San Agustín
Ocasión del Libro
|C1
|p1 Las tres dificultades de Deogracias, - 1 Me
pediste, hermano Deogracias, que te escribiera algo que pudiera serte útil
acerca de la catequesis de los principiantes. Me decías, en efecto, que en
Cartago, donde eres diácono <1>, a menudo te presentan algunos que van a recibir
su primera formación en la fe cristiana, porque creen que tienes abundantes
dotes de catequista <2>, por tus conocimientos de la fe y la persuasión de tus
palabras. Tú, en cambio, según confiesas, casi siempre te encuentras en
dificultad cuando tienes que exponer adecuadamente aquellas verdades que debemos
creer para ser cristianos. No sabes cómo ha de conmenzar y terminar la
exposición <3>; sí, terminada esta, debes añadir alguna exhortación o más bien
los preceptos, mediante la observancia de los cuales el oyente debe aprender a
mantenerse cristiano de profesión y en la realidad.
2 Me confesaste además y te quejabas de que a
menudo, durante un discurdo largo y desgarbado, tú mismo te sentías insatisfecho
y aburrido, y más aún las personas que instruías con tus palabras y los que te
escuchaban. Y ante estos hechos te sentías obligado a pedirme, por la caridad
que te debo, te escribiera algo sobre el tema, si ello no me era muy gravoso en
medio de mis ocupaciones.
|p2 3 Por lo que a mí me toca, ya que nuestro Señor
me manda ayudar a cuantos me ha dado como hermanos por medio del trabajo que
puede realizar gracias a la generosidad del mismo Señor, me veo obligado a
aceptar muy gustoso tu invitación e incluso a dedicarme a ese trabajo con una
voluntad pronta y servicial, en virtud de la caridad y el servicio que debo, no
sólo a ti personalmente, sino también de modo general a nuestra madre Iglesia
<4>. En efecto, en cuanto me doy cuenta de que algunos hermanos se encuentran en
dificultades para ese menester, cuando más deseo que los tesoros divinos sean
distribuidos con largueza tanto mas debo yo tratar, en la medida de mis fuerzas,
de que puedan llevar a cabo con facilidad y sin obstáculo lo que ellos persiguen
con diligencia e interés.
<1> El diácono en la jerarquía eclesiástica, es
inferior al obispo, y con frecuencia desempeña el oficio de catequista o maestro
de catequesis.
<2> El verbo catechizare, derivado del gr.
, «enseñar », «enseñar por medio de la palabra oral», aquí significa «instruir»
oralmente.
<3> Véase nota complementaria n. 10: narratio, p683.
<4> Véase nota complementaria n. 11: Mater Ecclesia,
p684.
<5> Véase nota complementaria n. 12: intuición y
expresión, p684.
a] ¿Habría que leer motus? Cf. DCR 8,1; 14,10; 15,4.
EXPERIENCIA PERSONAL DE AGUSTIN
|C2
|p3 Las ideas y su expresión verbal - 1 Por lo que
se refiere a su propia experiencia, no quisiera te preocuparas de que con
frecuencia tu discurso te parezca pobre y aburrido, pues muy bien puede suceder
que, mentras a ti te parece indigno de los oyentes lo que les estás diciendo,
porque deseabas que escucharan una cosa mejor, la opinión de aquellos que estás
instruyendo sea muy diferente. 2 Tampoco a mí me agradan casi nunca mis
discursos. En efecto, estoy desando un discurso mejor, del que con frecuencia me
estoy gozando en mi interior, antes de comenzar a expresarlo con palabras
sonantes; y cuando me parece inferior al que yo había imaginado, me entristezco
porque mis palabras no han podido reflejar fielmente mis sentimientos <5>. 3
Estoy deseando que el que me escucha entienda todo como yo lo entiendo, y me doy
cuenta de que no me expreso del modo más apto para conseguirlo. Esto es debido,
sobre todo, a que lo que yo comprendo inunda mi alma con la rapidez de un rayo;
en cambio, la locución es lenta, larga y muy diferente, y mientras van
apareciendo las palabras, lo que yo había entendido se ha ya retirado a su
escondrijo. Pero, dado que dejó algunas huellas impresas de modo admirable en la
memoria, dichas huellas permanecen en las cantidades de las sílabas. 4 Y de esas
huellas nosotros derivanos los signos o símbolos sonoros que constituyen la
lengua latina, la griega o la hebrea, o cualquiera otra, tanto si esos signos
quedan en nuestra mente como si los expresamos oralmente. Sin embargo, aquellas
huellas no son ni latinas, ni hebreas, ni propias de ningún pueblo, sino que se
forman en la mente, como la expresión en el cuerpo.
5 En efecto, la palabra ira se dice de modo diverso
en latín, en griego y de modos diversos en las demás lenguas; pero la expresión
de la persona airada no es ni latina ni griega. Por eso, cuando uno dice iratus
sum no lo entienden todos, sino solamente los latinos. Pero si la pasión del
ánimo airado asoma al rostro y muda éste de expresión, todos los que lo ven se
dan cuenta de que aquella persona está irritada.
6 Con todo, no es posible exteriorizar y, por así
decir, grabar en los sentidos de los oyentes, mediante el sonido de la voz, las
huellas que la intuición ha dejado en la memoria con la misma claridad y
evidencia que la expresión de nuestro rostro: aquellas huellas están dentro de
la mente, mientras que la expresión del rostro está fuera, en el cuerpo. Por lo
mismo, podemos darnos cuenta de cuán diferentes son el sonido de nuestras voces
y la claridad penetrante de la intuición, cuando ni siquiera ésta es semejante a
la impresión misma de la memoria.
7 Nosotros, en cambio, deseando con ansia la mayoría
de las veces el provecho de nuestros oyentes, queremos hablar tal como entonces
pensamos, cuando en realidad, y a causa de nuestro esfuerzo, no podemos hablar.
Y como no lo conseguimos, nos atormentamos y nos vemos invadidos por el tedio,
como si estuviéramos realizando una obra inútil; y a causa del tedio nuestro
discurso se va haciendo más lánguido y menos vivo de lo que era en el momento
inicial de nuestro desánimo.
|p4 La tarea del catequista. Plan general del libro
- 8 Pero la atención de los que desean escucharse me convence con frecuencia de
que mis palabras no son tan frías como a mí me parece, y a través de su
satisfacción descubro que están sacando algún provecho de mi discurso; así,
pues, pongo gran interés en desempeñar con atención este servicio en el que veo
que mis oyentes reciben con agrado lo que yo les expongo.
9 De la misma manera, puesto que con frecuencia se
te encomiendan los que han de ser instruidos en la fe, también tú debes pensar
que tus palabras no desagradan a los demás como te desagradan a ti, ni debes
considerarte inútil cuando no llegas a explicar tus propias ideas según tus
deseos, pues a veces ni siquiera intuyes las cosas como desearías. 10 Porque,
efectivamente, ¿quién no ve en esta vida sino mediante enigmas y como en un
espejo? Ni siquiera el amor es tan grande que pueda penetrar, rota la oscuridad
de la carne, en la serena eternidad, de donde de alguna manera reciben su luz
hasta las cosas perecederas. 11 Pero ya que los buenos avanzan de día en día
hacia la visión del día eterno, que no conoce las revoluciones del sol ni las
sucesiones de la noche, que ni ojo vió, ni oído oyó, ni jamás subió al corazón
del hombre, la razón principal por la que nosotros despreciamos nuestros
discursos a los que instruímos es ésta: que nos agrada la originalidad en
nuestra exposición y nos disgusta hablar de cosas ya conocidas.
