Presentarnos
un florilegio del pensamiento agustiniano sobre el tema de Dios como felicidad
del hombre.
A) El
objeto de la felicidad: sus condiciones "Todos deseamos vivir felices. No
hay nadie en el género humano que no esté conforme con este pensamiento, aun
antes de haber yo acabado su expresión. Ahora bien, según mi modo de ver, no
puede llamarse feliz el que no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que
tiene lo que ama, si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando
sea lo mejor. Porque el que desea lo que no puede conseguir, vive en un
tormento. El que consigue lo que no es deseable, se engaña. Y el que no desea
lo que debe desearse' está enfermo. Cualquiera de estos tres supuestos hace que
nos sintamos desgraciados, y la desgracia y la felicidad no pueden coexistir en
un mismo hombre. Por lo tanto, ninguno de estos seres es feliz. Quédanos otra
cuarta solución, y es, a mi parecer, que la vida es feliz cuando se posee y se
arna lo que es mejor para el hombre. ¿En qué está el disfrutar una cosa sino
en tener a mano lo que se ama ? No hay nadie que sea feliz si no disfruta
aquello que es lo mejor, y todo el que lo disfruta es feliz; por lo tanto, si
queremos vivir felices, debemos poseer lo que es mejor para nosotros" (De
mor. Eccl. cath. 1,3,4: BAC., Obras t. 4 p.264; PL 32,13124).
B) La
felicidad está en la perfección del alma
a) LO
MEJOR PARA EL HOMBRE "Síguese de lo dicho que debemos buscar lo mejor para
el hombre. Esto, desde luego, no puede ser cosa alguna que sea peor que él,
porque lo que sea peor que él lo envilecería... ¿Será quizás otro hombre
como él? Pudiera serlo, si no hubiese nada superior al hombre y susceptible de
ser gozado por éste. Pero, si encontramos algo más excelente que pueda ser
objeto del amor del hombre, no habrá duda de que debe el hombre esforzarse en
conseguirlo para ser feliz.. Pues si la felicidad consiste en conseguir aquel
bien que no tiene ni puede tener superior, a saber, el bien optimo, ¿cómo
podremos decir que lo es la persona que no ha alcanzado su bien supremo? ¿Y
cómo puede haber alcanzado el bien supremo si hay algo mejor a lo que pueda
llegar?"
b) LA
FELICIDAD DEL HOMBRE ES LA FELICIDAD DEL ALMA "Además, este bien debe ser
de tal condición que no se pueda perder contra nuestra voluntad, porque nadie
puede confiar en un bien si teme que se lo quiten aun queriendo conservarlo y
abrazarse a él. El que no está seguro en el bien de que goza, no puede ser
feliz mientras vive con ese temor" (ibid., 3,5). Debemos, pues, buscar qué
es lo que hay mejor para el hombre. Ahora bien, el hombre es un compuesto de
alma y cuerpo, y, desde luego, la perfección del hombre no puede residir en
este último (ibid., 4,6). La razón es fácil: el alma es muy superior a todos
los elementos del cuerpo, luego el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su
placer, ni su belleza, ni su agilidad. Todo ello depende del alma, hasta su
misma vida. Por tanto, si encontrásemos algo superior al alma y que la
perfeccionara, eso seria el bien hasta del mismo cuerpo. Suponed que un auriga
alimente, cuide y guie a sus caballos siguiendo mis consejos, ¿no soy yo el
bien de esos caballos? Luego lo que perfeccione al alma será la felicidad del
hombre (ibid., 5,7-8).
C) La
felicidad es Dios Nadie duda que la virtud es la perfección del alma. Ahora
bien, esta virtud, o es el alma misma, o es algo fuera de ella. Decir que la
virtud es el alma misma equivale a un absurdo, porque el alma imperfecta, sin
virtud, encontraría su perfección en poseerse a si misma, esto es, en poseer
una cosa imperfecta. Luego la virtud es algo que está fuera del alma, y si no
queréis darle este nombre porque lo reserváis para los hábitos y cualidades
de la misma alma, entonces me referiré a aquello que hace que la virtud sea
posible (ibid., 6,9). "Esto que confiere al alma que la busca, la virtud y
la sabiduría, o es un hombre sabio o es Dios". El hombre no lo es, porque
falla aquella condición de la inamisibilidad; "queda, pues, sólo Dios. El
seguirlo está bien; el conseguirlo, no sólo bien, sino que es vivir
feliz". Evidentemente me dirijo a aquellos que creen en Dios (ibid., 6,10).
