domingo, 4 de enero de 2015

HOMILÍA 38

1. Cristo ha nacido: ¡Glorificadlo! Cristo ha descendido del cielo:
¡Salid a su encuentro! Cristo está en la tierra: ¡Exaltadlo! «Cantad al
Señor toda la tierra»1, porque para traer a unidad estas dos cosas,
«alégrese el cielo, goce la tierra»2, quien era celeste se hizo terreno.
Cristo se ha encarnado: ¡Regocijaos con temor y alegría! Con temor
por vuestra culpa, con alegría por la esperanza vuestra. Cristo ha
nacido de la Virgen: mujeres, sed vírgenes para que lleguéis a ser
madres de Cristo. ¿Quién no se prosterna ante quien es desde el
principio? ¿Quién no glorifica al que es el final?

2. De nuevo la tiniebla se disuelve, de nuevo se anuncia la luz, de
nuevo es Egipto castigado con la oscuridad3, de nuevo Israel
alumbrado con columna de fuego4. El pueblo que permanece en la
oscuridad de la ignorancias vea la gran luz del conocimiento. «Han
pasado las cosas antiguas, todo cuanto existe ha sido recreado»6. La
letra cede, el espíritu es superior, las sombras declinan, amanece la
verdad. Se adivina a Melchisedec7: el que no tiene madre aparece
sin padre. Primero sin madre, luego sin padre. Las leyes de la
naturaleza tocan a su fin. Debe cumplirse el mundo superior. Cristo lo
ordena, no nos opongamos. «Pueblos todos, batid palmas»8, porque
«nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado, lleva el poder sobre
sus hombros» —en efecto, fue alzado juntamente con su cruz—es
llamado «ángel del gran consejo»9—esto es, del consejo del
Padre—. Grite Juan: «preparad el camino del Señor»10. Yo
pregonaré el significado de este día: se encarnó quien era
incorpóreo, el Logos toma cuerpo, el invisible es visto, se hace
tangible el intangible, comienza quien está fuera del tiempo. El Hijo de
Dios se convierte en Hijo del Hombre. «Jesucristo es el mismo ayer,
hoy y por los siglos»". Que se escandalicen los judíos, búrlense los
griegos, hablen sin mesura los herejes. Creerán cuando vean que
desciende del cielo, y si ni siquiera creen entonces, creerán cuando
lo contemplen descendiendo del cielo sentado como juez.

3. Pero tales acontecimientos sucederán más tarde. Ahora es la
fiesta de la Teofanía o Natividad, que ambas denominaciones
indistintamente se utilizan para designar un mismo acontecimientos.
Dios se mostró a los hombres por medio de su Natividad. Por una
parte es y es siempre y proviene del que es siempre, por encima de
toda causa y razón —no había, en efecto, razón alguna superior al
Logos13—. Por otra, nace por nosotros para que quien nos dio el ser
nos conceda también el ser rectos o mejor, para que quienes por el
mal nos hemos apartado de la vida recta, seamos por El a Si mismo
conducidos mediante su Encarnación. Por consiguiente, por un lado
recibe el nombre de Teofanía porque se muestra y, por otro, el de
Natividad, porque nace.

4. Esto es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a
los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios o más
propiamente, para que volvamos a El, para que despojados del
hombre viejo nos revistamos del nuevo14 y muertos en Adán,
vivamos en Cristo15. Con Cristo, también nosotros nacemos, somos
también crucificados, con El somos sepultados y resucitamos con El.
Es menester que yo siga el camino inverso, lleno de hermosura:
porque como de las dotes más altas proviene el dolor, del dolor
dimanarán las dotes más altas. «Allí donde abundó el pecado
sobreabundó la gracia»16 y si gustar el árbol17 fue nuestra
condenación ¿cuánto más no habrá de justificarnos la pasión de
Cristo? Celebramos, en suma, la fiesta. No una fiesta pública, sino
divina, no mundana, sino por encima del mundo. No las cosas de
nuestra enfermedad, sino las de nuestra curación, no las de nuestra
creación, sino las de nuestra restauración.

5. ¿Cómo es esto? No enguirnaldaremos los zaguanes, ni
organizaremos danzas, ni adornaremos las calles, ni ofreceremos
placer a los ojos, ni nos deleitaremos con cantos, ni afeminaremos
nuestro olfato, ni prostituiremos nuestro gusto, ni agradaremos al
tacto: todas estas cosas son caminos fáciles para el alma y veredas
que conducen al pecado. No nos daremos a la molicie con vestidos
delicados y sedosos, tanto más caros cuanto más inútiles, ni con el
brillo de las piedras preciosas o el oro, ni con artificios y colores que
falsean la belleza natural y han sido diseñados contra la imagen de
Dios. No con orgías y borracheras a las que, a ciencia cierta, se
añaden el libertinaje y la insolencia, pues de sórdidos maestros
proceden enseñanzas sórdidas o, dicho de otra forma, malas semillas
dan frutos perversos. No construyamos altos lechos que den cobijo
en nuestro vientre a la molicie. No estimemos con exceso los aromas
del vino, los encantos del arte culinario y los ungüentos costosos.
Que la tierra y el mar no nos brinden estiércol caro—por tal tengo yo
el lujo—19. No rivalicemos unos contra otros por ver quien aventaja a
los demás en destemplanza, entendiendo que yo juzgo intemperancia
cuanto sea inútil y falto de provecho. Y todo ello mientras otros,
formados del mismo barro nuestro20 y con nuestra misma
composición, pasan hambre y fatiga a causa de su pobreza.

