LIBRO SEGUNDO
DISPUTA PRIMERA
CAPÍTULO I
Examen de la definición
del orden
1. Pasados pocos días, vino Alipio, y después
de una espléndida salida del sol, la claridad y la pureza del cielo, la
temperatura benigna para el rigor de la estación invernal, nos convidaron a
bajar a un prado que frecuentábamos y nos era muy familiar. Con nosotros también
se hallaba nuestra madre, cuyo ingenio y ardoroso entusiasmo por las cosas
divinas había observado yo con larga y diligente atención. Pero entonces, en una
conversación que sobre un grave tema tuvimos con motivo de mi cumpleaños y
asistencia de algunos convidados, y que yo redacté y reduje a volumen, se me
descubrió tanto su espíritu que ninguno me parecía más apto que ella para el
cultivo de la sana filosofía. Y así, había ordenado que cuando estuviese libre
de ocupaciones tomase parte en nuestros coloquios, como te consta por el libro
primero.
2. Estando, pues, sentados con la mayor
comodidad en el lugar mencionado, dije a los dos jóvenes:
-Aunque me mostré severo con vosotros, porque
tratabais puerilmente de cosas tan graves, con todo, me parece que no sin orden
y favor de Dios se empleó tanto tiempo en el discurso, con que os quise
curar de esta ligereza, obligándonos a aplazar el estudio de la cuestión hasta
la venida de Alipio. Por lo cual, como le tengo ya bien informado de todo, así
como de los progresos que hemos realizado, ¿estás dispuesto, Licencio, a
defender con tu definición el orden según tu cometido? Pues recuerdo que
definiste el orden diciendo que es aquello con que Dios obra todas las cosas.
-Dispuesto estoy según mis fuerzas-contestó el
interpelado.
-¿Cómo, pues, realiza Dios con orden todas las
cosas? ¿Está Él mismo dentro del orden, o modera todo lo demás con exclusión de
sí mismo?
-Donde todas las cosas son buenas, allí no hay
orden-dijo-. Porque hay una suma igualdad que no exige orden.
-¿Niegas-le dije-que en Dios están todos los bienes?
-De ningún modo-respondió.
-Luego ni Dios ni todo lo divino están regidos por
el orden. Hizo señales de aprobación.
-¿Crees tal vez que todos los bienes no son nada?-le
insté yo.
-Antes bien, ellos verdaderamente existen.
-¿Dónde está, pues, aquello que dijiste que todo
está regido y administrado con orden, sin haber nada que se sustraiga a su
jurisdicción?
-Es que también hay males-respondió-, los cuales
contribuyen al orden de los bienes; no sólo, pues, los bienes, sino bienes y
males están regidos por el orden. Cuando decimos: todo lo que existe, no
hablamos solamente de los bienes. De lo cual se sigue que todas las cosas que
Dios administra se moderan con orden.
CUESTIÓN PRIMERA
3. Yo le apremié diciendo:
-Las cosas administradas y regidas, ¿te parece que
se mudan o son inmóviles?
-Las que se hacen en este mundo, confieso que se
mueven -dijo.
-Y las demás, ¿niegas que se muevan?
-Todo cuanto hay en Dios es inmóvil; lo demás, creo
está sometido a la ley del movimiento.
-Luego-le argüí yo-si todo lo que está en Dios es
inmutable y lo demás se mueve, síguese que las cosas mudables no están con Dios.
-Repíteme lo que has dicho más claro. Parecióme que
dijo esto, no para comprender mejor el argumento, sino para tomarse tiempo y
resolver mi objeción.
-Tú afirmas-repetí-que lo que está en Dios no se
muda,, mientras todo lo demás se mueve. Luego si las cosas mudables fueran
inmutables puestas en Dios, porque sigue su condición inmutable todo lo que se
halla en Dios, dedúcese que están fuera de Dios las cosas que se mudan.
Licencio callaba, pero al fin rompió el silencio
diciendo:
-Paréceme a mí que, aun en este mundo, las cosas que
permanecen sin mudarse están en Dios.
-Eso no me interesa-le dije-. Porque equivale a
decir que no todas las cosas que hay en este mundo se mueven. Luego hay
cosas en el mundo que no están en Dios.
-Lo confieso: no todo está con Dios.
-Luego hay algo sin Dios.
-No-respondió.
-Están, pues, con Dios todas las cosas.
-No he dicho-continuó vacilando-que no hay nada sin
Dios, porque las cosas móviles no me parece que están con Dios.
-Luego ¿está sin Dios ese cielo que a los ojos de
todos aparece moviéndose?
-De ningún modo admito eso.
-Por lo mismo, hay cosas mudables que están con
Dios.
-No acierto a explicar como quisiera mi pensamiento;
pero lo que me esfuerzo por decir, penetradlo, más que por mis palabras, con la
sagacidad de vuestra mente. Porque sin Dios, a mi parecer, no hay nada, y lo que
está con Dios creo que debe permanecer en un firme ser; pero no oso decir que el
cielo está vacío de Dios, no sólo porque creo que nada hay sin Él, más también
porque, según opino, el cielo tiene algo de inmutable, que o es Dios o está con
Dios, aun cuando creo que gira constantemente.
CAPÍTULO II
Qué es estar con
Dios.-Cómo el sabio permanece sin mudarse en Dios
4. -Define, pues, si te place-le dije-, lo
que es el estar con Dios y qué es no estar sin Él. Porque si se trata de una
cuestión de palabras, fácilmente se disipa, con tal que convengamos en la
realidad concebida por la mente.
-No me gusta definir-respondió.
-Entonces, ¿qué vamos a hacer?
-Define tú, te ruego, porque a mí más fácil me
resulta combatir las definiciones ajenas que dar una propia exacta.
-Pues te daré gusto. ¿No te parece que está con Dios
lo que es regido y gobernado por Él?
-No era ésa mi idea al decir que se hallaba en Dios
las cosas inmudables.
-Dime, pues, si se agrada esta obra definición: está
con Dios todo lo que entiende a Dios.
-Esa me gusta.
-Ahora te pregunto: el sabio, ¿no te parece que
entiende a Dios?
-Sí.
-Pues bien: los sabios no sólo se mueven en su casa
o ciudad, sino recorren vastas regiones peregrinando y navegando; entonces, ¿
cómo puede ser verdad que todo lo que está en Dios es inmóvil?
-Me has provocado a risa como si hubieses dicho que
la acción del sabio está con Dios. Con Dios está lo que él conoce.
-Pues ¿no conoce igualmente el sabio sus
libros, su manto, su túnica, el mobiliario de su casa y todo lo demás que hasta
los necios también conocen?
-Confieso que el conocer la túnica y el manto no es
estar con Dios.
5. -He aquí, pues, lo que tú dices: no todo
lo que el sabio conoce está con Dios. Mas aquella parte suya que está unida a
Dios, la conoce el sabio.
-Muy bien has explicado, pues todo lo que conoce por
los sentidos no está con Dios, sino lo que percibe con su mente. Me atrevo aún a
decir más: vuestra discreción me confirmará o corregirá. Quien se entrega a la
percepción de las cosas sensibles, no sólo está alejado de Dios, mas aun de sí
mismo.
Aquí conocí por el semblante que Trigecio quería
intervenir y hablar y se lo impedía la vergüenza de meterse en campo ajeno; le
di licencia para que, aprovechando el silencio de su compañero, manifestase su
modo de pensar. Y dijo:
-Lo que pertenece a las percepciones sensoriales, yo
creo que nadie lo conoce, porque una cosa es sentir, otra entender. Por lo cual
creo yo que lo que conocemos se contiene en la inteligencia, y con ella sólo
puede comprenderse. Luego si suponemos hallarse en Dios lo que el sabio
comprende con su inteligencia, será necesario poner en Dios todos los
conocimientos del sabio.
Habiendo aprobado esta observación Licencio, añadió
otra digna de consignarse:
-El sabio está ciertamente con Dios, porque también
a sí mismo se entiende el que lo es. Esta es una conclusión derivada de lo que
tú has dicho: que está con Dios el que lo abraza, con su inteligencia, y
de lo que nosotros decimos, conviene a saber: que también está con Dios aquello
que es objeto de la inteligencia del sabio. Mas por lo que se refiere a esta
parte inferior por la que usa de los sentidos corporales-la cual creo no debe
tenerse en cuenta cuando se habla del sabio-, confieso que no la conozco ni
puedo conjeturar qué sea.
6. -Luego niegas tú-le dije-que el sabio no
sólo consta de alma y cuerpo, pero aun del alma íntegra, pues locura sería negar
que a ella pertenece también la porción que usa de los sentidos. No son los ojos
ni los oídos, sino no sé qué otra cosa la que siente por ellos. Y si la misma
facultad de sentir no la ponemos en la potencia intelectiva, tampoco habrá que
ponerla en ninguna parte del alma. Y entonces habrá que atribuirla al cuerpo, lo
cual me parece ahora grave desatino.
-El alma del sabio-dijo él-, purificada con las
virtudes y unida ya a Dios, merece el nombre de sabia, ni hay en ella otra
porción digna de tal calificativo; con todo, aún militan a su servicio cierta
como sordidez y despojos, de que se ha purificado, y como desnudado, retirándose
dentro de sí mismo. O si toda ella se ha de llamar alma, sirven esas cosas y
viven sometidas a la porción a la que sólo conviene el nombre de sabia. En la
parte inferior pienso que habita también la memoria, de la cual el sabio
dispone, dándole e imponiéndole leyes como a siervo sumiso y amansado para que
mientras utiliza la ayuda de los sentidos en las cosas necesarias, no ya al
sabio, sino a ella, reprima todo ímpetu y rebeldía contra el señor, usando
moderadamente de su caudal. A esta porción inferior pertenecen igualmente las
cosas transitorias. Pues ¿para qué es necesaria la memoria sino para las cosas
que se deslizan y huyen? El sabio, pues, abraza a Dios y goza de su ser eterno
sin sucesión ni alternativa temporal, y por lo mismo que verdaderamente es,
siempre presente. Y permaneciendo inmutable y en sí mismo, cuida de los bienes
de su esclavo, usándolos bien y conservándolos sobriamente, como fámulo
morigerado y diligente.
7. Admíreme de esta sentencia, recordando que
yo también la había dicho delante de él. Y sonriéndome le dije:
-Da gracias a este siervo tuyo, que si no te
sirviese algo de su caudal, no hallarías qué ofrecernos aquí. Pues si la memoria
pertenece a aquella porción que como esclava se somete a la jurisdicción de la
mente para ser regida, ella te ha ayudado, créeme, ahora para decir lo que has
dicho. Antes, pues, de volver al orden, ¿no te parece que el sabio necesita de
la memoria para estas disciplinas honestas e indispensables?
