domingo, 4 de enero de 2015

Ireneo de Lyon

"Mas la ignorancia, que es la madre de todos estos, se elimina con el conocimiento"

INTRODUCCIÓN:

No puedo ocultar una gran simpatía por Ireneo de Lyon. Su interés y celo en desenmascarar la herejía, me hacen pensar en él como un modelo a seguir en estos tiempos de acomodación donde tantas y tantas herejías aparecen en el seno de la iglesia actual. Y pienso, cuando digo herejías, en movimientos o enseñanzas tales como la llamada "Súper-fe" o "Movimiento de Fe", la llamada "Unción de Toronto o Pensacola" o "Unción de la Risa" y cosas semejantes a estas, asimilables en ciertos aspectos algnosticismo, que aquellos paladines de la fe combatieron es su momento. Al mismo tiempo me congratulo al ver la prudencia con la cual juzgó a movimientos heterodoxos como el Montanismo (¿Los pentecostales del S. II?) viendo que pese a los "excesos carismáticos" de éstos, no se podía como receta, prohibir las manifestaciones (las auténticas, no las imitaciones) del Espíritu Santo dentro de las iglesias de aquel tormentoso siglo II, tratando de no caer en el error de un dislocado y ciego fundamentalismo que negase cualquier doctrina o movimiento que pudiese producir desorden en gente poco espiritual:
"Son realmente unos desgraciados aquellos que, tomando como pretexto la existencia de falsos profetas, se comportan igual que los que a causa de la existencia de falsos hermanos, se abstienen de relacionarse con los verdaderos hermanos. Es normal que fueran este tipo de personas los que no quisieran recibir ni siquiera al mismo Apóstol Pablo. Porque éste, en la carta a los Corintios, ha hablado con precisión de los dones proféticos y reconoce a los hombres y mujeres que profetizan en la iglesia. Por consiguiente, por estas actitudes, pecan contra el Espíritu de Dios y caen en un pecado imperdonable" ("Adversus Haereses", Libro III, 11:9).
Ireneo no deja de ser un pastor, y como tal cuida y vela por su rebaño, teniendo misericordia de las ovejas descarriadas, y tratándolas de acercar al redil de Cristo.

Leo estos días que la película más vendida en los USA es un film sobre el "arrebatamiento" (se titula "El Juicio"). A eso lo llamo yo Analfabetismo Escritural: La cristiandad de hoy hace más caso a doctrinas de hombres que a la Palabra de Dios, sin consultar ni molestarse en comprobar si la Biblia respalda lo que en ese tipo de películas (o novelas) se cuenta, y dando por sentado, como si de la misma Palabra de Dios se tratase, que lo que dichas películas presentan es doctrina cristiana.

Veamos pues, algo de la vida de este hermano: Ireneo de Lyon, Hombre de la Palabra de Dios, que como tantos otros en los primeros siglos de la era cristiana no se limitó a defender la Verdad del Evangelio con la pluma, sino que terminó pagando con su propia sangre, el precio de llamarse cristiano.

IRENEO DE LYON

Obispo de la ciudad de Lyon, en las Galias (actual Francia), nace sin embargo en Asia Menor, posiblemente hacia el 130-140 d.c. donde escucha de joven al viejo Policarpo, que le transmite las verdades y doctrinas de la fe cristiana que él mismo había oído de la boca del apóstol Juan, muerto solo unas décadas antes. Así la influencia de Policarpo, y por ende del "Discípulo Amado" del Señor, dejarán en su doctrina y legado una huella imborrable. Parece ser que después pasó un tiempo en Roma, pero sea como fuese, le encontramos en Galia ejerciendo de presbítero de la Iglesia de Lyon en el año 177 d.c.

Será después el mismo Ireneo de Lyon quien llevará de propia mano la carta de los Mártires de Lyon al Obispo de Roma Eleuterio (175-189 d.c.). A su vuelta a Lyon sustituirá a Potino como Obispo de esta ciudad, desde dónde escribirá al obispo de Roma Víctor (189-198 d.c.) para mediar entre la cristiandad occidental y la oriental, de dónde él mismo es originario, sobre la controvertida cuestión de la celebración de la Pascua (Las iglesias de Asia menor y oriente en general la celebraban en las mismas fechas de los judíos, el 14 de Nisan según el calendario judío y la tradición legada por el apóstol Juan; mientras que la cristiandad satélite de Roma y de Alejandría la celebraban el domingo inmediatamente después de la primera luna llena de primavera) que estuvo a punto de producir un cisma. Ireneo le pide al obispo Romano comprensión y paciencia hacia las iglesias orientales. Este hecho es el último del que tenemos datación precisa en la vida de Ireneo; después no sabemos más de él, y las noticias de su martirio serán tardías.