6. Nosotros, sin embargo, dejamos todas estas cosas a los
griegos, al lujo y las fiestas helenas. Ellos dan el nombre de Dios a
seres que se regocijan con el olor de los sacrificios21 y por tanto, en
buena lógica, adoran lo divino con el vientre. ¡Desatinados
escultores, sacerdotes y adoradores de horribles divinidades!22
Nosotros por el contrario, como adoramos al Logos, cuando debemos
gozar lo hacemos con la palabra y con la ley divina23 y, muy
particularmente, con las explicaciones correspondientes a la fiesta de
hoy, de suerte que en manera alguna queden nuestras delicias lejos
de Aquél por quien fuimos llamados.
O, puesto que soy yo quien invita hoy, ¿preferís acaso, nobles
invitados, que pronuncie sobre este asunto un discurso tan prolijo y
solemne como fuere posible, a fin de que lleguéis a conocer cómo
puede el extraño hospedar a los nativos, el campesino a los
ciudadanos, quien es frugal a los espléndidos y el pobre que carece
de hogar a quienes nadan en la abundancia?24.
Comenzaré al punto. Purificadme entre tanto vosotros la mente, el
oído, el pensamiento. Vosotros, cuantos gozáis con tales cosas. Pues
cuando de Dios se habla, divino es también el discurso25. Así, os
marcharéis de aquí regocijados con cosas que no son vanidades.
Será mi discurso, a la par completo y brevísimo, para que no resulte
molesto por breve ni se os haga pesado por demasiado extenso.

7. Dios siempre ha sido, siempre es y siempre será o más
exactamente, siempre es. Porque «fue» y «será» significan
fragmentos de tiempo, propios sólo de nuestra naturaleza fluyente, en
tanto que Dios siempre es26 y, precisamente, El mismo se otorga
este nombre cuando contesta a Moisés en el monte27. Pues todo
cuanto existe lo abarca El, que no tuvo principio ni tendrá final, como
un mar ilimitado e infinito que excede todo pensamiento sobre el
tiempo y la naturaleza, por grande que sea. En nuestro entendimiento
nos representamos a Dios, bastante oscura y limitadamente, no
concibiendo los atributos que le son propios, sino valiéndonos de los
seres que hacen referencia a El. Mas si la imagen de algo se alcanza
a partir de otra cosa, se llega solamente a una figura de la verdades
que escapa antes de poder retenerla, huye antes de que la
comprendamos. Tal figura de Dios ilumina lo mejor de nosotros
mismos —con tal de que lo hayamos purificado—, al modo como un
fugaz relámpago da luz a los ojos. Sucede esto, según mi parecer
para que, por una parte, por aquello por lo cual El puede ser
comprendido por nosotros, nos atraiga a Si, pues nadie espera ni
pretende conseguir lo que no le es dado conocer en modo alguno.
Por otra, por cuanto nos es inasequible, se constituye en objeto de
nuestra admiración, para que siendo admirado, sea deseado;
deseándolo, nos purifique y purificados, nos haga divinos a fin de
tener relación con quienes han sido hechos semejantes a El. Mi
discurso aventura algo inusitado: que Dios se une y se da a conocer
a dioses29 y, quizás, se une en la misma proporción en que conoce a
los que ya son por El conocidos. Dios es inabarcable y difícil su
contemplación. Únicamente podemos percibir su infinitud. Mas como
tal vez crea alguno que Dios, por tener una naturaleza simple, es o
absolutamente inasequible o comprensible por entero, nos
detendremos a analizar qué es Este que tiene una naturaleza simple.
Porque, a todas luces, su simplicidad no es su naturaleza al igual que
tampoco en las cosas compuestas la naturaleza se reduce a la
composición.

8. Bajo dos aspectos puede considerarse la infinitud: según se
atienda al principio o al fin —pues por encima de ambas cosas y no
entre ellas está lo infinito—. Por una parte, cuando la mente,
colocada en el fondo de un abismo, mira hacia arriba y no encuentra
asidero ni le sirven como referencia las imágenes que concibe sobre
Dios, designa como infinito o inexpugnable a lo que no tiene principio.
Por otra, cuando atendemos a lo que está debajo de nosotros y nos
sucede, hablamos de lo inmortal e imperecedero. Mas cuando se dan
ambas condiciones, hay que hablar de eternidad. Pues la eternidad
no es tiempo ni una parte de tiempo, ya que no es mensurable. Sino
lo que para nosotros es tiempo medido por el movimiento del sol, eso
es la eternidad para los seres eternos. La eternidad es como un
movimiento y un intervalo de tiempo que se prolonga tanto cuanto lo
subsistente. Por ahora, es esto todo lo que quiero exponer acerca de
la naturaleza divina. No es éste el momento para hablar de ella, pues
lo que nos hemos propuesto no es tratar de la naturaleza divina, sino
de su economía. Cuando hablo de Dios, hablo del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. La divinidad no puede predicarse de más
realidades, pues de lo contrario admitiríamos la pluralidad de dioses.
Pero tampoco hablamos como si una de estas tres Personas fuera
inferior a las otras. En uno u otro caso, actuaríamos o como judíos,
que creen en una sola Persona divina, o como griegos, que creen en
multitud de divinidades. Aunque estas dos opiniones sean entre sí
contrarias, en ambas encontramos por igual el error30. Pues el Santo
de los santos, que se cubre con las alas de los serafines, es
glorificado por su triple santidad31, reunida en una sola potestad y
naturaleza divina. Otro antes que yo interpretó esto también así, de
manera perfecta y magnifica32.