-Mas ¿para qué quiere el sabio la memoria, si todo
lo guarda y tiene presente en sí mismo? Mira que no recurrimos a ella en cosas
que tenemos o vemos delante. ¿Qué necesidad, pues, tiene el sabio del uso de la
memoria, teniendo todo ante a los ojos interiores de su entendimiento, esto es,
teniendo a Dios, a quien abraza con una mirada fija e inmutable, y en Él todas
las cosas que el entendimiento ve y posee? A mí, en cambio, para recordar las
cosas que te he oído a ti me falla el dominio sobre el siervo; unas veces le
sirvo, otras lucho para no servirle, aspirando a mi propia libertad. Y si
algunas veces le mando y él me obedece, haciéndome creer que lo tengo vencido,
otras se me solivianta y caigo miserablemente a sus pies. Por lo cual, cuando
hablamos del sabio yo no entro para nada.
-Ni yo tampoco-le dije-. Pero ¿acaso el sabio puede
abandonar a los suyos, o mientras vive en esta vida, donde trae ligado a este
siervo, dejará su obligación de favorecer a los demás a quienes puede y, sobre
todo, de enseñar la sabiduría, lo cual principalísimamente se le exige? Y al
hacer esto y enseñar como conviene, con aptitud, frecuentemente prepara lo que
ha de exponer y discutir con orden; y si esto no se encomienda a la memoria,
necesariamente perece. Luego, o niega los oficios de benevolencia que debe
cumplir el sabio, o confiesa que algunas cosas se manipulan en su memoria. ¿O
tal vez guarda en el depósito de aquel siervo algún bien necesario, no para sí,
sino para los suyos, para que él, como sobrio y puesto bajo la óptima disciplina
de su dueño, sólo tenga en custodia lo que para atraer a los ignorantes a la
sabiduría le ha ordenado que embolse?
-No creo que el sabio-dijo Licencio-encomiende nada
a éste, porque siempre se halla engolfado en Dios, ya calle, ya hable con los
hombres, y aquel siervo, bien instruido ya, conserva diligentemente lo que le ha
de sugerir al dueño cuando disputa, porque de muy buen grado le presta su
obediencia y sumisión, como a justísimo señor bajo cuya potestad vive. Y esto no
lo hace como razonando, sino imperándole él con una ley y orden superior.
-No resisto-le respondí-ya a tus razones, a fin de
dar cima al plan que emprendimos. Pero convendrá volver a este tema y tratarlo
con esmero en otra ocasión, cuando Dios nos diere oportunidad con su orden,
porque es interesante y requiere detenido estudio.
CAPÍTULO III
Si la ignorancia está con
Dios
8. Se ha definido lo que es estar con Dios, y
al decir yo que está con Dios todo lo que entiende a Dios, vosotros habéis
querido añadir más, y es que también están allí las cosas que entiende el sabio.
Y en este punto me sorprende mucho que hayáis colocado la estulticia en Dios.
Porque si con Dios están las cosas que el sabio entiende y no puede evitar la
estulticia sino después de comprenderla, luego también se hallará esa peste en
Dios. Y me horroriza decir eso.
Mi inesperada conclusión les sorprendió, y al cabo
de un rato de silencio declaró Trigecio:
-Celebraremos que intervenga aquí quien con su
llegada ha traído un nuevo alborozo a estas discusiones familiares.
Entonces dijo Alipio:
-Quiera el cielo depararme más agradables sorpresas.
¿Conque para mí se guardaba tan largo silencio? Se acabó mi reposa Me esforzaré
por satisfacer a esta pregunta, con tal que antes me ponga en salvo para lo
futuro, consiguiendo de vosotros que no me hagáis más preguntas.
-No es propio-le dije yo-, ¡oh Alipio!, de tu
benevolencia y humanidad negar la deseada cooperación de tu palabra a nuestra
conversación. Pero sigue adelante y cumple lo qué has prometido; todo lo demás
se desplegará según el orden que se ofreciere.
-Justamente el orden-añadió-me hace concebir las más
bellas esperanzas, y para su defensa me habéis querido substituir entre tanto.
Pero, si no me engaño, lo que te mueve a ti a poner la estulticia en Dios es la
aserción de éstos: Está con Dios todo lo que el sabio conoce. No me meto ahora
en interpretar el sentido que debe darse a esta aserción; repara más bien en tu
raciocinio. Porque has dicho: si con Dios está todo lo que entiende el sabio, no
puede evitar la estulticia, sino entendiéndola. Pero es evidente que ninguno
antes de escapar de la ignorancia merece el nombre de sabio. Se dijo que las
cosas que el sabio entiende, están con Dios. Luego cuando para evitar la
ignorancia se esfuerza por entenderla, no ha alcanzado aún la sabiduría. Y
cuando ya es sabio, no se ha de enumerar la ignorancia entre las cosas que
entiende. En conclusión: por hallarse unidas en Dios todas las cosas que el
sabio entiende, síguese que está alejada de allí la estulticia.
9. -Aguda, como tuya, Alipio-le dije-, ha
sido la respuesta, pero como de quien ha sido metido en un aprieto ajeno. Con
todo, como creo que tú también te cuentas entre los ignorantes, lo mismo que yo,
¿qué haríamos si hallásemos un sabio para que generosamente nos libertase de
este mal con su doctrina y discusión? Pues yo creo que lo primero que debemos
exigirle es que nos declare la calidad, la esencia y las propiedades de la
ignorancia. No va contigo esta afirmación; pero en cuanto a mí, es un estorbo y
un impedimento que me detiene, mientras no sepa lo que es. Según tú, pues, aquel
maestro nos diría: para enseñaros esto debíais haber venido a preguntármelo
cuando era un ignorante; ahora vosotros podéis ser vuestros propios maestros,
porque yo no conozco la ignorancia. Si así hablara aquel sabio, yo no tendría
reparo en decirle que se hiciera compañero nuestro, e iría a buscar otro maestro
para todos. Pues aunque no conozco plenamente lo que es la estulticia, sin
embargo, esta respuesta me parece sumamente necia. Pero se sonrojará él tal vez
o de dejarnos o seguirnos, y disputará con nosotros muy copiosamente acerca de
los males que trae la estulticia. Y nosotros, ya advertidos, o bien oiremos
cortésmente al que habla de lo que no sabe, o creeremos que él sabe lo que no
entiende, o que la estulticia va vinculada a Dios, si nos atenemos a la opinión
de tus defendidos. Pero ninguna de las dos hipótesis primeras me parece
aceptable, y queda, por tanto, el extremo que a vosotros os desplace.
-Nunca te creí envidioso-dijo-. Pero si de estos
amparados míos que dices hubiera recibido algún honorario, al verte a ti tan
tenazmente adherido a tus razones, debiera devolverles lo que recibí. Básteles,
pues, a éstos el tiempo que, al entretenerme contigo, les he dado para
discurrir; o si quieren atenerse al consejo de su defensor vencido, sin culpa
alguna de su parte, dobleguen su parecer ante ti y sean en lo demás más
precavidos.
10. -No despreciaré lo que Trigecio-le
repliqué yo-deseaba proferir, como porfiando en favor de tu defensa, y lo haré
contando con tu venia. Porque tal vez no estás bien informado por tu reciente
llegada, y así, quiero pacientemente escucharlos defender su propia causa sin
abogado alguno, como había comenzado.
Entonces Trigecio dijo (Licencio estaba ausente):
-Tomad como queráis y burlaos de mi ignorancia. A mí
me parece que no debe llamarse inteligencia o intelección el acto de conocer lo
que es la ignorancia, porque ella es el obstáculo principal o único del
entender.
-No es cosa fácil rehusar lo que dices-le dije yo-.
Aunque me hace fuerza lo que dice Alipio: que muy bien puede enseñarse la
cualidad de una cosa que no se entiende y los daños que acarrea a la mente que
la desconoce, y mirando también cómo ha tenido reparo en decir lo que tú dices
(siéndole conocida esta sentencia por los libros de algunos autores graves), no
obstante, cuando considero los sentidos del cuerpo, que son instrumentos dé que
usa el alma, y me suministran algún elemento de comparación con el
entendimiento, no puedo menos que confesar que nadie puede ver las tinieblas.
Por lo cual, si es a la mente el entender lo que a los sentidos el ver, y aunque
uno tenga los ojos sanos, abiertos y puros, con todo, no puede ver las
tinieblas, no habrá ningún absurdo en decir que no puede entenderse la
estulticia, porque ella forma las tinieblas de la mente. Ni hará dificultad cómo
pueda ser evitada la necedad sin haberla conocido. Pues así como con los ojos
evitamos las tinieblas queriendo ver, de igual modo el que quiera evitar la
necedad no se esfuerce por entenderla, sino aplique su atención a las cosas que
pueden entenderse y de cuyo conocimiento le priva la ignorancia y téngala como
presente, no porque en ella se entienda más, sino como un impedimento que le
hace entender menos otras cosas.
CAPÍTULO IV
Si el hombre, haciendo
mal, obra con orden. - Los males ordenados contribuyen al decoro del universo
11. Pero volvamos al orden, para que alguna
vez nos sea restituido Licencio. Ahora, pues, os pregunto si todo lo que obra el
necio se hace también con orden. Observad la trampa que hay en la pregunta. Una
respuesta afirmativa tira por tierra vuestra definición: el orden es por el que
Dios hace todas las cosas, si también el necio obra con el mismo orden todo
cuanto hace. Y si falta el orden en las cosas hechas neciamente, hay, sin duda,
algo fuera del orden y éste no es universal; y ninguna de las dos cosas os
agrada. Cuidad, os ruego, de no embrollarlo todo con pretexto de defender el
orden.
Como Licencio estaba ausente todavía, tomó su vez
Trigecio, respondiendo:
- Fácil me parece desbaratar tu objeción, pero no me
ocurre ahora ningún símil para ilustrar mi pensamiento con más fuerza y
claridad. Yo expondré mis ideas y tú las completarás con la luz de tu ingenio.
Pues gran servicio ha prestado la comparación de las tinieblas para declarar lo
que yo había formulado oscuramente. Aunque la vida inconstante de los necios no
se halla ordenada por ellos mismos, sin embargo, la divina Providencia la encaja
dentro de un orden y la asienta como en ciertos lugares dispuestos por su ley
inefable y eterna, sin permitirle estar donde no debe. Y así considerada en sí
misma con un espíritu estrecho, nos ofende y asquea por su fealdad. Pero si
levantamos y extendemos los ojos de la mente a la universalidad de las cosas,
nada hallaremos que no esté ordenado y ocupando un lugar distinto y acomodado.