12 Y, sin duda alguna, se nos escucha con mayor
agrado cuando también nosotros nos recreamos en nuestro propio trabajo, porque
el hilo de nuestro discurso vibra con nuestra propia alegría y fluye con más
facilidad y persuasión. 13 Por lo mismo, no es dificil tarea establecer las
cosas objeto de la fe que debemos exponer, desde dónde hasta dónde deben ser
tratadas; ni cómo hemos de variar la exposición para que unas veces sea más
breve y otra más extensa, con tal que siempre sea plena y perfecta; o cuándo
debemos servirnos de una fórmula breve y cuándo de otra más extensa. En todo
caso, lo que siempre hemos de cuidar sobre todo es ver qué medios se han de
emplear para que el catequista lo haga siempre con alegría <6>, pues cuanto más
alegre esté más agradable resultará. 14 La razón de esta recomendación es bien
clara: si Dios ama al que reparte con alegría las cosas materiales, ¿con cuánta
más razón amará al que distribuye las espirituales? Pero el que esta alegría
aparezca en el momento oportuno corresponde a la misericordia de aquel que nos
ordena la generosidad.
15 Así, pues, de acuerdo con tus deseos, trataremos
primero del modo de la exposición, luego el arte de enseñar y exhortar y,
finalmente, de la manera de conseguir esta alegría, según lo que Dios nos vaya
sugiriendo.
PARTE PRIMERA Del método y teoría de la catequesis
NORMAS PARA LA EXPOSICION DE LA FE
|C3
|p5 La base son los hechos más importantes de la
historia religiosa - l Tenemos una exposición completa cuando la catequesis
comienza por la frase: Al principio creó Dios el cielo y la tierra, y termina en
el período actual de la historia de la Iglesia. 2 Pero no por eso debemos
recitar de memoria, aunque lo hayamos aprendido palabra por palabra, todo el
Pentateuco, y todos los libros de los Jueces, de los Reyes y de Esdras, y todo
el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles, y tampoco hemos de explicar y
comentar en nuestra exposición todo lo que nos cuenta en esos libros, pues ni
hay tiempo ni a ello nos vemos obligados necesariamente. Más bien hay que
compendiar de forma resumida y general todas las cosas, de modo que escojamos
los hechos más admirables que se escuchan con más agrado y que constituyen los
pasajes mismos del relato. Y no conviene mostrar tales hechos como entre velos
para quitarlos inmediatamente de la vista; antes, al contrario, deteniéndonos en
ellos algún tiempo, debemos exponerlos y desentrañarlos y ofrecerlos a la
admiración de los oyentes para que los examinen y completen con atención. En
cuanto al resto, podemos insertarlo dentro del contexto mediante una rápida
exposición. 3 De esta forma, lo que deseamos poner más de relieve resaltará más
frente al papel secundario de lo demás; y aquel a quien deseamos estimular con
nuestra exposición no llegará cansado a la narración, y no se encontrará
confundida la mente del que debemos instruir con nuestras enseñanzas.
|p6 La explicación de todo radica en la caridad - 4
Por supuesto que en todas las cosas conviene no sólo tener presente la finalidad
del precepto, es decir, «de la caridad, fruto de un corazón puro, de una
conciencia recta y de una fe sincera», para dirigir a ella todo cuanto decimos,
sino también mover y orientar hacia esa misma finalidad la atención del que
instruimos con nuestras palabras. 5 Pues, en efecto, todo lo que leemos en las
Sagradas Escrituras fue escrito exclusivamente para poner de relieve, antes de
su llegada, la venida del Señor y prefigurar la Iglesia futura, es decir, el
pueblo de Dios, formado de entre todas las razas, que es su cuerpo. Y en éste se
incluyen y se cuentan todos los santos que vivieron en este mundo, incluso antes
de la venida del Señor, y cuantos creyeron que había de venir con la misma fe
con que nosotros sabemos que ha venido ya.
6 Así como al nacer Jacob sacó fuera del seno
materno, en primer lugar, la mano con que agarraba el pie de su hermano, nacido
antes, y luego asomó la cabeza e inmediatamente, como es lógico, los demás
miembros; y así como la cabeza precede en poder y dignidad no sólo a los
miembros que salieron después, sino incluso a la misma mano que le precedió al
nacer, y aunque la cabeza no fue la primera en aparecer, pero sí lo es en el
orden de la naturaleza, 7 así también nuestro Señor Jesucristo, antes de
manifestarse en la carne y, en cierto modo, antes de salir del seno de su
misterio y de presentarse a los ojos de los hombres como mediador ante Dios y
los hombres, Dios que está sobre todos los seres y es bendito por los siglos,
envió previamente entre los santos patriarcas y profetas, una parte de su
cuerpo, anunciando con ella, como con la mano, su futuro nacimiento. E incluso
aherrojó al pueblo que le había precedido orgullosamente con los vínculos de la
ley, como con cinco dedos, 8 porque a través de los cinco períodos de la
historia no cesó de anunciar y profetizar su venida, y de acuerdo con esto
escribió el Pentateuco por medio de aquel que estableció la ley. Y los
soberbios, de sentimientos carnales, deseosos de instaurar su propia justicia,
no fueron colmados de bendiciones por la mano abierta de Cristo, sino que se
vieron retenidos por la mano cerrada y apretada. Y, en consecuencia, les fueron
atados los pies y cayeron por tierra; nosotros, en cambio, nos levantamos y
fuimos encumbrados.
9 Así, pues, aunque, como he dicho, Cristo el Señor
había enviado por delante una parte de su cuerpo entre los justos que le
precedieron en cuanto al tiempo de su nacimiento, sin embargo, él es la cabeza
de la iglesia, y todos aquellos justos se unieron al mismo cuerpo, cuya cabeza
es Cristo, mediante la fe en aquel que anunciaba. Y no se apartaron de él por
haber nacido antes, sino que fueron incorporados por haberse sometido a su
voluntad. Pues aunque la mano pueda salir antes que la cabeza, su articulación
está dependiendo de la cabeza. 10 Por eso, todo lo que fue escrito antes lo fue
para nuestra enseñanza y fue figura de nuestra realidad, y como símbolo aparecía
en ellos; pero, en realidad, fue escrito para nosotros, para quienes llega el
final de los tiempos.
|C4
|p7 Correspondencia al amor de Dios - 1 Ahora bien,
¿cuál ha sido en realidad la razón más grande para la venida del Señor si no es
el deseo de Dios de mostrarnos su amor, recomendándolo tan vivamente? Porque
cuando todavía éramos enemigos, Cristo murió por nosotros. Y esto porque el fin
del precepto y la plenitud de la ley es la caridad, a fin de que nosotros
también nos amemos unos a otros, y así como él dió su vida por nosotros, también
nosotros demos la nuestra por los hermanos. Y porque Dios nos amó primero y no
perdonó la vida de su Hijo único, sino que lo entregó por todos nosotros, si
antes nos costaba amarle, ahora al menos no nos cueste corresponder a su amor.