9. Mas como no le bastaba a la bondad divina con moverse
solamente en la contemplación de Sí misma, sino que era necesario
que su bien se difundiese y divulgase para que fueran muchos los
que recibieran su beneficio —en esto consiste el culmen de la
bondad—, piensa primero en potencias angélicas y celestes. Este
pensamiento debía ser cumplido por el Verbo y consumado por el
Espíritu. Así fueron creados segundos esplendores, ministros del
primero, ya fueran espíritus inteligentes, ya un fuego inmaterial e
incorpóreo, ya otra naturaleza que, en cualquier caso, conviene
concebir como cercana a éstas que acabamos de enunciar. Quiero
decir que son inmóviles para el mal y sólo tienen movimiento para el
bien, pues permanecen junto a Dios y brillan por su primer
resplandor, mientras que el resto, que viene después, brilla por un
segundo resplandor. El caso de Lucifer, no obstante, me mueve a
sospechar y a decir que no son inmóviles para el mal33, sino de difícil
movimiento, pues Lucifer34 se convirtió en tenebroso por su soberbia
y por ello recibió ese nombre y otro tanto las potencias rebeldes que
están bajo su poder y son origen del mal, pues huyendo del bien nos
atrajeron al mal a nosotros.

10. Por todos estos motivos, Dios construyó el mundo inteligible35,
al menos a lo que yo puedo juzgar sobre él, meditando con pequeño
discurso cosas grandes. Después de que el principio fue bellamente
dispuesto por Dios, concibió el segundo mundo, material y visible.
Está compuesto por la combinación y reunión de cielo y tierra y de las
cosas que se hallan en medio de ambos. Es digno de loa por el buen
ingenio de cada una de sus partes, pero más digno de alabanza es
por la armonía y acuerdo de todas ellas, ya que cada una guarda
proporción con otra y todas con el conjunto para la formación de un
único mundo. Dios muestra así que es capaz no sólo de crear una
naturaleza semejante a El, sino también una que le es completamente
extraña36. Pues son propias de la divinidad las naturalezas
inteligentes y que sólo son concebidas por la mente, pero le son
ajenas todas las cosas que están sometidas a la percepción sensible
y aún caen más lejos de ella cuantas carecen de alma y movimiento.
Mas de todo esto, ¿qué es lo que realmente nos interesa a
nosotros?, dirá al punto alguno de los amantes de la fiesta y de los
más apasionados. «¡Fustiga al caballo hacia la meta! Reflexiona
sobre lo que mira a la fiesta y sobre lo que hoy nos ha congregado».
Precisamente es esto lo que, movido por mi deseo y por el
argumento, pretendo hacer. Pero convenía tratarlo desde su origen.

11. H/E-CARNE/NACIANCENO: Porque, ciertamente, la mente y la
percepción sensible, tan distinta la una de la otra, constreñidas en
sus propios límites, llevaban ya en sí la magnificencia del Logos
creador, ensalzadoras silenciosas y sonoros mensajeros de su
grandeza. Aún no había mezcla de una y otra, ni unión de contrarios.
Ambas, mezcla y unión, habrían sido signo de una sabiduría
grandísima y de la excelencia de las naturalezas, pero no hubiera
sido fácil reconocer toda la riqueza de la bondad de Dios. Sin
embargo, deseoso el Logos artífice de mostrar un ser viviente
formado de ambas cosas, es decir, de una naturaleza visible y otra
invisible, crea al hombre, toma el cuerpo de una materia ya creada y
le introduce su propio espíritu —lo que la Escritura llama «alma
inteligente» «e imagen de Dios»37. Era como un segundo mundo, un
mundo grande en uno pequeño38, que Dios colocó sobre la tierra
como otro ángel, un adorador de naturaleza mixta, espectador de la
creación visible que intuía las cosas inteligibles, rey de todas las
cosas que se hallan sobre la tierra, aunque sometido al reino
supremo. Terrestre y celeste, efímero e inmortal, visible e inteligente,
entre la grandeza y la humildad. Es espíritu y carne: espíritu por la
gracia, carne por la soberbia39. Por un lado espíritu, para que
mientras viva glorifique a su Hacedor; por otro, carne, para que sufra
y sufriendo recuerde que fue castigado por vanagloriarse de su
grandeza. Este viviente, después de ser gobernado aquí en la tierra,
es conducido a otro lugar y, lo que constituye el punto final del
misterio cristiano, llega a ser divino por su inclinación a Dios. A esta
conclusión me lleva el mínimo resplandor que de la verdad poseemos
aquí en la tierra para ver y gozar el resplandor divino, digno de Aquél
que nos ató y nos desatará para unirnos a El de nuevo de forma
sublime.