12. -¡Cuántas ideas sublimes-respondí yo-,
cuántas verdades admirables me comunica por vuestra boca nuestro Dios, y no sé
qué orden oculto de las cosas, según cada vez más me inclino a creer! Porque me
estáis diciendo unas cosas que no sé cómo pueden decirse sin haberlas intuido ni
cómo las conocéis. ¡Tan altas y verdaderas me parecen! ¿Y buscabas tú un símil
para dar resalte a tu pensamiento? A mí me ocurren a granel, confirmándome en la
verdad que has dicho. ¿Qué cosa más horrible que un verdugo? ¿Ni más truculento
y fiero que su ánimo? Y, sin embargo, él tiene lugar necesario en las leyes y
está incorporado al orden con que se debe regir una sociedad bien gobernada. Es
un oficio degradante para el ánimo, pero contribuye al orden ajeno castigando a
los culpables. ¿Qué cosa mas sórdida y vana que la hermosura y las torpezas de
las meretrices, alcahuetes y otros cómplices de la corrupción? Suprime el
lenocinio de las cosas humanas y todo se perturbará con la lascivia; pon a las
meretrices en el lugar de las matronas, y todo quedará envilecido, afeado y
mancillado. Así, pues, esta clase de hombres de vida desordenada se reduce a un
vilísimo lugar por las leyes del orden. ¿No hay también en los animales algunos
miembros que mirados por sí mismos, sin la conexión que tienen con el organismo
entero, nos repugnan? Sin embargo, el orden de la Naturaleza ni los ha
suprimido, por ser necesarios, ni los ha colocado en un lugar preeminente por
causa de su deformidad, porque ellos, aun siendo deformes y ocupando su lugar,
enaltecen el de los miembros más nobles. ¿Qué cosa más atrayente, qué
espectáculo más propio de una granja campestre, como la riña y contienda de los
gallos mencionados en el libro anterior? Y con todo, ¡ qué abominable nos
pareció la deformidad del vencido! Y, sin duda, ella contribuyó también a un
aumento del interés del combate.
13. Así son todas las cosas, en mi opinión;
pero su comprensión exige una mirada perspicaz. Los poetas estiman los
barbarismos y solecismos, prefiriendo, con disfrazados nombres llamarlos figuras
y metaplasmos a evitar vicios manifiestos. Quitad a la poesía esas libertades, y
echaremos en falta un condimento gratísimo. Prodigadlas con demasía y todo será
acre, podrido, rancio y fastidioso. Trasladadlas a la conversación libre y
forense, y ¿quién no las mandará que se retiren al teatro? El orden, pues, que
todo lo modera y enfrena, ni permitirá su excesivo empleo donde se puede, ni su
uso en cualquier parte. Intercalando un estilo humilde y algo descuidado, se
embellecen los pasos y lugares venustos. Pero si predomina en todo el discurso,
se desprecia como vil; si falta, no relucen tanto los pasajes bellos ni dominan,
por decirlo así, en sus dominios y posesiones; su propio brillo los oscurece y
todo es confusión.
CAPÍTULO V
Cómo se ha de curar el
error de los que creen que las cosas no están regidas con orden
Aquí también hemos de mostrarnos muy agradecidos al
orden. Pues ¿quién no teme y detesta las conclusiones engañosas o que se
deslizan furtivamente con paulatinas adiciones y sustracciones para introducir
el error? ¿ Quién no las aborrece? Con todo, en las disputas, debidamente
colocadas en sus lugares, tanto pueden que no sé cómo por ellas hasta el mismo
engaño nos resulta agradable. ¿No se alabará también aquí el orden?
14. Si pasamos a la música, a la geometría, a
los movimientos de los astros, a las leyes de los números, de tal modo el orden
impera en ellos, que si alguien quiere ver, por decirlo así, su fuente y su
santuario, o lo descubre en ellos o por ellos, es guiado sin error hasta él. La
erudición adquirida en estas disciplinas, usada moderadamente-pues nada más
temible que lo excesivo-, forma tales discípulos y maestros en la filosofía que
por doquier volarán y llegarán, llevándose a muchos consigo, hasta aquel sumo
modo, fuera del cual ni se puede ni se debe exigir más. Y desde allí cuando
todavía vive en medio de las cosas de la vida humana, ha de mirarlas con
menosprecio y discernirlas bien, sin dejarse impresionar por cuestiones
particulares; como, por ejemplo: por qué uno carece de hijos, cuando desea
tenerlos y al otro le aflige tanto la excesiva fecundidad de la esposa; por qué
éste anda tan escaso de dinero, siendo tan liberal en sus deseos, y el usurero,
macilento y roñoso, lo incuba enterrándolo en los fosos de la tierra; por qué la
lujuria dilapida y derrocha tan cuantiosos patrimonios, y el mendigo, a fuerza
de lágrimas, apenas logra unos ochavos; por, qué es encumbrado a los.honores
este indigno; por qué hay ocultas ejemplares costumbres en la multitud anónima.
15. Estas y otras parecidas cuestiones que se
ventilan en la vida humana impulsan muchas veces a los hombres a creer
impíamente que 'no estamos gobernados por el orden de la Providencia, mientras
otros, piadosos y buenos y dotados de espléndido ingenio, no pudiendo creer que
estemos abandonados del sumo Dios, con todo, envueltos en la bruma y en la
confusa riolada de tantas cosas, no aciertan a ver ningún orden y quieren que se
les descubran las causas ocultísimas, y recurren a la poesía para cantar sus
lamentos y errores. Los cuales no hallarán una satisfactoria respuesta ni para
esta sencilla cuestión: ¿ por qué los italianos piden siempre inviernos serenos
y nuestra miserable Getulia se muere de sed? ¿Quién puede responder a esto? ¿O
dónde se pueden descifrar y conjeturar los motivos de semejante disposición?
Pero yo, si algo.valen mis amonestaciones para mis discípulos, creo que deben
educarse antes en aquellas artes liberales; de otro modo no puede aspirarse a la
luminosa aclaración de estos problemas. Pero si los detiene la pereza, la
preocupación de los negocios seculares o la falta de capacidad, entonces
acójanse al baluarte seguro de la fe, y con vínculos los atraiga a sí,
librándolos de los males horrendos y oscurísimos, Aquel que no permite que se
pierda nadie, si cree en Él adhiriéndose a los divinos misterios.
16. Un doble camino, pues, se puede seguir
para evitar la obscuridad que nos circuye: la razón o la autoridad. La filosofía
promete la razón, pero salva a poquísimos, obligándolos, no a despreciar
aquellos misterios, sino a penetrarlos con su inteligencia, según es posible en
esta vida. Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar
el principio sin principio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que
en Él resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han derivado para
nuestra salvación de allí. A este Dios único, omnipotente, tres veces poderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos lo dan a conocer los sagrados misterios, cuya
fe sincera e inquebrantable salva a los pueblos, evitando la confusión de
algunos, y el agravio de otros. Y la sublimidad del misterio de la encarnación,
por la que Dios tomó nuestro cuerpo, viviendo entre nosotros, cuanto más vil
parece, tanto mejor ostenta la clemencia divina, y resulta más remota e
inasequible a la soberbia de los hombres de ingenio.
17. ¿Y no os parece que pertenece a un
elevado orden el aprender y conocer el origen del alma, su destino en, este
mundo, su diferencia de Dios, la porción propia que alterna con ambas
naturalezas, en qué sentido muere y cómo se demuestra su inmortalidad? Temas son
éstos cuyo estudio reclama un orden grave y cierto, del que hablaremos después
si ha lugar. Yo quiero ahora grabéis bien en vuestro ánimo lo siguiente: si
alguien, temerariamente y sin ordenar bien sus conocimientos de las artes, se
atreve a entrar en este campo, es más bien curioso que estudioso, más crédulo
que docto, más temerario que precavido. Así, pues, me lleno de asombro-pero
véome obligado a confesarlo-cómo habéis podido responder tan bien y con tanto
tino a las cuestiones que os he propuesto. Pero veamos hasta dónde puede
progresar vuestra secreta intención. Ya podemos escuchar también las palabras de
Licencio, a quien no sé qué prolija ocupación le ha arrebatado de.nuestra
presencia y de nuestro discurso, de modo que leerá esta parte de nuestro escrito
con la misma novedad con que nuestros amigos ausentes. Pero vuelve ya a
nosotros, Licencio, y presta toda tu atención, porque para ti hablo. Diste por
buena mi definición y quisiste enseñarme, según interpreto tus palabras, en qué
consiste el estar con Dios, con quien permanece inmutablemente unida la mente
del sabio.
CAPÍTULO VI
Cómo la mente del sabio
está inmóvil
18. Pero me turba la siguiente dificultad:
mientras el sabio se halla en este mundo, no puede negarse que vive en el
cuerpo; ¿cómo, pues, moviéndose corporalmente de una parte a otra, puede
permanecer inmóvil su mente? De este modo podríase decir también que los hombres
embarcados en una nave no se mueven con el movimiento de la misma, si bien
sabemos que ellos la dirigen y gobiernan. Aunque sólo con el pensamiento la
dirigiesen, llevándola a donde les plazca, con todo, al moverse ella, no puede
menos de afectarles el movimiento a todos los que van dentro.
-No está el alma en el cuerpo de modo que éste mande
en aquélla-objetó Licencio.
-Ni yo digo eso; pero tampoco el caballero va en el
caballo de modo que éste mande en aquél, y, sin embargo, aunque gobierna al
animal, no puede menos de moverse con él.
-Puede estar sentado inmóvil-replicó él.
-Así nos vas a obligar a definir el movimiento; y si
te atreves, hazlo.
-Quede para ti hacerme ese favor, pues sigue en pie
mi ruego, y no me preguntes otra vez si me gusta definir. Cuando lo pueda hacer,
ya te lo manifestaré.
Dicho esto vino a nosotros corriendo un muchacho de
la casa, a quien habíamos dado este encargo, diciéndonos que era la hora de
comer.
Entonces dije yo:
-Este muchacho nos obliga no a definir qué sea el
movimiento, sino a verlo con nuestros propios ojos. Vayamos, pues, y de este
lugar nos traslademos a otro. Porque no otra cosa es, según pienso, el moverse.
Se rieron ellos y nos retiramos de allí.
DISPUTA SEGUNDA
19. Terminada la comida, porque el cielo se
había cubierto de nubes nos fuimos a sentar en el lugar acostumbrado de los
baños. Y yo comencé:
-¿Concedes, pues, Licencio, que el movimiento es el
tránsito de un lugar a otro?
-Sí.
- ¿Concedes igualmente que nadie puede hallarse en
un lugar donde no había estado antes sin haberse movido?
-No entiendo lo que dices.
-Si una cosa ha estado en un lugar antes y ahora se
halla en otro, ¿concedes que se ha movido?
-Ciertamente.
-Luego-le dije yo-, ¿puede un sabio estar aquí
corporal-mente presente con nosotros y su ánimo ausente?
-Creo que es posible.
-¿Y podría suceder eso aunque hablase con nosotros y
nos comunicase su doctrina?
-Aunque nos comunicase su sabiduría, no diría que
estaba con nosotros, sino consigo mismo.
-¿Luego no en su cuerpo?
-No.
-Pues entonces aquel cuerpo que yo he llamado vivo,
¿no sería un cadáver?-le objeté yo.