2 No hay ninguna invitación al amor mayor que
adelantarse en ese mismo amor, y excesivamente duro es el corazón que, si antes
no quería ofrecer su amor, no quiera luego corresponder al amor. 3 Bien
advertimos esto en los mismos amores ilícitos y vergonzosos: los que buscan ser
correspondidos en sus amores no hacen sino manifestar ostentosamente, por los
medios a su alcance, cuánto aman, y tratan de poner por delante la imagen de la
justicia para poder exigir, en cierto modo, la correspondencia de aquellos
corazones que tratan de seducir. Y se abrazan todavía más, con una pasión más
ardiente, cuando ven que las almas que desean conquistar se van encendiendo en
su misma pasión. Por tanto, si hasta un corazón encendido se abrasa más todavía
al sentir que es correspondido en su amor, es evidente que no hay causa mayor
para iniciar o aumentar el amor como el darse cuenta de que es amado quien
todavía no ama, o que es correspondido el que ya amaba, o que espera ser amado o
comprueba que ya lo es.
4 Y si esto sucede hasta en los amores ilícitos,
¿cuán más plenamente en la amistad? Pues ¿qué otra cosa tememos más en las
faltas contra la amistad sino que nuestro amigo piense o que no le amamos o que
le amamos menos de lo que él nos ama? Porque si llegase a creer esto, sería más
frío en su amor, gracias al cual los hombres gozan de la mutua amistad. Y si ese
amigo no es tan débil que se deje enfriar completamente en su amor ante esa
ofensa, se mantendrá en un amor de conveniencia, pero no de gozo.
5 Realmente merece la pena observar que, si los
superiores desean ser amados por sus inferiores y se alegran de su obsequiosa
obediencia, y cuanto más obedientes los ven tanto más los aprecian, con mucho
más amor se inflama el inferior cuando se da cuenta de que el superior le ama. 6
En efecto, el amor es tanto más grato cuanto menos se agosta por la sequedad de
la indigencia, y más profusamente fluye de la benevolencia: el primer amor
procede de la miseria; el segundo de la misericordia. Y si acaso el inferior no
esperaba la posibilidad de ser amado por el superior, se sentirá movido de modo
inefable al amor si aquel espontáneamente se digna manifestarle cuánto le ama a
él, que nunca habría osado esperar un bien tan grande.
7 ¿Y qué hay más excelso que un Dios que juzga y más
desesperado que un hombre pecador? Este tanto más se había entregado al yugo y
al dominio de las soberbias potestades, que no pueden hacerlo feliz, cuanto más
había desesperado de poder ser considerado por aquella autoridad, que no desea
distinguirse por la malicia, sino que es sublime en su bondad.
|p8 La venida de Cristo, prueba del amor de Dios - 8
Por tanto, si Cristo vino a este mundo para que el hombre supiera cuánto le ama
Dios y aprendiera a encenderse inflamado en el amor del que le amó primero, y en
el amor del prójimo, de acuerdo con la voluntad y el ejemplo de quien se hizo
prójimo al amar previamente no al que estaba cerca, sino al que vagaba muy lejos
de él; y si toda la Escritura divina, que ha sido escrita antes de su venida, ha
sido escrita para preanunciar la llegada del Señor, y si todo cuanto más tarde
fue recogido en las Escrituras y confirmado por la autoridad divina, nos habla
de Cristo y nos invita al amor, es evidente que no sólo toda la Ley de los
Profetas - que hasta entonces, cuando el Señor predicaba, constituían la única
Escritura Santa - sino también todos los libros divinos que más tarde han sido
reconocidos para nuestra salvación y conservados para nuestra memoria, se apoyan
en estos dos preceptos del amor de Dios y del amor del prójimo. 9 Por esta
razón, en el Antiguo Testamento está velado el Nuevo, y en el Nuevo está la
revelación del Antiguo. Según aquella velación, los hombres materiales, que sólo
entienden carnalmente, están sometidos, tanto entonces como ahora, al temor del
castigo. En cambio, con esta revelación los hombres espirituales que entienden
las cosas espiritualmente se ven libres gracias al regalo del amor: los de
entonces, a los que fueron reveladas incluso las cosas ocultas porque las
buscaban en su piedad, y los de ahora, que buscan sin soberbia para que no se
les oculten las cosas reveladas.
10 Como quiera que nada se opone más a la caridad
que la envidia, y la madre de la envidia es la soberbia, el Señor Jesucristo,
Dios y hombre, es al mismo tiempo una prueba del amor divino hacia nosotros y un
ejemplo entre nosotros de humildad humana, para que nuestra más grave enfermedad
sea curada por la medicina contraria. Gran nmiseria es, en efecto, el hombre
soberbio, pero más grande misericordia es un Dios humilde.
11 Por consiguiente, teniendo presente que la
caridad debe ser el fin de todo cuanto digas, explica cuanto expliques de modo
que la persona a la que te diriges, al escucharte crea, creyendo espere y
esperando ame.
DISPOSICIONES DEL CATEQUIZANDO
|C5
|p9 Disposiciones para la eficacia de la catequesis
- 1 Añadamos que la caridad se puede edificar partiendo de la misma severidad de
Dios, que sacude con terror salubérrimo los corazones de los hombres de forma
que el hombre, que se alegra de ser amado por aquel a quien teme, se atreva a
corresponder a su amor, y aunque pudiera hacerlo impunemente, se avergüence de
ofenderlo por un sentimiento de pundonor. 2 En verdad, muy raras veces, por no
decir nunca, sucede que el que se presenta para hacerse cristiano <7> no esté
movido por un cierto temor de Dios. Si en realidad quiere hacerse cristiano
porque espera lograr algún beneficio humano de parte de personas, a las que, de
otra manera, no podría agradar, o para evitar la enemistad de otros cuya
hostilidad y malos tratos teme, ese tal no quiere serlo realmente, sino
simularlo. Sabemos que la fe no es objeto del cuerpo reverente, sino del alma
creyente. 3 Con todo, casi siempre interviene la misericordia de Dios, por medio
del ministerio del catequista, de modo que aquel hombre, conmovido por el
discurso, desee de verdad hacerse lo que antes pensaba simular: cuando comience
a desear esto, pensemos que ya ha venido hasta nosotros.
4 Nosotros, ciertamente, desconocemos el momento en
que un hombre, que está presente ante nosotros, ha venido en realidad; por eso
debemos obrar con él de modo que llegue a esta decisión, si es que no la tiene
ya. Porque si ya está decidido, nada se pierde, pues nuestro modo de proceder le
anima, aunque no sepamos en qué momento o en qué circunstancia se ha producido
su decisión. 5 Ciertamente es útil, siempre que esto sea posible, que nos
enteremos a tiempo de parte de los que le han conocido acerca de su estado de
ánimo y de los motivos que le han empujado a abrazar nuestra religión. Y si no
hubiera ninguno que pudiese informarnos sobre esto, debemos preguntárselo a él
mismo directamente para comenzr nuestra instrucción de acuerdo con lo que él
hubiera respondido. 6 Si con fingidas intenciones se acercó, buscando ventajas o
evitando incomodidades, seguirá mintiendo con seguridad. No obstante, podemos
comenzar nuestra explicación partiendo de su misma respuesta mentirosa, pero no
para refutar sus mentiras, como si de ellas nos hubiéramos dado cuenta, sino
para que suponiendo que ha venido con buenas intenciones - lo cual siempre
acepta, sea verdad o no lo sea - y alabando y aceptando sus palabras, consigamos
que se complazca en ser tal cual él desea parecer a nuestros ojos.