Pero la obra cumbre de Ireneo de Lyon, por la que se le ha llegado a conocer y estudiar, es Adversus Aereses, o "Contra las Herejías" (En adelante CH) que ha llegado a nosotros prácticamente íntegra por medio de diferentes fragmentos. El título completo en Griego es "Desenmascarar y Refutar la falsamente llamada Ciencia (lit. Gnosis)" lo cual es uno de sus dos principales objetivos con esta obra, siendo el segundo, en sus propias palabras: "La Demostración de la Predicación Apostólica". En CH Ireneo no trata de inventar nada nuevo ni de elucubrar sobre la fe cristiana, se limita a transmitir las doctrinas que él había recibido por medio de Policarpo y las Escrituras, para de este modo desenmascarar a los herejes que se habían infiltrado en la Iglesia.

Los teólogos católicos-romanos quieren ver en Ireneo una prueba del primado de la iglesia Romana en la lista que hace al principio del libro III de CH de la sucesión de obispos de esta sede desde Pedro y Pablo tratando de hacer ver como los herejes gnósticos han salido de ninguna parte y que no se apoyan en la Enseñanza (o "Tradición" para un cristiano del siglo II) de los Apóstoles:
"Así pues, la tradición de los apóstoles, que ha sido manifestada en el mundo entero, puede ser percibida en toda la Iglesia por todos aquellos que quieren ver la verdad. Y nosotros podemos enumerar los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las Iglesias y sus sucesores hasta nosotros. Ellos no enseñaron ni conocieron nada que se pareciera a las imaginaciones delirantes de estos hombres. En efecto, si los apóstoles hubieran conocido los misterios secretos y hubieran enseñado a los perfectos separadamente e ignorando los demás, hubieran comunicado también esos mismos misterios sobre todo a los que habían encomendado las Iglesias. Porque querían que fuesen totalmente perfectos e irreprensibles aquellos que dejaban como sucesores suyos: A quienes transmitían también su propia misión de enseñanza, para que fuese de gran provecho a los que desempeñaran su cargo correctamente, y en cambio fuese el mayor infortunio para los que faltaran. Mas, como seria demasiado largo en una obra como esta enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, indicamos solamente la de una de ellas, la de la iglesia más grande, más antigua y conocida de todos, que la fundaron y establecieron en Roma los mas gloriosos apóstoles Pedro y Pablo; mostrando que la tradición que posee de los apóstoles y la fe que ella anuncia a los hombres llega hasta nosotros por la sucesión de obispos; nosotros confundimos a todos aquellos que de cualquier manera que sea, o bien por propia complacencia, o por gloria vana, por ceguera y error doctrinal, constituyen grupos ilegítimos; porque con esta Iglesia, a causa de su origen mas excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la iglesia, es decir, los fieles de todas partes en ella, por medio de las gentes que son de todas partes, se ha conservado siempre la tradición que viene de los apóstoles. Por tanto, después de haber fundado y edificado la Iglesia, los bienaventurados apóstoles entregaron a Lino la dignidad del episcopado: Pablo hace mención de Lino en sus cartas a Timoteo. Le sucede Anacleto, después de él, en tercer lugar a a partir de los apóstoles el episcopado corresponde en suerte a Clemente. El cual había visto a los apóstoles mismos y se había relacionado con ellos; y, como tenia todavía la predicación apostó1ica sonando en sus oídos y la tradición ante sus ojos no estaba solo: porque todavía quedaban entonces muchos que habían sido adoctrinados por los apóstoles..." (CH Libro III 3.1-3.3)
No es el lugar aquí de discutir si en este texto se hallan intercalados ciertas frases espurias de copistas de siglos posteriores interesados en hacer de Roma sede de la cristiandad universal, citaré en todo caso la opinión de Ramón Trevijano Etcheverría sacerdote diocesano de Logroño, doctor en Teología por la Univ. Gregoriana de Roma, Licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico, Licenciado en Historia por La Universidad de Zaragoza y profesor de Teología, Nuevo testamento y Patrística de las universidades de Córdoba (Argentina), Buenos Aires, Burgos y Vitoria (España) y Universidad Pontificia de Salamanca, cuando dice:
"Se ha discutido si el último párrafo se refiere a la Iglesia de Roma o a la Iglesia Universal. Opinamos que el principio de que la Iglesia que puede justificar el mantenimiento de la tradición desde los apóstoles debe contar con el acuerdo de todos los cristianos, se aplica aquí a la de Roma, pero puede aplicarse a todas las iglesias apostólicas. De hecho Ireneo ha escogido la Iglesia de Roma; pero nos dice que una investigación de las otras iglesias (apostólicas) daría el mismo resultado. Lo que queda claro es la exigencia para los cristianos de todas partes de unirse con la Iglesia de Cristo sobre la base de la tradición apostólica" (Patrología, Ramón Trevijano, "Sapientia Fidei" Serie de Manuales de Teología", Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1994).
Entendamos que en la época en que Ireneo escribe no se ha compilado aún el Canon del Nuevo Testamento, y para la cristiandad de los tres primeros siglos de nuestra era, Tradición Apostólica es equivalente a decir Enseñanzas de los Apóstoles (que se reúnen en el Nuevo testamento dos siglos después). Lo que si interesa ver, en todo caso, es que Ireneo trata de demostrar que la fe cristiana se ha transmitido fielmente por medio de la Predicación Apostólica y de las Escrituras (que cita constantemente como única regla de fe segura a la hora de demostrar sus ideas), y que es la Sola Escritura, que refleja esa Predicación Apostólica, la que debe bastarnos para nuestra salud, ya que, en palabras del propio Ireneo:
"¿Qué médico hay que, queriendo curar a un enfermo, obre según el capricho del enfermo y no según lo que mande la medicina?" (CH L.III 5.2).
Cuanto caso no deberíamos hacer hoy en día a estas palabras, viendo a nuestro alrededor nuevos movimientos y doctrinas que, lo único que quieren es satisfacer los propios deseos de los oyentes, en vez de procurarles doctrina por medio de la enseñanza del Evangelio, así nos dice Ireneo sobre los herejes:
"Mas la ignorancia, que es la madre de todos estos, se elimina con el conocimiento".
Ireneo, hombre de la Palabra, insiste en todo este libro en la regla de la fe, que es la Tradición Apostólica conservada por la acción del Espíritu santo, y que dicha tradición se haya en la suma íntegra de las escrituras (recuerdo una vez más que no será hasta un par de siglos más tarde que no se reunirían en un solo libro, el Nuevo Testamento, los escritos apostólicos), insistiendo en que son los herejes los que usan las partes de estos escritos que les interesan, y no todos ellos en conjunto, tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo (que para él es la Tradición Apostólica reflejada en los diferentes escritos: Evangelios y Epístolas).