-No sé cómo explicarme. Porque comprendo que no
puede haber un organismo vivo sin su alma, y no puedo decir que el alma del
sabio, hállese donde se halle su cuerpo, no está con Dios.
-Yo te ayudaré a explicar eso. Tal vez porque Dios
está presente en todas partes, adondequiera que vaya el sabio, allí encuentra a
Dios con quien estar. Y así podemos afirmar que él se mueve localmente y siempre
está con Dios.
-Confieso que su cuerpo se ha trasladado de un lugar
a otro, pero niego que su mente se mueva, si realmente es sabio.
CAPÍTULO VII
Cómo había orden antes de venir el mal
20. -Cedo en esta ocasión-le dije-para que no
estorbe nuestra marcha un problema obscurísimo que debe tratarse largamente con
suma cautela. Mas como ya hemos definido qué es estar con Dios, veamos ahora si
podemos saber qué es hallarse sin Dios, aunque la tengo ya por cosa manifiesta.
Seguramente dirás que están sin Dios todos los que no están con Dios.
-Si yo tuviera tu facundia-respondió Licencio-, te
diría tal vez una cosa grata. Pero soporta mi balbuceo infantil y con mente
veloz penetra en las mismas cosas. Porque los tales no me parecen que están con
Dios, y, sin embargo, son poseídos por Él. Así no puedo decir que están sin Dios
aquellos a quienes posee Dios. Ni digo que están con Dios, porque ellos no
tienen a Dios. Pues ya definimos en la amenísima conversación de tu natalicio
que poseer a Dios equivale a gozarle. Con todo, te confieso que me asustan estas
proposiciones contrarias como son el no estar ni separado de Dios ni unido con
Él.
21. -No te inquiete por ahora eso. Habiendo
acuerdo sobre las cosas, no repares en las palabras. Volvamos por fin a la
definición del orden. Orden has dicho que es la regla con que Dios dirige todas
las cosas. Pero ninguna cosa hay que no la haga Él; por eso, según crees, nada
puede hallarse fuera del orden.
-Sigo firme en mi opinión; pero ya adivino lo que
vas a decir: si Dios hace también las cosas mal hechas.
-Muy bien-le dije-; has clavado tus ojos en mi
pensamiento. Pero como has adivinado mi objeción, adivina también mi respuesta.
Y él, moviendo la cabeza y hombros, dijo:
-Estoy agitado.
En aquel momento llegó allí la madre. Y él pidió
después de un rato de silencio que le repitiese la pregunta, pues no había
notado que Trigecio había respondido ya. Yo le dije entonces:
-¿A qué repetir lo que está dicho? "No hagas lo que
está hecho", dice el refrán. Infórmate después por la lectura dé lo que tratamos
entonces, si no pudiste oírnos. Disimulé aquella ausencia de nuestro discurso,
aun siendo larga, para no impedirte de lo que hacías por ti mismo, atento a tus
ideas, lejos de nosotros, y para proseguir los razonamientos que habían de
conservarse por escrito.
22. Ahora te pregunto lo que no hemos
discutido minuciosamente hasta aquí. Pues cuando en un principio no sé qué orden
nos dio ocasión para tratar esto, recuerdo que dijiste que era la justicia de
Dios la que separa buenos y malos, dando a cada uno lo suyo. No hay, a mi
parecer, más clara definición de la justicia. Así, pues, te ruego me respondas a
esto: ¿te parece que Dios dejó de ser justo alguna vez?
-Nunca-respondió.
-Luego si Dios fue siempre justo, siempre
coexistieron el bien y el mal.
-También me parece a mí legítima la
consecuencia-dijo la madre-. No habiendo malos, no podía ejercitarse la justicia
de Dios; y si alguna vez no retribuyó a buenos y malos según su merecido, no
parece que fuese justo entonces.
-Luego si es verdad esa opinión-dijo Licencio-,
¿tendremos que decir que el mal es eterno?
-No me atrevo a decir eso-respondió ella.
-Pues ¿a qué nos atenemos?-les dije yo-. Si Dios es
justo, porque juzga entre buenos y malos, cuando no había malos, no era justo.
Hubo silencio aquí, y notando que Trigecio quería
intervenir, le di permiso.
Y dijo lo siguiente:
-Ciertamente, Dios era justo, porque podía
discriminar lo bueno de lo malo en caso de existir, y por esa potestad era ya
justo. Pues cuando decimos que Cicerón prudentemente descubrió la conjuración de
Catilina y que por la templanza se mantuvo insobornable para perdonar a los
culpables, condenándolos justamente al último suplicio con la autoridad del
Senado, soportando con fortaleza los dardos de los enemigos, y, como dijo él,
todo el peso del odio, no significa esto que le hubieran faltado dichas virtudes
a no haber maquinado Catilina un plan tan funesto para la república. Porque la
virtud hay que estimarla en sí misma en el hombre, no al trasluz de esta clase
de obras; pues, ¿ cuánto más en Dios?, si es que es lícito en el aprieto
y penuria de nuestras palabras comparar las cosas divinas con las humanas. Pues
para comprender cómo Dios era justo siempre, al comenzar el mal y discriminarlo
del bien, sin ninguna demora dio a cada cual lo suyo; no tenía necesidad de
aprender lo que era la justicia, sino de usar la que siempre tuvo.
23. Habiendo asentido a esto mi madre y
Licencio, yo intervine:
-¿Qué dices a esto, Licencio? ¿Dónde está lo que con
tanto ahínco defendías, esto es. que nada se hace fuera del orden? Lo que dio
lugar al origen del mal no se hizo por orden de Dios, sino que al nacer el mal
fue sometido al orden divino.
Y él, admirándose y molestándose de que se le
escapase de las manos una causa tan noble, dijo:
-Absolutamente sostengo que comenzó el orden cuando
tuvo origen el mal.
-Luego el origen del mal no se debe al orden-dije-,
si el orden comenzó a existir después del mal. Pero siempre estaba el orden en
Dios; y o siempre existió la nada, que es el mal, o si alguna vez comenzó,
puesto que el orden o es un bien o procede del bien, nada hubo ni habrá jamás
sin orden. No sé qué razón más adecuada se me ha ofrecido, pero me la arrebató
el olvido, lo cual creo ha sucedido por el mérito, la condición o el orden de mi
vida.
-Ignoro cómo se me ha deslizado una sentencia que
ahora desecho-insistió él-, porque no debí haber dicho que después del mal
comenzó el orden; antes bien, se ha de creer que siempre estuvo en Dios, como ha
sostenido Trigecio, la divina justicia y que no vino a aplicarse hasta que hubo
males.
-Vuelves a caer en el cepo-le contesté yo-, siempre
permanece inconcuso lo que no quieres; porque haya estado el orden en Dios o
haya comenzado a coexistir con el mal, siempre resulta que el mal nació fuera
del orden. Y si concedes esto, debes igualmente confesar que puede hacerse algo
contra el orden; y con esto se debilita y cae por tierra tu causa; si no lo
concedes, parece que el mal se origina del orden de Dios, y entonces le
confiesas autor de los males, lo cual es una impiedad horrible.
Habiéndose repetido esto tantas veces, porque no lo
entendía o simulaba no entenderlo, cerró la boca y guardó silencio.
Entonces dijo la madre :
-Yo creo que algo puede hacerse fuera del orden de
Dios, porque el mismo mal que se ha originado no ha nacido del orden divino;
pero la divina justicia no le ha consentido estar desordenado y lo ha reducido y
vinculado al orden conveniente.
24. Viendo yo aquí con qué afán y entusiasmo
buscaban todos a Dios, pero sin tener un concepto claro del orden, con que se
llega a la inteligencia de su inefable Majestad, les dije:
-Os ruego que, si amáis mucho el orden, no permitáis
en vosotros ninguna precipitación ni desorden. Pues si bien una secretísima
razón nos promete demostrar que nada se hace fuera del orden divino, con todo,
si al maestro de escuela viésemos empeñado en enseñar a un niño el silabario
antes de darle a conocer las letras, no digo que sería digno de risa y un necio,
sino un loco de atar, por no guardar el método de la enseñanza. Y cosas de este
género cometen a granel los ignorantes, que son reprendidos y burlados por los
doctos, y los dementes, censurados hasta por los necios; y, sin embargo de que
aun todas estas cosas, tenidas como perversas, no se exorbitan de un orden
divino, promete evidenciarlo a las almas amantes de Dios y de sí mismas una
disciplina elevada y remotísima del alcance de la multitud, comunicándoles una
certeza superior a la que ofrecen las verdades de la matemática.
CAPÍTULO VIII
Se enseñan a los jóvenes
los preceptos de la vida y el orden de la erudición
25. Esta disciplina es la misma ley de Dios,
que, permaneciendo siempre fija e inconcusa en Él, en cierto modo se imprime en
las almas de los sabios; de modo que tanto mejor saben vivir y con tanta mayor
elevación, cuanto más perfectamente la contemplan con su inteligencia y la
guardan con su vida. Y esa disciplina a los que desean conocerla les prescribe
un doble orden, del que una parte se refiere a la vida y otra a la instrucción.
Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se
abstengan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del cuidado excesivo y
superfluo ornato de su cuerpo, de la vana afición a los espectáculos, de la
pesadez del sueño y la pigricia, de la emulación, murmuración, envidia, ambición
de honra y mando, del inmoderado deseo de alabanza. Sepan que el amor al dinero
es la ruina cierta de todas sus esperanzas. No sean ni flojos ni audaces para
obrar. En las faltas de sus familiares no den lugar a la ira o la refrenen de
modo que parezca vencida. A nadie aborrezcan. Anden alerta con las malas
inclinaciones. Ni sean excesivos en la vindicación ni tacaños en perdonar. No
castiguen a nadie sino para mejorarlo, ni usen la indulgencia cuando es ocasión
de más ruina. Amen como familiares a todos los que viven bajo su potestad.
Sirvan de modo que se avergüencen de ejercer dominio; dominen de modo que les
deleite servirles. En los pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la
corrección. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas con calma,
termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversación con los hombres
aténganse al proverbio común: "No hagan a nadie lo que no quieren para sí". No
busquen los cargos de la administración del Estado sino los perfectos. Y traten
de perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud.
Y los que se dedican tarde a estas cosas no crean que no les conciernen estos
preceptos, porque los guardarán mejor en la edad avanzada. En toda condición,
lugar, tiempo, o tengan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos,
aun cuando no la exijan ellos. Hagan menos caso de los soberbios y de ningún
modo lo sean ellos. Vivan con orden y armonía; sirvan a Dios; en Él piensen;
búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y
el seguro curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos
puedan, pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida.
