alas del espíritu, enviscadas con semejante sordidez, a aquellas mismas cosas que, según ellos, debían apetecerse y procurarse. Porque ignoro si a tales varones sería impedimento el tercer vicio de la curiosidad, de consultar a los demonios, que a los paganos de quienes ahora tratamos aparta de la salvación; pues me parece demasiado pueril eso.

Dónde y cómo ha de buscarse la verdadera religión

V. 8. Pero, reaccione como quiera la soberbia de los filósofos, todos pueden fácilmente comprender que la religión no se ha de buscar en los que, participando de los mismos sagrados misterios que los pueblos, a la faz de éstos, se lisonjeaban en sus escuelas de la diversidad y contrariedad de opiniones sobre la naturaleza de los dioses y del soberano bien. Aun cuando la religión cristiana sólo hubiera extirpado este mal, a los ojos de todos sería digna de alabanzas que no se pueden expresar. Pues las innumerables herejías, separadas de la regla del cristianismo, certifican que no son admitidos a la participación de los, sacramentos los que sobre Dios Padre y su Sabiduría y el divino Don profesan y propalan doctrinas contrarias a la verdad. Porque se cree y se pone como fundamento de la salvación humana que son una misma cosa la filosofía, esto es, el amor a la sabiduría, y la religión, pues aquellos cuya doctrina rechazamos tampoco participan con nosotros de los sacramentos.
9. Lo cual es menos de admirar en los que han querido admitir la disparidad de ritos y sacramentos, como no sé qué herejes llamados ofitas y los maniqueos y algunos otros. Pero se debe advertir y hacerlo más resaltar en los que, conservando los mismos sacramentos, sin embargo, por su diversa manera de pensar y por haber querido defender sus errores con más obstinación que corregidos con cautela, excluidos de la comunión católica y de la participación de sus sacramentos, merecieron no sólo por su doctrina, sino también por su superstición, denominaciones y cenáculos propios, como los fotinianos, arrianos y otros muchos. Otra cuestión es cuando se trata de los autores de cismas. Pues podría la era del Señor soportar las pajas hasta el tiempo de la última ventilación 10, si no hubieran cedido con excesiva ligereza al viento de la soberbia, separándose voluntariamente de nosotros. Y cuanto a los judíos, aunque imploran al Dios único y todopoderoso, esperando de Él sólo bienes temporales y materiales, por su presunción no quisieron en sus mismas Escrituras vislumbrar los principios del nuevo pueblo que surgió de orígenes humildes, y así se petrificaron en el ideal del hombre antiguo. Siendo, pues, esto así, la religión verdadera no ha de buscarse ni en la confusión del paganismo, ni en las impurezas de las herejías, ni en la languidez del cisma, ni en la ceguera de los judíos, sino en los que se llaman aún entre esos mismos cristianos católicos ortodoxos, esto es, los custodios de la integridad y los amantes de la justicia.

La verdadera religión está en la fe católica

VI. 10. Esta, pues, Iglesia católica, sólida y extensamente esparcida por toda la redondez de la tierra, se sirve de todos los descarriados para su provecho y para la enmienda de ellos, cuando se avienen a dejar sus errores. Pues se aprovecha de los gentiles para materia de su transformación, de los herejes para la prueba de su doctrina, de los cismáticos para documento de su firmeza, de los judíos para realce de su hermosura. A unos, pues, invita, a otros elimina; a éstos desampara, a aquellos se adelanta; sin embargo, a todos da facultad para recibir la gracia divina, ora hayan de ser formados todavía, ora reformados, ora reunidos, ora admitidos. Y a sus hijos carnales, quiero decir, a los que viven y sienten carnalmente, los tolera como bálago, con que se protege mejor el grano de la era hasta que se vea limpio de su envoltura. Mas, como en dicha era cada cual es voluntariamente paja o grano, se sufre el pecado o el error de uno hasta que se levante algún acusador o defienda su opinión con pertinaz osadía. Y los que son excomulgados, o se arrepienten y vuelven, o se deslizan en la maldad, abusando de su albedrío, para aviso de nuestra diligencia, o fomentan discordias para ejercitar nuestra paciencia, o divulgan alguna herejía para prueba y estímulo de nuestra formación intelectual. He aquí los paraderos de los cristianos carnales, que no pudieron ser corregidos ni sufridos.
11. Muchas veces permite también la divina Providencia que hombres justos sean desterrados de la Iglesia católica por causa de alguna sedición muy turbulenta de los carnales. Y si sobrellevaren con paciencia tal injusticia o contumelia, mirando por la paz eclesiástica, sin introducir novedades cismáticas ni heréticas, enseñarán a los demás con qué verdadero afecto y sincera caridad debe servirse a Dios. El anhelo de tales hombres es el regreso, pasada la tempestad, o, si no les consiente volver, porque no ha cesado el temporal o hay amago de que se enfurezca más con su retorno, se mantienen en la firme voluntad de mirar por el bien de los mismos agitadores, a cuya sedición y turbulencia cedieron, defendiendo hasta morir, sin originar escisiones, y ayudando con su testimonio a mantener aquella fe que saben se predica en la Iglesia católica. A éstos corona secretamente el Padre, que ve lo interior oculto. Rara parece esta clase de hombres, pero ejemplos no faltan, y aun son más de lo que puede creerse. Así, la divina Providencia se vale de todo género de hombres y de ejemplos para la salud de las almas y la formación del pueblo espiritual.

Hay que abrazar la Iglesia católica

VII. 12. Por lo cual, habiéndote prometido hace algunos años, carísimo amigo Romaniano, escribirte acerca de mi sentir sobre la verdadera religión 11, he creído que ha llegado la hora oportuna, después de ver la urgencia de tus apremiadoras preguntas, y, por el lazo de caridad que me une contigo, no puedo sufrir por más tiempo que andes fluctuando sin rumbo seguro. Repudiando, pues, a todos los que divorcian la filosofía de la religión y renuncian a la luz de los misterios en la investigación filosófica, así como a los que se desviaron de la regla de la Iglesia, ensoberbeciéndose con alguna perversa opinión o rencilla; rechazados igualmente los que no quisieron abrazar la luz de la divina revelación y la gracia del pueblo espiritual que se llama Nuevo Testamento, a todos los cuales someramente he aludido, nosotros hemos de abrazar la religión cristiana y la comunión de la Iglesia que se llama católica, no sólo por los suyos, sino también por los enemigos. Pues, quiéranlo o no, los mismos herejes y cismáticos, cuando hablan, no con sus sectarios, sino con los extraños, católica no llaman sino a la Iglesia católica. Pues no pueden hacerse entender si no se la discierne con ese nombre, con que todos la reconocen en el mundo.
13. El fundamento para seguir esta religión es la historia y la profecía, donde se descubre la dispensación temporal de la divina Providencia en favor del género humano, para reformarlo y restablecerla en la posesión de la vida eterna. Creído lo que ellas enseñan, la mente se irá purificando con un método de vida ajustado a los preceptos divinos y se habilitará para la percepción de las cosas espirituales, que ni son pasadas ni futuras, sino permanentes en el mismo ser, inmunes de toda contingencia temporal, conviene a saber: el mismo y único Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Conocida esta Trinidad, según es posible en la presente vida, ciertamente se ve que toda criatura intelectual, animada o corporal, de la misma Trinidad creadora recibe el ser en cuanto es, y tiene su forma, y es administrada con perfecto, orden; mas no por esto vaya a entenderse que una porción de cada, criatura hizo Dios, y otra el Hijo, y otra el Espíritu Santo; sino juntamente todas y cada una de las naturalezas las hizo el Padre por el Hijo en el don del Espíritu Santo. Pues toda cosa, o substancia, o esencia, o naturaleza, o llámese con otro nombre más adecuado, reúne al mismo tiempo estas tres cosas: que es algo único, que difiere por su forma de las demás y que está dentro del orden universal.

Fe y razón. Provecho de las herejías

VIII. 14. Presupuesto lo dicho, aparecerá claro, según es asequible al hombre, cuán sujetas se hallan todas las cosas a su Dios y Señor por leyes necesarias, insuperables y justas. De donde resulta que las verdades que al principio creímos, abrazándolas sólo por la autoridad, en parte se hacen comprensibles hasta ver que son certísimas, en parte vemos que son posibles y cuán. conveniente fue que se hiciesen, y nos dan lástima los que no las creen, prefiriendo burlarse de nuestra primera credulidad a seguimos en nuestra fe. Pues ya aquella sacrosanta encarnación, y el parto de fa Virgen, y la muerte del Hijo de Dios por nosotros, y la resurrección de los muertos, y la ascensión al cielo, y a sesión a la derecha del Padre, y la remisión de los pecados, y el juicio universal, y la resurrección de la carne, después de conocer la eternidad de Dios trino y la contingencia de la criatura, no solo se creen, mas también se juzgan conformes a la misericordia que el soberano Dios manifiesta con los hombres.
15. Mas porque se dijo con grande verdad: Conviene que haya muchas herejías, para que los probados ya se manifiesten entre vosotros 12, aprovechémonos también de este beneficio de la divina Providencia. Porque los herejes salen de aquellos hombres que, aun estando dentro de la Iglesia, errarían igualmente. Mas cuando ya están fuera, aprovechan muchísimo, no con la doctrina de la verdad, que es ajena a ellos, sino estimulando a los carnales a indagarla y a los católicos espirituales a enseñarla. Pues abundan en la Iglesia de Dios innumerables varones de acendrada virtud, pero permanecen ocultos entre nosotros, mientras queremos vivir entregados a la dulzura del sueño en las tinieblas de la ignorancia, más que contemplar la luz de la verdad. Por eso muchos se despiertan del sopor por obra de los herejes, para ver la luz de Dios y gozar de su hermosura. Aprovechémonos, pues, también de los herejes, no para aprobar sus errores, sino para que, afirmando la disciplina católica contra sus insidias, nos hagamos más cautos y vigilantes, aun cuando a ellos no podamos volverlos a la salud

Errores maniqueos sobre los dos principios y las dos almas

IX. 16. Espero que, con la: ayuda de Dios, este escrito, nacido de fines piadosos, servirá en los buenos lectores de preventivo contra todas las opiniones funestas y erróneas, no sólo contra una particular. Pero va muy principalmente dirigido contra los que admiten dos naturalezas o substancias que luchan entre sí por rivalidad de cada uno de los principios. Por la molestia que traen ciertas cosas y por el deleite que producen otras, quieren que Dios sea el autor, no de las primeras, sino sólo de las segundas. Y esclavizados por sus costumbres, prisioneros de los lazos carnales, sostienen que en un mismo cuerpo habitan dos almas: una divina, que, naturalmente, es como Dios; otra oriunda de la raza de las tinieblas, a la que Dios ni engendró, ni hizo, ni produjo, ni rechazó, pero que tiene su vida, su tierra, sus animales, su reino, en fin, y su principio improducto; mas en cierta ocasión se rebeló contra Dios, el cual, no teniendo qué hacer con él ni hallando el modo de acabar con su hostilidad, forzadamente le envió aquí a las almas buenas, justamente con cierta porción de su substancia, con cuya combinación y mezcla fingen que se moderó el enemigo, y fue fabricado el mundo.
17. No refuto ahora sus opiniones, pues en parte lo he hecho ya y en parte seguiré haciéndolo, según la voluntad de Dios; pero el fin de esta obra es demostrar, conforme a mi saber, con las razones que el Señor se dignare darme, cuán defendida está contra ellos la fe católica y cómo carecen de fuerza convincente los argumentos con que embaucan a algunos hombres para seguir su doctrina. Y en primer lugar quiero hacerte saber aquí, pues tú ya me conoces bien, que no consigno esta como enfática declaración para alejar de mí la: sospecha de arrogancia; conviene a saber, todo lo erróneo que pudiera hallarse en el presente escrito ha de atribuírseme sólo a mí; en cambio, toda verdad y toda buena exposición pertenece a Dios, único dador de todos los bienes.

Origen de los errores en materia religiosa

X. 18. Así, pues, ten por cosa manifiesta y sabida que ningún error hubiera sido posible en materia religiosa si en vez de venerar el hombre por su Dios al alma, o al cuerpo, o las ficciones de su fantasía, o juntamente dos cosas de las dichas, o todas a la vez; antes bien, conformándose sinceramente con las necesidades de la sociedad humana durante la vida presente, se hubiera alimentado con el pensamiento de los bienes eternos, adorando al Dios único, que, por ser inmutable, es principio de todo lo contingente. Mas que el alma pueda mudarse, no según el lugar, sino según el tiempo, por sus afectos, lo sabe cualquiera. Todos pueden notar también que los cuerpos se mudan en lugar y tiempo. Y los fantasmas son imágenes extraídas por los sentidos corporales de la forma de los cuerpos, las cuales es muy fácil depositarlas en la memoria tal como fueron recibidas, o dividirlas o multiplicarlas, o abreviarlas, o contraerlas o dilatarlas, u ordenarlas o desordenarlas, o figurarlas de algún modo con la obra de la imaginación; pero resulta muy difícil evitarlas y precaverse de ellas en la investigación de la verdad.
19. Ahora, pues, sirvamos más bien al Creador que a la criatura, sin desvanecernos con nuestros pensamientos, y ésa es la perfecta religión. Pues, uniéndonos al Creador, necesariamente participaremos de su eternidad. Mas como el alma, cubierta e impedida por sus pecados, no podría lograr por sí misma esta unión ni conservarla, no habiendo entre las cosas humanas ninguna escala para subir a las divinas, para que el hombre se esforzase en imitar a Dios, elevándose de la vida terrena, la inefable misericordia de Dios ayuda, ora a los hombres en particular, ora al género humano, al recuerdo de su primera y perfecta naturaleza mediante la dispensación de la divina Providencia, sirviéndose de una criatura mudable, pero que obedece a las leyes eternas. Esta es en nuestro tiempo la religión cristiana, y en conocerla y seguirla está la salvación segurísima y certísima.
20. Defenderla contra los contradictores y descubrirla a los que la investigan de muchas maneras se puede, pues el mismo Dios omnipotente manifiesta la verdad por sí mismo, valiéndose de los ángeles buenos y de algunos hombres para ayudar a los que tienen recta voluntad a percibirla y contemplarla. Y cada cual emplea para ello el método que le parece conveniente, según con quienes trata. Así pues, yo, después de estudiar con prolijo examen los datos de mi experiencia y la índole de los que combaten la verdad y la de los que la investigan; después de examinar lo que yo mismo he sido, ora cuando la combatía, ora cuando la buscaba, he creído razonable seguir este método: todo lo que hallares ser verdadero, consérvalo y atribúyelo a la Iglesia católica; lo falso deséchalo, y perdóname a mí, que soy hombre; lo dudoso admítelo hasta: que la razón te aconseje o la autoridad te obligue o a rechazarlo o retenerlo como verdad o como cosa que siempre se debe creer. Atiende, pues, a los razonamientos, que vienen con diligencia o piedad, según te sea posible; pues a tales ayuda Dios.

Origen de la vida y de la muerte

XI. 21. Ningún ser vivo hay que no venga de Dios, porque Él es, ciertamente, la suma vida, la fuente de la vida; ningún ser vivo, en cuanto tal, es malo, sino en cuanto tiende a la muerte; y la muerte de la vida es la perversión o nequicia, que recibe su nombre de que nada es; con razón los hombres muy malvados son hombres de nada. La vida, pues, desviándose, por una defección voluntaria, del que la creó, de cuyo ser disfrutaba, y queriendo, contra la ley divina, gozar de los cuerpos, a los cuales Dios la antepuso, tiende a la nada tal es la maldad o la corrupción; no porque el cuerpo sea nada, pues también él tiene su cohesión de partes, sin la cual no puede existir. Luego también es autor del cuerpo el que es fundamento de toda unión. Todo cuerpo posee como cierto reposo de forma sin el cual no existiría. Luego el Creador de los cuerpos es el principio de toda armonía y forma increada y la más bella de todas. Los cuerpos poseen igualmente su forma o especie, sin la cual no serían lo que son. Si, pues, se indaga quién los hizo, búsquese a los que es hermosísimo entre todos, pues toda hermosura se deriva de Él. Y ¿quién es éste, sino el Dios único, la verdad única, la salud de todas las cosas, la primera y soberana esencia, de que procede todo lo que es en cuanto tiene ser, porque todo lo que es como tal, es bueno?
22. Luego de Dios no procede la muerte. Dios no hizo la muerte ni se complace en la destrucción de los vivos; por ser suma esencia, da el ser a todo lo que es, de donde recibe el nombre de esencia. Mas la muerte precipita en el no ser a todo lo que muere, en cuanto muere. Pues si las cosas mortales o corruptibles enteramente perdieran su ser, llegarían a ser nada; pero en tanto mueren en cuanto se menoscaba su ser; o dicho más brevemente, tanto más mueren cuanto menos son. Es así que todo cuerpo es menos que una vida cualquiera, pues a poquita forma que le quede. dura en el ser por la vida, sea la que gobierna a todo ser animado, sea la que dirige la naturaleza del universo. Luego el cuerpo está más sujeto a la muerte y, por tanto, más próximo a la nada. Por lo cual, el ser vivo que por el goce corporal abandona a Dios, tiende a la nada, y ésta es la malicia o nequicia.