7 Pero si, por el contrario, hubiese respondido algo
diferente de lo que debe animar los sentimientos de quien va a ser educado en la
religión cristiana, reprendiéndolo con mucha dulzura y suavidad, como hombre
rudo e ignorante, y demostrando y alabando el fin justísimo de la doctrina
cristiana, con seriedad y brevedad, para no robar tiempo a la futura exposición
y para evitar imponerle cosas para las que todavía no está preparado, hay que
obrar de modo que desee lo que todavía no quería por error o por falsedad.
<7> Véase nota complementaria n. 14: El examen de
admisión, p686.
MOTIVOS DE LA BUSQUEDA DE DIOS Y PRIMERA INSTRUCCION
|C6
|p10 Primeros pasos de la instrucción - 1 Si tal vez
hubiera respondido que ha sido una inspiración divina la que le ha amonestado y
amedrentado para hacerse cristiano, nos ofrece una ocasión verdaderamente feliz
para comenzar nuestra intrucción acerca del gran cuidado que Dios tiene para con
nosotros. 2 Sin duda alguna, su intención debe pasar del mundo de los milagros y
de las fantasías a ese otro más sólido de las Escrituras y de las profecías más
ciertas, a fin de que se dé cuenta de la gran misericordia que Dios ha empleado
con él al enviarle aquella advertencia antes de acercarse a las Santas
Escrituras. 3 Incluso debe hacérsele notar que el mismo Señor no le amonestaría
o urgiría a hacerse cristiano e incorporarse a la Iglesia, ni le habría
iluminado con tales signos y revelaciones si no hubiera querido que él
recorriera con mayor tranquilidad y garantía el camino ya preparado en las
Escrituras Santas, en las que no debe buscar prodigios visibles, sino que deberá
acostumbrarse a poner su esperanza en las cosas visibles: las Escrituras le
comunicarán sus avisos no mientras duerme, sino cuando está despierto.
4 A partir de aquí debe iniciarse ya la explicación
del hecho que Dios creó todas las cosas muy buenas, y se debe continuar, como
dijimos, hasta los tiempos actuales de la Iglesia, de manera que expongamos cada
una de las realidades y hechos o acontecimientos que narramos en sus causas y
razones, por medio de las cuales refiramos a aquel fin del amor, del que no debe
apartarse un momento la intención del que habla ni del que escucha. 5 Si en
realidad los que son considerados y llamados buenos gramáticos intentan sacar
alguna utilidad de las fábulas de los poetas, que son ficticias y formadas al
gusto de mentes superficiales, aunque todo esto no sirva más que para la
búsqueda de una vana satisfacción temporal, cuánto más debemos nosotros estar en
guardia para que todo aquellos que exponemos, sin la explicación de sus causas,
no sea aceptado por unos motivos frívolos o por una malsana ansiedad. 6 No por
eso debemos en estas cosas de manera que perdido el hilo de nuestro discurso,
nuestro corazón y nuestras palabras se enreden en recovecos de explicaciones
complicadas; antes al contario, que sea la verdad misma de nuestros
razonamientos como el oro que engasta una serie de piedras preciosas, sin que
con ello se altere de modo desproporcionado el conjunto ornamental.
DEL CAMINO QUE HAY QUE SEGUIR
|C7
|p11 Exposición de la fe y de la moral - 1 Una vez
terminada la narración, debemos insistir en la esperanza de la resurrección, y
según la capacidad y facultades del oyente, y en función del tiempo disponible,
debemos ocuparnos frente a las vanas burlas de los infieles, de la resurrección
del cuerpo y de la bondad del juicio final para los buenos, y de la severidad
del mismo para los malos, y de la justicia para todos. Una vez recordadas con
horror y desprecio las penas de los impíos, debemos predicar con ardor del reino
de los justos y de los fieles y de aquella ciudad celeste y de su gozo. 2 Este
es el momento oportuno para instruir y estimular la debilidad de los hombres
frente a las tentaciones y los escándalos, de fuera o de dentro de la Iglesia:
fuera contra los paganos, los judíos y los herejes; dentro, contra la paja de la
era del Señor. Pero no hemos de enfrentarnos contra cada uno de los tipos de
perversidad, ni hemos de refutar cada uno de los errores con argumentos propios,
sino que, de acuerdo con el poco tiempo de que disponemos, hemos de demostrar
que todo esto ya estaba predicho, al tiempo que mostramos la utilidad de las
tentaciones para la instrucción de los fieles, y la oportunidad de la medicina
en el ejemplo de la paciencia de Dios, que permitió que estas cosas
permanecieran hasta el final.
3 Cuando, en cambio, se trata de aquellos cuyos
grupos malintencionados llenan materialmente las iglesias, se le deben recordar
de modo breve y conveniente, al mismo tiempo, los preceptos de la convivencia
cristiana y social, para que no se deje seducir fácilmente por los borrachos,
los avaros, los tramposos, los jugadores, los adúlteros, los fornicadores, los
amantes de espectáculos, los vendedores de remedios sacrílegos, los hechiceros,
matemáticos o adivinos, los astrólogos o charlatanes, y otros de la misma
calaña. De esta forma no podrá pensar que ha de quedar impune, al ver que muchos
que se llaman cristianos son partidarios de tales artimañas, y las practican y
las defienden y las aconsejan y las justifican. 4 Se le debe mostrar
efectivamente con el testimonio de los libros sagrados cuál es el fin que tienen
garantizado los que perseveran en ese género de vida, y cómo deben ser tolerados
en la Iglesia, de la que al final de los tiempos serán separados. Al mismo
tiempo se le debe prevenir de que en la Iglesia también encontrará muchos buenos
cristianos, ciudadanos auténticos de la Jerusalén celestial, si él mismo
comienza a serlo.
5 Por último, debemos advertirle cuidadosamente que
no ponga su esperanza en el hombre: en realidad, no podemos juzgar fácilmente
quién es justo, y aunque esto fuera posible, el ejemplo de los justos no sirve
para justificarnos a nosotros, sino que nos enseñan los justos que, cuando los
imitamos, también nosotros somos justificados por su propio juez. 6 Y aquí
llegamos al punto que debemos destacar especialmente, a fin de que el que nos
escucha, o mejor dicho, el que escucha a Dios por medio de nosotros, comience a
progresar en su modo de vida y en su doctrina, y avance con brío por el camino
de Cristo, y no se atreva a atribuirnos ni a nosotros ni a sí mismo esta
realidad, sino que se ame a sí mismo y a nosotros y a todos sus amigos en aquel
que el amó cuando era enemigo y, justificándolo, quiso hacerlo amigo suyo. 7 En
este punto me parece que no te hacen falta maestros que te indiquen que, cuanto
tú o los que te escuchan, disponéis de poco tiempo, debes ser breve, y si
disponéis de más tiempo puedes extenderte más en la explicación: ésta es,
efectivamente, una regla que se aprende sin necesidad de que nadie nos dé normas
para ello.