CAPÍTULO IX
Dos medios para aprender:
la autoridad y la razón
26. Faltan ahora que exponer las normas con
que han de instruirse los que ya aprendieron a vivir bien. Dos caminos hay que
nos llevan al conocimiento: la autoridad y la razón. La autoridad precede en el
orden del tiempo, pero en realidad tiene preferencia la razón. Porque una cosa
es lo que se prefiere en el orden ejecutivo y otra lo que se aprecia más en el
orden de la intención. Así, pues, si bien a la multitud ignorante parece más
saludable la autoridad de los buenos, la razón es preferida por los doctos.
Mas como todo hombre sin duda se hace docto de
indocto y ningún indocto conoce la disposición y la docilidad dé vida con que
debe ponerse bajo la dirección de los maestros, resulta que a todos cuantos
desean llegar al conocimiento de las grandes y ocultas cuestiones, la autoridad
les abre la puerta. Y una vez que entró sin ninguna hesitación observa los
mejores preceptos morales, y capacitado por ellos, al fin verá cuan razonables
son las cosas que abrazó sin comprender aún; y qué es la razón, a la que sigue
con firmeza y seguridad después de dejar la cuna de la autoridad; y qué el
entendimiento, donde están todas las cosas, o más bien, él es todas ellas; y
cuál es el principio de todas las cosas, y cómo es superior al universo. A estos
conocimientos llegan pocos en esta vida, y en la otra no puede aspirarse a otros
mejores.
Mas a quienes, contentándose sólo con la autoridad,
se esfuerzan por alcanzar la práctica de una vida buena y morigerada, sea por
desdén, sea por dificultad de imbuirse en las disciplinas liberales, no sé cómo
llamarlos bienaventurados en ésta vida; pero creo, sin duda, que al dejar el
cuerpo mortal, cuanto mejor o peor vivieron, tanto más fácil o difícilmente
alcanzarán su liberación,
27. La autoridad puede ser divina y humana;
la divina es la verdadera, firme y suprema. Y al buscarla se ha de temer la
maravillosa potencia de engañar que tienen los demonios, pues por medio de la
adivinación de cosas relativas a la percepción sensible y por algunas obras han
logrado engañar fácilmente a las almas amigas de sortilegios, ambiciosas de
mando o temerosas de milagros vanos.
Aquélla es la verdadera autoridad divina que no sólo
trasciende con signos sensibles toda humana potestad, sino que, actuando sobre
el nombre, le manifiesta cómo se abatió por él y le manda librarse de la tiranía
de los sentidos y aun de los mismos milagros sensibles elevarse a su
interpretación espiritual, demostrándole a la par cuánto puede él obrar aquí y
por qué puede todo esto y lo poco que lo estima. Ha dé descubrir con sus
milagros el poder, y con la humildad su clemencia, y su naturaleza con mandatos,
cosas todas que se nos enseñan más íntima y seguramente en las verdades sagradas
en que estamos iniciándonos, pues por ellas la vida de los buenos se purifica
muy fácilmente, no con rodeos de disputas, sino con la autoridad de los
misterios.
La autoridad humana, en cambio, engaña muchas veces;
y en ella aventajan particularmente, según el aprecio de los ignorantes, los que
dan muchos indicios de la verdad de su doctrina, conformando su enseñanza con el
ejemplo. Y si a esto se agrega que tienen algunos bienes de fortuna, cuyo uso
los engrandece y les granjea reverencia, será muy difícil que quien dé crédito a
sus preceptos de buen vivir sea digno de censura.
CAPÍTULO X
Pocos cumplen los
preceptos de la vida
28. Aquí dijo Alipio:
-Una grandiosa imagen de la vida, tan completa como
breve, acabas de trazar ante nuestros ojos, y aunque aspiremos a ella por tus
consejos diarios, hoy nos hemos enardecido, y nos has hecho más entusiastas. A
esta clase de vida desearía que llegásemos no sólo nosotros, sino todos los
hombres, a ser posible, y que a ella se abrazasen, si, como son tan fáciles de
entender, lo fueran de practicarse estos consejos. Pues no sé cómo-y Dios aparte
de nosotros esta desgracia-el espíritu humano, al oír tales cosas, las proclama
celestiales, divinas y absolutamente verdaderas; pero en la práctica sucede otra
cosa; de tal modo, que me parece que para cumplir estos preceptos se requieren
hombres divinos o que cuenten con un divino auxilio para ello.
Yo le respondí:
-Los anteriores preceptos del arte de vivir, que,
como siempre, te placen a ti tanto, Alipio, aunque los he expresado yo
oportunamente con mis palabras, tú sabes muy bien que no son invención mía.
Están entresacados de los libros de los grandes ingenios y de hombres
excelentísimos; hago esta observación no por ti, sino por los jóvenes, para que
no los menosprecien, tomándolos por cosa mía. Porque no quiero que ellos me
crean a mí sino cuando razono y pruebo lo que les digo; y este mismo discurso,
que tú has intercalado aquí, creo que contribuirá a inflamar su entusiasmo en
asunto de tanta gravedad. Para ti sé que no son difíciles de seguir dichos
preceptos, pues con tanta avidez los has arrebatado y con tan generoso ímpetu
has entrado en ellos que, si bien yo soy para ti maestro de las palabras, tú
eres para mí maestro de ejemplo. No hay aquí motivo alguno de adularte, porque
no creo que tú te hagas más estudioso con una falsa alabanza, y por otra parte
los presentes nos conocen a ambos, y este escrito irá dirigido al que a todos
nos conoce.
29. Si me atengo a tus palabras, para ti es
más escaso que para mí el número de los hombres rectos y sanos y de óptimas
costumbres; pero repara en que muchos se hallan ocultos, y en los muchos que no
se ocultan, lo más admirable en ellos está escondido a la vista: se trata de
cosas del espíritu, el cual es inaccesible directamente a los sentidos, y muchas
veces, mezclándose en la conversación de los hombres viciosos, dice cosas que
parece aprobar o desear. Obra igualmente muchas cosas contra su gusto o para
evitar el odio de los hombres o para huir de sus majaderías; y al informarnos de
esto, formamos juicio diferente del que nos podían sugerir los sentidos. De
donde resulta que a muchos no los creemos cuales son para sí mismos y sus
familiares. Podrás persuadirte de lo dicho por el conocimiento que sólo tenemos
nosotros de las excelentes cualidades de algunos amigos nuestros. Nace este
error de que muchos de improviso se convierten y dedican a una admirable vida, y
mientras no se manifiesta por algunos hechos relevantes, no se cambia sobre
ellos la antigua reputación. Para no ir muy lejos, ¿quién, habiendo conocido a
estos jóvenes, creerá fácilmente que con tanto arrojo se han lanzado al estudio
de las más graves cuestiones, renunciando a la vida mundana y placeres?
Desterremos, pues, esta opinión de nuestro ánimo, pues aquel divino socorro a
que antes aludías religiosamente al fin de tu discurso desempeña el oficio de su
clemencia por todos los pueblos con más amplitud y generosidad de lo que muchos
creen. Y volvamos, si os place, al orden de nuestra discusión, y porque hemos
hablado bastante de la autoridad, veamos lo que la razón exige.
CAPÍTULO XI
Qué es la razón.-Sus
vestigios en el mundo sensible. diferencia entre lo racional y lo razonable
30. Razón es el movimiento de la mente capaz
de discernir y enlazar lo que conoce; guiarse de su luz para conocer a Dios y el
alma que está en nosotros o en todas partes es privilegio concedido a poquísimos
hombres; y la causa es porque resulta difícil al que anda desparramado en las
impresiones de los sentidos entrar en sí mismo. Así, pues, como los hombres se
esfuerzan por obrar con la razón en todo, aun en las mismas cosas falaces, son
raros los que conocen la razón y sus cualidades. Hecho extraño, pero innegable.
Basté por ahora con lo dicho, porque si me propusiera dilucidaros, como merece,
materia tan excelente, sería tan inepto como arrogante, aunque sólo presumiese
conocerla. No obstante, según se ha dignado manifestarse en cosas conocidas por
nosotros, indaguémosla, si podemos, porque así lo exige el desarrollo de nuestro
discurso.
31. Y primero veamos a qué cosas se aplica
ordinariamente esta palabra razón. Y nos interesa mucho saber que el
hombre fue definido por los antiguos sabios así: el hombre es un animal
racional, mortal. Puesto el género de animal, le han agregado dos diferencias,
con el fin de advertir al hombre, según yo entiendo, dónde debe refugiarse y de
dónde debe huir. Pues así como el alma, extrañada de sí misma, cayó en las cosas
mortales, así debe regresar y volver a la intimidad de la razón. Por ser
racional, aventaja a las bestias; por ser mortal, se diferencia de las cosas
divinas. Si le faltara lo primero, sería un bruto; si no se apartara de lo
segundo, no podría deificarse. Pero como hombres doctísimos suelen distinguir
aguda y sutilmente la diferencia que hay entre lo racional y lo razonable,
quiero tomarla en cuenta, porque viene a nuestro propósito. Racional
llamaron a lo que usa o puede usar de razón; razonable, lo que está hecho
o dicho conforme a razón. Estos baños podemos llamarlos razonables, y también
estos nuestros discursos; y racionales son el artífice de los primeros y
nosotros que conversamos aquí. Así, pues, la razón procede del alma racional, y
se aplica a las obras y a los discursos razonables.
32. Dos cosas, pues, veo donde la fuerza y la
potencia de la razón puede ofrecerse a los mismos sentidos: las obras humanas,
que se ven, y las palabras, que se oyen. En ambas usa la mente de un doble
mensajero, indispensable para la vida corporal: el de los ojos y el de los
oídos. Así, cuando vemos una cosa compuesta de partes congruentes entre sí,
decimos muy bien qué nos parece razonable. Cuando oímos también una música bien
concertada, decimos que suena razonablemente. Al contrario, sería disparaté
decir: huele razonablemente, o sabe razonablemente, o es razonablemente blando,
a no ser que se aplique esto a cosas que con algún fin han sido procuradas por
los hombres para que tuviesen tal perfume, tal sabor, tal grado de calor, etc.
Como si alguien, atendiendo a la razón del fin, dice que huele razonablemente un
lugar ahumado con fuertes olores para ahuyentar a las serpientes; o que una
pócima que propina el médico es razonablemente amarga o dulce; o si se manda
templar un baño para un enfermo, se dice que está razonablemente caliente o
tibio. Pero nadie, entrando en un jardín y tomando una rosa, exclama: " ¡Qué
razonablemente huele esta rosa! ", aunque el médico le haya mandado olería. Pues
entonces dícese que lo mandado y recetado es razonable, pero no puede llamarse
así el olor de la rosa, por ser un olor natural. Cuando un cocinero prepara un
manjar, podemos decir que está razonablemente guisado; pero decir que sabe
razonablemente no lo consiente la costumbre del lenguaje, porque no hay ninguna
cosa extrínseca, sino la satisfacción de un gusto presente.