Caída y recuperación de todo el hombre

XII. 23. Así la vida se hace terrena y carnal, y se llama también carne y tierra; y mientras permanece en tal estado, no poseerá el reino de Dios, siéndole arrebatado de las manos lo que ama. Porque ama lo que vale menos que la vida por ser cuerpo; y por causa de este desorden, el objeto amado se hace corruptible, para que, deslizándose, abandone a su amante, porque él también, amándolo, abandonó a Dios y despreció el mandato de quien le dijo: Come esto y no aquello 13. Luego vese arrastrado a la pena, pues al amar las cosas inferiores, vuelve al orden por la miseria de los placeres y de los dolores del infierno. Pues ¿qué es el dolor llamado corporal, sino la pérdida repentina de la salud, en la parte que, por abuso del alma, quedó sujeta a la corrupción? Y ¿en qué consiste el dolor del alma sino en carecer de las cosas mudables, de que disfrutaba o esperaba disfrutar? Y a esto se reduce igualmente lo que llamamos mal: pecado y castigo del pecado.
24. Pero si, mientras vive el alma en este estadio de la vida, vence las codicias, que ella misma azuzó contra sí con el goce de las cosas perecederas, y cree que Dios la ayuda con su gracia para vencerlas, sometiéndose a Él con la mente y la buena voluntad, sin duda alguna será reparada, y volverá de la disipación de tantas cosas transitorias al abrazo del único ser inmutable, reformada por la Sabiduría increada, que todo lo forma, y gozará de Dios en el Espíritu Santo, que es el Don divino. Así se torna hombre espiritual, juzgando de todas las cosas para que él no sea juzgado de nadie 14, amando al Señor y Dios suyo con todo su corazón, toda su alma, toda su mente, y a su prójimo como a sí mismo, no carnalmente. Pero así mismo se ama espiritualmente el que ama a Dios con todo lo que en él vive. Pues en estos preceptos se encierra la Ley y los Profetas 15.
25. De lo dicho se colige que después de la muerte corporal, que es débito del primer pecado, a su tiempo y según su orden, este cuerpo será restituido a su primitiva incorruptibilidad, que poseerá no por sí mismo, sino por virtud del alma, afianzada en Dios. La cual ,tampoco recobra su firmeza por sí misma, sino' por el favor de Dios, que constituye su gozo, y, por lo mismo, logrará más vigor que el cuerpo. Este florecerá de lozanía por el alma, y ella por la Verdad inconmutable, que es el Hijo de Dios; y así la misma gloria corporal, en última instancia, será obra del Hijo de Dios, porque todas las cosas fueron hechas por Él. Asimismo, con el Don otorgado al alma, es decir, el Espíritu Santo, no sólo el alma, a quien se da, será salva, dichosa y santa, sino el mismo cuerpo quedará revestido de vida gloriosa y en su orden será purísimo. Pues Él dijo: Purificad lo interno y quedará limpio lo de fuera 16. Dice también el Apóstol: Vivificará vuestros cuerpos mortales por el Espíritu Santo, que permanece en vosotros 17. Abolido, pues, el pecado, desaparecerá también su pena; y ¿dónde está el mal? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? Porque vence el ser a la nada, y así la muerte será absorbida por la victoria 18.

Diferencia de los ángeles

XIII. 26. Ni ya a los glorificados causará daño alguno el ángel malo, que se llama diablo, porque tampoco él, como ángel, es malo, sino por haberse pervertido voluntariamente. Pues hemos de confesar que los ángeles son también por naturaleza mudables, si sólo a Dios le conviene la esencia inmutable; mas por aquella voluntad con que aman a Dios más que a sí mismos permanecen firmes y estables en Él y gozan de su majestad, sometiéndose únicamente a Él con gratísima adhesión. Pero el otro ángel, amándose a sí mismo más que a Dios, no quiso mantenérsele sumiso, y se entumeció por la soberbia, y, separándose de la soberana esencia, se arruinó; y por eso quedó disminuido en su primitivo ser, por querer gozar de lo que era menos, alzándose con su poder contra el de Dios. Porque entonces, aunque no era soberano ser, poseía una naturaleza más excelente, cuando gozaba del sumo Bien, que es Dios sólo. Ahora bien, todo cuanto sufre menoscabo en los bienes de su naturaleza, no mirando al ser que le queda, sino el que perdió, es malo, pues por ser menos de lo que antes era, camina a la muerte. ¿Qué maravilla es, pues, que del defecto venga la penuria, y de la penuria la envidia, por la que el diablo es diablo?

El pecado procede del libre albedrío

XIV. 27. Si el defecto que llamamos pecado asaltase, como una fiebre, contra la voluntad de uno, con razón parecería injusta la pena que acompaña al pecador, y recibe el nombre de condenación. Sin embargo, hasta tal punto el pecado es un. mal voluntario, que de ningún modo sería pecado si no tuviese su principio en la voluntad; esta afirmación goza de tal evidencia, que sobre ella están acordes los pocos sabios y los muchos ignorantes que hay en el mundo. Por lo cual, o ha de negarse la existencia del pecado o confesar que se comete voluntariamente. Y tampoco, si se mira bien, niega la existencia del pecado quien admite su corrección por la penitencia y el perdón que se concede arrepentido, y que la perseverancia en el pecar justamente se condena por la ley de Dios. En fin, si el mal no es obra de la voluntad, absolutamente nadie debe ser reprendido o amonestado, y con la supresión de todo esto recibe un golpe mortal la ley cristiana y toda disciplina religiosa. Luego a la voluntad debe atribuirse la comisión del pecado. Y como no hay duda sobre la existencia del pecado, tampoco la habrá de esto, conviene a saber: que el alma está dotada del libre albedrío de la voluntad. Pues juzgó Dios que así serían mejores sus servidores, si libremente le servían, cosa imposible de lograrse mediante un servicio forzado y no libre.
28. Luego libremente sirven a Dios los ángeles, lo cual cede en provecho de ellos, no de Dios, pues Él no ha menester de bien ajeno, por ser bien soberano por sí mismo. Y lo que La ha engendrado tiene su misma substancia, porque no es efecto, sino fruto de la generación. Mas las cosas que han sido hechas necesitan de su bien, esto es, del soberano bien o suma esencia. Ellas menguan en el ser cuando por el pecado se mueven menos hacia Él; con todo, no se separan absolutamente de Él, porque se reducirían a la nada. Lo que al alma los afectos, son los lugares para los cuerpos; porque aquella se mueve por la voluntad, éstos por el espacio. Y en lo que se refiere a la tentación del hombre por el ángel malo, no faltó allí el libre consentimiento de la voluntad mala, pues si hubiera pecado por fuerza, no sería reo de ningún delito de pecado.

Cómo el castigo del pecado es estímulo de arrepentimiento

XV. 29. Y en lo relativo al cuerpo humano, que antes de la caída en su género fue muy excelente y degeneró después de pecar en enfermizo y mortal, aun siendo justo castigo de la culpa reduce más la clemencia que la severidad del Señor. Porque de este modo se nos amonesta cuánto nos conviene levantar nuestro amor de los placeres terrenos a la eterna esencia de la verdad. Y aquí se hermanan bien la hermosura de la justicia y la gracia de la benignidad, pues por habernos dejada engañar can la dulzura de los bienes inferiores, nos sirve de escarmiento la amargura del castigo. Porque de tal suerte la divina Providencia ha moderado el rigor de sus castigos, que aun con la carga de este cuerpo deleznable pudiésemos caminar a la justicia y, renunciando a toda soberbia, sometemos al único verdadero Dios, sin confiar en nosotros mismos y poniéndonos sólo en sus manos, para que Él nos gobierne y defienda. Así, con su dirección, el hombre de buena voluntad convierte las molestias de la vida presente en instrumento de fortaleza; en la abundancia de los placeres y bienes materiales muestra y robustece su templanza; en las tentaciones afina su prudencia, para que no solo no se deje caer en ellas, sino se haga más despierto y ardiente para el amor de la verdad, la única que no engaña.

Beneficios de la Encarnación del Verbo

XVI. 30. Pera como Dios por todos los medios atiende a: la salud de las almas, según la oportunidad de los tiempos, que con admirable sabiduría distribuye -y de este tema a no se debe hablar o ha de hacerse entre personas piadosas y adelantadas-, ningún otro plan se ajustó mejor al provecho del género humano que el que realizó la misma Sabiduría de Dios, esto es, el Hijo unigénito, consubstancial y coeterno con el Padre, cuando se dignó tomar íntegramente al hombre, haciéndose carne y habitando entre nosotros 19. Pues así manifestó a los hombres carnales, ineptos para la contemplación intelectual de la verdad y entregados a los sentidos corporales, cuán excelso lugar ocupa entre las criaturas la naturaleza humana, pues no sólo apareció visiblemente y eso podía haberlo hecho tomando algún cuerpo etéreo, ajustado y proporcionado a nuestra capacidad-, sino se mostró entre los hombres con naturaleza de verdadero hombre, pues convenía se tomase la naturaleza que sería redimida. Y, para que ningún sexo se creyera preterido por el Creador, se humanó en forma de varón, naciendo de mujer.
31. Nada obró con violencia, sino todo con persuasión y consejo. Pues, pasada la antigua esclavitud, había alumbrado el tiempo de la libertad y oportuna y saludablemente se persuadía al hombre cuán libre salió de las manos del Creador. Obrando milagros se granjeó la fe en sí mismo como Dios, y con la pasión, la fe en la humanidad que ostentaba. Así, hablando a la multitud, como Dios, no reconoció a su Madre, cuya llegada le anunciaron 20, y, no obstante eso, como enseña el Evangelio, siendo niño vivió sometido a sus padres 21. Por su doctrina se mostró como Dios; por el desarrollo de sus edades, como hombre. Igualmente, para convertir el agua en vino, dijo: Retírate de mí, mujer; ¿qué nos va a ti a mí en esto? No ha venido aún mi hora 22. Y cuando llegó la hora de morir como hombre, viendo a su Madre desde la cruz, se la confió al discípulo predilecto 23. Los pueblos apetecían con pernicioso afán las riquezas, como satélites de los deleites: Él quiso ser pobre. Se perecían por los honores y mandos: Él no permitió que le hicieran rey. Apreciaban como un tesoro la descendencia carnal: Él no buscó matrimonio ni prole. Con grandísima soberbia esquivaban los ultrajes: Él soportó toda clase de ellos. Tenían por insufribles las injurias; pues ¿qué mayor injusticia que ser condenado el justo y el inocente? Execraban los dolores corporales: Él fue flagelado y atormentado. Temían morir: Él fue condenado a muerte. Consideraban la cruz como ignominiosísimo género de muerte: Él fue crucificado. Con su desprendimiento abatió el valor de las cosas, cuya avidez fue causa de nuestra mala vida. Alejó con su pasión todo lo que a nosotros, con el deseo de evitarlo, nos desviaba del estudio de la verdad. Pues ningún pecado puede cometerse sino por apetecer las cosas que Él aborreció o evitar las que Él sufrió.
32. Toda su vida terrena, como hombre, cuya naturaleza se dignó tomar, fue disciplina de las costumbres. Y con su resurrección de entre los muertos mostró bien que de la naturaleza humana nada perece, porque todo lo salva Dios, y como todas las cosas sirven a su Creador, ora para venganza de los pecados, ora para la liberación del hombre, y cuán fácilmente sirve el cuerpo al alma si ésta se somete a Dios. Cuando se realiza esto, no sólo ninguna substancia es mal, por ser cosa imposible, pero ni siquiera la afecta el mal que pudo venir del pecado y de la venganza del mismo. Tal es la disciplina natural, digna de fe plena para los cristianas poco instruidos, y para los doctos, limpia de todo error.

Excelencia de la doctrina religiosa de ambos Testamentos

XVII. 33. Ahora bien: el mismo método con que se explana toda la doctrina, unas veces clarísimo, otras, por analogías en los dichos, hechos y sacramentos, muy acomodado para la instrucción y ejercicio del alma, ¿no se ajusta, por ventura, a las leyes de la disciplina racional? Pues la exposición de los misterios se ordena a las cosas muy claramente expresadas. Y si todo se hubiese dicho de suerte que con suma facilidad se entendiera, no habría aliciente para la esforzada investigación de la verdad, ni su hallazgo sería de regalo. Y si no hubiera sacramentos en la Escritura y en ellos faltasen los sellos de la verdad, no se armonizarían congruamente la acción y la contemplación. Mas como ahora la piedad comienza por el temor y se perfecciona en la caridad, antes el pueblo, oprimido por el temor durante el tiempo de la servidumbre de la antigua ley, andaba cargado con muchos sacramentos. Les era necesario eso para desear la gracia de Dios, cuya venida cantaban los profetas. Y así, llegado el tiempo de la gracia, la misma Sabiduría de Dios encarnada, por la cual fuimos llamados a la libertad, estableció algunos sacramentos muy saludables, con que se mantuviese unida la comunidad del pueblo cristiano, esto es, de la multitud libre bajo el Dios único. Pues muchas de las cosas impuestas al pueblo hebreo, esto es, a la multitud oprimida por el pavor del Dios único sin ser ya normas de acción, han quedado para pábulo e ilustración de la, fe y de la exégesis. Así ahora, sin obligarnos servilmente, nos ayudan para el ejercicio liberal de nuestro espíritu.
34. Quienquiera, pues, que no admita que ambos Testamentos pueden venir de un mismo Dios, apoyándose en que nuestro pueblo no se halla ligado a los mismos sacramentos a que estuvieron o todavía siguen sometidos los judíos, podrá también considerar como un imposible el que un justísimo padre de familia mande una cosa a los que juzga dignos de una servidumbre más dura y otra diversa a los que se ha dignado adoptar por hijos. Y si se objeta con los preceptos morales, porque tuvieron menos fuerza en la ley y la tienen mayor en el Evangelio, y, por lo mismo, se rechaza su común origen de un mismo Dios, quienes así piensan pueden también extrañarse de que un médico propine unos remedios por medio de sus practicantes a los más débiles y ordene otros por sí mismo para los más fuertes con el fin de reparar o conseguir la salud. Pues así como el arte de la medicina, permaneciendo inalterable, varía los remedios según el diagnóstico de los enfermos, porque cambia nuestra salud, así la divina. Providencia, siendo en sí misma fija, socorre de varias maneras a la criatura frágil, y, según la variedad de las enfermedades, receta o prohíbe diversos remedios, siempre con la mira puesta en dar vigor y lozanía a las cosas defectibles, esto es, a las que propenden a la nada, sacándolas del vicio, que es principio de muerte, y de 'la misma muerte a la integridad de su naturaleza y esencia.

Defectibilidad de las criaturas

XVIII. 35. Pero me objetas: ¿Por qué desfallecen? Porque son mudables. ¿Por qué son mudables? Porque no poseen el ser perfecto. ¿Por qué no poseen la suma perfección del ser? Por ser inferiores al que las crió. ¿Quién las crió? El Ser absolutamente perfecto. ¿Quién es Él? Dios, inmutable Trinidad, pues con infinita sabiduría las hizo y con suma benignidad las conserva. ¿Para qué las hizo? Para que fuesen. Todo ser, En cualquier grado que se halle, es bueno, porque el sumo Bien es el sumo Ser. ¿De qué las hizo? De la nada. Pues todo lo que es ha de tener necesariamente cierta forma 'o especie, por insignificante que sea, y aun siendo minúsculo bien, siempre será bien y procederá de Dios. Mas por ser la suma forma sumo bien, también la más pequeña forma será mínima bien. Así todo bien o es Dios o procede de Él. Luego aun la mínima forma viene de Dios. Lo que se afirma de la especie puede extenderse igualmente a la forma, pues con razón en las alabanzas especiosísimo equivale a hermosísimo. Hizo, pues, Dios todas las cosas de lo que carece de especie y forma, y eso es la nada. Pues lo que, en parangón con lo perfecto, se llama informe, si tiene alguna forma, aunque tenue e incipiente, no es todavía la nada, y por esta causa, en cuanto es, también procede de Dios.
36. Por lo cual, si bien el mundo fue formado de alguna materia informe, ésta fue sacada totalmente de la nada. Pues lo que no está formado aún, y, sin embargo, de algún modo se ha incoado su formación, es susceptible de forma por beneficio del Creador. Porque es un bien el estar ya formado, y algún relieve de bien la misma capacidad de forma; luego el mismo autor de los bienes, dador de toda forma, es el fundamento de la posibilidad de su forma. Y así, todo lo que es, en cuanto es, y todo lo que no es, en cuanto puede ser, tiene de Dios su forma o su posibilidad. O dicho de otro modo: todo lo formado; en cuanto está formado, y todo lo que no está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en Dios. Y ninguna cosa puede lograr la integridad de su naturaleza si a su modo no es sana. Luego la sanidad viene del autor de todo bien. Es así que Dios es principio de todo bien; luego lo es igualmente de toda sanidad.

Son bienes, pero limitados, los que pueden corromperse

XIX. 37. Así, pues, los que tienen los ojos de la mente abiertos, y no turbios o cegados con el pernicioso afán de la victoria, fácilmente ven que todas las cosas que se vician y mueren son buenas, aun cuando el vicio y la muerte sean malos. Pues éstos no causarían daño alguno si no privasen de algún elemento sano: el vicio no sería tal si no dañase. Si, pues, el vicio perjudica a la salud, que sin disputa de nadie es buena, son igualmente buenas las cosas que el vicio destruye; mas sólo se vician las cosas dañadas por el vicio; luego son buenas todas las cosas viciadas, y se vician porque son bienes limitados. Luego por ser bienes proceden de Dios; por ser limitados, no son lo mismo que Dios. Este es, pues, el único Bien que no puede malearse. Los demás proceden de Él y pueden corromperse por sí mismos, pues por sí mismos nada son; y por Él en parte no se vician, en parte los viciados recobran la sanidad.