Bien claro nos lo dice la Sagrada Escritura: Amarás al Señor Dios tuyo con
todo tu corazón, con toda tu alma (Mt. 22,23) . ¿Quieres más ? Sí quisiera,
si fuera posible. ¿Qué te dice Pablo? Dios hace concurrir todas las cosas para
el bien de los que le aman... Si Dios está por nosotros, quién contra
nosotros?... ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre?
La desnudez? (Rm 8, 28~35). En Dios tenemos el compendio de todos los bienes.
Dios es nuestro sumo bien. Ni debemos quedarnos más bajo ni buscar más arriba.
Lo primero seria peligroso; lo segundo, imposible (lbid.).
D)
Deseo innato de la felicidad La sabiduría, el conocer y poseer la verdad, es la
felicidad para San Agustín. La opinión de los hombres es muy diferente acerca
de dónde se encuentra la verdadera sabiduría; unos la colocan en el arte
militar, otros en sus negocios, etc. "Si, pues, consta que todos queremos
ser bienaventurados, igualmente consta que todos queremos ser sabios, porque
nadie que no sea sabio es bienaventurado, y nadie es bienaventurado sin la
posesión del bien sumo, que consiste en el conocimiento y posesión de aquella
verdad que llamamos sabiduría. Y así como, antes de ser felices, tenemos
impresa en nuestra mente la noción de felicidad, puesto que en su virtud
sabemos y decimos con toda confianza, y sin duda alguna, que queremos ser
dichosos, así también, antes de ser sabios, tenemos en nuestra mente la
noción de la sabiduría, en virtud de la cual, cada uno de nosotros, si se le
pregunta si quiere ser sabio, responde sin sombra de duda que sí, que lo
quiere" (De lib. arbit. 9,25-26: BAC Obras de San Agustín t.3 p 351-353;
PL 32,1254).
E) La
felicidad consiste en conocer y poseer a Dios San Agustín dedica el capítulo
12 del libro Sobre el libre albedrío a demostrar la existencia de una verdad
fuera de nuestra inteligencia y superior a ella. Basa su prueba en el hecho de
que diversas inteligencias ven una misma verdad, y, por otra parte, esas
inteligencias son tornadizas, y la verdad, inmutable. Por lo tanto, existe una
verdad superior a nuestra razón. Esa verdad debe de ser nuestro sumo bien.
a)
VARIOS GÉNEROS DE FELICIDAD INSATISFACTORIOS 'Te prometí demostrarte... que
había algo que era mucho más sublime que nuestro espíritu y que nuestra
razón. Aquí lo tienes: es la misma verdad. Abrázala, si puedes; goza de ella,
y alégrate en el Señor y te concederá las peticiones de tu corazón (Ps.
37,4). Porque ¿qué más pides tú que ser dichoso? ¿Y quién más dichoso que
el que goza de la inconcusa, incomnutable y excelentísima verdad?"...
"Los hombres dicen que son felices cuando tienen entre sus brazos los
cuerpos hermosos, ardientemente deseados, ya de las cónyuges, ya de las
meretrices, ¿y dudamos nosotros llegar a ser felices abrazándonos con la
verdad? Se tienen los hombres por felices cuando, secas las fauces por el ardor
de la sed, llegan a una fuente abundante y salubre, o cuando, hambrientos,
encuentran una comida o cena bien condimentada, ¿y negaremos nosotros que somos
felices cuando la verdad sacia nuestra sed y nuestra hambre?"... "Con
frecuencia oímos decir a muchos que son dichosos porque se acuestan entre rosas
y otras flores, o también porque recrean su olfato con los perfumes más
aromáticos; pero ¿qué cosa hay más aromática y agradable que la
inspiración de la verdad? ¿Y dudamos proclamar que somos bienaventurados
cuando ella nos inspira?".. . "Muchos hacen consistir la
bienaventuranza de la vida en el canto de la voz humana y en el sonido de la
lira y de la flauta, y cuando estas cosas les faltan se consideran miserables y
cuando las tienen saltan de alegría; y nosotros, sintiendo en nuestras almas
suavemente y sin el menor ruido el sublime, armonioso y elocuente silencio de la
verdad, si así puede decirse, ¿buscaremos otra vida rnás dichosa y no
gozaremos de la tan cierta y presente a nuestras almas ?". . . "Cuando
los hombres encuentran sus delicias en contemplar el brillo del oro y de la
plata, el de las piedras preciosas y de los demás colores, o en la
contemplación del esplendor y encanto de la misma luz que ilumina nuestros
carnales ojos, ora proceda ella del fuego de la tierra, ora de las estrellas, o
de la luna, o del sol, y de este placer no les aparta ni la necesidad ni
molestias de ningún género, y les parece que son dichosos, y por gozar de
ellas quisieran vivir si empre, ¿temeremos nosotros hacer consistir la vida
bienaventurada en la contemplación del esplendor de la verdad?"