En "Contra las Herejías", Ireneo de Lyon nos va desgranando una a una las verdades fundamentales de la fe cristiana: En el libro I hay una serie de exposiciones sobre los herejes a los que combate, y sus doctrinas, el Libro II es la refutación propiamente dicha, el Libro III es una demostración de las verdades fundamentales de la fe cristiana: La verdad de las Escrituras, La Unicidad de Dios, Cristo hecho hombre, etc. En el libro IV citando ampliamente las escrituras y las Palabras del Señor demuestra la unidad del A.T. y del N.T. frente a los gnósticos y otros herejes (de ahí la idea de la Iglesia como Universal, no solo en el sentido físico, sino en el Escritural). El libro V expone su escatología milenarista, heredada de los apóstoles: el Anticristo, la Resurrección de los justos y el Milenio.

Su información sobre el Anticristo (Libro V, 25:1), del que dice que provendría de la Tribu de Dan (la única que no se menciona en el Apocalipsis entre los 144.000  sellados de Israel) es más que interesante. Nos habla del Número de la bestia y su significado (lo pone en relación con el dios Sol -que más tarde sería adoptado por Constantino como divinidad protectora-), del juicio venidero, de la Gran tribulación (de la que dice, como siempre ha dicho la iglesia hasta hace poco más de un siglo, que será antes del arrebatamiento, a este respecto ver el artículo de esta WEB sobre la doctrina del arrebatamiento) y muchos otros temas de candente actualidad. No olvidemos que él esuchó y cita constantemente las doctrinas de Policarpo y Papías que fueron oyentes directos del Apóstol Juan).

Otra de sus obras más interesantes es la llamada "Demostración de la Predicación Apostólica" o "Epideixis" dedicada a un amigo suyo que le escribe solicitándole una exposición del verdadero y original cristianismo tal y como lo habían transmitido los apóstoles. El obispo de Lión le responde con una obra digna de leer por cualquier cristiano hoy en día, exponiendo de manera magistral y más que edificante las verdades fundamentales del cristianismo apostólico, comenzando por la creación del hombre, pasando por su caída, hasta llegar a la redención.

Personalmente la he leído recientemente y puedo decir que Ireneo, en momentos de negras nubes en mi vida como cristiano, ha sabido ser un fiel acompañante y maestro de viaje. Se puede conseguir esta obra en Ed. Ciudad Nueva, colección Fuentes Patrísticas, 1992 Madrid.

Recordando las palabras del Apóstol Pablo...
"Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas". (1ª Tim. 4:3-4)
...y firmemente convencido de que ya estamos en ese "tiempo" del que nos habla Pablo en su epístola, pienso cuanta falta hacen hoy en día hombres como Ireneo de Lyon, que levanten la Escritura y las sanas doctrinas del Evangelio, por encima de tradiciones de hombres y fábulas de reciente creación, que seducen y adormecen nuestras conciencias, en vez de despertarlas a la Luz de Cristo.

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