Origen del vicio del alma

XX. 38. El primer vicio, pues, de la criatura racional es la voluntad de ir contra lo que exige la suma e íntima verdad. Así el hombre fue expulsado del paraíso a este siglo, esto es, de los bienes eternos a los temporales, de los abundantes a los escasos, de la firmeza a la flaqueza; no fue arrojado, pues del bien substancial al mal substancial, porque ninguna substancia es mal, sino del bien eterno al bien temporal, del bien espiritual al bien carnal, del bien inteligible al bien sensible, del sumo Bien al ínfimo. Hay, pues, cierto bien, y amándolo el hombre, peca, porque está en un orden inferior a él; por lo cual el mismo pecado es el mal, no el objeto que se ama con pecaminosa afición. No es, pues, malo el árbol que, según la Escritura, estaba plantado en medio del paraíso, sino la transgresión del divino precepto, que tuvo por consecuencia el castigo, y por eso, de tocar el árbol prohibido contra el divino mandato, vino el discernimiento del bien y del mal; pues enredándose el alma en su propio pecado, al recibir la paga del castigo, se percató de la diferencia que hay entre el mandato, que no quiso guardar, y el pecado cometido; y de esta suerte, el mal que no aprendió precaviéndose de él, lo conoció por la experiencia; y el bien, menospreciado con altanería, lo ama después con más ardor, comparándolo con el mal.
39. El vicio, pues, del alma es el acto, y la dificultad procedente de él es la pena que padece: a esto se reduce todo el mal. Pero el hacer o el padecer no es substancia; luego no es substancia el mal. Y así, ni el agua es mala ni el animal que vive en el aire, porque son substancias ambas cosas; el mal es la voluntaria precipitación en el agua y la sumersión mortal que padece el que se precipita allí. El estilete de hierro, para escribir por una parte y borrar por la otra, está muy bien hecho y, a su manera, es hermoso y adaptado a nuestro uso. Mas si alguien quiere escribir por la parte con que se borra y borrar por la: que se escribe, de ningún modo hace malo el instrumento: su acción es lo que justamente se reprende; y si la corrige, ¿dónde estará el mal? Si alguien repentinamente mira de hito en hito al sol del mediodía, sus ojos, heridos por los rayos, se ofuscan. ¿Son acaso malos por eso el sol o los ojos? De ningún modo porque son substancias; el mal está en mirar imprudentemente y en la turbación que se sigue; pero ella desaparecerá después que los ojos hayan descansado y se dirijan a una luz conveniente. Ni tampoco la luz corporal, al venerarse como si fuera la luz mental de la sabiduría, es mal. El mal es la superstición de servir a la criatura en vez del Creador, y desaparecerá cuando el alma, reconociendo al Creador, se le sometiese a Él solo y viere que todas las demás cosas están sujetas a ella por Él.
40. Así, toda criatura corporal, cuando sólo es poseída por el que ama a Dios, es bien último y, en su género, hermoso, porque lleva impresa una forma o especie; en cambio, cuando es amada por un alma negligente en el servicio divino, ni aun entonces se trueca en mal, sino, siendo malo el desorden con que la ama, es ocasión de suplicio para el amante, y lo cautiva con sus miserias y lo embauca con sus falaces deleites, porque ni permanecen ni satisfacen, sino atormentan. Pues, al sucederse según su orden la hermosa variedad de los tiempos, abandona a su amante la hermosura deseada, y se substrae a sus sentidos con dolor y lo agita con ilusiones, hasta el punto de creerla soberana, siendo la más menguada de todas por su naturaleza corpórea; y al pasar con pernicioso deleite carnal por los volubles sentidos; cuando manipula algunas imágenes, piensa que entiende, ilusionada con la sombra de sus fantasmas. Pero si alguna vez, sin respetar las disposiciones de la divina Providencia, mas lisonjeándose de guardarlas, se esfuerza por ir contra. la corriente de los apetitos sensuales, no sale de las imágenes de las cosas visibles y se forja vanamente con la imaginativa inmensos espacios llenos de esta luz, que ve circunscrita por límites determinados; y se promete para si como futura habitación esa hermosura, sin reparar en que le tiraniza la concupiscencia de los ojos, y quiere irse fuera de este mundo, pero llevándoselo consigo y pensando que no es él, porque su porción más espléndida la extiende con engañosa imaginación por el infinito. Lo cual no sólo puede hacerse fácilmente con la luz, sino también con el agua, y hasta con el vino, con la miel, con el oro y la plata; finalmente, con la carne; la sangre y los huesos de cualquier animal y otras cosas por el estilo. Pues no hay cosa material que, vista una vez, no pueda figurarse innumerables veces, o, hallando la encerrada en brevísimo espacio, no pueda dilatarse por inconmensurables extensiones con la fuerza de la imaginación. Pero es muy fácil abominar de la carne y muy difícil poseer una sabiduría libre de sabor carnal.

Origen de las ilusiones del alma

XXI. 41. Por esta perversidad del hombre, originada del pecado y su castigo, toda la naturaleza corpórea se convierte en lo que dice Salomón: Vanidad de los vanidosos y todo vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo por cuanto se afana debajo del sol? 24 Con razón añade: De los vanidosos porque si se quita a éstos, seguidores de lo ínfimo, como si fuera lo más valioso, no serían bagatelas ni los cuerpos, sino que, en su orden, luciría su hermosura sin engaño, si bien de inferior categoría. Pues la variedad poliforme de las hermosuras temporales, filtrándose por los sentidos del cuerpo, arrancó al hombre caído de la unidad de Dios, con un tumulto de afectos efímeros: de aquí se ha originado una abundancia trabajosa y, por decirlo así, una copiosa penuria, mientras corre en pos de esto y lo otro y todo se le escabulle de las manos. Así, desde el tiempo de la cosecha del trigo, del vino y del aceite, se derramó en un tropel de cosas, separándose del que permanece eternamente 25, es decir, del Ser inmutable y único, en cuyo seguimiento no hay yerro y cuya posesión no acarrea amargura alguna. Antes bien, como resultado la redención del cuerpo 26, cuando será vestido de gloriosa inmortalidad. Mientras tanto, la materia corruptible apesga el alma, y la morada terrestre oprime la mente disipada 27, porque el mundo de las hermosuras materiales fluye con la arrebatada corriente del tiempo. Pues él ocupa la grada ínfima y no puede abarcarlo todo simultáneamente, sino que con el ir y venir de unas y otras se completa el número de las formas corporales, reduciéndolo a unidad de belleza.

Sólo a los impíos disgusta la administración de las cosas temporales

XXII. 42. Y todo esto no es malo porque pasa. Pues también el verso en su género es bello, aunque ni dos sílabas en él suenan a la vez, pues la segunda suena después de la primera; y así ordenadamente se llega hasta el fin, de modo que al pronunciarse la última, enlazándose con las pasadas, pero sin sonar juntamente con ellas, acaba la hermosura y la. armonía métrica. Sin embargo, el mismo arte con que está labrado el verso trasciende todo tiempo, de modo que su belleza no se extiende según las medidas temporales, sino abraza a la vez todos los elementos con que se compone el verso, el cual no lo tiene todo junto, sino según un orden de sucesión de lo anterior y posterior; y, sin embargo, es hermoso, porque revela los últimos vestigios de aquella belleza que el mismo arte atesora fija e invariablemente.
43. Así, pues, como, muchos de gusto pervertido aman más el verso que el arte con que él se construye, por buscar más el halago del oído que el de la inteligencia, de igual modo, no pocos se perecen por lo temporal, mas dejando a un lado a la divina Providencia, que forma y dirige los tiempos; y, en el amor a lo fugitivo, no quieren que pase lo que aman, y son tan insensatos como si alguien en el recitado de una poesía famosa quisiera esta oyendo siempre una sílaba En verdad que no hay talles aberraciones en los aficionados a la poesía; pero el mundo rebosa de los que estiman así las cosas temporales. La razón es porque todos pueden fácilmente oír el verso y la poesía íntegra; al contrario, el orden de los siglos nadie puede abarcarlo. Añádase también que nosotros no formamos parte del verso, mientras por causa de nuestra condena somos parte en la evolución de los siglos. Aquél se canta según reglas conocidas por nosotros; éstos se verifican con nuestra laboriosa aportación. A ningún vencido le agradan los juegos agonísticos, sin embargo de ser interesantes por su derrota; y hay aquí igualmente como cierta imitación de la verdad. y tales espectáculos se nos prohíben para que, seducidos por las sombras de las cosas, no dejemos las realidades superiores que en ellas se vislumbran. Así, la creación y gobierno de este universo displace sólo a los impíos y condenados; pero, aun con todas sus miserias, agrada a muchos, que fueron vencedores en la tierra o son ahora espectadores seguros en el cielo, pues nada justo desagrada a los justos.

Toda substancia es buena

XXIII. 44. Por las razones antedichas, como toda alma racional o es infeliz por sus pecados o dichosa por sus buenas obras, y coma los seres privados de razón o se someten al más poderoso, u obedecen al mejor, o ejercitan al que lucha, o dañan al condenado; por otra parte, estando el cuerpo al servicio del alma, según lo consienten sus méritos o el orden de las cosas, no hay otro mal en toda la naturaleza sino el que se comete par culpa de cada uno. Pues, en verdad, cuando el alma, regenerada por la gracia de Dios, y restaurada íntegramente en su ser, y sumisa a su única Creador, juntamente con el cuerpo, restablecida en su primitiva inmortalidad, comenzare, no a ser poseída con el mundo, sino a dominar al mundo, no habrá ningún mal para ella, parque esta' hermosura inferior, sujeta a vicisitudes temporales, que se verificaba can su servidumbre, se realizará después baja su soberanía, y habrá, según está escrita: Un cielo nuevo y una tierra nueva 28, sin ningún trabajo para las almas, antes bien, reinando ellas en el universo, Pues todo es vuestro, dice el Apóstol, pero vosotros de Cristo, y Cristo de Dios 29. Y en otra parte: La cabeza de la mujer es el varón; la cabeza del varón, Cristo, y cabeza de Cristo, Dios 30. Mas como el vicio del alma no es su naturaleza, sino lo que la daña, conviene a saber, el pecado y su castigo, se colige de ahí que ninguna naturaleza, o mejor dicho, ninguna substancia o esencia es mal. Ni por los pecados y penas del alma se mancilla el universo con alguna deformidad, pues la substancia racional libre de pecado y obediente a Dios domina a las demás cosas, que se le sujetan. Y el pecador está ordenado allí donde conviene estén los de semejante condición, de suerte que todas las cosas, por virtud de Dios, Creador y Moderador universal, lucen con decoro. Y la hermosura del universo resulta irreprochable por estas tres cosas: la condena de los culpables, las pruebas del justo, la perfección de los bienaventurados.

Doble camino para la salvación del hombre

XIV. 45. Por lo cual también en el tratamiento con que la divina Providencia e inefable bondad mira a la curación de las almas luce muchísimo la belleza en sus grados y perfección. Pues en él se emplean dos medios: la autoridad y la razón. La primera exige fe y dispone al hombre para la razón. La segunda guía al conocimiento e intelección. Si bien la autoridad no está totalmente desprovista de razón, pues se ha de atender a quién se debe creer; y ciertamente, una cifra de la misma verdad, conocida y comprendida, es la autoridad. Mas como caímos en las cosas temporales y por su amor estamos impedidos de conocer las eternas, no según el orden de la naturaleza y la excelencia, sino por razón del mismo tiempo, debe emplearse primero cierta medicina temporal, que invita a la salvación, no a los que saben, sino a los creyentes. Pues en el lugar en que ha caído uno, allí debe hacer hincapié para levantarse. Luego en las mismas formas carnales, que nos detienen, hay que apoyarse, para conocer las que pertenecen a un orden invisible. Formas carnales llamo a las que pueden percibirse con el cuerpo, esto es, con los ojos, oídos y demás sentidos orgánicos. A. estas formas carnales, pues, han de adherirse forzosamente por el amor los niños; son también casi necesarias en la adolescencia, y con el avance de la edad dejan de serlo.

A qué autoridad de hombre o de libros ha de darse crédito sobre el culto de Dios

XXV. 46. Pues la divina Providencia no sólo atiende al bien de cada uno de los hombres en privado, sino también públicamente a todo el género humano, lo que en el interior de cada uno acontece sábenlo Dios y los favorecidos de Él. Y lo que se ha hecho con el género humano lo quiso transmitir por la historia y la profecía. Mas para conocer los hechos temporales, pasados o futuros, la fe es más necesaria que el razonamiento, y tarea nuestra es examinar a qué hombres o libros se debe dar crédito para adorar públicamente a Dios, en lo cual sólo consiste la salvación. Lo primero, debe discutirse lo siguiente: ¿a quién hemos de creer con más razón: a los que nos invitan al culto politeísta o a quienes proclaman el culto de un solo Dios? ¿Quién duda que hemos de seguir a los que profesan la religión monoteísta, sabiendo que aun los adoradores de los muchos dioses están igualmente de acuerdo sobre la única soberanía del Señor y Moderador de todas las cosas? Y, ciertamente, por la unidad comienza el número; ,luego hemos de preferir a los que afirman el culto de Dios, soberano, único y verdadero. Si entre ellos no nos alumbra la evidencia de la verdad, habrá que buscarla en otra parte. Pues lo mismo que en la naturaleza tiene mayor fuerza la autoridad que reduce a unidad la muchedumbre de las cosas, y, en el mismo género humano, su valor está en la concordia del consentimiento, esto es, en sentir una misma cosa, igualmente en la religión debe considerarse mayor y más digna de fe la autoridad de los que invitan a la unidad.
47. Examinemos en segundo lugar las disensiones que han surgido entre los hombres sobre el culto del Dios único. Pero a nosotros nos consta que nuestros padres, para elevarse en la escala de la fe, por la que se asciende de lo temporal a lo eterno, obraron movidos por la fuerza de los milagros visibles (y no podían obrar de otra manera), y merced a ellos ya no son necesarios a los descendientes. Pues como la Iglesia católica está difundida y arraigada en todo el mundo, no quiso Dios se prolongasen los milagros hasta nuestro tiempo, para que el alma no se aferrase siempre a lo visible ni el género humano se entibiase por la costumbre de ver lo que con su novedad despertó tanto su entusiasmo; ya no nos conviene, pues, dudar que se ha de creer a los que, cuando predicaban cosas asequibles a pocos, pudieron persuadir a los pueblos que ellos poseían la verdad que debía abrazarse. Pues ahora es preciso averiguar a qué autoridad conviene someterse mientras somos ineptos para dar alcance a las cosas divinas e invisibles; pero, una vez que el alma se purifica y conoce la verdad claramente, no es necesario rendirse a ninguna autoridad humana. Mas a este grado de elevación no conduce la soberbia, sin la cual no habría herejes, cismáticos, judíos ni idólatras. Y si faltasen éstos, durante el tiempo en que el pueblo cristiano camina a la madurez de la perfección que le ha sido prometida, con mucha más pereza indagaría la verdad.

Las seis edades del hombre antiguo y del nuevo

XXVI. 48. Ved, pues, cómo la divina Providencia propina los remedios a los que por su culpa merecieron el castigo de la muerte. En primer lugar se atiende a las condiciones naturales e instrucción del recién nacido. Su primera edad, la infancia, se consagra a los cuidados corporales, para quedar sepultada enteramente en el olvido, logrado el crecimiento. Sigue la puericia, de la que conservamos alguna memoria. Viene después la adolescencia, y en ella el hombre naturalmente es capaz de engendrar y ser padre de familia. A la adolescencia recibe la juventud, que ha de emplearse en los oficios públicos y ser reprimida por las leyes. Durante ella, una más severa prohibición de los pecados y el castigo del transgresor, a quien servilmente cohíbe, atiza en los ánimos carnales unos ardores más vivos de la concupiscencia y multiplica los pecados que se cometen. Pues doblemente peca el que comete un mal que está prohibido. Pasados los trabajos de la juventud, se concede algún reposo a la ancianidad. De aquí arrastra ya a la muerte una edad más caduca y decrépita, sujeta a las enfermedades y flaquezas. Tal es la vida del hombre carnal, esclavo de la codicia de las cosas temporales. Se le llama el hombre viejo, exterior y terreno, aun cuando logre lo que el vulgo llama la felicidad, viviendo en una sociedad también terrena bien constituí da, ora bajo el gobierno de los monarcas o príncipes, ora regida por leyes, o por todas esas cosas a la vez; pues de otro modo no puede establecerse bien un pueblo, aun el que pone su ideal en la prosperidad terrena, porque él también tiene su estilo de hermosura.
49. Mas siguen muchos íntegramente, desde la cuna hasta el sepulcro, este género de vida del hombre, a quien acabamos de describir, viejo, exterior y terreno, ora guarde alguna clase de moderación que le es propia, ora vaya más allá de lo que exige una justicia servil. En algunos, si bien comienzan necesariamente por él, se produce un segundo nacimiento, y eliminan y acaban todas sus etapas con el vigor espiritual y el crecimiento en la sabiduría, sometiéndolas a leyes divinas hasta la total renovación después de la muerte. Este se llama el hombre nuevo, el interior y celestial, que tiene también, a su manera, algunas edades espirituales, que no se cuentan por años, sino por los progresos que el espíritu realiza. La primera se amamanta en el regazo de la provechosa historia, que nutre con sus ejemplos. En la segunda, olvidándose de lo humano, se encamina a lo divino y, saltando del regazo de la autoridad de los hombres, se esfuerza con la razón para cumplir la ley soberana y eterna. En la tercera, más afianzada y dominadora del apetito sensual con la robustez de la razón, disfruta interiormente de cierto goce conyugal, porque se espiritualiza la porción inferior y se abraza la pudorosa continencia, amando por sí misma la rectitud del vivir y aborreciendo el mal, aunque todos lo consintieran. En la cuarta, todo lo anterior se asegura y ordena, y luce el decoro del varón perfecto, fuerte y dispuesto para todas las persecuciones y para sostener y quebrar en sí todas las tempestades y marejadas de este mundo. La quinta es apacible y tranquila de todo punto, y se solaza en las riquezas y abundancia del reino inalterable de la soberana e inefable sabiduría. La sexta trae la transformación completa en la vida eterna y, con el total olvido de lo temporal, el tránsito a la forma perfecta, que fue hecha a imagen y semejanza de Dios. La séptima es el descanso eterno y la bienaventuranza perpetua, que ya no admite edades. Pues como el fin del hombre viejo es la muerte, el del nuevo es la vida eterna. Pues aquél es el hombre del pecado, éste el de la justicia.