b) LA
VERDAD, SUPREMA FELICIDAD "Todo lo contrario, y puesto que en la verdad se
conoce y se posee el bien sumo, y la verdad es la sabiduría, fijemos en ella
nuestra mente y apoderémonos así del bien sumo y gocemos de él, pues
bienaventurado el que goza del sumo bien..." "Esta, la verdad, es la
que contiene en sí todos los bienes que son verdaderos, y de los que los
hombres inteligentes, según la capacidad de su penetración, eligen para su
dicha uno o varios. Pero así como entre los hombres hay quienes a la luz del
sol eligen los objetos, que contemplan con agrado, y en contemplarlos ponen
todos sus encantos y quienes, teniendo una vista más vigorosa, más sana y
potentisima, a nada miran con más placer que al sol, que ilumina tambien las
demás cosas, en cuya contemplación se recrean los ojos más débiles, así
también, cuando una poderosa inteligencia descubre y ve con certeza la multitud
de cosas que hay inconmutablemente verdaderas, se orienta hacia la misma verdad,
que todo lo ilumina, y, adhiriéndose a ella, parece como que se olvida de todas
las demás cosas, y, gozando de ella, goza a la vez de todas las demás, porque
cuanto hay de agradable en todas las cosas verdaderas lo es precisamente en
virtud de la misma verdad".
c)
LIBERTAD, FELICIDAD Y VERDAD SUPREMAS "En esto consiste también nuestra
libertad, en someternos a esta verdad suprema; y esta libertad es nuestro mismo
Dios, que nos libra de la muerte, es decir, del estado de pecado. La misma
verdad hecha hombre y hablando con los hombres, dijo a los que creían en ella:
Si fuereis fieles en guardar mi palabras seréis verdaderamente mis discípulos
y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Io 8,31-32). De ninguna
cosa goza el alma con libertad sino de la que goza con seguridad" (cf. De
lib. arbit. 13,35-37: BAC, t. 3 p.369-73; PL 32,1260).
d )
DIOS, SUPREMO BIEN DEL HOMBRE En resumen, "el que busca el modo de
conseguir la vida feliz, en realidad no busca otra cosa que la determinación de
ese fin bueno en orden a alcanzar un conocimiento cierto e inconcuso de ese sumo
bien del hombre, el cual no puede consistir sino en el cuerpo, o en el alma, o
en Dios; o en dos de estas cosas o en todas ellas. Una vez que hayas descartado
la hipótesis de que el supremo bien del hombre puede consistir en el cuerpo, no
queda más que el alma y Dios. Y si consigues advertir que al alma le ocurre lo
mismo que al cuerpo, ya no queda más que Dios, en el cual consiste el supremo
bien del hombre. No porque las demás cosas sean malas, sino porque bien supremo
es aquel al que todo lo demas se refiere. Somos felices cuando disfrutamos de
aquello por lo cual se desean los otros bienes, aquello que se anhela por si
mismo y no por conseguir otra cosa. Por lo tanto, el fin se halla cuando no
queda ya nada por correr no hay referencia ulterior alguna. Allí se encuentra
el descanso del deseo, la seguridad de la fruición, el goce tranquilísimo de
la buena voluntad" (cf. Epist. 118,313: BAC, Obras t. 8 p.854; PL 33,4381.
F)
Inclinación sobrenatural a Dios
El
deseo sobrenatural y la necesidad que tenemos de Dios nos muestra que Dios es
nuestro fin. San Agustín se imagina aquella escena del Génesis en que el
Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, como símbolo del Espíritu Santo,
moviéndose sobre el abismo de nuestras almas e impulsándolas hacia arriba.