CONDICIONES DEL CATEQUIZANDO
|C8
|p12 Catequesis de los hombres cultos - 1 Ahora
bien, hay algo que debes tener en cuenta cuando se te presenta para recibir la
catequesis una persona muy culta en las artes liberales, y que ha tomado la
dicisión de hacerse cristiano y viene precisamente para ello, es casi seguro que
posee un cierto conocimiento de nuestras Escrituras y de nuestros escritores, y
que, instruido en nuestras cosas, viene solamente para participar de nuestros
sacramentos <8>. Estas personas, efectivamente, ya desde antes de hacerse
cristianos, suelen investigar diligentemente todo, comunicando y discutiendo sus
inquietudes con quienes les rodean. 2 Así, pues, con éstos hay que ser breve,
sin enseñarles con pedantería lo que ya conocen, sino resumiendo discretamente y
haciéndoles ver que creemos que ya conocen esta o aquella verdad, y en
consecuencia enumeremos como de pasada lo que debe ser inculcado a los
ignorantes e incultos, de modo que, si la persona instruida ya lo conoce en
parte, no nos escuche como a un maestro, y si es que lo ignora todavía, lo vaya
aprendiendo a medida que vamos enumerando lo que creíamos ya conocido para él.
3 Y ciertamente no será inútil que le preguntemos
acerca de lo que le impulsó a hacerse cristiano. Si resulta que ha sido
persuadido por los libros canónicos o por otros libros valiosos, explícale algo
sobre ellos desde el principio, alabándolos por los diferentes méritos de la
autoridad canónica y por la diligencia y competencia de los autores, y poniendo
de relieve, sobre todo en las Escrituras canónicas, la salubérrima humildad de
su admirable profundidad, al tiempo que destacarás en los otros, según los
valores de cada uno, el estilo de un lenguaje sonoro y pulido, adaptado a los
espíritus más soberbios y al mismo tiempo a los más humildes.
4 Sin duda convendrá que te enteres, por lo que él
te diga, acerca de sus lecturas preferidas, y sobre qué otros autores ha leído
con más frecuencia y que han influido en su decisión de hacerse cristiano. 5
Según lo que nos haya dicho, si conocemos esos libros o si al menos sabemos por
medio de otras iglesias, que han sido escritos por algún autor católico notable,
manifestémosle nuestra aprobación y alegría.
6 Si, por el contrario, cayó en las obras de algún
hereje y, sin saber tal vez que la verdadera fe las rechaza, creyó en ellas por
considerarlas escritas por un cristiano, debemos educarlo con cuidado,
presentándole la autoridad de la Iglesia universal y de los escritores más
brillantes sobre el caso particular.
7 No olvidemos, sin embargo, que incluso algunos
católicos que pasaron de esta vida y legaron a la posteridad algunos escritos,
bien porque algunos pasajes de sus obras no fueron bien interpretados, bien
porque ellos mismos, a causa de la debilidad humana, no fueron capaces de
penetrar en algunos puntos más difíciles con la agudeza de su mente, dieron pie,
al alejarse de la verdad por semejanza con lo verdadero, a que algunos
intérpretes más presuntuosos y audaces concibieran y dieran a luz alguna
herejía. 8 Esto no es de extrañar, ya que, partiendo de los mismos escritos
canónicos donde cada cosa ha sido dicha justísimamente, aún interpretando el
pasaje tal como el escritor lo expresó o le exige la misma verdad (pues si sólo
hubiera sido esto, ¿quién no perdonaría con benevolencia la debilidad humana,
pronta a corregirse?), y defendiendo a toda costa animosa y obstinadamente lo
que, por malicia o por error, creyeron, muchos alumbraron diversos dogmas
perniciosos, rompiendo la unidad de nuestra comunión.
9 Todo esto debe ser tratado, exponiéndolo
discretamente al que se acerca a la comunidad del pueblo de Dios, no como
ignorante o idiota, como ahora dicen, sino como conocedor y erudito en los
libros de los sabios, añadiendo solamente la autoridad del precepto, para que se
guarde de los errores de la presunción, en la medida en que lo permita la
humildad que lo condujo hasta nosotros. 10 Todo lo demás debe ser narrado y
expuesto según las reglas de la doctrina de la salvación, ya sea sobre la fe, o
sobre las costumbres o sobre las tentaciones, debe referirse todo a aquel camino
más excelente, según el orden que ya indiqué antes.
<8> El precatecumenado terminaba con la imposición
de la cruz y con el sacramental de la sal; con esto comenzaba el catecumenado;
pero algunos preferían permanecer en este estado, sin llegar al bautismo.
DISPOSICION INTERIOR Y EXPRESION VERBAL
|C9
|p13 Catequesis de los gramáticos y oradores - 1 Hay
también algunos que se presentan después de haber seguido los estudios más
corrientes en las escuelas de gramática y oratoria, que no podrás contar ni
entre los idiotas o ignorantes, ni entre los más sabios, cuya mente se ha
dedicado a cuestiones de gran importancia <9>. 2 A éstos, pues, que según se
cree superan a los demás en el arte de la palabra, cuando vengan para hacerse
cristianos debemos dedicarnos más ampliamente que a los otros iletrados, pues
deben ser diligentemente amonestados a que, revestidos de la humildad cristiana,
aprendan a no despreciar a los que, según saben muy bien, evitan con más
diligencia los defectos de las costumbres que los del lenguaje, y no se atrevan
a comparar un corazón puro con la habilidad de la palabra, aun cuando antes
estuvieran acostumbrados a preferir aquella habilidad.
3 A estos debemos enseñar sobre todo a que escuchen
las divinas Escrituras para que su lenguaje sólido no les resulte despreciable
por no ser altisonante, y no piensen que las palabras y las acciones de los
hombres, que se leen en aquellos libros envueltos o encubiertos por expresiones
carnales, hayan de ser tomadas a la letra, sino que deben ser explicados e
interpretados para su justa comprensión. Y por lo que se refiere a la utilidad
misma del sentido secreto, de donde también toman su nombre los misterios, hay
que mostrarles mediante la experiencia cuánto valen las tinieblas del enigma
para avivar el amor de la verdad y para alejar el aburrimiento tedioso, cuando
la explicación alegórica de una cosa les descubre algo que antes, tal como se
presentaba a su mente, no les movía. 4 En efecto, a éstos les es utilísimo saber
que los conceptos deben ser referidos a las palabras, como el alma al cuerpo. De
donde se sigue que, así como deben preferir escuchar discursos verdaderos que
bien elaborados, del mismo modo deben preferir los amigos prudentes a los
hermosos.
5 Deberán saber también que no hay otra voz para los
oídos de Dios que el afecto del corazón. De esta manera no se reirán cuando se
den cuenta de que algunos obispos y ministros de la Iglesia invocan a Dios con
barbarismos o solecismos, o no entienden o pronuncian de mala manera las
palabras que emplean. 6 Y no es que todo esto no deba corregirse, de modo que el
pueblo responda «amén» a lo que entienda perfectamente, sino que incluso deben
saber tolerarlo los que han aprendido que en la Iglesia lo que cuenta es la
plegaria del corazón, como en el foro cuenta el sonido de las palabras. Y así la
oratoria forense puede algunas veces calificarse de buena dicción, pero nunca de
bendición. 7 En cuanto al sacramento que van a recibir, basta que los más
inteligentes escuchen qué es lo que significa; con los más torpes, en cambio,
deberemos servirnos a veces de una explicación más detallada y de más ejemplos,
para que no desprecien lo que están viendo.