El proceso evolutivo de los dos hombres en el género humano

XXVII. 50. Como, pues, evidentemente, esos dos hombres son de tal calidad que el tipo de uno de ellos, o sea, el del hombre viejo y terreno, puede realizarlo uno durante toda esta vida; pero el del hombre nuevo y celestial nadie puede realizarlo inseparadamente del hombre viejo -pues forzosamente con él ha de convivir hasta la muerte, aunque vaya decayendo, mientras el otro progresa-; así, guardando la debida proporción, todo el género humano, cuya vida desde Adán hasta el fin de este siglo se asimila a la de los individuos, de tal modo se halla regida por las leyes de la divina Providencia, que aparece distribuida en dos clases. La una como prende la masa de los impíos, que llevan impresa la imagen del hombre terrenal desde el principio del siglo hasta el fin. La otra abarca la sucesión del pueblo consagrado al culto del Dios único, y desde Adán hasta San Juan Bautista cumple en su vida terrena cierta justicia, inspirada en el temor servil. Su historia se llama Antiguo Testamento, que incluye la promesa de un como reino temporal, y toda ella figura a la nueva humanidad y al Nuevo Testamento, que promete el reino de los cielos. La vida temporal de este pueblo comienza, entre tanto, con la venida humilde del Señor y corre hasta el día del juicio, en que aparecerá con gloria. Después de este juicio, acabado el hombre viejo, vendrá la definitiva renovación, que promete una vida angélica: Porque todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados 31. Resurgirá, pues, el pueblo santo, para dejar las reliquias del hombre viejo y revestirse de la gloria del nuevo. Resucitará también el pueblo de los impíos, que desde el principio hasta el fin sostuvo al hombre viejo, para ser precipitado en la segunda muerte. Los que atentamente leen las divinas Escrituras, hallan estas diferencias de edades, sin espantarse de la cizaña y de la paja. Porque los impíos están ordenados para los santos, y los pecadores para los justos, para que, en parangón con ellos, se levanten con más gozo al logro de su perfección.

Normas de pedagogía doctrinal

XXVIII. 51. Mas los que en los tiempos del pueblo terreno merecieron la gracia de la iluminación del hombre interior, ayudaron temporalmente al género humano, mostrándole lo que exigía aquella edad e intimando por la profecía lo que era oportuno manifestar aún así aparecen los patriarcas y los profetas a los ojos de quienes no se abandonan a mofas pueriles, sino tratan con diligencia y respeto este maravilloso y grande misterio de cosas divinas y humanas. Idéntica providencia veo que usan con muchísima cautela en los tiempos del pueblo nuevo insignes y espirituales varones, discípulos de la Iglesia católica: no suministran al pueblo lo que a su juicio no debe servirse, por no ser tiempo oportuno; en cambio, generosamente y con empeño amamantan con leche a los muchos flacos que lo desean; con los pocos sabios que hay, ellos toman manjares fuertes. Comunican los secretos de la sabiduría a los perfectos, mas a los carnales y débiles, aunque hombres nuevos, pero párvulos, ocultan algunas cosas, sin engaño de nadie, Pues ellos no se lampan por vanos honores y alabanzas vacías, sino miran al provecho de aquellos en cuya compañía les tocó vivir durante esta vida. Pues tal es la ley de la divina Providencia: que ninguno reciba ayuda superior para conocer y merecer la gracia de Dios si él, a su vez, no presta socorro a los inferiores, con afecto desinteresado, para lograr el mismo fin. De esta suerte, aun después del pecado que contrajo nuestra naturaleza por culpa del primer hombre, el género humano ha llegado a ser la gloria y ornamento de este mundo, y tal es sobre él la acción de la divina Providencia, que el remedio inefable aplicado a nuestra corrupción ha trocado la deformidad de nuestros vicios en no sé qué nuevo linaje especial de hermosura.

Del segundo medio de la salvación, o sea la razón humana

XXIX. 52. Y pues hemos ya hablado bastante, a nuestro parecer, del beneficio de la autoridad, veamos cómo la razón puede progresar, escalando de lo visible a lo invisible, de lo temporal a lo eterno. Porque no es vano e inútil ejercicio el de la contemplación del cielo, del orden de las estrellas, de la blancura de la luz, de las sucesiones de los días y noches, de los cursos mensuales de la luna, de la cuádruple división de las estaciones del estaciones del año, en congruencia con los cuatro elementos; de la fecundidad de las semillas, que producen tanta variedad de especies y formas, guardando todas ellas en su género su modo propio y su naturaleza. La contemplación de estas cosas no ha de ser pábulo de una vana y volandera curiosidad, sino escala para subir a lo inmortal y siempre duradero. Pues accesible es a nuestra observación la naturaleza del principio vital, con que siente todo lo dicho, el cual, por dar la vida al cuerpo, forzosamente ha de ser superior a él. Pues no toda masa corporal, aunque brillante con la luz visible, ha de estimarse mucho. si carece de vida, pues, por la ley natural, toda substancia viva aventaja a toda substancia muerta.
53. Mas como nadie pone en duda que los animales irracionales viven y sienten, no es la sensibilidad, sino la razón lo superior del hombre. Pues muchas bestias poseen mayor agudeza visiva que los hombres, y con los demás sentidos corporales llegan también más presto a los cuerpos; mas el juzgar de los cuerpos no es propio del que solamente tiene sentidos, sino también del que usa de razón; nosotros las aventajamos en lo que a ellas les falta. Pero es una verdad facilísima de comprender cuán superior es el que juzga a la cosa juzgada. Pues la razón no sólo juzga de los objetos sensibles, sino también de los sentidos: por qué, por ejemplo, en el agua debe aparecer quebrado el remo recto y por qué los sentidos han de percibirlo necesariamente así; pues la mirada de los ojos podrá comunicamos una impresión de este género, pero de ningún modo puede juzgar de ella. Por lo cual resulta evidente que, así como la vida sensitiva es superior al cuerpo, la racional supera a las dos.

Las verdades eternas, superiores a nuestra razón

XXX. 54. Así, pues, si el alma racional juzga según sus propias normas, ninguna naturaleza le aventaja. Mas, por otra parte, siendo patente su mutabilidad, pues ora es instruida, ora indocta, y tanto mejor juzga, cuanto más instruida es, y tanto más instruida se halla, cuanto más participa de algún arte, ciencia o sabiduría, indaguemos la esencia del mismo arte. Por arte entiendo no el que es fruto de la experiencia, sino de la comprensión racional Pues no tiene importancia el saber que con la masa de cal y arena se adhieren mejor las piedras que con una pellada de arcilla, o, cuando se construye un edificio suntuoso, el buscar la correspondencia entre las varias partes iguales, colocando en medio si alguna hubiere desigual. Si bien este último linaje de percepciones se acerca más a la verdad y a la razón. Pero, ciertamente, hay que indagar por qué, al colocar contiguas dos ventanas, no una sobre la otra, sino una al lado de otra, nos ofende que una de ellas sea mayor o menor, habiendo podido ser iguales; y si la una está sobre la otra y ambas son desiguales en la mitad, no nos ofende tanto aquella desproporción; y hemos de indagar por qué no nos importa tanto la desigualdad mayor o menor de una de ellas, porque son dos. Pero, cuando son tres, parece exigir el sentido que no sean desiguales o que entre la mayor y la menor haya una media que exceda tanto a la menor cuanto ella es excedida por la mayor. Así, pues, una especie de instinto natural nos dirige en estas percepciones estéticas. y aquí se debe ponderar muchísimo cómo lo que, aisladamente considerado, displacía menos, comparado con otra obra mejor, provoca a desdén. De donde se concluye que el arte vulgar es el recuerdo de las impresiones agradables que hemos tenido, acompañado de cierto ejercicio y habilidad mecánica. Careciendo de él, se puede juzgar de las obras, y esto vale más, aun cuando uno sea incapaz de realizarlas.
55. Mas como en todas las artes agrada la armonía, que todo lo asegura y embellece, mas ella misma exige igualdad y unidad, o en la semejanza de las partes iguales, o en la proporción de las desiguales, ¿quién hallará la perfecta igualdad en los cuerpos y osará decir, después de haber examinado bien uno cualquiera, que es verdadera y simplemente uno, cuando todos se mudan, o cambiando de forma, o pasando de un lugar a otro, y se componen de partes que ocupan su lugar, distribuidas por diversos espacios? Y, ciertamente, la verdadera igualdad y semejanza y la verdadera y primera unidad no son objeto de la percepción sensible, sino de la mental. Pues sin poseer un ideal de perfecta igualdad, aprehendida con los ojos de la mente, ¿cómo podría complacerle cualquier linaje de ella en los cuerpos y percibir la distancia que la separa de la perfecta? Si es que podemos llamar perfecta a la que no es hechura de nadie.
56. Y como todas las cosas hermosas para los sentidos, ora dimanen de la naturaleza, ora sean obra de arte, no pueden concebirse sin tiempo ni espacio, como el cuerpo y sus diferentes movimientos, aquella igualdad y unidad, sólo visible a la mente, según la cual juzga de la hermosura corporal por intermedio de los sentidos, ni es extensa en lugar ni mudable en el tiempo. Pues no puede decirse bien que según ella se juzga de la redondez de un aro de rueda y no de la redondez de un vasito, o que conforme a ella es redondo el vaso y no el denario. Asimismo, en los tiempos y en los movimientos corporales, ridículo sería decir que, según ella, se juzga de la igualdad de los años y no de la igualdad de los meses, o que, según la misma, son los meses iguales y no los días. Si alguna cosa, pues, se mueve armoniosamente, o en el espacio, o según las horas, o según otros momentos más breves, se regula por una ley única e invariable. Luego si los espacios mayores y menores de las figuras y de los movimientos se juzgan conforme a la misma ley de parilidad, semejanza o congruencia, dicha ley es superior a todo ello por su potencia. Por lo demás, atendiendo al espacio o tiempo, no es mayor ni menor; pues si fuera mayor, no según toda ella juzgaríamos de las cosas menores; y si fuera menor, tampoco según toda ella juzgaríamos de las mayores. Ahora bien, como, según toda la ley de la cuadratura, se juzga si son cuadrados un foro, o una piedra, o un cuadro, o una perla, y, asimismo, según toda la igualdad de la ley del ritmo, se aprecian los movimientos de los pies de una hormiga cuando corre y los del elefante que anda, ¿quién duda que dicha ley no es mayor o menor por razón del tiempo o del lugar, sino que todo lo supera en potencia? Esta regla universal de las artes es absolutamente invariable, mientras la mente humana, que tiene privilegio de verla, se halla sujeta a los vaivenes del error; de donde se concluye claramente que, superior a nuestras almas, descuella la ley, que se llama la verdad.

Dios es la ley suprema de nuestra razón

XXXI. 57. No hay, pues, ya lugar a dudas: es Dios la inmutable naturaleza, erguida sobre el alma racional, y allí campea la primera vida y la primera esencia, donde luce la primera sabiduría. He aquí la soberana Verdad, que justamente se llama ley de todas las artes y arte del omnipotente Artífice. Así, pues, conociendo el alma que discurre de la hermosura y movimiento de los cuerpos con normas superiores a sí misma, debe reconocer al mismo tiempo que ella aventaja según su ser a las cosas, sujetas a su juicio; pero, a su vez, es inferior en excelencia a aquella naturaleza que regula sus juicios, y a la cual no puede juzgar de algún modo. Pues puedo decir por qué deben corresponderse por ambas partes dos miembros de un cuerpo semejantes entre sí, porque me deleito en la suma igualdad, percibida no con los ojos corporales, sino con los de la mente; por lo cual juzgo que son tanto mejores las cosas percibidas con los sentidos, cuanto más se aproximan según su naturaleza a las que entiende el ánimo. Mas la razón última de este hecho nadie puede darla; ni tampoco, hablando con sobriedad, dirá que así tiene que ser, como si pudiera no ser así.
58. Mas por qué nos agradan y, a medida que avanzamos en el saber, las amamos con más vehemente pasión, tampoco se atreverá a declararlo quien discurra bien. Porque así como nosotros y todas las almas racionales juzgamos bien de las criaturas inferiores según la verdad, así también sólo la Verdad misma juzga de nosotros cuando nos unimos a ella. Pero de ella ni el Padre juzga, porque no es inferior a Él, y, por tanto, lo que el Padre juzga, según ella lo juzga. Todas las cosas que tienden a la unidad tienen a ella por regla, por forma, por modelo, o dígase con otra palabra permitida: porque sólo ella es perfectamente semejante a aquel de quien recibió el ser, si puede admitirse la expresión recibió para significar que el Hijo no procede de sí mismo, sino del primer y soberano principio, que se llama Padre, de quien toda paternidad recibe su nombre en el cielo y en la tierra 32. El Padre, pues, no juzga a ninguno, sino dio todo su juicio al Hijo 33. Y el hombre espiritual juzga de todos, pero él no es juzgado por nadie 34, es decir, por ningún hombre, sino según la ley con que él juzga de todas las cosas. Porque también con muchísima verdad está escrito: Conviene que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo 35. Todo, pues, se halla sometido a su juicio, porque descuella sobre todas las cosas cuando vive en unión con Dios. Y con Él está cuando entiende con gran pureza de corazón y ama lo que entiende con plena caridad. Y así, según es posible, él mismo se hace ley por la cual juzga de todo y de la cual nadie puede juzgar. Lo mismo en estas leyes temporales; aunque las discuten al establecerlas como normas, pero, una vez promulgadas y confirmadas, no es lícito al juez someterlas a nuevo examen, sino obrar conforme a ellas. Y el legislador, si es bueno y sabio, consulta a la ley eterna, que trasciende a todo juicio humano, para determinar según sus reglas lo que se debe mandar o prohibir conforme a los tiempos. Privilegio de las almas puras es conocer la ley eterna, pero no el juzgarla. Y aquí resalta la diferencia que hay entre conocer y juzgar: para conocer basta ver si una cosa es o no; pero para juzgarla añadimos más, indicando que puede ser de otra manera, como cuando decimos: así debe ser, o así debió ser, o así debiera ser, como hacen los artistas con sus obras.

Buscando la unidad en los vestigios de los cuerpos

XXXII. 59. Mas, para muchos, la suprema dicha es el humano deleite, y no quieren encaminarse a las cosas superiores, indagando por qué nos deleitan las sensibles. Así, pues, si pregunto a un arquitecto por qué, fabricado un arco, pretende hacer otro igual frontero a él, responderá a mi juicio: Busco la correspondencia entre sí de los miembros iguales del edificio. Si sigo adelante y le pido razón de aquella simetría, dirá: Porque eso es lo armonioso, lo bello, lo que deleita los ojos del espectador. Y no pasará de ahí. Tiene los ojos vueltos a la tierra y no sabe subir a las últimas causas de aquel hecho. Pero a un hombre dotado de mirada interior y contemplador del mundo inteligible, yo insistiré en preguntarle por qué le placen aquellas cosas, para constituirse en juez de la misma delectación humana, pues de tal modo se sobrepone a ella, sin dejarse dominar, que la somete a las normas superiores. Y primero le preguntaré si acaso son bellas porque agradan, o al revés, si deleitan porque son bellas. Él, ciertamente, me responderá que agradan porque son bellas. Yo volveré a preguntarle: ¿Y por qué son bellas? Y si lo veo titubeando, añadiré: ¿ Será tal vez porque son partes semejantes entre sí y se enlazan y reducen a. unidad y conveniencia?
60. Y después de obtener este resultado, le preguntare si la unidad, a que tienden evidentemente, la logran en verdad o yacen muy lejos de ella y, en cierto modo, débilmente la remedan. En el último caso (pues todo observador perspicaz ve que no hay forma ni absolutamente cuerpo alguno desprovisto de cierto vestigio unitario, y que ni el cuerpo más hermoso, por tener sus partes repartidas y separadas por intervalos de lugar, puede lograr la unidad perfecta a que aspira), siendo esto así, digo, no cejaré hasta que responda dónde y con qué facultad intuye esa misma unidad; porque sin verla, ¿cómo podría saber qué imitan las formas de los cuerpos y cómo no le dan alcance? Ahora bien, cuando dice a los cuerpos: Vosotros nada seríais sin la cohesión de vuestras partes con cierta unidad; pero, a la par, si fuerais la misma unidad, no seríais cuerpos, se le replica muy bien: ¿Cómo conoces aquella unidad, según cuya norma juzgas de los cuerpos, pues, careciendo de su idea, no podrías sentenciar que no la consiguen perfectamente; y si ella fuera objeto de una percepción empírica, no dirías con verdad que, aunque ostentan el sello de un vestigio, sin embargo, distan mucho del arquetipo, pues los sentidos orgánicos sólo alcanzan lo corporal? Luego la vemos con la mente. Mas ¿dónde la vemos? Si estuviera aquí donde nuestro cuerpo se halla presente, sería inasequible al que emite idénticos juicios sobre los cuerpos en el Oriente. No está pues, ella ceñida a algún espacio; y cuando está presente a todo el que emite juicios universales, en ninguna parte se dilata por espacios, hallándose doquiera con su potencia.