Preguntad a un enfermo a quien el médico ha recetado
una poción por qué debe ser tan dulce, y no os dará como causa el placer que le
produce; alegará el motivo de la enfermedad, que no afecta al gusto, sino al
estado del cuerpo, que es cosa diversa. Pero si preguntamos a un goloso catador
de algún manjar por qué es tan dulce y responde: porque me agrada, porque hallo
gusto, nadie dice que es aquello razonablemente dulce, a no ser que su dulzura
sea necesaria para otro fin y lo que se toma se ha hecho con este fin.
33. Según hemos averiguado, pues, hallamos
ciertos vestigios de la razón en los sentidos; y con respecto a la vista y el
oído, hasta en lo deleitable. En la satisfacción de los demás sentidos se da
este nombre no por causa del placer, sino por otro fin que prevalece con alguna
obra realizada intencionadamente por un ser racional. En lo tocante a los ojos,
la congruencia razonable de las partes se llama belleza, y en lo relativo a los
oídos, un concierto agradable o un canto compuesto con debida armonía recibe el
nombre propio de suavidad. Pero ni en las cosas bellas, cuando nos agrada un
color, ni en la suavidad del oído, cuando pulsando una lira suena clara y
dulcemente, acostumbramos a decir que aquello es razonable. Para decir que la
razón participa del placer de estos sentidos se requiere que haya cierta
proporción y armonía.
34. Así, pues, cuando observamos bien en este
mismo edificio todas sus partes, no puede menos que ofendernos el ver una puerta
colocada a un lado, la otra casi en medio, pero no en medio. Porque en las artes
humanas, no habiendo necesidad, la desigual dimensión de las partes ofende, en
cierto modo, a nuestra vista. En cambio, es cosa evidente, y que no necesita
declararse con muchas palabras, cuánto nos deleitan las tres ventanas internas
debidamente colocadas, a intervalos iguales dos a los lados y una en medio, para
dar luz al cuarto de baño. Por lo cual, hasta los mismos arquitectos llaman
razón a este modo dé disponer las partes; y dicen que las desigualmente
colocadas carecen de razón.
Es una forma de hablar muy difundida y que ha pasado
a todas las artes y obras humanas. Y en los versos, donde también decimos que
hay una razón, que pertenece al gusto de los sentidos, ¿quién no sabe que la
medida y dimensión es artífice de toda su armonía? Pero en los movimientos
cadenciosos de una danza, donde toda la mímica obedece a un fin expresivo,
aunque cierto movimiento rítmico de los miembros deleita los ojos con su misma
dimensión, con todo, se llama razonable aquella danza, porque el espectador
inteligente comprende lo que significa y representa. dejando aparte el placer
sensual. Si se hace una Venus alada y un Cupido cubierto con un manto, aun
dándoles un maravilloso donaire y proporción de los miembros, no parece que se
ofenden los ojos, pero sí el ánimo, a quien toca la interpretación de los
signos. Los ojos se ofenderían privándolos de la armonía de los movimientos.
Porque éste pertenecería al sentido, en el que el alma, por hallarse unida al
cuerpo, percibe su deleite. Una cosa es, pues, el sentido y otra lo que se
percibe por el sentido; al sentido halagan los movimientos rítmicos, y al ánimo,
al través del sentido corporal, le place la agradable significación captada en
el movimiento. Lo mismo se advierte más fácilmente en los oídos: lo que suena
suavemente agrada al órgano sensitivo; pero los bellos pensamientos, aunque
expresados por medio de voces que impresionan al oído, sólo ellos entran en la
menté. Así, pues, cuando oímos aquellos versos: " Muéstrenme las musas por qué
los soles invernales se apresuran tanto a bañarse en el océano y por qué se
retardan las noches perezosas del estío", de diverso modo alabamos la armonía
del verso y la belleza del pensamiento. Ni en el mismo sentido decimos que una
armonía es bella o que una expresión es razonable.
CAPÍTULO XII
La razón, inventora de
todas las artes.-Ocasión de los vocablos, de las letras, de los números, de la
división de las letras, sílabas y palabras.-Origen de la historia
35. Hay, pues, tres géneros de cosas en que
se muestra la obra de la razón: uno, en las acciones relacionadas con un fin; el
segundo, en el lenguaje; el tercero, en el deleite. El primero nos amonesta a no
hacer nada temerariamente; el segundo, a enseñar con verdad; el tercero nos
invita a la dichosa contemplación. El primero se relaciona con las costumbres;
el segundo y el tercero, con las artes, de que hablamos aquí. Porque la potencia
razonadora que usa, sigue o imita lo que es racional, pues por un vínculo
natural está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que tienen común la
razón, ni puede unirse firmísimamente a otros, sino por el lenguaje, comunicando
y como fundiendo sus pensamientos con los de ellos. Por eso vio la necesidad de
poner vocablos a las cosas, esto es, fijar sonidos que tuviesen una
significación, y así, superando la imposibilidad de una comunicación directa de
espíritu a espíritu, valióse de los sentidos como intermediarios para unirse con
los otros. Pero vio que no podían oírse las palabras de los ausentes, y entonces
inventó las letras, notando y distinguiendo todos los sonidos formados por él
movimiento de la boca y de la lengua. Mas no se podía hablar ni escribir aún, en
medio de la multitud inmensa de cosas que se extienden a lo infinito, sin
ponerles un límite fijo. Advirtió, pues, la grande necesidad del cálculo y de la
numeración. De ambas invenciones nació la profesión de los calígrafos y
calculadores. Era como una infancia de la gramática; según dice Varrón,
comprendía los elementos de la lectura, escritura y del cálculo. Su nombre
griego no recuerdo en este momento.
36. Y siguiendo adelante, la razón notó los
diversos sonidos que constituyen nuestro lenguaje y dan lugar a nuestra
escritura, y unos piden moderada abertura dé la boca para que se produzcan
limpios y fáciles, sin esfuerzo de colisión; otros se emiten con diferentes
compresiones de los labios para producir el sonido: las últimas, finalmente,
deben reunirse a las primeras para su formación. Y así, según el orden en que se
ha expuesto, las llamó vocales, semivocales y mudas. Después combinó las
sílabas, y luego agrupó las palabras en ocho clases y formas, distinguiendo con
pericia y sutileza sus movimientos, integridad y enlace. Y estudiando la armonía
y medidas, aplicó su atención a las diversas cantidades de las palabras y
sílabas; y advirtiendo que en la pronunciación de unas se requiere doble espacio
de tiempo que en otras, clasificó las sílabas en largas y breves, y
organizándolo todo, lo redujo a reglas fijas.
37. Podía darse por terminada la gramática,
pero como su mismo nombre reclama la profesión de las letras-de donde le viene
el nombre de literatura en latín-, a ella pertenece perpetuar por escrito todo
cuanto hay digno de memoria. Vino, pues, a abrazarse con ella la historia,
nombre único, pero en él se encierran infinidad de cosas de múltiple variedad; y
que está más llena de afanes que de gusto y de verdad y es laboriosa lo mismo
para los historiadores que para los gramáticos. Porque ¿quien aguantará que se
tilde de ignorante a un hombre que no ha oído hablar dé Dédalo volando por los
aires y no se tache de mentiroso al que ha inventado tal fábula, de insensato al
que la cree y de petulante al que promueve cuestiones sobre ella? ¡Y cuánto no
compadezco a mis familiares, a quienes se les moteja de tontos por no saber
responder qué nombre tenía la madre de Euríalo, y que ellos no se atrevan a
tener por vanos, necios y curiosos a los que tales preguntas dirigen!
CAPÍTULO XIII
Origen de la dialéctica y
retórica
38. Una vez acabada y organizada la
gramática, la razón pasó al estudio de la misma actividad pensante y creadora de
las artes, porque no sólo las había reducido a cuerpo orgánico por medio de
definiciones, divisiones y síntesis, sino también las defendió de todo error.
Pues ¿cómo podía pasar a nuevas construcciones sin asegurarse primero de la
perfección y seguridad de sus instrumentos, distinguiéndolos, notándolos,
clasificándolos y creando de este modo la disciplina de las disciplinas, que es
la dialéctica? Ella nos da el método para enseñar y aprender; en ella se nos
declara lo que es la razón, su valor, sus aspiraciones y potencia. Nos da la
seguridad y certeza de lo que sabemos.
Pero como muchas veces los hombres, cuando se les
persuade de las cosas buenas, útiles y honestas, no siguen el dictamen de la
verdad pura, que brilla a los ojos de muy pocos, sino se van en pos del halago
de los sentidos y de la propia costumbre, era necesario no sólo instruirlos
según su capacidad, mas también muchas veces enardecerlos para la práctica.
Llamó retórica a esta disciplina, confiándole la misión, más necesaria
que sencilla, de esparcir y endeliciar al pueblo con variadísimas amenidades,
atrayéndole a buscar su propio bien y provecho. Mirad hasta dónde se elevó por
las artes liberales la parte racional aplicada al estudio de la significación de
las palabras.
CAPÍTULO XIV
La música y la
poesía.-Tres clases de sonidos.-Origen de la palabra "verso".-El ritmo
39. Por estas gradas, la razón quiso elevarse
a la contemplación beatísima de las mismas cosas divinas. Mas para no caer de lo
alto buscó una escala, abriéndose camino al través de lo que poseía y había
ordenado. Deseaba contemplar la hermosura que sola y con una simple mirada puede
verse sin los ojos del cuerpo; pero la impedían los sentidos. Así, pues, volvió
la mirada hacia los mismos sentidos, los cuales, blasonando de poseer la verdad,
nos importunan con su tumulto, cuando más queremos subir arriba. Y primero
comenzó por los oídos, los cuales alegaban que eran cosa de su jurisdicción las
palabras, de que nacieron la gramática, la dialéctica y retórica.
Pero con su maravillosa potencia de discernimiento pronto advirtió la razón la
diferencia que hay entre los sonidos y la idea que expresan y que a la
jurisdicción de los oídos sólo pertenecen los sonidos, agrupados en tres clases:
el formado por la voz animal, el producido por el soplo del aire y el que se
obtiene por percusión. Producen el primero los actores trágicos, cómicos y todos
los que cantan con voz propia; el segundo, las flautas y demás instrumentos de
aire; el tercero, las arpas, liras, tambores y demás instrumentos de percusión.
40. Notó también que los sonidos son materia
deleznable si no se distribuyen con cierta medida de tiempo y combinación de
notas agudas y graves. Y volviendo a la gramática y examinando los pies y los
acentos, reconoció que allí estaba el germen de lo que buscaba ahora. Y como en
el desarrollo del discurso hay una casi igual distribución de sílabas breves y
largas, quiso combinar con cierto orden y variedad aquellos pies y acentos; y
siguiendo en esto primero a los sentidos, introdujo unas divisiones, que llamó
cesura y hemistiquios. Y a fin de que el número de los pies no se
multiplicase más de lo que puede abarcar el juicio, estableció un límite y un
término para que, llegado allí, se volviese, y de aquí el nombre de verso.