<9> Véase nota complementaria n. 15: Conversión y
cultura, p687.
SEIS CAUSAS DEL ABURRIMIENTO DEL CATEQUISTA
|C10
|p14 Remedio contra la primera causa - 1 Llegados a
este punto, tal vez estás deseando el ejemplo de un discurso que te muestre en
la práctica cómo se debe hacer lo que te he aconsejado. Lo haré ciertamente, con
la ayuda de Dios, lo mejor que pueda. Pero antes, como te prometí debo hablarte
de cómo adquirir la alegría en la exposición. 2 Ya he cumplido, en la medida que
me ha parecido suficiente, lo que había prometido acerca de las reglas del
discurso explicativo en la catequesis de quien se presenta para hacerse
cristiano. Pero parece fuera de lugar que yo te escriba en este libro lo que he
expuesto que debes tú hacer. Si lo hago, será como por añadidura; pero ¿cómo
puedo pensar en aditamentos cuando todavía no he llegado a la medida de lo
debido?
3 Oí que te quejabas sobre todo lo que, cuando
instruías a alguno en la fe cristiana, tus palabras te parecían viles y
despreciables. Pero se me antoja que esto te sucede no tanto por lo que debes
exponer, acerca de lo cual sé que estás bien preparado e instruido, ni a causa
de la pobreza de las mismas palabras, sino por el hastío interior. 4 La causa de
esto, como ya he dicho antes, puede ser el hecho que nos agrada e interesa más
lo que contemplamos en silencio con nuestra mente, y no queremos alejarnos de
allí hasta la diversidad estrepitosa de las palabras; o porque también, cuando
el discurso es agradable, nos gusta más escuchar o leer lo que ha sido dicho
mejor o ha sido expuesto sin esfuerzo ni preocupación por nuestra parte que
improvisar palabras aceptables a la comprensión de los demás, con la duda de si
son necesarias para la comprensión o si serán entendidas provechosamente; o
porque nos molesta volver tantísimas veces sobre lo que enseñamos a los
principiantes, que nosotros conocemos muy bien y que de nada sirve para nuestro
adelantamiento interior, y es que una mente ya madura no siente placer alguno en
tratar de cosas tan conocidas y, en cierto modo, infantiles. 5 Además, un oyente
impasible produce hastío al que habla [o porque su sensibilidad no se inmuta, o
porque no indica con ningún gesto exterior que ha comprendido o que le agrada lo
que se le dice], y esto no porque debamos ser ávidos de la gloria humana, sino
porque lo que estamos exponiendo son asuntos que se refieren a Dios. Y cuanto
más amamos a las personas a las que hablamos, tanto más deseamos que a ellas
agrade lo que les exponemos para su salvación; y si esto no sucede así, nos
disgustamos y durante nuestra exposición perdemos el gusto y nos desanimamos,
como si nuestro trabajo resultara inútil.
6 En muchas ocasiones, además, cuando nos vemos
interrumpidos en algún trabajo que deseamos terminar o cuya realización nos
agradaba o nos parecía más necesaria, y nos vemos obligados por indicación de
alguien a quien no queremos ofender, o por la insistencia inevitable de alguien
que debe ser instruido, nos acercamos a nuestro trabajo, para el que hace falta
una gran tranquilidad, entristecidos o molestos porque no se nos concede
disfrutar del orden deseado para nuestras cosas y porque no podemos llegar a
todo. Y así la exposición, que nace precisamente de esta tristeza, resulta menos
agradable porque brota con menos lozanía de la aridez de nuestra tristeza.
7 Igualmente sucede algunas veces que el dolor por
algún escándalo nos oprime el alma y, en aquella situación, alguien nos dice:
«Ven a hablar con éste, pues quiere hacerse cristiano». Los que nos dicen esto
desconocen qué es lo que nos atormenta el interior, y como no es oportuno
revelarles nuestro secreto, aceptamos con menos gusto lo que nos piden; y con
toda seguridad nuestro discurso, filtrado a través de la vena ardiente y
humeante de nuestro corazón, ha de resultar lánguido y poco agradable.
8 Por esto, sea cual fuere entre éstas la causa real
de la turbación de nuestra tranquilidad, según el consejo de Dios, hemos de
buscar el remedio para disminuir nuestra tensión interior y alegrarnos con
fervor de espíritu y gozarnos en la tranquilidad de una buena obra, pues Dios
ama al que da con alegría.
|p15 Remedios frente a la cortedad del oyente - 9 Si
nos entristece el hecho que el oyente no capta nuestro pensamiento, y nos vemos
obligados a descender, de algún modo, desde la altura de las ideas hasta la
simplicidad de las sílabas que distan muchísimo de nuestro pensamiento, y nos
preocupamos de que proceda de nuestra boca carnal, a través de largos y
entrevesados giros, lo que penetró en nosotros con toda rapidez por la boca de
nuestra mente, y nos entristecemos porque no resulta como deseábamos, y en
consecuencia nos cansamos de hablar y preferimos callar, pensemos que nos lo
exige aquel que nos mostró su ejemplo para que sigamos sus pasos.
10 Por más grande que sea la diferencia entre
nuestra voz articulada y la vivacidad de nuestra inteligencia, mucho mayor es la
que existe entre la mortalidad de la carne y la inmutabilidad de Dios. Y con
todo, a pesar de permanecer en su forma, se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo... hasta la muerte de cruz. Y esto, ¿por qué causa sino porque se hizo
débil con los débiles a fin de ganar a los débiles? 11 Escucha a su imitador,
que nos dice en otro lugar: «Si estoy fuera de mí, es por Dios; si me mantengo
en ni sano juicio, lo es por vosotros». La caridad de Cristo, en efecto, nos
empuja a pensar que uno solo murió por todos. ¿Cómo, pues, habría estado
dispuesto a sacrificarse por la vida de aquéllos si hubiera tenido vergüenza de
rebajarse hasta sus mismos oídos?
12 Por esto se hizo niño en medio de nosotros, como
la madre que vela por sus hijos. ¿Es que resulta agradable balbucir palabras
infantiles y entrecortadas si a ello no invita el amor? Y, con todo, los hombres
desean tener hijos para hablarles de esa manera. Y la madre se complace más en
dar a su pequeñito trocitos diminutos que en comer ella misma manjares más
sólidos. 13 Por tanto, no se aparte de tu mente la imagen de la gallina que
cubre con sus plumas delicadas los tiernos polluelos y llama con su voz quebrada
a sus crías que pían, mientras los otros, huyendo en su soberbia de sus blandas
alas, resultan presa de las aves rapaces. Si a nuestra mente agrada penetrar en
las verdades más recónditas, que no le desagrade comprender que la caridad,
cuanto más obsequiosa se rebaja hasta las cosas más humildes, tanto más
vigorosamente asciende hacia las realidades íntimas mediante la buena conciencia
de no buscar entre aquellos a que se abajó ninguna otra cosa sino su salvación
eterna.