12. Dios puso al hombre en el Paraíso40, cualquiera que éste
fuera, considerándolo digno de libre arbitrio para que el bien
perteneciera a quien lo elige tanto como a Quien había sembrado en
él la capacidad de hacerlo. Lo hace hortelano de árboles inmortales
—quizá los pensamientos divinos, los más simples y más
perfectos41—. Estaba desnudo por su sencillez y su forma de vida sin
artificio, lejos de todo encubrimiento y recelo. Pues era conveniente
que fuera así quien había sido creado al principio42. Le es dada la
ley, que es el objeto sobre el que ejercer su libertad. Consistía en la
orden de comer de algunos árboles y abstenerse de otros. En
concreto, debía abstenerse del árbol de la ciencia43, no porque
desde el principio éste hubiera estado mal plantado, ni que se les
prohibiera por envidia —no desaten aquí sus lenguas los enemigos
de Dios, imitando a la serpiente44—, sino porque comer de él era
bueno sólo en el momento oportuno, porque, creo, este árbol
representaba la contemplación de Dios, cuya posesión era segura
sólo para quienes fueran de disposición perfecta. No era bueno, por
el contrario, para los demasiado simples ni para los en exceso
deseosos, al igual que no es conveniente una comida completa para
quienes son todavía pequeños y sólo necesitan leche45. Mas
enseguida, por envidia del diablo, mediante la ofensa de la mujer, a la
que se tentó por más débil y se empleó para tentar por más
persuasiva —¡ay de mi debilidad, que mía es la debilidad de mi
progenitor!—, el hombre se olvidó del mandato establecido por Dios y
se dejó tentar por la amarga comida y consiguientemente, a causa de
su maldad, fue expulsado al mismo tiempo del árbol de la vida, del
Paraíso y de Dios. Se vistió con túnicas de piel, que significan quizás
una carne más grosera, tosca y mortal46. Conoce al punto la
vergüenza y se esconde de Dios. De todo ello, no obstante, se saca
algún provecho: la muerte que, poniendo fin al pecado, evita que sea
inmortal el mal. El suplicio, pues, adquiere razón de benevolencia.
Estoy persuadido de que Dios castiga así47.

13. De muchas formas fue el hombre amonestado a causa de la
muchedumbre de pecados que, por diversos motivos y circunstancias,
tomaron raíz del mal. Fue advertido por la palabra de Dios, por los
profetas, con beneficios, con amenazas, con desgracias,
inundaciones, incendios, guerras, victorias, derrotas, con señales
procedentes del cielo, con señales procedentes del aire, de la tierra,
del mar, de los hombres, de las guerras, con inesperadas mudanzas
de pueblos. Lo que por medio de todo esto se pretendía era destruir
el mal. Finalmente, tuvo el hombre necesidad de un remedio más
eficaz, pues sus enfermedades se hicieron más graves, esto es,
homicidios, adulterios, perjurios e idolatría, que es el primero y el peor
de todos los males pues traslada a las criaturas la adoración debida
al Creador48. Como tales cosas requerían un remedio mayor, mayor
lo recibieron. Tal remedio fue el mismo Hijo de Dios, que es eterno,
invisible, insondable, incorpóreo, principio que proviene del principio,
luz que de la luz proviene, fuente de la vida y de la inmortalidad,
expresión del prototipo de belleza, sello inmóvil, imagen inmutable, fin
y palabra del Padre49. Este se inclina a quien es imagen suya50,
toma sobre Sí carne a causa de mi carne, a causa de mi alma se une
a un alma inteligente, para purificar lo semejante por medio de lo
semejante51. Se hizo hombre en todos los aspectos, menos en el
pecado52. Nació de la Virgen, purificada primero en alma y cuerpo53
por el Espíritu —pues era necesario que fuera honrada la generación
humana y aún más la virginidad54. Siendo Dios se presentó con una
naturaleza humana, un solo ser formado de dos naturalezas
contrarias, carne y espíritu, de las que una era divina y la otra estaba
divinizada. ¡Oh, inaudita mezcla! ¡ Oh, extraña unión!
ENC/NACIANCENO: El que es, nace; se hace creado quien no lo
es; el infinito se hace extenso merced al alma racional que hace de
mediadora entre la divinidad y la gravedad de la carne. El que
enriquece mendiga. Se empobrece tomando mi carne para que yo me
enriquezca con su naturaleza divina. Se vacía55 quien está repleto de
todas las cosas, pues, verdaderamente, durante un breve tiempo se
vació de su gloria para que yo participara de su plenitud. ¿Cuál es la
riqueza de su bondad? ¿Qué misterio es éste que me rodea? Yo
participé de la imagen de Dios y no la guardé. El participó de mi carne
para salvar la imagen y hacer inmortal la carne. El tomó parte de una
segunda unión con el hombre, más extraordinaria que la primera por
cuanto entonces me hizo participar de una naturaleza mejor y ahora
es El quien toma parte en una naturaleza inferior. Esto es con mucho
más divino que lo primero. Esto, para quienes son sensatos, es
mucho más sublime.
14. A propósito de todo ello ¿qué nos dicen los calumniadores, los
calculadores rigurosos de la naturaleza divina, los que critican las
cosas laudables, los que están ciegos para la luz, los ignorantes
cuando de la Sabiduría se trata, por quienes murió Cristo inútilmente,
criaturas ingratas, reproducciones del diablo? ¿Acaso reprochas a
Dios todo este beneficio? ¿Es acaso insignificante porque se humilló
por ti? ¿Porque el buen pastor que da su vida por el rebaño, por
montes y colinas, sobre los que tú sacrificaste, va en busca de la que
se ha extraviado56 y cuando la halla la pone sobre sus hombros,
sobre los que cargó también su cruz, y cogiéndola la lleva a la vida
suprema y llevándola la cuenta entre las que no habían huido?
¿Porque encendió la lámpara, esto es, su carne, limpió su casa
purificando de pecado al mundo y buscó el dracma, esto es, la
imagen regia enterrada bajo las pasiones y después de haberlo
encontrado llama a todas las amigas para hacerlas partícipes de su
alegría (/Lc/15/08) 57, esto es, convoca a cuantos habían sido
también hechos conocedores de su salvación? ¿Porque la luz más
brillante sigue a aquella que le precede y el Verbo a la voz58 y el
esposo al desposado que dispone para el Señor un pueblo elegido
purificando primero con agua a quienes más tarde habrían de ser
purificados por el Espíritu? ¿Reprochas esto a Dios? ¿Supones que
es inferior por estos motivos? ¿Porque se ciñe una toalla y lava los
pies de sus discipulos59 y pone de manifiesto que el mejor camino
para la exaltación es la humildad? ¿Porque se humilla para levantar al
alma arrojada al suelo por el pecado? ¿Por qué no criticas también el
hecho de que coma con publicanos60 y les adoctrine en su casa con
miras a sacar algún provecho? ¿Cuál, en concreto? La salvación de
los pecadores. Tal vez alguno acusará también al médico que se
inclina ante los enfermos y soporta el hedor para devolver la salud a
los contagiados, o acusará quizás a quien, llevado por un sentimiento
de amor hacia los hombres, se arroja a un pozo para salvar a las
bestias que han caído en su interior, tal y como la Ley prescribe61.