"¿Qué
diré de ese peso de los deseos que nos empuja hacia el abismo negro, y del modo
como nos levanta el Espíritu Santo, que se mueve sobre las aguas? ¿Cómo
explicaré que nos hundimos y que flotamos? ¿ Qué semejanza encontraré?.. .
Son nuestros afectos, son nuestros amores, son las inmundicias del espíritu
humano, que se escurre hacia abajo con el amor de los cuidados y es tu santidad
la que nos sube con el amor de la seguridad, para que elevemos nuestro corazón
a ti y alcancemos aquel descanso supereminente después que nuestra alma haya
atravesado estas aguas que no tienen consistencia (Ps. 123,5)" (cf.
Confesiones XIII, 7,8; BAC Obras de San Agustín t.2 p.904-910; PL 32.847).
"Resbalan los ángeles, resbala el alma del hombre, y todas las criaturas
espirituales caerían en el abismo profundo y tenebroso si tú no hubieses dicho
desde un principio Hágase la luz (Gen. 1.3), Y la luz se hubiera hecho... Y
esta misma miserable inquietud de las almas que resbalan y que nos muestra sus
tinieblas, una vez desnudas del vestido de tu luz, nos enseña suficientemente
la grandeza de la criatura racional que no puede conseguir el descanso feliz con
nada que sea menos que tú y, por lo tanto, nunca en sí misma. Tú, Dios mio,
iluminarás nuestras tinieblas (Ps 17,29)..., pues de ti nacen nuestros
vestidos, y nuestras tinieblas serán como mediodía (Ps. 138,12). Entreguéme a
ti, Dios mío, vuelve a mí; yo te amo, y si te amo poco, te amaré más. No
puedo medir y saber cuánto amor tuyo me falta para llegar a la suficiencia y
que mi vida alcance tus abrazos y no se separe de ti hasta que pueda esconderme
en tu rostro (Ps. 30,21). Sólo sé una cosa, que me va mal fuera de ti, y no
sólo fuera de ti, sino hasta en mí mismo, y toda riqueza que no sea mi Dios es
pobreza para mí" (ibid., XIII, 8,9).
C) La
felicidad exige la eternidad "Tarde te he amado, ¡oh Hermosura tan antigua
y tan nueva!; tarde te he amado, y te tenía dentro, y yo andaba fuera y te
buscaba allí y me desparramaba por las cosas hermosas que tú hiciste. Tú
estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me sujetaba lejos de ti todo aquello
que, si no hubiese estado en ti, hubiera perdido el ser. Y tú me llamaste y tu
gritaste y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y desvaneciste mi
ceguedad; despediste tu fragancia y pude guiar mi espíritu, y ahora te anhelo.
Gusté de ti y tengo hambre y sed. Me tocaste, y me ha colmado tu paz" (cf.
Confesiones X,27,38: BAC, t.2 p.751, PL 32,795). "Cuando me uno a ti
totalmente, no sufro dolores ni trabajos; mi vida se llena toda de ti, pero,
como quiera que tu levantas a los que llenas y ahora no estoy lleno, me soy una
carga para mí mismo. Batallan las alegrías mías, que merecen llorarse, con
las penas que debían alegrar, y yo no sé distinguir hacia qué parte se
inclina la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! Pelean mis
tristezas malas con las alegrías buenas, y no sé en qué parte está la
victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! ¡Ay de mí! No escondo
mis heridas. Tú eres el médico, y yo el enfermo; tú el misericordioso, y yo
el mísero. ¿No es acaso una tentación la vida humana en esta tierra? (Job
7,1). ¿Hay quien desee sus molestias y dificultades? Tú mismo me mandas que
las soporte, pero no que las ame. Nadie ama lo que soporta, aunque ame el
tolerarlo. Si bien se alegran de su paciencia, preferirían que no existiera lo
que la ocasiona. En medio de la adversidad deseo la prosperidad; en la
prosperidad temo la adversidad. Y en medio de todo ello, ¿como no va a ser
tentación la vida humana? ¡Ay, una y mil veces, de las prosperidades del
siglo, del temor de la adversidad y de la corrupción de la alegría! (ibid.,
X,28,39).