Veracidad del testimonio de los sentidos. Origen del error

XXXIII. 61. Si los cuerpos tenuemente reflejan la unidad, no hemos de darles crédito por causa de su mentira, no recaigamos en la vanidad de los que devanean, sino indaguemos más bien -ya que falazmente parecen querer ostentar a los ojos carnales lo que es objeto de una contemplación intelectual- si engañan por la semejanza que simulan de ella o por no alcanzarla. Pues, si la alcanzasen, lograrían ser lo que imitan. Y en este caso serían completamente semejantes, y, por lo mismo, idénticos por naturaleza. Ofrecerían, pues, no un remedo disímil, sino una perfecta identidad. Y, sin embargo, no mienten a los que observan este hecho con sagacidad, porque miente el que quiere parecer lo que no es; y si contra su voluntad lo toman por lo que no es, da lugar a engaño, pero no miente. Porque esta diferencia hay entre el que miente y el que engaña: el primero tiene voluntad de engañar, aunque no lo consiga; lo segundo no puede ser sin producir engaño. Luego la hermosura de los cuerpos no miente, pues carece de voluntad, ni tampoco engaña cuando no se la estima más de lo que es.
62. Pero ni aun los mismos ojos engañan, pues sólo pueden transmitir al ánimo la impresión que reciben. Y si tanto ellos como los demás sentidos nos informan de sus propias afecciones, no sé qué más podemos exigirles. Suprime, pues, a los que devanean, y no habrá vanidad. Si alguien cree que en el agua el remo se quiebra y al sacarlo de allí vuelve a su integridad, no tiene un mensajero malo, sino un mal juez. Pues aquel órgano tuvo la afección sensible, que debió recibir de un fenómeno verificado dentro del agua, porque, siendo diversos elementos el aire y el agua, es muy puesto en razón que se sienta de un modo dentro del agua y de otro en el aire. Por lo cual, el ojo informa bien, pues fue creado para ver; el ánimo obra mal, pues para contemplar la soberana hermosura está hecha la mente, no el ojo. Y él quiere dirigir la mente a los cuerpos y los ojos a Dios, pretendiendo entender las cosas carnales y ver las espirituales, lo cual es imposible.

El juicio sobre los fantasmas

XXXIV. 63. Se ha de corregir este defecto, pues quien no ordena los valores superiores e inferiores, poniendo a cada cosa en su lugar, no será apto para el reino de los cielos. No busquemos, pues, lo sumo en las cosas de abajo, ni pongamos el corazón en éstas, no seamos juntamente condenados con ellas; es decir, reconozcamos el mérito propio de la hermosura inferior, no sea que, por buscar lo primero entre lo último, seamos puestos por los primeros entre los últimos. Lo cual no va en daño de las cosas ínfimas y sí en gravísimo perjuicio nuestro. Ni tampoco por eso el gobierno de la divina Providencia desmerece o sufre desdoro, porque a los injustos los trata justamente, y a los deformes, con el decoro que pide el orden. Y si a nosotros nos embauca. la hermosura material por la unidad que ostenta, sin lograrla plenamente, entendamos, si podemos, que nuestra ilusión procede no del ser, sino del no ser de ellas. Pues todo cuerpo es verdadero cuerpo, pero falsa unidad, por no ser perfectamente uno ni acabada ecuación de la unidad; y, no obstante, ni el cuerpo mismo existiría sin ser uno de algún modo. Y, en verdad, lo que de algún modo es uno no podría serlo sin participar lo que tiene de la perfecta unidad.
64. ¡Oh almas obstinadas! Dadme a quien se eleve a la contemplación de estas verdades sin ninguna imaginación carnal. Dadme a quien vea que sólo el Uno perfecto es principio de todo lo que tiene unidad, ora realice este concepto, ora no. Dadme a un verdadero con templador de estas verdades, no a un gárrulo discutidor o presuntuoso conocedor de las mismas. Dadme a quien resista a la corriente de las impresiones sensibles y embalsame las llagas que ellas han hecho en el alma; a quien no arrastren las costumbres humanas y la ambición de las alabanzas volanderas; a quien llore sus culpas en el lecho y se consagre a reformar su espíritu, sin apego a la vanidad externa ni ir en pos de las ilusiones. Dadme a uno que discurra de este modo: Si no hay más que una Roma, fundada, según la fama, junto al Tiber, por no sé qué Rómulo, luego falsa es esta que llevo yo pintada en mi imaginación: no es la misma ni estoy yo allí presente, pues sabría lo que allí acaece ahora. Si no hay más que un sol, es falso el que finjo con mi pensamiento; pues aquel realiza su carrera por determinados espacios y tiempos; en cambio, a éste yo lo pongo donde quiero y cuando quiero. Si uno es aquel amigo mío, falso es el que llevo retratado dentro de mí, pues aquél no sé dónde anda, a éste le pongo donde me place. Yo mismo, ciertamente, soy uno, y en este lugar siento que está mi cuerpo; y, sin embargo, con la fuerza de mi imaginación, voy a donde quiero y hablo con quien me agrada. Falsas son estas cosas, y nadie entiende lo falso. Propiamente, pues, no es operación de entender el entregarse a este juego de la fantasía y asentir a él, porque la verdad es objeto propio de la inteligencia. ¿Son tal vez éstos los que se llaman fantasmas? ¿Cómo, pues, mi alma se ha poblado de ilusiones? ¿Dónde está la verdad, que se abraza con la mente? Al que discurre de este modo ya se le puede decir: Aquella es luz verdadera que te muestra la falsedad de tales fantasmas. Por ella vislumbras la unidad, cuyos reflejos adviertes en todas las demás cosas, y, sin embargo, sabes que ningún ser contingente puede ser lo que ella es.

Hay que dedicarse al conocimiento de Dios

XXXV. 65. Mas si al contemplar estas verdades vacila la mirada de la mente, no os inquietéis: combatid sólo los hábitos de la fantasía corporal; vencedlos, y vuestra victoria será completa. Vamos, ciertamente, en pos de la unidad más simple que existe. Luego busquémosla con la sencillez de corazón: Aquietaos y reconoced que yo soy Dios 36. No se trata de la quietud de la desidia, sino del ocio del pensamiento que se desembaraza de lo temporal y local. Porque estos fantasmas hinchados y volubles no nos permiten llegar a la constancia de la unidad. El espacio nos ofrece lugares amables; los tiempos nos arrebatan lo que amamos y dejan en el ánimo un tropel de ilusiones que balancean de una cosa a otra nuestros deseos. Así el alma se hace inquieta y desventurada, anhelando inútilmente retener a los que le cautivan. Está invitada al descanso, es decir, a no amar lo que no puede amarse sin trabajo ni turbación. Así logrará su dominio sobre las cosas; así ya no será una posesa, sino poseedora de ellas. Mi yugo, dice, es suave 37. Quien se somete a él, tiene sumisas las demás cosas. Ya no trabajará, pues, porque lo sumiso no ofrece resistencia. Pero los desventurados amigos del mundo, al que podrían dominar si quisieran ser hijos de Dios, porque les dio potestad para serlo 38, temen tanto el romper su abrazo, que nada más fatigoso para ellos que el no fatigarse.

El Verbo de Dios es la misma Verdad

XXXVI. 66. Pero a quien es manifiesto siquiera que la falsedad existe, cuando se toma por realidad lo que no es, entenderá que la verdad es la que nos muestra lo que es. Mas si los cuerpos nos producen decepción por no adecuarse a la unidad que evidentemente quieren reflejar, aquella unidad que es principio originario de todo lo que es uno, y nosotros aprobamos, naturalmente, todo lo que se esfuerza por asemejársele y desaprobamos cuanto se desvía de ella y tiende a su disimilitud, luego se colige que hay algo que de tal suerte ha de asemejarse a aquella Unidad suprema, origen de todo lo que es uno, que realice su tendencia y se identifique con ella: tal es la Verdad y el Verbo en el principio 39, y el Verbo Dios en el seno de Dios. Pues si la falsedad viene del vestigio de la unidad y no del aspecto positivo de la imitación, sino del negativo o de la disimilitud, aquélla es la Verdad que pudo dar cima a esta obra e igualársele en el ser: ella revela al Uno como es en sí, por lo cual muy bien se llama su Palabra y su Luz 40. Las demás cosas en tanto se le asemejan en cuanto son y en el mismo grado son verdaderas; mas ella es su perfecta ecuación y, por tanto, la Verdad. Pues así como por la verdad son verdaderas las cosas que lo son, así la semejanza hace las cosas semejantes. Y como la verdad es la forma de todo lo verdadero, la semejanza es la forma de todo lo semejante. Por lo cual, como en las cosas verdaderas la verdad se conmensura al ser y éste se mide por el grado de semejanza con el Uno principal, aquélla es la Forma de cuanto existe, por ser sumamente semejante al Principio, y es Verdad, porque no entraña ninguna desemejanza.
67. La falsedad, pues, no viene del engaño de las mismas cosas, que sólo muestran al que las percibe su forma, proporcionada 'a su hermosura; ni tampoco del engaño de los sentidos, los cuales, impresionados según la naturaleza de su cuerpo, sólo comunican la afección al ánimo, a quien toca juzgarla; de los pecados nace el engaño del alma, cuando se busca lo verdadero dejando y descuidando la verdad. Por haber amado más las obras que al Artífice y su arte, son castigados los hombres con este error, que consiste en buscar en las obras al Artífice y al arte, y no pudiendo hallarlo (pues Dios no está al alcance de los sentidos corporales, sino trasciende con su soberanía la mente), las mismas obras creen que son el arte y el artífice.

Origen de la idolatría

XXXVII. 68. De aquí nace la impiedad, tanto en los que pecan como en los condenados por sus pecados. Pues no sólo se desmandan contra el precepto divino de no explorar la criatura disfrutar de ella más bien que de la ley y de la verdad -y tal es el pecado del primer hombre, que abuso de su albedrío-, sino que en la misma condena agravan su culpabilidad, amando y sirviendo a las criaturas más que al Creador y venerándolas en todas sus partes, desde lo más alto hasta lo más bajo. Mas algunos se contentan con adorar como sumo Dios al alma y la primera criatura intelectual, que el Padre creó por el Verbo, para contemplar siempre la misma verdad y a sí misma en ella, por ser su imagen perfectísima. Después descienden a la vida generatriz, por cuyo medio Dios, eterno e inmutable, produce a los que engendran formas visibles y temporales. De aquí rodaron al culto de los animales y después a los cuerpos mismos, eligiendo entre ellos primeramente a los más hermosos y descollantes, como los astros. Entre ellos sobresale el sol, y de su hermosura quedan prendidos algunos. Otros consideran digna de religiosa veneración la claridad de la luna, por hallarse, según se muestra, más próxima a nosotros, y por eso luce con una más visible hermosura. Otros asocian al culto los demás astros y todo el cielo sideral. No faltan quienes enlazan el cielo etéreo con el aire y a ambos elementos superiores subordinan sus almas. Mas entre todos parecen señalarse mucho por su religiosidad quienes divinizan la universidad de todas las criaturas, esto es, el mundo entero con todo cuanto en él se encierra, y el principio vital de la respiración y animación, que unos creyeron que es corpóreo y otros incorpóreo, y toda esta vasta complejidad piensan que es Dios, cuyos miembros son los demás seres. Pues no conocieron al autor y creador de todas las cosas. De aquí se precipitan en los simulacros y de las obras de Dios descienden hasta sus propias obras, que todavía son visibles.

Otro género de idolatría al servicio de las tres concupiscencias

XXXVIII. 69. Hay también una idolatría más culpable y humillante aún: con ella los hombres adoran las ficciones de su fantasía, y cuanto se han imaginado con su ánimo extraviado, soberbio y plagado de formas corpóreas, lo abrazan religiosamente, hasta persuadirse de que nada absolutamente debe venerarse y que el culto de los dioses es una errónea superstición y miserable esclavitud. Pero de nada les sirve el pensar así, pues no se libran con eso de la servidumbre, porque los señorean sus vicios, con que han sido seducidos para darles culto; ellos siguen siendo siervos de la triple codicia del placer, de la ambición y espectáculos. No admito que haya alguno entre los negadores del culto divino que o no sea esclavo de los deleites carnales, o no tenga una vana estimación de su poder, o no pierda el seso con las atracciones y espectáculos. Así, sin reparar en ello, se desviven por los bienes temporales, con la esperanza de hallar la felicidad en ellos. Mas, forzosamente, quiéralo o no, el hombre es siervo de las cosas en que cada cual pone la felicidad. Pues adondequiera que le llevaren, las sigue, y mira con recelo al que puede arrebatárselas. Y puede arrebatárselas una centellica de fuego y un despreciable animalillo. En fin, omitiendo las innumerables adversidades, necesariamente el tiempo se lleva consigo todo lo transitorio. Siendo, pues, este mundo teatro de todas las cosas temporales, se esclavizan a todo cuanto hay en él quienes quieren sacudir el yugo de todo culto religioso para no servir.
70. No obstante esto, aunque miserablemente yacen en la extremidad inferior, aceptando la soberanía de los vicios culpables, o por la liviandad, o por la soberbia o la curiosidad, o por dos de ellas, o por las tres, mientras se hallan en el estadio de la vida presente, pueden acometerlos y vencerlos, si primero se someten por la fe a lo que no pueden comprender aún y se apartan del mundo, pues todo lo que hay en él, según la divina sentencia, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo 41. Así están caracterizados aquellos tres vicios, pues la concupiscencia de la carne significa a los amadores del ínfimo placer; la concupiscencia de los ojos, a los curiosos, y la ambición del siglo, a los soberbios.
71. También la Verdad humanada nos mostró la triple tentación que debe evitarse. Di que estas piedras se conviertan en pan, le dice el tentador. Pero Él, único y soberano Maestro, le responde: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios. Así nos enseñó que debe tenerse domado el apetito del placer, de suerte que ni siquiera al hambre ha de cederse. Pero tal vez podría ser seducido con el boato de la dominación temporal el que no fue vencido con el deleite carnal; le fueron mostrados, pues, todos los reinos del mundo, y se le dijo: Todo te lo daré si me adoras prosternándote. Pero recibió esta réplica: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo servirás. Así quedó pisoteada la soberbia. Vino después la última tentación de la curiosidad, pues el tentador le espoleó a precipitarse de la cima del templo, con el halago de una nueva experiencia. Mas tampoco fue aquí vencido, y le respondió de modo que entendiésemos no era menester, para conocer a Dios, ninguna industria encaminada a explorar lo divino: No tentarás a Señor, tu Dios 42, le dijo. En resumen, pues, todo el que interiormente se alimenta de la palabra de Dios, no va en este yermo en pos del placer. El que vive sometido al Dios único, no busca en el monte, esto es, en la exaltación terrena, su jactancia. El que se deleita en el espectáculo de la verdad eterna, no se precipita de la cima del cuerpo, o de los ojos corporales, para curiosear lo temporal y lo inferior.

Por la pista de los vicios, a la primera hermosura

XXXIX. 72. ¿Qué hay, pues, que no pueda servir al alma de recordatorio de la primera Hermosura abandonada, cuando sus mismos vicios le aguijan a ello? Porque la sabiduría de Dios se extiende de este modo de uno a otro confín 43, y por ella el supremo Artífice coordinó todas sus obras para un fin de hermosura. Así, aquella bondad no envidia a ninguna hermosura, desde la más alta hasta la más ínfima, pues sólo de ella puede proceder, de suerte que nadie es arrojado de la verdad, que no sea acogido por alguna efigie de la misma. Indaga qué es lo que en el placer corporal cautiva: nada hallarás fuera de la conveniencia; pues si lo que contraría engendra dolor, lo congruente produce deleite. Reconoce, pues, cuál es la suprema congruencia. No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende. Pues ¿adónde arriba todo buen pensador sino a la verdad? La cual no se descubre a sí misma mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéctica racional. Mírala como la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la Verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con subidísimo deleite espiritual.
73. Y si te pasa de vuelo lo que digo y dudas de su verdad, mira; a lo menos, si estás cierto de tu duda acerca de estas cosas; y en caso afirmativo, indaga el origen de dicha certeza: no se te ofrecerá allí de ningún modo a los ojos la luz de este sol. material, sino aquella que alumbra a todo hombre que viene a este mundo 44. No es visible a los ojos materiales ni admite representación fantástica por medio de imágenes, acuñadas por los sentidos en el alma. La perciben aquellos ojos con que se dice a los fantasmas: no sois vosotros lo que yo busco ni aquello con que os ordeno, rechazando las deformidades que me presentáis y aprobando lo hermoso; es más bella aquella luz interior con que discrimino cada cosa; para ella, pues, va mi preferencia, y la antepongo no sólo a vosotros, sino también a los cuerpos de donde os he tomado. Después la misma regla que ves, concíbela de este modo: todo el que conoce su duda, conoce con certeza la verdad, y de esta verdad que entiende, posee la certidumbre; luego cierto está de la verdad. Quien duda, pues, de la existencia de la verdad, en si mismo halla una verdad en que no puede mellar la duda. Pero todo lo verdadero es verdadero por la verdad. Quien duda, pues, de algún modo, no puede dudar de la verdad. Donde se ven estas verdades, allí fulgura la luz, inmune de toda extensión local y temporal y de todo fantasma del mismo género. ¿Acaso ellas pueden no ser lo que son, aun cuando fenezca todo raciocinador o se vaya en pos de los deseos bajos y carnales? Tales verdades no son producto del raciocinio, sino hallazgo suyo. Luego antes de ser halladas permanecen en sí mismas, y cuando se descubren, nos renuevan.