15. Fue enviado como hombre ciertamente, pues doble era su
naturaleza: se cansó62, tuvo hambre63, sed64, se angustió65,
lloró66, tal y como corresponde al cuerpo. Mas si también fue enviado
como Dios ¿qué significa todo esto? Piensa que esta misión es deseo
del Padre. Cristo devuelve al Padre todas sus cosas, sea porque
honra al principio que está fuera del tiempo, sea por no parecer
enemigo de Dios. De la misma forma que se dice67 que fue
entregado, se dice también que El mismo se entregó. Se dice que por
el Padre fue resucitado68s y ascendido al cielo y, a su vez, que El
mismo resucitó y subió al cielo69. Las primeras expresiones significan
la Voluntad del Padre. Las segundas, la potestad de Cristo. Tú sólo
hablas de las cosas inferiores y cuando refieres que El padeció,
callas que lo hizo voluntariamente.
Y, en verdad, ¡cuánto sufre ahora también el Verbo! Algunos,
ciertamente, lo honran como Dios, pero lo reasumen70 en la
divinidad. Otros, atendiendo a su carne, lo deshonran y lo separan
del Padre71. ¡Contra quiénes se irrita más? O, por mejor decir, ¿a
quiénes perdona más? ¿a quienes unen mal o a quienes separan?
En efecto, sería necesario que aquellos lo separaran y éstos lo
unieran. Aquellos en lo que toca al número. Estos por cuanto a la
naturaleza divina. ¿Te escandaliza su carne? Lo mismo sucedió
también a los judíos. ¿También tú le darás acaso el nombre de
samaritano? No hablaré sobre lo que sigue72. ¿Dudas de su
naturaleza divina? ¡Ni siquiera los mismos demonios ponen esto en
duda! ¡Oh, más incrédulo que los demonios, más insensato que los
judíos! Estos advirtieron que el título del Hijo era un nombre de igual
dignidad. Aquellos respetaban como Dios a quien los expulsaba y las
mismas cosas que padecían los forzaba a creer73. Pero tú no
admites la igualdad, no confiesas la naturaleza divina. Mejor te sería
estar circunciso y endemoniado —por decir algo en extremo
ridículo—, que incircunciso y con buena salud estar poseído por el
demonio y sin Dios.

16. Y al poco podrás ver también que Jesús se purifica en el río
Jordán74 por mi expiación. O, para ser exactos, santifica las aguas
con su purificación, que no estaba necesitado de purificación quien
quita el pecado del mundo. Verás que se abren los cielos75 y que el
Espíritu, que es de su misma naturaleza, da testimonio de El76. Lo
verás tentado y victorioso, servido por los ángeles77, curando toda
enfermedad y debilidad78, devolviendo la vida a los
muertos79—¡ojalá hiciera otro tanto contigo, que estás muerto por tu
falsa creencia!—. Lo verás expulsando a los demonios, a unos El en
persona80, a otros por medio de sus discípulos81. Alimenta con unos
pocos panes a una muchedumbre82. Anda sobre el mar83. Es
traicionado84 y crucificado85, crucificado El y con El crucificada mi
culpa. Conducido como cordero86, como sacerdote ofrece el
sacrificio87. Sepultado como hombre, como Dios resucitado, sube
después al cielo y tornará con toda su gloria. ¡Cuántas fiestas
necesitaría para celebrar cada uno de los misterios de Cristo! Punto
fundamental de todas ellas será uno solo: mi perfección y
restauración y el regreso a la primitiva condición de Adán.

17. Ahora ten noticia de su concepción y salta de gozo, si no como
Juan, en el vientre materno88, sí como David, al detenerse el arca89.
Aprecia el censo91 en virtud del cual serás registrado en el cielo.
Honra la generación91 merced a la cual serás librado de los vínculos
de la generación. Venera a la pequeña Belén, que te condujo al
Paraíso. Adora el pesebre92 gracias al cual tú, que estabas
desprovisto de cordura, fuiste nutrido del Logos. Conoce, como el
buey, a quien te posee. A esto exhorta Isaías93. Conoce, como el
asno, el pesebre de tu Señor. Ya seas uno de los puros, sujeto a la
Ley, de los que meditan la palabra y son aptos para los sacrificios,
que pertenecen al linaje de los gentiles. Corre junto con la estrella94,
junto con los Magos95 obsequia oro, incienso y mirra a quien es rey y
Dios y ha muerto por ti. Glorifícalo con los pastores96, con los
ángeles cántale himnos97, forma coros con los arcángeles: sea
común la fiesta a los cielos y a las potencias terrenales. Estoy
convencido de que aquellos, juntamente con nosotros, exaltan y
celebran esta fiesta, porque aman a los hombres y aman a Dios,
según los presenta David cuando, después de la Pasión, ascienden
con Cristo, le salen al encuentro y unos a otros se ordenan que abran
las puertas98.