Designó con el nombre de ritmo, que en latín equivale a número, lo
que se halla distribuido y fluye con un orden racional de pies, aunque no sigue
una medida uniforme. De aquí nacieron los poetas, y al considerar en ellos no
sólo los efectos maravillosos que producen con la armonía de los sonidos, sino
también con la fuerza de las palabras y argumentos, los honró muchísimo,
otorgándoles potestad para componer toda clase de ficciones razonables. Y como
traían su origen de aquella primera disciplina, permitió a los gramáticos ser
sus jueces.
41. En este cuarto grado, ora en los
ritmos, ora en la misma modulación, se percató de que reinaban los números y que
todo lo hacían ellos; investigó, pues, con suma diligencia su naturaleza, y
descubrió que había números divinos y eternos, y, sobre todo, que con su ayuda
había organizado todo cuanto precede. Y no podía soportar que su esplendor y
pureza se ofuscase en la materia corporal de las voces; y como lo que constituye
el objeto de la contemplación del espíritu siempre está presente y se aprueba
como inmortal, y tales eran aquellos números; y, al contrario, los sonidos
pertenecen a un orden sensible y se desvanecen en el tiempo, dejando su
impresión en la memoria, por la licencia que dio la razón a los poetas para
forjar mitos, se fingió que las Musas son hijas de Júpiter y de la Memoria.
(¿Gozará también de semejante licencia la progenie?) Por eso esta disciplina,
sensual e intelectual a la vez, se llamó
música.
CAPÍTULO XV
La geometría y la
astronomía
42. De aquí pasando a los dominios de los
ojos y recorriendo cielos y tierra, advirtió que nada le placía, sino la
hermosura, y en la hermosura las figuras, y en las figuras las dimensiones, y en
las dimensiones los números; e indagó si en lo real están las líneas y las
esferas o cualquier otra forma, y figura, como se contienen en la inteligencia.
Y halló la ventaja a favor de ésta, señalando la diferencia entre las figuras
corporales y las ideales de la mente. Llamó geometría a la ciencia que distingue
y ordena estos conocimientos. Y le admiraban mucho los movimientos del cielo, y
se puso a estudiarlos diligentemente; y halló que igualmente predominaban allí
las dimensiones y los números en las vicisitudes regulares de los tiempos, en
los movimientos fijos y concertados de los astros, en los intervalos moderados
de las distancias. Ordenó con definiciones y divisiones todos los resultados, e
inventó la astronomía, grandioso espectáculo para las almas religiosas,
duro trabajo para los curiosos.
43. En todas estas disciplinas, doquiera le
salían al encuentro proporciones numéricas, que brillaban con más evidencia y
fulgor de verdades absolutas en el propio reino del pensamiento y de la
intuición interior que en el mundo sensible, donde aparecían más bien como
sombra y vestigios de ellas.
Aquí se irguió mucho y cobró grande ánimo la razón,
atreviéndose a probar que era inmortal. Estudió todo diligentemente, y se
percató de su fuerza y que todo su poder estaba en la potencia de los números. Y
le centelleó una maravillosa vislumbre, sospechando que ella misma era el número
que regulaba todas las cosas, o si no lo era, allí estaba él como término a
donde quería llegar. Lo abrazó, pues, con todas sus fuerzas, como revelador de
toda la verdad, aquel de que hizo mención Alipio en la disputa contra los
académicos, como de un Proteo que estaba en sus manos. Porque las imágenes
falaces de las cosas que numeramos, procedentes de aquel principio secreto de
toda medida y cálculo, se apoderan de nuestro espíritu y frecuentemente nos
hacen perder al que teníamos asido.
CAPÍTULO XVI
Las artes liberales
elevan el espíritu a Dios
44. Quien no se deje seducir de ellas y
cuanto halla disperso en las varias disciplinas lo unifica y reduce a un
organismo sólido y verdadero, merece muy bien el nombre de erudito, dispuesto
para consagrarse al estudio de las cosas divinas, no sólo para creerlas, sino
también para contemplarlas, entenderlas y guardarlas. Al contrario, el que vive
esclavizado de los apetitos, sediento de las cosas transitorias, o también el
que se ha libertado ya de ese cautiverio y vive en continencia, pero no sabe lo
que es la nada, la materia informe, lo que está formado y no tiene alma, el
cuerpo y la forma en el cuerpo, el espacio y el tiempo, la localización y la
temporalidad; el que ignora qué es el movimiento local y el cambio, el
movimiento estable y la inmortalidad; el qué no tiene idea de lo que es
trascender todo lugar y todo tiempo y existir siempre, lo que es no hallarse en
ninguna parte, siendo inmenso, ni encerrado en ningún límite de tiempo, siendo
eterno; quien no sepa esto y se mete a investigar, no la naturaleza de Dios, a
quien se conoce mejor ignorando, sino la naturaleza de la misma alma, caerá en
toda clase de errores. Y más fácilmente responderá a esta clase de problemas el
que tuviere conocimiento de los números abstractos e inteligibles, para cuya
comprensión se requiere vigor de ingenio, madurez de edad, ocio, bienestar y
vivo entusiasmo para recorrer suficientemente el orden indicado de las
disciplinas liberales. Pues como esas artes se ordenan en parte al provecho de
la vida, en parte a la contemplación y conocimiento dé las cosas, es
dificilísimo adquirir su ejercicio, si no se emplea desde niño mucho ingenio,
mucho entusiasmo y perseverancia.
CAPÍTULO XVII
Los ignorantes no deben
dedicarse a problemas arduos
45. Mas viniendo a los conocimientos que
hemos menester para proseguir nuestro estudio, no te amedrente, ¡oh madre!, esta
selva inmensa de cosas. Porque de todas esas artes se escogerán algunas ideas
esenciales y genéricas, muy pocas en número, pero de gran eficacia y difíciles
de asimilar para muchos, pero no para ti, porque tu ingenio me parece nuevo cada
día, y tu espíritu, alejadísimo por la edad y templanza de todas las bagatelas y
limpio de toda corrupción corporal, se ha erguido a una maravillosa altura. Para
ti serán tan fáciles estas cosas como difíciles a los muy torpes de ingenio y a
los que arrastran una vida miserable. Si te prometo que fácilmente llegarás al
lenguaje puro de todo vicio, no te diré la verdad, porque aun a mí, obligado por
mi profesión al estudio de estas cosas, los italianos me reprochan por la
defectuosa pronunciación de muchas palabras. Es verdad que yo, a mi vez, les
devuelvo el mismo reproche en cuanto al sonido mismo. Porque una cosa es la
certeza adquirida por el conocimiento del arte, otra la seguridad lograda con el
uso de la gente. En lo que toca a los llamados solecismos, tal vez quien con
atención analice mis discursos los hallará, pues no ha faltado quien me ha
persuadido con mucha pericia de que algunos de éstos vicios los ha cometido el
mismo Cicerón. Y en nuestro tiempo se ha averiguado tal género de barbarismos,
que parece bárbaro hasta el mismo discurso con qué salvó a Roma. Pero tú,
menospreciando todas estas cosas pueriles o no haciendo caso de ellas, conoces
de tal modo la fuerza casi divina y la naturaleza de la gramática, que parece
que posees su alma, habiendo dejado su cuerpo para los eruditos.
46. Lo mismo digo de las demás artes, las
cuales, si totalmente desestimas, ruégote con la confianza propia de un hijo,
que conserves firme y prudentemente la fe que has recibido con los sagrados
misterios, y permanece firme y cuidadosamente en la vida y costumbres que has
profesado.
Hay problemas muy arduos y divinos; por ejemplo,
cómo no siendo autor del mal y siendo omnipotente Dios, se cometen tantos males,
y con qué fin creó el mundo, no teniendo necesidad de él; si el mal es eterno o
comenzó con el tiempo; y si es eterno y estuvo sometido a Dios; si tal vez
siempre existió el mundo donde el mal fuese dominado por un orden divino; y si
el mundo comenzó a existir alguna vez, cómo antes de su existencia el mal estaba
sofrenado por la potestad de Dios; y qué necesidad había de fabricar un mundo en
que, para tormento de las almas, se incluyese el mal, frenado antes por el
divino poder; si se supone un tiempo en que él no estaba bajo el dominio divino,
qué ocurrió de improviso que no había acaecido en eternos tiempos anteriores
(porque es incalificable necedad, por no decir impiedad, sostener que hubo un
cambio de consejo); y si decimos que el mal fue inoportuno y hasta nocivo para
Dios, según piensan algunos, no habrá docto que no se burle ni indocto que no se
irrite por semejante dislate. Pues ¿qué daño pudo hacer a Dios aquella no sé qué
naturaleza del mal? Si dicen que no pudo dañarle, no habrá motivo para fabricar
el mundo; si pudo dañarle, es imperdonable iniquidad creer a Dios violable, sin
otorgarle siquiera la potencia de esquivar el golpe de la violación. Porque
creen también que las almas aquí purgan su pena, pues no admiten diferencia
entre la substancia de Dios y la de ellas. Si decimos que este mundo no ha sido
creado, es una ingratitud e impiedad creerlo, porque la consecuencia será
admitir que Dios no lo ha creado. Todas estas cuestiones y otras semejantes, o
hay que estudiarlas con aquel orden de erudición que hemos expuesto o dejarlas
enteramente.
CAPÍTULO XVIII
Por qué orden el alma es
elevada a su propio conocimiento y al de la unidad
47. Y para que nadie piense que he emprendido
un tema vastísimo, lo resumo todo más llana y brevemente. Y digo que al
conocimiento de todos estos problemas nadie debe aspirar sin el doble
conocimiento de la buena argumentación y de la potencia de los números. Si aun
esto les parece mucho, aprendan bien o la ciencia de los números o el arte de
razonar bien. Si todavía les acobarda esto, ahonden en el conocimiento de la
unidad numérica y de su valor, sin considerarla en la suprema ley y sumo orden
de todas las cosas, sino en lo que cotidianamente sentimos y hacemos. Se afana
por esta erudición la misma filosofía, y llega a la unidad, pero de un modo
mucho más elevado y divino. Dos problemas le inquietan: uno concerniente al
alma, el otro concerniente a Dios. El primero nos lleva al propio conocimiento,
el segundo al conocimiento de nuestro origen. El propio conocimiento nos es más
grato, el de Dios más caro; aquél nos hace dignos de la vida feliz, éste nos
hace felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los doctos. He
aquí el método de la sabiduría con que el hombre se capacita para entender el
orden de las cosas, conviene a saber: para conocer los dos mundos y el mismo
principio de la universalidad de las cosas, cuya verdadera ciencia consiste en
la docta ignorancia.