De la hermosura sensible y sus deleites y del castigo de los pecadores

XL. 74. Así renace el hombre interior, y el exterior mengua de día en día 45. Pero el interior, examinando al exterior, lo halla deforme en su parangón, sin embargo de ser en su género hermoso, y que se complace en la conveniencia de los cuerpos, y transforma lo que asimila para su bien, esto es. los alimentos corporales, los cuales, al corromperse o perder su propia forma, se incorporan a la fábrica del organismo y reparan las fuerzas, pasando a otra forma, conveniente, y son discriminados por la acción vital en cierto modo, siendo asumidos los aptos para la formación de esta hermosura visible, y los no aptos, eliminados por las vías congruentes. Lo más feculento vuelve al seno de la tierra para tomar otras formas: una parte se exhala por todo el cuerpo, otra es asimilada por los órganos secretos, y se inicia el germen de la prole, y, excitado por el enlace sexual, o por algún fantasma, se vierte por los conductos genitales, provocando un deleite de ínfima categoría. Ya en el seno materno, durante determinado tiempo, el germen va tomando la proporción local conveniente, de modo que cada miembro ocupe su puesto; y si guardan la ley de la armonía y se les añade la luz del color, nace un cuerpo, que es considerado como hermoso y que despierta en sus amadores una llama acérrima de amor; pero en él no se ama tanto la forma viviente cuanto la vida, que da origen al movimiento. Porque dicho ser animado, si nos ama, nos atrae con violencia; si nos aborrece, nos enciende en cólera y no podemos soportarlo, aunque nos ofrezca su hermosura para el disfrute. Todo esto pertenece al dominio del placer y de la hermosura inferior, la cual se halla sujeta a corrupción; porque si no, se la. tomaría por suprema.
75. Mas con el apoyo de la divina Providencia podemos mostrar que ella no es mala, por los muchos vestigios, tan claros, de los primeros números, en que la suprema Sabiduría no tiene número, y, con todo, nos avisa que es de orden inferior, mezclando con ella dolores, y enfermedades, y distorsiones de miembros, y negruras, y reyertas, y disensiones de almas, a fin de estimularnos por ellos a buscar un bien inmutable. Y colaboran en esto los ministros de más baja ralea, porque tal es su deleite; las divinas Escrituras les llaman exterminadores y ángeles de la venganza, si bien a ellos se les oculta el bien a que contribuyen. Aseméjanse ellos a los hombres que se gozan en la miseria ajena y se dan a sí mismos en espectáculo de hilaridad y de juegos o quieren llamar la atención con daños y engaños de los demás. Así, por todos estos medios, los buenos son amonestados y ejercitados y vencen, triunfan y reinan, mientras los malos son engañados, atormentados, vencidos, condenados, y sirven no al único y supremo Señor de todos, sino a los últimos esclavos, es decir, a aquellos ángeles que se gozan con los dolores y perdición de los condenados, y por causa de su malevolencia les atormentan con la libertad de los buenos.
76. Así, todos quedan ordenados, según sus oficios y fines, para la hermosura del universo, de suerte que los detalles que nos displacen en la parte, confrontándolos con el conjunto, nos deleitan muchísimo; pues tampoco, al contemplar un edificio, debemos contentarnos con mirar un solo ángulo, ni en el hombre hermoso sólo los cabellos, ni en el buen orador sólo el movimiento de los dedos, ni en el curso lunar una fase de pocos días. Si queremos juzgar con rectitud todas estas cosas que son ínfimas, porque de las partes imperfectas resulta la perfección del todo, ora se atienda a su hermosura en reposo, ora en movimiento, han de considerarse en relación con la totalidad. Pues nuestro juicio verdadero, ya verse acerca de la parte, ya del todo, es bello, porque se sobrepone al universo entero, sin adherirnos a alguna de sus partes, al juzgar. En cambio, nuestro error, estacíonándose en alguna de sus partes, es deforme por si mismo. Pero así como el color negro en la pintura, combinado en el conjunto del cuadro, resulta hermoso, igualmente todo este combate lo ordena decorosamente la inmutable Providencia, galardonando diversamente, según sus méritos, a los vencidos, a los combatientes, a los victoriosos, a los espectadores, a los pacíficos y contempladores del único Dios; y en todas estas cosas, el mal únicamente es el pecado y el castigo del mismo, o sea el defecto voluntario de la soberana esencia y el penar forzoso en las ultimidades del mundo; lo cual, expresado en otros términos, se reduce a la libertad de la justicia y servidumbre bajo el pecado.

La hermosura en el castigo del pecado

XLI. 77. El hombre exterior se desmorona con el progreso del interior o por defecto suyo. Mas con el progreso del hombre interior de tal modo se transforma, que todo él se renueva y mejora hasta volver a su integridad, al sonido de la trompeta, para que ya nunca se corrompa ni corrompa a los demás. Pero si se degrada a sí mismo, entra en la hermosura de un orden inferior, esto es, en la justicia penal. No nos extrañemos de que también aquí suene el nombre de hermosura, porque nada hay ordenado que no sea bello, y, como dice el Apóstol, todo orden viene de Dios 46. Pues es forzoso confesar que vale más un hombre llorando que un insectillo alegre; y. con todo, puedo hacer también el panegírico razonable y copioso de este último, ponderando el brillo de su color, la figura redonda de su cuerpo, la proporción de los miembros delanteros, medios y extremos, y cómo conserva y apetece con todos ellos, dentro de su minúsculo ser, el deseo de la integridad, sin haber parte alguna cuya forma no se corresponda simétricamente con su igual. ¿Y qué diré de su alma, que vivifica aquel cuerpecito, cómo lo mueve armoniosamente, cómo busca lo que le conviene, cómo vence y evita los obstáculos, según le es posible, y, subordinándolo todo al instinto de la propia conservación, con mucha mayor evidencia que los cuerpos, insinúa la suprema unidad, artífice de todas las criaturas? Hablo de un gusanillo animado cualquiera. Muchos han hecho, con gran verdad y facundia, el elogio de la ceniza y del estiércol 47. ¿Qué maravilla, pues, si digo que el alma humana, la cual, dondequiera se halle y sea de cualquier condición, supera con ventaja a todo cuerpo, está bellamente ordenada, y que de su castigo resultan otros géneros de belleza, al no hallarse, cuando es desdichada, donde conviene estén los bienaventurados, sino donde es justo se hallen los precitos?
78. Ciertamente, nadie nos engañe. Todo lo que se vitupera con razón, se menosprecia comparándolo con algo mejor Ahora bien, toda naturaleza, aunque extrema, aunque ínfima, comparada con la nada, justamente se alaba. Y nadie está bien cuando puede estar mejor. Luego, si nosotros podemos hallarnos bien con la misma verdad, nos encontramos mal con los vestigios de ella; mucho peor con la extremidad del vestigio cuando nos adherimos a los deleites carnales. Superemos, pues, los regalos o molestias de este deseo; si somos varones, sometamos a esta mujer. Bajo nuestra dirección, ella se hará mejor y no se llamará concupiscencia, sino templanza. Pues, cuando ella lleva las riendas y nosotros la seguimos, recibe el nombre de codicia y liviandad, y nosotros merecemos el calificativo de temerarios y necios. Sigamos a Cristo, Cabeza nuestra, para que a nosotros nos siga aquella de que somos cabeza. Este mandato puede extenderse a las mujeres, con derecho fraterno, no marital; por ese derecho no hay varón y mujer en Cristo. Porque ellas tienen también algo viril, con que pueden superar las delicias femeninas, para seguir a Cristo y dominar la concupiscencia. Esto se ha manifestado ya, por dispensación del pueblo cristiano, en muchas viudas y vírgenes de Dios, en muchas casadas también, que guardan fraternalmente los derechos conyugales. Porque si por aquella porción que nos manda tener sujeta el Señor, exhortándonos y ayudándonos para que recobremos nuestra soberanía; si de esta porción, digo, se deja dominar por negligencia e impiedad del varón, es decir, de la mente y razón, el hombre será torpe y desgraciado, mereciendo en esta vida ya, y consiguiendo en la otra, el lugar al que justamente le destinare y ordenare aquel soberano Rector y Dueño. Así no se permite que la universidad de las criaturas sea mancillada con ninguna deformidad.

El aviso de los placeres carnales

XLII. 79. Caminemos, pues, mientras es de día, esto es, podemos usar de la razón, para que, convirtiéndonos al Señor, merezcamos ser iluminados por su Verbo, que es la verdadera luz, y no nos sorprendan las tinieblas. Pues el día. es la presencia de aquella luz que ilumina. a todo hombre que viene a este mundo. Dice hombre, porque puede usar de razón, y, allí donde cayó, hacer hincapié para levantarse. Si, pues, se ama el deleite carnal, considérese sagazmente lo que es, y al reconocer en él los vestigios de ciertos números, búsquense donde no sean extensos, por ser allí más perfecta la unidad de lo que existe. Y si tales números se hallan en el movimiento vital que actúa en la esperma, se han de admirar allí más que en el cuerpo. Pues si los números de los gérmenes fueran voluminosos como los mismos gérmenes, de media semilla de higuera resultaría medio árbol, ni del semen parcial de los animales se engendrarían animales íntegros y perfectos, ni una semilla pequeñísima y única. tendría en su género una fecundidad inagotable para reproducirse. Pues de una solamente, según su naturaleza, pueden brotar, a lo largo de los siglos, mieses de mieses, o multitud de selvas, o manadas de rebaños, o pueblos de pueblos, no habiendo ni hoja ni pelo alguno en tan numerosa serie de sucesiones cuya razón no haya estado en aquella primera y única semilla. Es también muy para ponderarse cuán armoniosas y suaves melodías nos transmite el aire cuando canta el ruiseñor, melodías que el alma de aquella avecilla no desgranaría tan a su placer si no las llevase impresas de un modo incorpóreo en su movimiento vital Nótese el mismo fenómeno en los demás animales, privados de razón, pero no de sentidos. Pues ninguno hay entre ellos que, ora en la modulación de la voz, ora en otra clase de movimientos y operaciones vitales, no lleve algo armonioso y, en su género, moderado, no por aprendizaje alguno, sino regulado, dentro de los secretos términos de la naturaleza, por aquella ley inalterable, origen de toda armonía.

La potestad de juzgar que tiene el hombre

XLIII. 80. Volvamos al tema del hombre y omitamos las cosas que tenemos comunes con los arbustos y animales. Pues la golondrina fabrica siempre del mismo modo su nido, y cada clase de aves a su manera. ¿Qué hay, pues, en nosotros que nos hace apreciar todas aquellas cosas, y las figuras que quieren hacer, y cómo las construyen, y en los edificios y otras obras materiales, como dueños de semejantes figuras, las combinamos de innumerables modos? ¿Qué facultad poseemos para juzgar de la magnitud proporcional de las masas, sean relativamente grandes o pequeñas, y para definir que todo cuerpo tiene su mitad, de cualquier dimensión que sea, y la mitad se compone de innumerables partes, y así todo grano de mijo tiene, en proporción a una de sus partes, una grandeza semejante a ella que tiene nuestro cuerpo con respecto al mundo; y que todo este mundo es hermoso por razón de las figuras, no por el volumen de su masa; y que parece tan grande, más que por su absoluta grandeza, por nuestra pequeñez de animales, de que está poblado, los cuales, a su vez, por sus innumerables divisiones son pequeños, no en sí mismos, sino en parangón con otros, y, sobre todo, del mismo universo? Ni hay otra razón cuando se discurre acerca de la duración del tiempo, pues lo mismo que en el lugar, la longitud de todo tiempo tiene su mitad y, aun siendo brevísima, cuenta con su principio, su medio y su fin. Y así no puede menos de tener su mitad cuando se divide en el punto en que comienza a inclinarse a su fin. Según lo dicho, aun el tiempo de una sílaba breve lo es en comparación de otra larga, y la hora invernal, en razón con la estiva, resulta también menor. Breves son también la duración de una hora con respecto al día, la del día con respecto al mes, la del mes con respecto al año, la del año con respecto al lustro, la del lustro con respecto a otros ciclos mayores, y la de éstos con respecto a todo el tiempo; y toda esa numerosa sucesión y como gradación de espacios temporales y locales se considera bella por su ordenada conveniencia, no por su volumen o sus intervalos.
81. Pero la regla misma del orden vive en la verdad eterna, sin ser grande por su masa ni alterable por su prolongación; antes bien es trascendente y superior a todos los lugares, inmóvil con la eternidad sobre todos los tiempos; mas sin ella ninguna grandeza cuantitativa pudiera reducirse a unidad, y ninguna prolongación temporal medirse sin error, ni haber algo que tenga los elementos constitutivos del cuerpo o los del movimiento. Ella es la unidad principal, que no se derrama por espacios finitos e infinitos y es incorruptible por lo finito e infinito. No tiene una parte aquí, otra allí; ni ahora una cosa y después otra, porque es sumamente uno, Padre de la Verdad, Padre de la Sabiduría, la cual, por su total parecido, se llama su semejanza y su imagen, porque de Él procede. De donde muy bien se dice que el Hijo procede del Padre y las demás cosas fueron hechas por Él. Ella es anterior, como forma, a todas las cosas, realizando sumamente la unidad de que dimana, de suerte que los demás seres que existen, en cuanto llevan la impronta de la unidad fueron creados por ella.

La imagen de Dios es el Hijo, a cuya semejanza fueron creadas algunas cosas

XLIV. 82. Algunas criaturas han sido criadas por ella y conforme a ella. como los seres racionales e intelectuales. entre los cuales el hombre se dice muy bien que fue hecho a imagen Y semejanza de Dios, pues de otro modo no podría percibir con su mente la inmudable verdad. Otras fueron hechas por ella, pero no a semejanza suya. Por lo cual, si la criatura racional sirve a su Creador, de quien, por quien y para quien fue hecha. las demás cosas le servirán; le estará sumisa la vida ínfima, a la que se halla tan vinculada y le ayuda para ejercer su imperio sobre el cuerpo; y el mismo cuerpo, que pertenece a la más inferior categoría de naturaleza y del ser, lo dirigirá según su arbitrio, porque se le ofrecerá enteramente sumiso, sin originarle molestia alguna; pues ya no buscará en él y por él la felicidad, sino a recibirá por sí misma de Dios. Gobernará, pues, el cuerpo reformado y santificado, sin daño de corrupción y sin contraste ni dificultad. Porque en la resurrección ni se casarán ni serán casados, sino serán como los ángeles del cielo 48. Los manjares para el vientre y el vientre para los manjares; pero Dios destruirá al uno y a los otros 49, porque el reino de Dios no es comida y bebida sino justicia, paz y gozo 50.

Por la escala de los deleites, a Dios. La soberbia

XLV. 83 Por lo cual, aun de este deleite corporal nos viene también aviso para que no menospreciemos, no porque sea un mal la naturaleza del cuerpo, sino porque se revuelve torpemente en el amor del bien ínfimo, habiéndole sido otorgada la facultad de unirse y gozar de las cosas más elevadas. Cuando el auriga es arrastrado y recibe el castigo de su temeridad, culpa a lo que Iba recibido para su uso; pero implore la ayuda que necesita, muestre su imperio el Señor de las cosas, resístase a los caballos, que ya ofrecen otro espectáculo con su caída, y, si no se les socorre, lo darán de su muerte; vuélvase a su asiento, tome posesión del vehículo y del derecho de las riendas y dirija con más precaución a las bestias obedientes y amansadas: entonces verá cuán bien construido está el coche y cuán bien trabada toda aquella unión, que era su ruina y lo molestaba por haber perdido el curso moderado y conveniente; porque también a este cuerpo enflaqueció la codicia del alma, por abusar en el paraíso, tomando la fruta prohibida contra la prescripción del médico, en que se contiene la salud.
84. Luego, pues, si en esta flaqueza de la carne corruptible, donde no es posible la vida dichosa, no falta un aviso para la felicidad, por causa de la hermosura que reina de lo alto a lo bajo, ¿cuánto más en el apetito de la nobleza y excelencia y en toda soberbia y vana pompa del siglo? Pues ¿qué busca el hombre con dicha pasión sino ser él único a quien, si es posible, le estén sujetas todas las cosas, con una perversa imitación de la omnipotencia de Dios? Si le imitara a Él, obedeciendo y cumpliendo sus preceptos, con su favor dominaría a todas las demás cosas, ni llegaría a la vergüenza, como es la de temer a una bestezuela, el que aspira a mandar a los hombres. Luego tiene la soberbia cierto apetito de unidad y de omnipotencia, pero en la soberanía de las cosas temporales, que pasan todas como sombra.
85. Queremos ser invencibles, y es muy razonable; prerrogativa es ésta que conviene a nuestra naturaleza, después de Dios, por haber sido hecha a su imagen; pero era necesario observar sus mandamientos, pues, guardándolos, nadie nos vencería. Mas ahora, mientras aquella misma mujer a cuyas palabras consentimos torpemente es humillada con los dolores del parto, nosotros trabajamos en la tierra, y con gran vergüenza somos vencidos de todas las cosas que nos pueden afectar y perturbar. Así. nos molesta que nos venzan los hombres y nosotros no queremos vencer nuestra ira. ¿Hay mayor ignominia que ésta? Confesamos que todo hombre es como nosotros y que, aunque tiene vicios, no es un vicio él mismo. ¿Cuánto más honrosamente, pues, nos sujeta un hombre que un vicio? ¿Quién dudará que es muy torpe vicio la envidia, por la que forzosamente ha de ser atormentado y tiranizado quien no quiere ser vencido en las cosas temporales? Más vale, pues, que nos domine el hombre que la envidia o cualquier otro vicio.