18. Algo nos resulta odioso al hablar del nacimiento de Cristo y es
la matanza de los inocentes llevada a cabo por Herodes99. Mas si
bien se considera, debe respetarse el sacrificio de los niños
contemporáneos de Cristo, sacrificados antes de la nueva víctima. Si
Cristo huye a Egipto100, huye con El de buen grado, que bello es
huir con Cristo cuando El es perseguido. Si se demora en Egipto,
llámalo, aunque allí debidamente se le adora101. Como discípulo sin
tacha de Cristo, recorre cada una de sus edades y virtudes.
Purifícate102, circuncídate103, despójate del velo de tu nacimiento.
Después enseña en el Templo104 y expulsa de él a los sacrílegos, a
los que trafican con las cosas de Dios105. Si es necesario ser
lapidado para sufrir, ten por seguro que pasarás inadvertido a
quienes quieran apedrearte y, como el mismo Dios, huirás por medio
de ellos106. Si te acercares a Herodes, no le contestes107. Tu
silencio será más respetado que el largo discurrir de otros. Si eres
flagelado108, exige las cosas que vienen después. Prueba la hiel109,
por ver qué gusto tiene. Bebe vinagre110. Reclama los salivazos111.
Recibe las bofetadas y los golpes112. Corónate de espinas113, sea,
con la aspereza de la vida de Dios. Arrópate con el manto
escarlata114. Ase la caña115, que se arrodillen ante ti quienes se
mofan de la verdad116. Finalmente hazte crucificar con El
crucificado117, muere con El118. De buena gana hazte sepultar con
El119 para que también resucites con El120 y seas glorificado y con
El reines, viendo así a Dios tal y como El es y, siendo visto tú por El,
por el Dios que es adorado y glorificado en la Trinidad, a quien ahora
nosotros suplicamos que nos ilumine. A éste en cuanto es accesible a
nosotros los encadenados a la carne, a Cristo Jesús, Señor nuestro,
a quien la gloria es por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1 Sal. 95, 1.
2 Sal. 95, 11.
3 Cf. Ex. 10, 21.
4 Cf. Ex. 13, 21.
5 Cf. 1s. 9, 2.
6 2 Cor. 5, 17.
7 Según una simbología bastante difundida en el cristianismo antiguo,
habiendo sido definido Melchisedec, rey de Salem, «Sacerdote del Altísimo» (cf.
Gén. 14, 18; Sal. 110, 14), fue considerado como una prefiguración de Cristo. En
efecto, es a Cristo a quien se refieren las condiciones de ser sin padre ni madre
que aquí se leen. La definición de «sin padre ni madre» está tomada de Heb. 7,
3
8 Sal. 46, 1.
9 Is. 9, 5.
10 Mt. 3, 3.
11 Heb. 13, 8.
12 En tiempos antiguos, anteriores, desde luego, a San Gregorio Nacianceno,
la fiesta de la Natividad era celebrada junto con la de la Epifanía, el 6 de enero.
13 En el texto griego hay un juego de palabras de difícil traducción: «logos»
significa también «explicación», «causa racional» y «Logos», «razón». San
Gregorio emplea aquí las dos acepciones del término.
14 Cf. Ef. 4, 22-24.
15 Cf. 1 Cor. 15, 22.
16 Rom, 5, 20.
17 Cf Gén 3 6.
18 Cf. Rom. 13, 13.
19 La violenta condena del lujo es típica de las homilías de San Gregorio, que
había pasado cerca de cinco años en la soledad del desierto junto a Seleucia
antes de ser llamado a Constantinopla. También después de retirarse a su
patria, tras la conclusión, tan triste para él, del Concilio constantinopolitano del
381, pasó los últimos años de su vida entregado a la vida solitaria y a la
mortificación.
20 Cf Gén 2, 7.
21 Conforme a una concepción bastante difundida sobre todo en la
apologética cristiana, los ídolos a los cuales la religión pagana ofrecía sus
victimas no eran sólo imágenes vanas, sino que contenían en su interior al
demonio, que se alimentaba de la carne y del humo del animal sacrificado. Por
lo demás, la misma poesía homérica solía representar a los dioses paganos
como seres humanos que se alegraban del olor y de la carne de las
hecatombes.
22 Las divinidades de las religiones paganas y del culto oficial del Estado no
eran para los cristianos otra cosa que demonios que pretendían la adoración de
los hombres para desviarlos del culto verdadero de Dios y para perderlos con la
idolatría.
23 Obsérvese, aquí y en la siguiente homilía (cf. 39, 2), el juego de palabras
entre Logos divino, al que adora San Gregorio, y logos humano, o sea, palabra,
discurso, razonamiento. Ambos conceptos están unidos entre si según San
Gregorio, para quien el verdadero adorador del Logos divino posee también
plenamente el arte del discurso, la retórica.
24 Sobre el discutido significado de estas afirmaciones, en relación con la
cronología de estas homilías, se ha hablado en la introducción.
25 Otro concepto fundamental en el Nacianceno: no es lícito hablar de Dios ni
posible comprenderlo, si no se está purificado de los pecados y de todas las
escorias terrenas.
26 Sobre el significado filosófico de este largo fragmento y sobre el contenido
típico de la filosofía platónica, cf. lo que se ha dicho en la introducción.
27 Cf. Ex. 3, 14.
28 Es éste un objeto teológico propio de San Gregorio y de los otros padres
capadocios: Dios no puede ser conocido en su naturaleza, sino sólo en algunos
de sus atributos, a través de aquello que El mismo deja conocer de Sí.
29 Cf. Sal. 82, 6. San Gregorio elabora en sentido espiritual un pasaje
escriturístico que, ciertamente, no tenía ese significado. Según el Nacianceno, el
hombre purificado retoma la condición de haber sido hecho a imagen de Dios.
En esta doctrina nuestro autor aparece bastante próximo a su gran amigo,
Gregorio de Nisa.
30 Es frecuente en las homilías del Nacianceno la presentación de la doctrina
ortodoxa, o sea, la de Nicea, como el justo medio entre dos extremos; su
mentalidad y su educación equilibrada se manifiestan también en el discurso
trinitario.
31 Cf. Is. 6, 2.
32 La alusión es incierta. Según una glosa que se encuentra en el manuscrito
Coislinianus 51, del siglo Xl, Gregorio se refería aquí a San Atanasio. Es ello
posible, dada la gran autoridad de que aquél gozaba entre los autores
ortodoxos. Sin embargo, dado que esta interpretación del Trisagio como
prefiguración de la Trinidad se encuentra también en San Basilio (cf. Contra
Eunomio, lll, 2) y considerando la autoridad de que también San Basilio gozaba
ante San Gregorio, unida a la relación de amistad y devoción sincera que éste
último abrigaba con respecto aquel, yo estaría más inclinado a pensar que la
alabanza que aquí se encuentra está dirigida a San Basilio y no a San Atanasio.