48. Siguiendo, pues, este orden, el alma
consagrada ya a la filosofía, primeramente examínase a sí misma, y si está
persuadida ya por la erudición de que la razón es una fuerza propia, o que ella
misma es la razón, y que en la razón no hay cosa mejor ni más poderosa que los
números, o que no es más que un número ella misma, tendrá consigo este discurso:
yo, con un movimiento interior y oculto, puedo separar y unir lo que es objeto
de las disciplinas, y esta fuerza se llama razón. Mas ¿qué ha de separarse, sino
lo que parece uno y no lo es o no es tan uno como parece? Asimismo, ¿por qué ha
de enlazarse una cosa, sino para unificarla cuanto es posible? Luego, lo mismo
al analizar que al sintetizar, busco la unidad, amo la unidad; mas cuando
analizo, la busco purificada; cuando sintetizo, la quiero íntegra. En aquélla se
prescinde de todo elemento extraño; en ésta se recoge todo lo que le es propio
para lograr una unidad perfecta y total.
La piedra, para ser piedra, tiene todas sus partes y
toda su naturaleza coagulada en la unidad. ¿Qué es un árbol? ¿Sería árbol si no
fuera uno? Y los miembros y las vísceras de cualquier animal y todas las partes
de que se compone, si se desgarran en su unidad, no habrá animal. Los que se
aman, ¿buscan otra cosa más que la unión? Y cuanto más se unen, son más amigos.
El pueblo es un conjunto de ciudadanos para los cuales es peligrosa la
disensión. ¿Y qué es disentir más que no sentir una misma cosa? Con muchos
soldados se forma un ejército; ¿y no es verdad que la multitud es tanto más
invencible cuanto guarda mejor cohesión entre sí? Y esta cohesión en la unidad
se llamó cuña-cuneus-, como couneus, unión reforzada. ¿Qué busca
también el amor, sino adherirse al que ama y, si es posible, fundirse con él? La
grande fuerza del deleite proviene cabalmente dé la mucha unión con que se
traban entre sí los amantes. Y el dolor es pernicioso, porque se empeña en
desgarrar la unidad. Luego dañoso y peligroso es formar unión con lo que puede
separarse.
CAPÍTULO XIX
Superioridad del hombre
sobre los animales, cómo puede ver a Dios
49. Con muchos materiales dispersos
desordenadamente antes, pero reunidos, construyo una casa. Yo valgo más que
ella, porque soy su causa y ella es mi hechura; tengo más aventajada naturaleza,
porque la fabrico; por eso no puede dudarse de que valgo más que la casa. Mas
mirando a esta luz, no sería mejor que una golondrina o una abejita, pues la
primera ingeniosamente construye su nido y la segunda su panal; mas yo aventajo
a las dos, porque soy animal racional. Pero si la razón se manifiesta en las
medidas bien calculadas, ¿acaso las aves miden con menor exactitud y proporción
el nido que construyen? Ciertamente, es proporcionadísimo. Luego yo soy
superior, no por fabricar cosas bien proporcionadas, sino por conocer las
proporciones. Y ¡cómo! ¿los pájaros sin conocer los números pueden construir
nidos con toda proporción? Sin duda alguna. ¿Cómo puede explicarse esto? Con el
hecho que también nosotros adaptamos la lengua con los dientes y el paladar para
formar las palabras, sin pensar al hablar en los movimientos que hemos de hacer
con la boca. Además, ¿no hay buenos cantores sin saber música, porque con el
sentido natural observan al cantar el ritmo y la melodía que conservan en la
memoria? ¿ Puede darse una cosa mejor proporcionada? El ignorante no sabe esto,
pero lo hace con él impulso de la naturaleza. Mas ¿cuándo es mejor el hombre y
aventaja a los animales? Cuando sabe lo que hace. Luego no hay en mí ningún
fundamento de superioridad sobre los animales, sino éste: que yo soy un animal
racional.
50. ¿Cómo, pues, siendo inmortal la razón,
soy definido yo corno un animal racional y mortal? ¿Acaso la razón no es
inmortal? Uno es a dos como dos es a cuatro: he aquí razón absolutamente cierta.
Tan verdadera era ayer como hoy, como lo será mañana y siempre; y aunque este
mundo perezca, no dejará de ser verdadera esa razón. Ella siempre es la misma,
mientras el mundo no tuvo ayer ni tendrá mañana lo que tiene hoy, ni aun en una
misma hora ocupa el sol el mismo punto de espacio. Por lo cual, no permaneciendo
en el mismo ser, todo está sujeto a mutación dentro de un breve espacio de
tiempo. Luego si es inmortal la razón, y yo, que todo lo discierno y enlazo, soy
razón, lo que es mortal no entra en mí, no me pertenece. O si el alma no se
identifica con la razón, y, sin embargo, uso de razón, y por ella poseo un
título de nobleza y superioridad, es necesario huir de lo inferior a lo superior
y de lo mortal a lo inmortal.
Estas y otras muchas reflexiones se hace consigo
misma el alma bien instruida; pero las omito, no sea que al daros mis lecciones
sobre el orden falte a la moderación, que es el padre del orden. Porque
gradualmente se va elevando a una pureza de costumbres y vida perfecta, no sólo
por la fe, sino también por la guía de la razón. Pues al que considera la
potencia y la fuerza de los números le parecerá grande miseria y cosa lamentable
que con su ciencia y pericia suene agradablemente el verso bien escandido y
arranque armonías a las cuerdas del arpa, y permite, en cambio, que su vida y su
propia alma se deslice por caminos tortuosos y que dé un estrépito discordante
por dominarle las pasiones carnales y los vicios.
51. Mas cuando el alma se arreglare y
embelleciera a sí misma, haciéndose armónica y bella, osará contemplar a Dios,
fuente de todo lo verdadero y Padre de la misma verdad. ¡Oh gran Dios, cómo
serán entonces aquéllos ojos! ¡Cuan puros y sanos, cuan vigorosos y firmes, cuan
serenos y dichosos! ¿Y cuál será el objeto de su contemplación? ¿Quién es capaz
de figurarlo, creerlo, decirlo? Sólo disponemos del caudal de las palabras
usuales, mancilladas con la significación de las cosas más viles. Yo sólo diré
que se nos promete la visión de una Hermosura por cuyo reflejo son bellas, en
cuya comparación son deformes todas las demás. Quien contemplare esta
Hermosura-y la alcanzará el que vive bien, el que ora bien, el que busca bien-ya
no le hará mella ver que uno desea tener hijos y no le vienen, y otros tienen
demasiados y los abandonan; éste los aborrece antes de nacer, aquél los ama ya
nacidos. Verá razonable que todo lo futuro esté en Dios y necesariamente todo se
verifica con orden, y no obstante, la plegaria es conveniente. Finalmente, ¿cómo
al hombre justo le van a agitar el ánimo las molestias, o los peligros, o los
halagos de la fortuna?
En este mundo sensible conviene meditar mucho sobre
el tiempo y el espacio, y se verá que lo que deleita en parte, sea de lugar, sea
de tiempo, vale mucho menos que el todo de que es parte. Igualmente notará el
hombre instruido que lo que ofende en parte es porque no se abraza la totalidad,
a que maravillosamente se ajusta aquella parte; en cambio, en el mundo ideal,
toda parte, lo mismo que el todo, resplandece de hermosura y perfección.
Se explicará esto más ampliamente si en vuestros
estudios os proponéis, como espero, observar y guardar con absoluta gravedad y
constancia el mencionado orden expuesto aquí u otro más breve y andadero, pero
recto.
CAPÍTULO XX
Epílogo y exhortación a
la vida honesta
52. Para lograr esto, hay que dedicarse con
todas las veras del entusiasmo al ejercicio de una vida virtuosa. Es condición
para que nos oiga Dios, pues a los que viven bien los oye con agrado.
Reguémosle, pues, no que nos dé riquezas y honores y otras cosas caducas y
pasajeras, a pesar de toda nuestra oposición, sino que nos colme de bienes que
nos mejoren y hagan dichosos. Para que se cumplan nuestras aspiraciones, a ti
sobre todo, ¡ oh madre!, te encomendamos este negocio, pues creo y afirmo sin
vacilación que por tus ruegos me ha dado Dios el deseo dé consagrarme a la
investigación de la verdad, sin preferir nada a este ideal, sin desear, ni
pensar, ni buscar otra cosa. Y mantengo la confianza de que esta gracia tan
grande, cuyo deseo arde en nosotros por tus méritos, la hemos dé conseguir
igualmente con tus ruegos.
¿Y qué exhortación y avisos te puedo dar a ti,
Alipio? Pues aquí no cabe exceso ni demasía, porque en amar tales cosas se puede
pecar por defecto, pero nunca por exceso.
53. Entonces dijo Alipio:
-Verdaderamente has hecho revivir ante nuestros ojos
la memoria de los grandes y doctos varones, que algunas veces nos parecía
increíble por su elevación y grandeza; pero aquí, por la observación de todos
los días y por la admiración que sentimos hacia ti, no sólo no nos parece dudosa
aquella imagen, sino que estamos dispuestos a jurar por ella. ¿Pues qué? ¿no nos
ha introducido, acaso, en la venerable disciplina de Pitágoras, justamente
estimada como casi divina? Porque con tanta concisión y plenitud nos has
descubierto las normas de la vida, y los caminos y campos, y los mares
cristalinos de la ciencia, y todo lo que era objeto de gran veneración para
aquel varón, y dónde están los santuarios de la verdad, y cuáles y qué exigen a
sus investigadores, y todo con tanto dominio y perfección, que, aunque
sospechábamos y creemos que todavía nos guardas mayores secretos, nos parece una
falta de cortesía exigir más de tu ingenio.
54. Admito lo que dices con gusto, dije yo.
Porque no me animan tanto tus palabras, tan exageradas, cuanto tu verdadero
espíritu y entusiasmo. Y precisamente va dirigido este escrito al que suele
excederse también demasiado en su benevolencia cuando me juzga. Y si algunos
otros lo leyeren, creo que no se irritarán contigo. Porque los errores de los
que se aman hay que juzgarlos con suma benevolencia. Pero la mención que has
hecho de Pitágoras creo que por algún oculto orden te ha venido a la memoria.
Porque se me había olvidado de él una sentencia muy buena, si hemos de dar
crédito a los libros que hablan de él (¿y quién no creerá a Varrón?); una
sentencia que yo admiro y elogio todos los días, conviene a saber: que él
reservaba para lo último la enseñanza del arte de gobernar la república para
comunicarlo a los perfectos, a los sabios, a los dichosos. Le parecía tan lleno
de escollos dicho arte que no quería confiarlo sino al varón que con un socorro
casi divino supiera sortear todos los escollos, y en caso de naufragio, él
quedase como una roca para las olas. Porque únicamente del sabio se ha dicho con
toda verdad: " Y él, inmóvil como una roca marina, se resiste", y lo demás que
con tan espléndidos versos se expresa en el mismo lugar para confirmar esta
sentencia.
Aquí se terminó nuestra disputa, y todos alborozados
y con buena esperanza interrumpimos la sesión, después de haber sido traída la
luz para alumbrarnos.
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