Invencible es quien ama a Dios de todo corazón

XLVI. 86. Mas no puede ser vencido por el hombre el que reporta la victoria sobre los vicios. Vencido solamente es aquel a quien el enemigo arrebata lo que ama. Quien rama, pues, lo que no puede arrebatarse al amante, es, indudablemente, invencible e inmune de la tortura de la envidia, por amar una cosa que cuanto es más amada y poseída por muchos, tanto mayor alborozo causa. Pues ama a Dios de todo corazón, con toda su alma y toda su mente, y al prójimo como a sí mismo. No le envidia, por ser igual a él mismo; antes le ayuda, cuanto puede, para ello. Ni puede perder al prójimo, a quien ama como a sí mismo, porque ni en sí mismo ama 'las cosas que se perciben con los sentidos corporales. Luego dentro de sí tiene al que ama como a sí mismo.
87. Tal es la norma del amor: que los bienes que desea para sí los quiera también para el otro, y lo que no desea para sí, tampoco lo desee para el otro 51. He aquí su voluntad para con todos los hombres. Pues no se ha de dañar a nadie, y la dilección del prójimo no obra el mal 52. Amemos, pues, según está mandado, hasta a nuestros enemigos 53, si queremos ser invictos. Pues ningún hombre es por sí mismo invencible, sino por aquella ley inmutable, y sólo los obedientes a ella son libres. Así no se les puede arrebatar lo que aman: he aquí lo que hace a los hombres invencibles y perfectos. Pues si uno ama a los demás, no como a sí mismo, sino como a la bestia de carga, los baños, el pájaro pinto o parlero, con la mira puesta en conseguir algún deleite o provecho temporal, forzosamente se hace esclavo, no del hombre, sino del vicio feo y detestable por el que no ama al hombre como debiera amado; y esto es más vergonzoso todavía. Y con la tiranía de semejante vicio es arrastrado hasta la vida más innoble, o más bien hasta la muerte.
88. Ni tampoco ha de amarse al hombre como se aman los hermanos carnales, o los hijos, o la mujer, o los parientes, o afines, o ciudadanos. Este amor es también temporal. Pues no habría necesidad de tales parentelas, que se originan de los nacimientos y muertes, si nuestra naturaleza, perseverando en la sumisión a los mandatos y en la imagen de Dios, no hubiera sido condenada a esta vida corruptible. Por donde 'la misma Verdad, invitándonos al retorno a nuestra naturaleza primitiva y perfecta, nos manda despegarnos de los lazos carnales y enseña que nadie es apto para el reino de los cielos si no aborrece esos vínculos de la sangre 54. Ni esto debe parecer inhumano a nadie, porque más inhumano es no amar en el hombre su razón de hombre que amar su razón de hijo; ,pues eso equivale a no amar en él lo que es de Dios, sino sólo lo que pertenece a él. ¿Qué maravilla, pues, que no alcance el reino el que no ama lo universal, sino lo particular? Pues será mejor amar ambas cosas, dirá alguien. Más vale amar aquello único, dice Dios, porque con mucha razón asegura la Verdad: Nadie puede servir a dos señores 55. Nadie puede seguir el ideal de nuestra vocación sin aborrecer lo que fue un obstáculo para ella. y estamos llamados al ideal de la perfecta naturaleza humana, tal cual la hizo Dios antes de pecar nosotros; y nos retrae del amor de aquella que nosotros deformamos con nuestro pecado. Conviene, pues, aborrecer aquello de que deseamos ser libertados.
89. Luego aborrezcamos los vínculos carnales si nos inflama el deseo de la eternidad. Ame el hombre al prójimo como a sí mismo. Pues, ciertamente, nadie es para sí mismo padre, hijo o pariente, u otra cosa de este linaje, sino sólo hombre; amar en él lo que en sí mismo ama. Mas los cuerpos no son lo que somos nosotros; no se debe, pues, desear y amar en los demás el cuerpo. Puede aplicarse aquí aquel precepto: No desees las cosas del prójimo 56. Luego todo el que ama en el prójimo lo que no es para sí mismo, no lo ama como se debe. Se ha de amar, pues, a la misma naturaleza humana, prescindiendo de sus relaciones carnales, ora se halle en vía de perfección, ora sea perfecta. Todos son parientes bajo el único Dios Padre, cuantos le aman y cumplen su voluntad. Y todos son entre sí y para sí padres, cuando se hacen bien; hijos, cuando se obedecen unos a otros, y, sobre todo, hermanos, porque un mismo y único Padre los llama con su testamento a una herencia.

Cuán invencibles nos hace el amor al prójimo

XLVII. 90. ¿Cómo, pues, un hombre de tales disposiciones no ha de ser invencible, cuando ama al hombre puro, es decir, a la criatura de Dios hecha a su imagen, ni puede faltarle la naturaleza perfecta que él ama, cuando él es perfecto? Pues si, por ejemplo, uno ama a un buen cantor, no a éste o al otro, sino a cualquiera que cante bien, por ser él también un modelo de cantor, quiere que todos sean tales, sin faltarle a él lo que ama pues él canta bien. Mas si tiene envidia de alguno que canta bien, no ama ya el arte de su canto sino para lograr alabanzas o alguna ganancia que pretende conseguir cantando bien y se le puede disminuir o quitar si sale otro cantor. Luego quien envidia al que canta bien, no ama el arte de bien cantar; pero, a su vez, el que carece de ese talento, tampoco canta bien. Lo cual se ajusta mucho mejor al que vive bien, pues no puede envidiar a ninguno; porque la perfección conseguida con el buen vivir no se divide cuando la poseen todos ni se merma cuando la tienen muchos. Y puede venir un tiempo en que el buen cantor pierda su voz y necesite del canto ajeno para satisfacer su afición, como si está en un festín donde no conviene que él cante, pero sí oír a un buen cantor; ,pero el vivir bien siempre conviene. Por lo cual, quien ama y practica la buena vida, no sólo no mira con envidia a los que le imitan, sino con buenísima voluntad y generosidad humana les ayuda cuanto puede, y sin que de ellos necesite, pues lo que en ellos ama lo tiene en sí entero y perfecto. Así, pues, cuando ama al prójimo como a sí mismo, no le envidia, pues tan poco a sí mismo se envidia; no le necesita, pues tampoco tiene necesidad de sí; sólo necesita a Dios, cuyo amor le hace dichoso. Mas nadie le arrebata a Dios. Luego aquél es con gran verdad y certeza invencible que está unido a Dios no con el fin de conseguir de Él bienes eternos, pues para él no hay otro bien fuera de la unión divina.
91. Este hombre, mientras vive, usa de los amigos para mostrarles su generosidad; de los enemigos, para ejercitar su paciencia; de otros que puede, para hacerles bien; de todos, para abrazarlos con su benevolencia. Y si bien no ama las cosas temporales, usa bien de ellas, y, según su fortuna, busca el provecho de algunos hombres si no puede favorecer a todos. Por lo cual, si muestra predilección a alguno de sus familiares, no es por amarle más, sino porque tiene mayor confianza con él y más abierta la puerta de la ocasión para hacerlo. Trata con tanta mayor deferencia a los hombres entregados a lo temporal, cuanto más desligado se halla él del tiempo. Y como no puede aliviar la suerte de todos los hombres a quienes ama igualmente, faltaría a la justicia si no atendiese con preferencia a los que están más vinculados con él. La unión espiritual es más fuerte que la que nace de los lugares y tiempos mientras vivimos en este cuerpo; pero la unión de caridad sobrepuja a todas. No se abate, pues, él con la muerte de alguno, porque quien ama a Dios con todo su corazón, sabe muy bien que no perece para él quien no perece para Dios, Señor de los vivos y muertos. No es desgraciado con la miseria ajena, como no es justo con la justicia de los demás; y no pudiendo nadie arrebatarle ni su virtud ni a su Dios, tampoco puede faltarle la dicha. Y si alguna vez le afecta mucho el peligro, los extravíos o el dolor de otro, él consiente la fuerza de esa emoción para socorrerlo, para corregirlo, para consolarlo, no para hacer perderle la paz.
92. En todas las ocupaciones y trabajos le sostiene la seguridad de un descanso futuro. Pues ¿quién es capaz de perjudicarle, cuando hasta de sus enemigos obtiene provecho? Vence el temor de los enemigos con el auxilio y apoyo de aquel de quien recibió el mandato y la gracia de amados. Ese hombre, lejos de entristecerse en las tribulaciones, experimenta gozo en ellas, sabedor de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza, y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestro corazón por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado 57. ¿Quién le dañará, pues? ¿ Quién le vencerá? El hombre, que se aprovecha hasta en la prosperidad, en los reveses reconoce en valor de su aprovechamiento. Mientras hay abundancia de bienes perecederos, no coloca su corazón en ellos; mas si los pierde, entonces ve si ha sido su esclavo; pues frecuentemente, cuando los poseemos, nos parece que estamos desprendidos de ellos; pero, cuando nos faltan, descubrimos lo que somos. Pues no estaba apegado nuestro corazón a lo que se pierde sin dolor. Parece, pues, que vence -cuando en realidad es vencido- el que esforzadamente llega a lo que ha de perder con pena, y vence -cuando al parecer es vencido- el que, cediendo, conquista lo que no pierde contra su voluntad.

La perfecta justicia

LXVIII. 93. Quien se deleita, pues, con la libertad, trate de liberarse del amor de las cosas pasajeras; y el que quiera reinar viva sumiso y unido a Dios, Señor de todas las cosas, amándole más que a sí mismo. He aquí la perfecta justicia, consistente en amar más lo que vale más, en amar menos lo que vale menos. Ame al alma sabia y perfecta, tal como la ve en sí; a la necia no la ame como tal, sino porque puede ser perfecta y sabia; pues tampoco debe amarse a sí mismo como necio, porque quien se ama a sí mismo como necio, no llegará a la sabiduría ni logrará lo que desea sin aborrecer lo que es. Y mientras está en el camino de la sabiduría y perfección, sufra la flaqueza y necedad del prójimo con el mismo ánimo con que se sufriría a sí mismo, en idéntica condición, si fuese necio y amase la sabiduría. Siendo, pues, la soberbia como una sombra de la verdadera libertad y de la soberanía verdadera, la divina Providencia nos insinúa a qué aspiran nuestros vicios y adónde hemos de tornar, corrigiéndolos.

De la curiosidad a la contemplación de la verdad

XLIX. 94. En cuanto a los espectáculos y toda aquella pasión que se llama curiosidad, ¿qué otra cosa buscan sino el deleite que produce el conocimiento de las cosas? Mas nada hay tan admirable y hermoso como la verdad, a que aspira, según confesión propia, todo espectador, tomando tantas precauciones para no engañarse y lisonjeándose de ello cuando conoce y penetra algo con una mirada más sagaz que los demás. A los mismos prestigiadores, cuyo arte consiste en embaucar, los miran con mucha diligencia y cautela; y si son engañados, celebran con gusto la habilidad del embaucador, ya que no la propia en descubrir su embuste. Pues si él no conociera las causas del engaño de los espectadores y se creyera que las desconocía, nadie aplaudiría al que es compañero en la ignorancia. Y si alguno de los reunidos le sorprende el secreto, se considera acreedor a una mayor alabanza que él, porque no pudo engañársele ni hacerle caer en el error. Y si es un juego que conocen muchos, no le aplaude nadie, y se burlan de los que no han descubierto el embuste. Así, todos los aplausos son para el conocimiento, para el artificio y para la comprensión de la verdad, a la cual de ningún modo llegan quienes la buscan fuera.
95. Nos hallamos, pues, sumergidos en tantas frivolidades y torpezas, que, preguntados qué es lo mejor, si lo verdadero o lo falso, unánimemente respondemos que lo primero es preferible; con todo, somos más propensos a entre. tenernos con chanzas y juegos, donde nos seducen no la verdad, sino las ficciones, que con los preceptos para unirnos a ella. Así, por nuestra boca y juicio nos condenamos a nosotros mismos, aprobando una cosa con la razón y siguiendo otra con nuestra vanidad. Y en tanto vale algo lo jocoso y juglaresco en cuanto conocemos la verdad, cuya representación nos deleita. Pero amando tales bagatelas nos alejamos de la verdad y no atinamos a qué cosas remedan; de ellas andamos enamorados, como de primeras hermosuras, mas, dejándolas, abrazamos nuestros propios fantasmas, que, en nuestro retorno a la investigación de la verdad, nos salen al paso en el camino y nos impiden seguir adelante, merodeándonos no por su fuerza, sino con sus grandes insidias, por no entender cuán amplio sentido tiene aquel dicho: Guardaos de los ídolos 58.
96. De este modo, unos se han derramado por innumerables mundos con su errabundo pensamiento. Otros creyeron que Dios no podía ser sino un cuerpo de fuego. Algunos fantasearon que es el candor de una luz inmensa, esparcido por espacios ilimitados, mas hendido de una parte como por una cuña negra, imaginándose que hay dos reinos contrarios y explicando por ellos los principios constitutivos de las cosas. Si les exijo que me digan si saben esto con verdad, tal vez su audacia no llegue a tanto; pero dirán a su vez: Muestra. tú, pues, dónde está la verdad. Y si yo me contento con decirles que busquen aquella luz con que ven ciertamente que una cosa es creer y otra entender, jurarían también ellos que no puede verse semejante luz con los ojos ni figurarse dotada de extensión local, y que en todas partes se ofrece a quienes van en su busca, y nada puede hallarse más cierto y puro que ella.
97. Nótese, igualmente, que todas estas afirmaciones que yo acabo de hacer sobre la luz intelectual, nos son patentes por la misma. Por ella entiendo que es verdad lo que se ha dicho y por ella poseo la evidencia de esta misma intelección. Y así una y otra vez, cuando alguien tiene conciencia de que entiende y de nuevo abarca dichos actos con la reflexión, veo que hay aquí un proceso in infinitum, pero sin espacios, donde se muevan cuerpos crasos y volubles. Sé, igualmente, que yo no puedo entender si no vivo, y con mayor seguridad entiendo que mi entendimiento se vigoriza con el ejercicio. Porque la vida eterna supera a la temporal por su misma vivacidad, y aun qué sea la eternidad, lo veo con los ojos intelectuales. Pues con la mirada de la mente aparto de la eternidad toda posibilidad de mudanza y no pongo en ella ninguna dimensión temporal, porque éstas se componen de movimientos pasados y futuros de cosas. y en la eternidad nada pasa, nada es futuro; pues lo que pasa deja de existir, y lo futuro no ha comenzado todavía a ser; mas la eternidad solamente es; ni ha sido, como si ya no fuera, ni será, como si no fuese aún. Por lo cual sólo ella pudo decirse con muchísima verdad al hombre: Yo soy el que soy; y de ella pudo decirse con la máxima verdad: El que es me ha enviado 59.

Reglas para la interpretación divina de la Escritura

L. 98. Si no podemos aún adherirnos a esta eternidad, desechemos siquiera nuestros fantasmas y alejemos de nuestra vista interior esos juegos ilusorios y bagatelas. Tomemos la escala que la divina Providencia nos ha fabricado. Al ver que nos desvanecíamos con nuestros pensamientos, deleitándonos demasiado con nuestras frívolas ilusiones y que toda la vida la reducíamos a vanas quimeras, la inefable misericordia de Dios, sirviéndose de la criatura racional, sometida a sus leyes, por medio de sonidos y letras, el fuego, el humo, la nube, la columna, como con ciertas palabras visibles, no se ha desdeñado jugar, en cierto modo, con nuestra infancia con parábolas y semejanzas y curarnos con este lodo nuestros ojos interiores.
99. Distingamos, pues, qué debemos conocer por el testimonio de la historia o descubrir con la luz de la razón, y qué hemos de creer y depositar en la memoria, aun sin entender su sentido; indaguemos dónde se halla la verdad que no viene y pasa, sino permanece siempre idéntica a sí misma, y cuál es el método para interpretar las alegorías que ha revelado, según creemos, la Sabiduría de Dios por el Espíritu Santo; si podemos interpretar alegóricamente desde los acontecimientos externos más antiguos hasta los más recientes y extender la alegoría a las afecciones y naturaleza del alma y hasta la inmutable eternidad; si unas significan hechos visibles, otras movimientos espirituales, otras la ley de la eternidad, y si en algunas se cifran todas estas cosas a la vez. Distingamos cuál es el objeto inalterable de la fe, y si es histórico o temporal o bien espiritual y eterno, a que debe ajustarse toda interpretación de autoridad; y cuán útil es la fe de las cosas temporales para entender y conseguir las eternas, donde se halla la meta de las buenas acciones; y la diferencia que hay entre la alegoría histórica y la alegoría del hecho, y la alegoría del discurso y la alegoría de los ritos sagrados; y cómo el estilo de las santas Escrituras debe interpretarse según la propiedad de cada lengua, por tener ella sus modismos propios, que al pasar a otra parecen absurdos. Estudiemos para qué sirve tanta llaneza de estilo, de suerte que no sólo la ira de Dios, y la tristeza, y el despertar del sueño, y la memoria, y el olvido y otras cosas que pueden aplicarse a los hombres buenos, sino también los nombres de penitencia, de celo, de crápula y otros semejantes se encuentran en las divinas páginas. Y si los ojos de Dios, y las manos, y los pies, y otros miembros del mismo género mencionados en las Escrituras se refieren a la forma visible del cuerpo humano o se emplean para significar perfecciones invisibles y espirituales, lo mismo que el yelmo, el escudo, y la espada, y el ceñidor, y otras cosas por el estilo. y: se ha de investigar, sobre todo, qué aprovecha al género humano el que la divina Providencia nos haya hablado de este modo por la criatura racional, generatriz y corporal, sometida a su servicio. Cuando se conoce todo esto, desaparece toda protervia pueril y se abraza la sacrosanta religión.