33 El problema al cual hace aquí referencia San Gregorio, es bastante
delicado: ¿cómo es posible que hayan pecado los ángeles? La cuestión
implicaba, de hecho, toda la doctrina de Orígenes sobre la preexistencia de las
almas, las cuales, en cuanto inteligentes (noes) eran consideradas por el
alejandrino, no distintas, sustancialmente, de los ángeles. La explicación que
aquí aparece presentada es desarrollada con buen sentido, pero sin rigor
filosófico: el ángel no es inmóvil para el mal, sino sólo difícilmente movible hacia
él (se evita, por tanto la dificultad en que había caldo Orígenes, pero,
sustancialmente, se hace del ángel una criatura análoga al hombre). La misma
problemática se repite en Orat., 28, 31; 31, 15; 40, 7; 41, 11 Carm., 1,1,7, 35 ss. y
presenta siempre esta fundamental aporía. El problema era irresoluble según
ha notado Danielou, puesto que estaba determinado por aquella concepción del
pecado según la cual el pecado está ligado a lo sensible. San Gregorio de Nisa
lo resolverá de otro modo: el ángel es mudable en cuanto él mismo es criatura
(cf. J. Danielou, L'etre et le temps chez Gregoire de Nysse, Leiden 1970, p. 115).

34 Cf. Is. 14, 2 ss.
35 El «mundo inteligible» es el compuesto por las naturalezas inteligibles,
esto es, privadas de cuerpo y de materia: los ángeles, como antes se ha dicho.
Sin embargo, este término era empleado por los platónicos para designar el
mundo de las ideas.
36 Que la belleza del mundo creado y la armonía de sus partes atestiguan la
presencia de una mente ordenadora y providencial era ya una doctrina propia de
las filosofías platónico-aristotélica y estoica. Cf. cuanto comenta a este propósito
el mismo San Gregorio al inicio del cp. 11.
37 Cf Gén 1 26
33 El hombre es un microcosmo, el «segundo mundo», como había
enseñado ya Filón de Alejandría (Cf. De post. Caini, 16, 58; Quis rer. diu. heres,
31, 155; De Abr., 15, 71 etc.) El concepto, que en un último análisis se remonta a
Platón (cf. Tim., 81a; 88d), se encuentra también en San Gregorio Nacianceno
(cf. Oral., 28, 22).
39 Esta expresión resulta poco clara: San Gregorio parece querer decir que la
carne fue dada al hombre para que no se enorgulleciera ni ensoberbeciera por
su particular dignidad, la misma que fue después objeto de la envidia de Lucifer.
Sino que, estando expuesta a las pasiones, pudiera la carne constituir un freno a
la soberbia y un instrumento de educación para poder elevarse a Dios.
40 Cf. Gén. 2, 15.
41 Esta interpretación de los árboles del Paraíso ha sido tomada por San
Gregorio, probablemente, de Filón de Alejandría que (De plant., 36-40) habÍa
afrontado en forma semejante el problema de la interpretación alegórica del
Paraíso terrenal.
42 Sobre la condición de Adán en el Paraíso terrenal y sobre su caÍda por obra
del demonio cf. lo que se ha apuntado en la introducción.
43 Cf. Gén. 2, 17.
44 Esta afirmación suena a una famosa sentencia de Platón, quien (Fedro
247e) habÍa dicho: «la envidia permanece fuera del coro de los dioses». De
nuevo aludirá otra vez a Platón nuestro autor en Orat., 28, 11. Los enemigos de
Dios que aventuran esta interpretación de atribuir al Creador la responsabilidad
de la culpa del hombre, serían quizá cristianos de inspiración vagamente
gnóstica. Tal vez, San Gregorio se esté dirigiendo polémicamente a los
maniqueos.
45 Cf. 1 Cor 3, 2
46 La interpretación de las «túnicas de piel» con que se vistieron Adán y Eva
después del pecado (cf. /Gn/03/21-ORIGENES) es, como se sabe, de Origenes
(cf. Method., De resurr., 1, 29). San Gregorio de Nisa la recoge con algunas
modificaciones, entendiendo por «túnicas de piel» no el cuerpo en sí, porque
Dios no pudo crear nada malo, sino las condiciones sensibles y corpóreas que