H) La
gloria, esperanza de los hijos adoptivos
a)
HIJOS DE DIOS EN LA ESPERANZA CR/HIJO-DE-D: Haznos ver, ¡oh Yavé!, tus
piedades y danos tu ayuda salvadora (Ps. 84,8). Danos tu misericordia, que no es
otra cosa sino Cristo, el pan que bajó del cielo. Nos dio a Cristo, pero a
Cristo hombre, y el que nos lo dió hombre, nos lo ha de dar también como Dios.
A los hombres les dio un hombre, porque no podían verle de otra manera. A
Cristo Dios ningún hombre puede verle. Se hizo hombre para los hombres; se
reserva en cuanto Dios para los dioses. ¿Estoy hablando quizá soberbiamente?
Lo sería si El mismo no hubiese dicho: Sois dioses, sois hijos del Altísimo (Ps.
81,6, y Jn. 10,34). La adopción divina nos renueva, nos trueca en hijos de
Dios. Por ahora lo somos, pero sólo por la fe y en la esperanza, no en la
realidad... Ahora creemos lo que no vemos; pero, permaneciendo firmes en creer
lo que no se ve, conseguiremos ver lo que creemos. Por eso Juan en su Epistola
nos dice: Ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que hemos de
ser (1 Jn. 3,2). ¿Cómo no saltaria de gozo un pobre peregrino, desconocedor de
su familia, hambriento y lleno de calamidades, si de repente se le dijera: Eres
hijo de un senador, tu padre nada en riquezas y te llama? ¿Cuál no seria su
alegría sI estas promesas no fueran falsas? Pues ahí tenéis que un Apostol de
Cristo, que no miente, se os acerca y dice: ¿Por que desesperáis, por qué os
afligís y os quebrantáis de pena, por qué os empeñáis en vivir en la
miseria de estos placeres siguiendo vuestras concupiscencias? Teneis un Padre,
teneis una patria, tenéis un patrimonio. ¿Quien es el Padre?. Somos hijos de
Dios. ¿Por qué, pues, no vamos a nuestro Padre? Porque aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser. ¿Y qué seremos? Seremos semejantes a El,
porque le veremos tal cual es" (ibid.).
b)
HERMOSURA DE DIOS Pero quizás veamos al Padre y no a Cristo. "Oye a
Cristo: El que me ve a mí, ve a mi Padre (Io. 14,9). Cuando se ve al Dios
único, se ve a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo...
Meditad, hermanos, aquella hermosura. Todas estas cosas que veis y que amáis,
las hizo El y si son hermosas, ¿qué no será El mismo? Si son grandes, ¿cuán
grande será El? Sírvanos todo esto que amamos para encendernos en deseos
mayores de El y, despreciándolas, amarle... ¡Oh Señor!, danos a tu Cristo,
conozcamos a tu Cristo, veamos a tu Cristo, no como lo vieron los judíos que lo
crucificaron, sino como lo ven los ángeles, que lo ven y gozan" (cf.
Enarrat. in Ps. 84,10: PL 36,1073).
I)
Tranquilidad eterna del cielo
a )
FELICIDAD TRANQUILA CIELO/COMO-SERA/AG "¿Qué recibirán los buenos?... Os
he dicho que estaremos a salvo, viviremos incólumes, gozaremos la vida sin
pena, sin hambre. sin sed, sin defecto alguno, con los ojos limpios para la luz.
Todo eso os he dicho y, sin embargo, me he callado lo principal. Veremos a Dios,
y ésta es tan gran cosa, que en su comparación todo lo anterior es nada... A
Dios no puede versele ahora tal y como es; sin embargo, le veremos, por eso se
dice que el ojo no vio ni el oído oyó, pero lo verán los buenos, lo verán
los piadosos, lo verán los misericordiosos" (Serm. 128,11 PL 38,711).
b)
FELICIDAD ETERNA "¿Y qué, hermanos? Si os preguntase si queréis ser
felices, si queréis vivir sanos, todos me contestaríais que desde luego. Pero
una salud y una vida cuyo fin se teme, no es vida. Eso no es vivir siempre, sino
temer continuamente Y temer continuamente es ser atormentado sin interrupción y
siI vuestro tormento es sempiterno, ¿dónde está la vida eterna? Estamos muy
seguros de que una vida, para ser feliz, necesita ser eterna; de lo contrario,
no sería feliz ni aun siquiera vida, porque, si no es eterna, si no se colma
con una saciedad perpetua, no merece el nombre ni de felicidad ni de vida...