DEL DISGUSTO ANTE EL RESULTADO INCIERTO
|C11
|p16 Remedio contra el disgusto - 1 Si, en cambio,
preferimos leer o escuchar lo que antes ha sido preparado y expresado mejor, y,
ante la duda del éxito, no nos animamos a improvisar lo que queremos exponer,
con tal que la atención no se aparte de la verdad es fácil que, si alguna de
nuestras palabras chocó a nuestros oyentes, aprendan éstos en aquel mismo
detalle cuánto se debe despreciar, si es que se ha comprendido toda la verdad,
el que haya podido sonar menos íntegra o apropiadamente aquello que sonaba con
la única finalidad de comprender el argumento de nuestra exposición. 2 Pero
incluso cuando la intención de la débil mente humana se apartó de la verdad
misma de los argumentos - aunque es difícil que esto suceda en la catequesis de
los principiantes, donde debemos seguir unos métodos ya muy trillados - si acaso
no conseguimos que nuestros oyentes se vean sorprendidos, debemos pensar que
esto ha sucedido porque Dios ha querido que comprobemos si nos corregimos con un
espíritu tranquilo para no precipitarnos, en defensa de nuestro error, en otro
todavía mayor. Y si nadie nos indica nada y todo queda oculto para nosotros y
para los oyentes, no nos preocupemos con tal que no se repita de nuevo.
3 Pero la mayoría de las veces, volviendo nosotros
solos sobre lo que hemos dicho, encontramos algo reprobable y desconocemos cómo
ha sido escuchado cuando lo expusimos; y, cuando nos vemos movidos por la
caridad, sentimos todavía más si ha sido recibido de buen grado, a pesar de que
era falso. Por eso, llegado el momento, así como nos reprendemos a nosotros
mismos en nuestra intimidad, así también debemos preocuparnos de corregir
también a los que cayeron en el error no por las palabras de Dios, sino, bien al
contrario, por las nuestras. 4 Pero si hubiere alguno, obcecado por la envidia,
chismoso, detractor, odioso a los ojos de Dios, que se alegra de nuestra
equivocación, se nos ofrece la oportunidad de ejercitar la paciencia y la
misericordia, ya que la paciencia de Dios también los conduce a la penitencia.
Porque, ¿qué cosa hay más detestable, qué cosa amontona más méritos para la ira
en el día de la ira, como el alegrarse del mal ajeno, imitando y siguiendo en
ello la mala voluntad del diablo?
5 Incluso, no pocas veces, pese a que hayamos dicho
todo recta y acertadamente, hay algo que, por no haber sido bien entendido o
porque va en contra de la opinión y la costumbre de un viejo error, ofende y
perturba al oyente por la aspereza de su misma novedad. Si esto sucediese y el
oyente se presenta dócil al remedio, hemos de subsanar inmediatamente el error
mediante la abundancia de razones de autoridad. 6 Si, por el contrario, la
ofensa permanece escondida en el silencio, queda siempre el recurso a los
remedios divinos. Pero si se cierra en su silencio y rechaza el remedio,
consolémonos con aquel ejemplo del Señor que, ante el escándalo de algunos por
unas palabras suyas y ante la retirada por lo duro del consejo, les dijo a los
que se habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?» 7 Debe quedar bien
fijo y asentado en la mente que Jerusalén, prisionera de la Babilonia de este
mundo, con el transcurso del tiempo, será liberada y no morirá ninguno de los
suyos, porque los que mueran no pertenecían a aquella Jerusalén. Pues el
fundamento de Dios permanece estable y lleva esta señal: el Señor conoce a los
que son suyos, y todo el que pronuncia el nombre del Señor se aleja de la
iniquidad.
8 Pensando en estas cosas e invocando al Señor en
nuestro corazón, temeremos mucho menos los éxitos inciertos de nuestros
discursos ante las reacciones imprevisibles de nuestros oyentes y nos resultará
agradable el mismo sufrimiento de nuestro tedio en favor de una obra de
misericordia, con tal de que no pongamos en ello nuestra gloria. Pues una obra
es verdaderamente buena cuando la intención del que la realiza se ve movida y
estimulada por la caridad, y de nuevo se refugia en la caridad, como volviendo a
su puesto.
9 Por otra parte, la lectura o la audición de un
discurso mejor que nos agrada hasta el punto de preferirla al discurso que
nosotros debemos pronunciar, cuando hablemos con pereza o desmayo, nos hará más
alegres y se presentará más agradable después de nuestro trabajo Incluso
rogaremos a Dios con más confianza para que nos hable como deseamos, si
aceptamos con alegría que él hable por medio de nosotros como podamos, Y así
resulta que para los que aman a Dios todas las cosas concurren para su bien.
PELIGRO DE REPETIRSE EN LAS EXPLICACIONES
|C12
|p17 Remedio contra el peligro - 1 Ahora bien: si
nos aburre repetir muchas veces las mismas cosas, sabidas e infantiles, unámonos
a nuestros oyentes con amor fraterno, paterno o materno, y fundidos a sus
corazones, esas cosas nos parecerán nuevas también a nosotros. En efecto, tanto
puede el sentimiento de un espíritu solidario, que cuando aquéllos se dejan
impresionar por nosotros que hablamos y nosotros por los que están aprendiendo,
habitamos los unos con los otros: es como si los que nos escuchan hablaran por
nosotros, y nosotros, en cierto modo, aprendiéramos de ellos lo que les estamos
enseñando. 2 ¿Pues no suele ocurrir que, cuando amonestamos a los que nunca
habían visto lugares hermosos y amenos, de ciudades o de paisajes, que nosotros,
por haberlos ya visto, atravesamos sin ningún interés, se renueva nuestro placer
ante su placer por la novedad? Y esto tanto más cuanto más amigos son, porque a
través de los lazos del amor, cuanto más vivimos en ellos, tanto más nuevas
resultan para nosotros las cosas viejas.
3 Pero cuando ya hemos hecho algún progreso en la
contemplación de las cosas, deseamos que las personas amadas nuestras se gocen y
se maravillen apreciando las obras de los hombres; pero no sólo eso, sino que
deseamos llevarlos hasta la contemplación artística del autor, y que desde allí
se eleven hasta la admiración y alabanza de Dios, creador de todas las cosas,
donde reside el fin del amor más fecundo.
4 ¡Con cuánta más razón es oportuno que nos
alegremos cuando los hombres aprenden a acercarse a Dios mismo, por el que debe
aprenderse todo lo que merece la pena de ser aprendido; y que nos renovemos en
su novedad, a fin de que si nuestra predicación resulta de ordinario más fría,
se enfervorice precisamente ante la novedad del auditorio! 5 Contribuirá a
nuestra alegría interior el pensar y considerar cómo de la muerte del pecado
pasa el hombre a la vida de fe. Si para mostrar el camino a una persona
extraviada y cansada corremos con benéfica alegría los caminos que nos son más
desconocidos, ¡con cuánta más alegría y gozo debemos caminar por la doctrina
salvífica, incluso por los caminos de la paz a las almas desgraciadas y
fatigadas por los pecados del mundo bajo las órdenes de quien nos la encomendó!