inclinan a la pasión y al pecado (cf. J. Danielou, Platonisme et Théalogie
Mystique, Paris 1954, pp. 56 ss.). San Gregorio Nacianceno, como se ve, está,
por el contrario, menos convencido de esta interpretación.
47 Por consiguiente, la muerte tiene un valor positivo, porque impide al
hombre pecar infinitamente: esta interpretacción de la pedagogía de Dios
respecto a la muerte tal vez fuera recogida por el Nacianceno, de los escritos de
su gran amigo San Gregorio de Nisa. Cf. Orat. catech., 8; De an. et resurr., 125.
El Nacimiento retorna sobre la cuestión en Carm., 1, 1, 7, 82-91.
48 Cf. Rom. 1, 25.
49 Esta serie de términos aplicados al Hijo de Dios tiene como fin
subrayar—en polémica con los arrianos—la plena divinidad y el origen antes del
tiempo.
50 Cf. Gén. 1, 26.
51 Sobre la discusión a propósito de la Encarnación de Cristo cf. lo apuntado
en la introducción.
52 Cf. Heb. 4, 15.
53 Cf. Lc. 1, 27 ss.
54 Estas palabras revelan cual era la actitud del Nacianceno respecto a la
virginidad y el matrimonio: éste era definido contra las condenas y las
acusaciones de los herejes mas, aunque se lo considere bueno, se prefiere la
virginidad como cosa de mayor estima. Por lo que hace el Nacianceno, cf.
Homilía 37.
55 Cf. Flp. 2, 7.
56 Cf. Jn. 10, 11.
57 Cf. Lc. 15, 8.
58 Cf. Lc. 3, 4.
59 Cf. Jn. 13, 4-5.
60 Cf. Lc. 5, 27 ss.
61 CF. Dt. 22, 4.
62 Cf. Jn. 4, 6.
63 Cf. Mt. 4, 2.
64 Cf. Jn. 4, 7.
65 Cf. Lc. 22, 44 66 Cf Jn. 11, 35
67 Cf. Gál. 2, 20.
68 Cf. 1 Cor. 15, 15
69 Cf. Act. 1 , 9.
70 Este término, que nos resulta extraño, es un tecnicismo de la herejía
modelista de Marcelo de Ancira (siglo IV), quien al oponerse al arrianismo, cae
en el error opuesto (y esta equivalencia de las dos herejías fue siempre
subrayada, como un topos, por los escritores niceos). Marcelo sostiene que el
Hijo, generado por el Padre con miras a la creación del mundo, será
«reasumido» en el Padre (y perderá, por tanto, la propia hipóstasis y la
subsistencia personal) al fin del mundo; para más detalles y una visión más
profunda, cf. M. Simonetti, La crisi ariana nel quarto secolo, Roma 1975, pp.
66-71.
71 Referencia a los arrianos que, basándose en la humildad que caracterizó
la vida del Hijo encarnado, negaron su naturaleza divina y por ende, lo separaron
del Padre.
72 Cf. Jn. 8, 48.
73 Cf. Lc. 4, 41.
74 Cf. Mt. 3, 13.
75 Cf. Mt. 3, 16.
76 Cf. Mt. 3, 17.
77 Cf. Mt. 4, 6 ss.
78 Cf. Mt. 4, 11.
79 Cf. Jn. 11, 1 ss.
80 Cf. Lc. 8, 27 ss.
81 Cf. Lc. 10, 17.
82 Cf. Mt. 14, 13 ss.
83 Cf. Mt. 14, 26.
84 Cf. Mt. 26, 47 ss.
85 Cf. Mt. 27, 35
86 Cf. 1s. 57, 2.
87 Cf. Heb. 3, 1.
88 Cf. Lc. 1, 41. 62.
89 Cf. 2 Sam, 6, 14.
90 Cf. Lc. 2, 1 ss.
91 Cf. Lc. 2, 7.
92 Cf. ibid.
93 Cf. Is. 1, 3.
94 Cf. Mt. 2, 2.
95 Cf. Mt. 2, 11.
96 Cf. Lc. 2, 20.
97 Cf. Lc. 2, 13
98 Cf. Sal. 23, 7-9.
99 Cf. Mt. 2, 16.
100 Cf. Lc. 2, 22.
101 Alusión a la actitud del patriarcado de Alejandría que desde que se
encontraban allí Alejandro y después Atanasio, había sido siempre un acérrimo
enemigo de la herejía arriana y un ferviente defensor de la fe nicena. San
Gregorio se dirige con sentimientos de amistad al obispo de Alejandría, Pedro,
que era hermano de San Atanasio, muerto pocos años antes (en el 373),
aunque entre San Gregorio y Pedro habían tenido lugar disensiones.
102 Cf Lc. 2, 22.
103 Cf. Lc. 2, 21.
104 Cf. Lc. 2, 46.
105 Cf. Mt. 21, 12.
106 Cf Jn. 8, 59; Lc. 4, 30.
107 Cf. Lc. 23, 9.
108 Ct. Mt. 27, 26.
109 Cf. Mt. 27, 34.
110 Cf. Mt. 27, 48.
111 Cf. Mt. 27, 30.
112 Cf. Mt. 27, 29-30.
113 Cf. Mt. 27, 29.
114 Cf. ibid.
115 Cf. ibid.
116 Cf. ibid.
117 Cf. Mt. 27, 35.
118 Cf Mt. 27, 50
119 Cf. Mt. 27, 60.
120 Cf Mt. 28, 6 ss.

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