El estudio de las divinas letras como medicina de nuestra curiosidad

LI. 100. Dejando, pues, y rechazando todas las fruslerías del teatro y de la poesía, demos el manjar y licor del estudio y consideración de las divinas Escrituras al alma hambrienta, sedienta y fatigada con la vana curiosidad, que en balde anhela saciarse con ficciones imaginarias, como con banquetes pintados; eduquémonos provechosamente con este juego, en verdad tan liberal y noble. Si nos atraen los espectáculos y la hermosura, deseemos contemplar aquella sabiduría que de un extremo a otro se extiende con fortaleza y todo lo dispone con suavidad 60. ¿Hay mayor maravilla que esa causa que fabrica y gobierna el mundo visible con una fuerza espiritual? ¿Hay cosa más bella que la que lo ordena y embellece?

Cómo la curiosidad y otros vicios estimulan a la virtud

LII. 101. Mas si todos confiesan que estas cosas se perciben por los órganos corpóreos y que el ánimo es mejor que el cuerpo, ¿no tendrá aquél sus espectáculos propios, sin duda mucho más aventajados y nobles? Antes bien, invitados por las cosas, sometidas a nuestro juicio, a examinar la naturaleza de nuestra potencia judiciaria, y subiendo de las obras artísticas a la ley de las artes, contemplaremos con la mente aquella hermosura en cuyo parangón resultan deformes las criaturas, que son bellas por su benignidad, porque, desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad se alcanzan a conocer por las criaturas 61. Tal es el regreso de lo temporal a lo eterno y la reformación de la vida del hombre viejo en el hombre nuevo. ¿Qué hay, pues, que no pueda servir de aviso al hombre para la práctica de la virtud, cuando hasta los vicios le amonestan a ello? Pues ¿ qué apetece la curiosidad sino el conocimiento, que no puede ser cierto si no lo es de cosas eternas y que siempre permanecen en el mismo ser? ¿Qué busca la soberbia sino una poderosa facilidad operativa, que sólo consigue el alma perfecta sometiéndose a Dios y dedicándose a su retiro con omnímoda adhesión? ¿ Qué ambiciona el placer corporal sino el descanso, que sólo se da donde no hay indigencia ni corrupción? Hay que evitar, pues, el infierno bajo, esto es, la grave sanción, reservada después de la vida, donde no puede haber ningún recuerdo de la verdad, porque no hay discurso; y no hay discurso porque no será iluminada el alma con la verdadera luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo 62. Apresurémonos, pues, y caminemos mientras es de día, para que no nos sorprendan las tinieblas 63. Apresurémonos a libertarnos de la segunda muerte 64, donde nadie se acuerda de Dios, y del infierno, donde nadie le confesará 65.

Diversos fines de los sabios e ignorantes

LIII. 102. Mas los desventurados hombres, a cuyos ojos las cosas sabidas pierden valor y gustan de novedades, más amigos son de aprender que de contemplar, siendo la contemplación el fin del aprendizaje. Y los que menosprecian la facilidad de la acción, con mayor gusto se dedican a luchar que a vencer, siendo la victoria el fin de la lucha. Y quienes no estiman la salud corporal, más desean comer que saciarse y disfrutar del orgasmo de los miembros sexuales que de su reposo. Hay quienes prefieren dormir a dormitar, cuando el fin de tales placeres es apagar el hambre y sed, y el deseo de la unión conyugal, y el evitar la fatiga del cuerpo.
103. Por lo cual, quienes prefieren llegar a estos mismos fines renuncian a la curiosidad, sabiendo que el conocimiento cierto reside en lo íntimo y gozando de él según lo consiente la vida presente. Después adquieren la facilidad de la acción, dejando la terquedad, pues saben que es más fácil y noble victoria no oponerse a la animosidad de ninguno; esto sienten, según es posible, en la presente vida; finalmente, alcanzan también el reposo corporal, absteniéndose de las cosas de que puede prescindirse aquí; así saborean las delicias del Señor. Seguros de los bienes de la otra vida, se alimentan con la fe, esperanza y caridad de la perfección última. También, después de esta vida, el conocimiento alcanzará su perfección, porque ahora sabemos en parte, mas, cuando viniere lo perfecto, desaparecerá lo parcial 66; y habrá completa paz, pues ahora una ley, contraria en nuestros miembros, se resiste a la ley de nuestra mente; pero nos libertará de este cuerpo de muerte la gracia de Dios por Jesucristo, nuestro Señor 67, pues en gran parte estamos de acuerdo con el adversario, mientras vamos con él por el camino; y el hombre poseerá entonces la completa salud, y no habrá indigencia ni fatiga, porque este cuerpo corruptible, en el tiempo y orden en que se verificará la resurrección de la carne, se revestirá de incorrupción 68. Y no hay que maravillarse de que este premio se dará a los que en el conocimiento aman sólo la verdad, y en la acción sólo la paz, y en el cuerpo sólo la sanidad. Pues en la otra vida se perfeccionará en ellos lo que más estiman acá.

Relación entre los castigos y culpas de los condenados

LIV. 104. Quienes usan, pues, mal de semejante bien del espíritu, buscando fuera de él las cosas visibles, que debieron servirles de acicate para subir y amar las espirituales, serán arrojados en las tinieblas exteriores, cuyo principio son la prudencia de la carne y la degradación de los sentidos del cuerpo. y los que se deleitan con guerras, serán alejados de la paz y arrollados con sumas dificultades, pues principio de la máxima dificultad es la guerra y la contienda. Y eso significa, yo creo, el que se les aten los pies y las manos, es decir, se les prive de toda libertad de acción. Y los que quieren tener sed y hambre y abrasarse y fatigarse con liviandades, para apurar a su sabor los deleites de la comida y bebida, del lecho conyugal y del sueño, aman la indigencia, que es germen de los mayores dolores. Luego se cumplirá en ellos lo que desean, siendo puestos donde hay llanto y rechinar de dientes 69.
105. Pues son muchos los que se entregan juntamente a. todos estos vicios, y su vida se reduce a esperar, luchar, comer, beber, gozar de carnalidades, dormir y revolver en su magín sólo las impresiones captadas con semejante manera de vivir, y de sus atractivos falaces se forjan las reglas de la impiedad y superstición, con que se engañan y esclavizan, aun cuando se esfuercen por liberarse de los halagos carnales. Porque no usan bien el talento recibido, esto es. la agudeza mental en que sobresalen todos los que parecen doctos, cultos e ingeniosos, sino lo tienen amarrado en el sudario, o bajo tierra, quiero decir, envuelto y oprimido por las cosas delicadas y superfluas, o entre las codicias terrenales. Se les atarán, pues, las manos y los pies serán arrojados en las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes, no por haber amado por sí mismos tales tormentos (pues ¿quién habrá que los ame?), sino porque amaron lo que es causa de ellos, arrastrando necesariamente a sus amadores hasta aquí. Pues quienes más quieren ir que volver o llegar, serán enviados a muy lejana región, porque son carne y espíritu errante que no vuelve.
106. Mas al que empleare bien los cinco sentidos del cuerpo, para creer y pregonar las obras de Dios y alimentar su caridad o para armonizar su vida con la acción y contemplación y conocer las cosas divinas, está reservada la entrada en el gozo del Señor. Por lo cual, el talento arrebatado al que abusó de él, lo recibirá quien empleó bien los cinco talentos 70. No porque pueda darse a otro la agudeza de su inteligencia, sino para significar con esto que los negligentes e impíos con talento pueden perderlo, y alcanzarlo los diligentes y piadosos, si bien menos dotados de aquel don. Y no le fue dado el talento al que había recibido dos, porque ya lo tiene, pues vive por la acción y contemplación, sino al que había recibido los cinco, ya que no tiene todavía la adecuada perspicacia mental para contemplar las cosas eternas el que sólo en las visibles y temporales cree; pero puede tenerla el que alaba a Dios, como artífice de todos los bienes sensibles, y lo persuade por la fe, y en Él tiene la esperanza y le busca con la caridad.

Epílogo y exhortación a la religión verdadera

LV. 107. Siendo esto así, os exhorto a vosotros, amigos carísimos y parientes míos -y esta exhortación a mí también me toca-, a corresponder con la mayor presteza posible a los planes de la Sabiduría divina. No amemos el mundo, porque todo cuanto hay en él es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo 71. Evitemos en los demás y en nosotros la corrupción carnal, para no venir a caer en otra mayor de tormentos y dolores. Abandonemos las competencias y riñas, no seamos entregados a la tiranía de los ángeles, que se deleitan con esas cosas, para ser abatidos, encarcelados y flagelados. No nos aficionemos a los espectáculos materiales, para que no seamos arrojados por la misma Verdad en las tinieblas, extraviándonos y amando las sombras.
108. Deslíguese nuestra religión de las vagas imaginaciones, pues vale más cualquiera realidad verdadera que canto puede forjarse arbitrariamente. Mas no vayamos a venerar el alma misma, aun cuando conserve su verdadero ser, al entregarse a sus imaginaciones. Mejor es una brizna de paja que la luz formada por un trabajo de vana imaginación, según el capricho y las conjeturas; y, con todo, es cosa de locos creer que la pajuela, que vemos y tocamos, u de ser objeto de culto. No veneremos las obras humanas, porque mejores son los artífices que las hacen, a los que, sin embargo, no hemos de tributar culto. Rechacemos el culto de los animales, pues los superan en excelencia los hombres de menos valía, a los que, sin embargo, no hemos de adorar. Dejemos el culto divino de los difuntos, pues si vivieron piadosamente, no se complacen con tales honores, antes quieren que adoremos al que los baña con su luz y alegría de vernos a nosotros asociados a sus méritos. Honrémoslos, pues, imitando sus virtudes, no adorándolos, y si vivieron mal, dondequiera que estén, ningún culto merecen. Lejos de nosotros igualmente el venerar a los demonios, pues siendo toda superstición un castigo para los hombres y peligrosísima torpeza, para ellos, en cambio, es un triunfo y honor.
109. No abracemos el culto de la tierra y de las aguas, porque más puro y luminoso que ellas es el aire, aun caliginoso, y tampoco debe venerarse. Ni sea objeto de nuestra religión un aire más puro y sereno, pues, privado de la luz, queda entenebrecido; y más brilla la llama del fuego, al que tampoco hemos de adorar, porque lo encendemos y apagamos según nuestra voluntad. No adoremos los cuerpos etéreos y celestes, que, si bien son preferidos a los demás, valen menos que cualquier ser vivo. Y aun siendo animados, el alma por sí misma aventaja a cualquier cuerpo animado, y, con todo, nadie ha pensado en dar culto a un alma viciosa. No demos culto religioso a la vida vegetal, porque carece de sentido, y del mismo género son numerosas manifestaciones de nuestro organismo; por ella viven nuestros cabellos y huesos y son cortados sin dolor. Superior es la vida sensible, y no debemos adorar a los animales.
110. No veneremos con culto religioso ni a la misma alma racional perfecta y sabia, puesta al servicio del universo, o al de una parte, ni a la que en los varones más eminentes espera el cambio y la transformación del cuerpo; pues toda vida racional, si es perfecta, obedece a la verdad eterna, que en lo íntimo le habla sin estrépito de voz, y desoyéndola se hace viciosa. Su grandeza le viene no de sí misma, sino de la Verdad, a que gustosamente se somete. Al Ser que adora el más excelso ángel, debe adorar también el último hombre, el cual, por haberle negado semejante homenaje, vino a parar en tan extremada miseria. Del mismo principio viene la sabiduría del ángel que la del hombre de la misma fuente mana la verdad para ambos, conviene a saber, de la Sabiduría y Verdad inmutable. En efecto, para obrar nuestra salud, la Virtud misma de Dios, su invariable Sabiduría, consubstancial y coeterna con el Padre, se dignó en el tiempo revestirse de nuestra naturaleza, para enseñarnos por ella que el hombre debe adorar lo que debe adorar toda criatura racional e inteligente. Creamos también que esta es la. voluntad de los mejores ángeles y de los más excelentes ministros de Dios: que adoremos con ellos al Señor, cuya contemplación los beatifica. Pues nuestra felicidad no consiste en la visión de ángeles, sino en la contemplación de la Verdad, por la cual amamos a los mismos ángeles y nos congratulamos con su dicha. Ni los envidiamos por disfrutar de ella más fácil y agradablemente, antes bien los amamos porque el Señor de todos nos ha mandado esperar el mismo galardón. Por lo cual los honramos con la caridad, no con el servicio debido a Dios. Tampoco les edificamos templos, pues rehúsan semejante honra y saben que también nosotros, cuando somos buenos, somos templo del soberano Dios. Con razón, pues, la Escritura dice que un ángel prohibió a un hombre le adorase a él y le mandó adorar al Dios único, de quien era él igualmente con siervo 72.
111. Los espíritus que nos piden servicio y adoración, como si fueran dioses, se asemejan a los hombres soberbios, los cuales, si pueden, se lisonjean de ser adorados; soportar a los segundos es menos peligroso que adorar a los primeros Porque toda dominación humana sobre los hombres cesa con la muerte del dominador o con la del siervo, y la servidumbre bajo los ángeles soberbios y malvados será más temible después de la muerte. Se comprende fácilmente también que bajo el despotismo de un hombre podemos disfrutar de la libertad de pensamiento; mas la tiranía de los ángeles malos la sufrimos en el mismo reino de la mente, que es el único ojo para conocer y contemplar la verdad. Por lo cual si por obligación nos sometemos a las potestades ordenadas para gobernar la república, dando al César lo que es del César y a Dios lo que Dios reclama 73, no hay temor a que ningún hombre, después de la muerte, exija ya nuestra sumisión. Además, son diferentes la servidumbre según el cuerpo y según el alma. Pero los hombres justos, que tienen todo su gozo puesto en el Dios único, cuando por sus buenas obras es Él bendecido, se congratulan con los que le alaban; mas cuando son alabados por sí mismos, corrigen el yerro, si pueden, con algunos, y con los incorregibles no se congratulan, porque no están conformes con aquel desdén. Siendo, pues, todos los ángeles buenos y todos los ministerios santos de Dios semejantes a ellos, o mejor dicho más puros y más justos todavía, ¿a qué temer la ofensa de cualquiera de ellos al negarles todo culto indebido, cuando precisamente ellos nos ayudan a elevarnos a Dios y, religando nuestras almas con Él -de donde se origina la palabra religión-, nos limpian de todo extravío y superstición?
112. He aquí que yo adoro a un solo Dios, único principio de todas las cosas, y a la Sabiduría, que ilumina a todas las almas sabias, y al Don, que hinche de gozo a los bienaventurados. Todo ángel que ama a este Dios, cierto estoy de que también a mí me señala con su amor. Todo el que permanece y puede escuchar las plegarias humanas, en Él me escucha. Todo el que lo tiene por bien suyo, en Él me presta ayuda, ni puede envidiarme, porque yo vivo en comunión con Él. Díganme, pues, a mí los adoradores o aduladores de las partes del mundo qué amistades más nobles no se granjea el que adora a este único Dios, a quien todos los mejores aman, y disfrutan viéndole, y recurriendo al cómo principio se mejoran. Al contrario, el espíritu que prefiere su independencia, por no someterse a la verdad, y, deseando gozar de su bien privado, perdió el ofrecido a todos y la bienaventuranza, esclavizará y atormentará a los malos, mientras a los buenos sólo puede ejercitarlos; pero ningún derecho tiene a nuestra veneración; su alegría es nuestra miseria, y su daño, nuestro retorno a Dios.
113. Relíguenos, pues, la religión con el Dios omnipotente, porque entre nuestra alma, con que conocemos al Padre y a la Verdad, esto es, la luz interior que nos la da a conocer, no hay de por medio ninguna criatura. Adoremos también con Él y por Él a la misma Verdad, espejo perfectísimo de su ser y prototipo de todas las cosas que tienen el mismo origen y aspiran a la misma unidad. Así, las almas adelantadas saben que por esta Forma fueron criadas todas las cosas y que ella puede saciar todos sus anhelos. Con todo, no las habría creado el Padre por el Hijo, ni hallarían la felicidad en su verdadero fin, si Dios no fuera Suma Bondad, que no envidia a ninguna naturaleza capaz de participar de sus bienes; y les dio igualmente la permanencia en el bien, a unas según quisieran, a otras según pudieran. conviene, pues, que abracemos y adoremos, juntamente con el Padre y el Hijo, el Don divino, también inmutable: Trinidad de una sola substancia, Dios único, de quien recibimos el ser, por quien existimos y en quien somos; apartándonos de Él, nos deformamos; pero Él no permitió nuestra perdición. Es el principio adonde retornamos, el modelo que hemos de seguir y la gracia que nos salvar único Dios, por quien fuimos creados, y semejanza suya, que nos vuelve a la unidad, y paz que nos mantiene en concordia; es el Dios que dijo: Hágase 74, y el Verbo, por quien fue hecho todo cuanto natural y substancialmente se hizo; y el Don de su benignidad, objeto de su gozo, por quien se reconciliaron con su Autor, para que no se perdiesen, todas las criaturas que hizo por su Verbo: único Dios, Creador, que nos da la vida; Restaurador, que nos comunica. la sabiduría, en cuyo amor y disfrute está nuestra felicidad. Dios único, causa eficiente, ejemplar y final de todas las cosas: a Él sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Así sea 75.

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