Cuando lleguemos a aquella vida prometida al que guarde los mandamientos, habré
de decir que es eterna? ¿Habré de decir que es feliz? Me basta con decir que
es vida porque es vida, es eterna y es feliz. Y cuando la alcancemos podemos
estar seguros de que no ha de fenecer. Pues si, una vez llegados a ella,
estuviéramos inciertos sobre su futuro temeríamos, y donde hay temor hay
tormento, no del cuerpo sino de lo que es más grave, del corazón, y donde hay
tormento, ¿cómo podrá haber felicidad? Luego bien seguro es que aquella vida
es eterna y no se acabará porque viviremos en aquel reino del que se ha dicho
que no tiene fin (Lc. 1,33)" (Serm. 307,7: PL 38,1403).
C)
SACIEDAD INSACIABLE "Saciedad insaciable, sin cansancio; siempre
hambrientos y siempre saciados. Oye dos sentencias de la Escritura: Los que me
comen tendrán más hambre de mi, y los que me beben quedarán sedientos (Si
24,21). Y para que no pienses que allí puede haber necesidad o hambre, oye al
Señor: Quien bebe de esa agua, volverá a tener sed (Io. 4,131. Pero me
preguntas: ¿cuándo será esto? Cuando quiera que sea, tú espera al Señor,
ten paciencia, obra virilmente y ensánchese tu corazón: falta menos de lo que
ha pasado" (Serm. 170.9 : PL 38,932) .
J)
Exhortación final
San
Agustín comenta las palabras del Apóstol: Alegraos siempre en el Señor (Flp
4.4-6). El Apóstol nos manda alegrarnos, pero no en el siglo, sino en el
Señor. Hay dos gozos diferentes: uno es el gozo de este siglo y otro el gozo de
Dios. Hay dos gozos de Dios: uno en esta vida y otro en el cielo. Pero ¿como no
me podré alegrar con el gozo de este siglo, si vivo en él ? Levantándome
sobre este mundo y pensando en Cristo. Cristo está cerca.
a)
DIOS Y EL HOMBRE "¿Puede haber dos cosas más lejanas y remotas que Dios y
los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores?... Muy lejos
estaba de nosotros, mortales y pecadores, el que era inmortal y justo, pero
descendió hasta la tierra para estar muy cercano el que vivía lejos. ¿Y qué
hizo? EI tenía dos bienes, y nosotros dos males. El, dos bienes: la justicia y
la inmortalidad; nosotros, dos males: la iniquidad y la muerte. Si hubiese
asumido nuestros dos males, hubiese sido como uno de nosotros y hubiera
necesitado también un liberador. ¿Qué hace, pues, para ser próximo a
nosotros? Próximo quiere decir no igual a nosotros. sino cercano. Considera dos
cosas: es justo y es inmortal. En nuestros dos males, uno es la culpa y el otro
la pena. La culpa consiste en ser malos; la pena, en ser mortales. El, para
hacerse próximo a nosotros tomó nuestra pena, pero no nuestra culpa, y si
tomó ésta fué para borrarla. no para obrarla... Permaneciendo justo, recibió
la mortalidad, y asumiendo la pena, pero no la culpa, borró la culpa y la
pena".
b) LA
ALEGRÍA DEL SIGLO Y EL GOZO DE DIOS "¿Cuál es el gozo de este siglo?
Gozarse en el mal, en la torpeza, en la fealdad, en la deformidad; en todo esto
se goza el siglo... Te lo diré brevísimamente: La alegría del siglo es la
maldad impune". Viven los hombres en medio de sus delitos, y si no les
sobreviene un castigo, se consideran felices. "He aquí la alegría del
siglo, pero Dios no piensa como el hombre; sus pensamientos son muy
distintos". "Somos hijos. ¿Cómo lo sabemos? Porque murió por
nosotros el Unigénito, para no seguir siendo uno solo. No quiso ser uno solo el
que murió solo. El Hijo único de Dios engendró otros muchos hijos de Dios...
¿Dudaréis que va a repartir sus bienes el que no se creyó indigno de recibir
nuestros males? Luego, hermanos, gozaos en el Señor y no en este siglo, esto
es, gozaos en la verdad y no en la iniquidad; gozaos en la esperanza de la
eternidad y no en la flor de la vanidad. Por lo tanto, dondequiera que os
encontréis, sabed que el Señor está próximo (Flp. 4,5)".
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