PELIGRO DEL HASTIO POR LA ACTITUD DEL OYENTE
|C13
|p18 Cómo debemos actuar - 1 Pero, en realidad,
cuesta mucho continuar hablando hasta el final que nos hemos fijado cuando vemos
que el oyente no se conmueve, ya sea porque, vencido por el temor de la
religión, no se atreve a manifestar su aprobación con palabras o con gestos
cualesquiera del cuerpo, o porque se siente reprimido por un respeto humano, o
porque no entiende lo que hemos dicho, o porque lo desprecia. Así, pues, cuando
su estado de ánimo permanece oscuro a nuestros ojos, debemos intentar con las
palabras todo cuanto pueda servir para despertarlo y, como si dijéramos, para
sacarlo de sus escondrijos. 2 Incluso el excesivo temor que le impide expresar
su propia opinión debe ser suprimido por una cariñosa exhortación, e
insinuándole la participación fraterna debemos desterrar su vergüenza
preguntándole si comprende, y se le debe inspirar plena confianza, a fin de que
exprese libremente lo que tenga que exponer.
3 También le hemos de preguntar si es que ya había
oído antes estas cosas y quizá no le mueven por ser conocidas y muy corrientes.
Y habremos de obrar de acuerdo con su respuesta, de modo que hablemos más clara
y explícitamente, o bien refutemos las opiniones contrarias, y no expliquemos
más al detalle lo que ya le es conocido, sino que lo resumamos brevemente y
escojamos alguna cosa de las que en forma simbólica se hallan expuestas en las
Sagradas Escrituras, y sobre todo en la narración, que nuestro discurso puede
hacer más agradable mediante la explicación y la revelación. 4 Pero si el oyente
es demasiado obtuso, insensible y refractario a esta clase de delicadezas,
debemos soportarlo con misericordia y aludiendo brevemente al resto de la
explicación, debemos inculcarle con severidad todo cuanto es más necesario
acerca de la unidad católica, las tentaciones, la vida cristiana, por lo que se
refiere al juicio futuro; y deberemos decir muchas cosas, pero más a Dios sobre
él que a él acerca de Dios.
|p19 La postura del cuerpo para aprender mejor - 5
Con frecuencia sucede también que el que al principio escuchaba con agrado,
luego, cansado de escuchar o de estar tanto tiempo de pie abre los labios no
para alabar nuestras palabras, sino para bostezar, e incluso nos dice que, aun
muy a pesar suyo, debe marcharse. 6 En cuanto nos damos cuenta de esto, conviene
despertar su atención diciéndole algo adornado con una sana alegría y adaptado
al argumento que estamos exponiendo, o también algo realmente maravilloso y
deslumbrador, o algo que suscite su conmiseración y sus lágrimas. O mejor
todavía, expongamos algo que le toque directamente a él, de modo que, tocado en
su propio interés, preste atención, pero que no ofenda su pudor, con alguna
indelicadeza, sino que se vea conquistado por la familiaridad. También le
podemos ayudar, ofreciéndole un asiento, aunque sería mejor sin duda alguna,
donde eso sea posible fácilmente, que ya desde el principio escuche sentado,
como muy acertadamente sucede en algunas iglesias de ultramar, donde no sólo los
sacerdotes hablan sentados al pueblo, sino que también el pueblo dispone de
sillas, de modo que cuantos se sienten débiles y fatigados por estar de pie, no
se vean distraídos en su salubérrima atención, o tengan que marcharse.
7 Sin embargo, es muy importante saber si el que se
marcha de una gran asamblea, pera recuperar las fuerzas, es uno que ya está
unido por la frecuencia de los sacramentos, o si el que se retira - la mayoría
de las veces no puede por menos de hacerlo, para no caer víctima de su malestar
físico - es uno que debe recibir por primera vez los sacramentos: por vergüenza
no dice por qué se va, y por debilidad no puede permanecer de pie. Te digo esto
por experiencia, pues así me sucedió con un campesino mientras yo le instruía. Y
de ahí aprendí a ser muy atento en ese punto. 8 Pues ¿quién puede soportar
nuestra arrogancia cuando no hacemos sentar a nuestro alrededor a los que son
hermanos nuestros o, lo que hemos de procurar con mayor cuidado todavía, a los
que deben ser hermanos nuestros, si hasta una mujer escuchaba, sentada, a
nuestro Señor al que asisten los ángeles? 9 Ciertamente, si nuestro discurso va
a ser breve y el lugar de la reunión no lo permite, que escuchen de pie, pero
esto cuando son muchos los oyentes y no de los que deben ser iniciados. 10 Pues
si son uno o dos o unos pocos, que han venido precisamente a hacerse cristianos,
es peligroso hablarles mientras están de pie. Pero, si ya hemos comenzado así,
en cuanto nos demos cuenta del aburrimiento del oyente le hemos de ofrecer un
asiento, e incluso le hemos de obligar a que se siente, y le hemos de decir algo
que le reanime y haga desaparecer de su ánimo la inquietud si es que, por
casualidad, ya se había apoderado de él y había comenzado a distraerle.
11 Si no conocemos las causas de por qué, encerrado
en su silencio, no quiere escucharnos, digámosle, después que se ha sentado,
algo alegre o triste, según he dicho antes, contra las preocupaciones de los
negocios mundanos, con el fin de que, si son tales preocupaciones las que han
invadido su mente, desaparezcan al verse desenmascaradas. Pero si no son ésas
las causas y se siente cansado del discurso, hablando de ellas como si fueran la
verdadera causa, pues ciertamente las ignoramos, expongamos algo realmente
inesperado y como fuera de lo previsto, según ya dije antes, y la atención se
verá libre del cansancio. 12 Pero que todo esto sea breve, sobre todo porque
viene fuera de programa, para evitar que la medicina no acabe aumentando la
causa del fastidio que pretendemos curar. El resto se ha de exponer con más
rapidez, prometiendo y dejando ver que estamos ya muy cerca del final.
COMO ACTUAR EN CASOS CONCRETOS DE TEDIO
|C14
|p20 Remedio contra la distracción de la mente - 1
Pero si te angustias por haber tenido que suspender un trabajo al que estabas
dedicado como más necesario, y por eso cumples el oficio de catequista con
tristeza y desagrado, debes pensar que - aparte que sabemos nuestra obligación
de obrar siempre, al tratar con los hombres, con misericordia y como deber de la
más sincera caridad; aparte de esto - no sabemos qué cosa hacemos más útilmente
y qué otra interrumpimos u omitimos de plano con más oportunidad. 2 Y como
quiera que no sabemos cuáles son ante Dios los méritos de los hombres por lo que
trabajamos, a lo sumo sospechamos, pero no comprendemos, mediante una hipótesis
muy vaga y débil, y a veces sin fundamento alguno, qué les conviene más en aquel
momento.
3 Por eso debemos ordenar las cosas que hemos de
hacer según nuestro criterio. Si logramos realizarlas según el orden que
establecimos, no por eso nos alegramos de que las cosas se han hecho según
nuestra voluntad, sino según los decretos de Dios. Si, en cambio, sobreviene
alguna necesidad que altere nuestro orden, sometámonos fácilmente, y no nos
desanimemos de modo que el orden de Dios prefirió al nuestro sea también el
nuestro. 4 Es más justo, efectivamente, que nosotros sigamos la voluntad de Dios
que no Dios siga la nuestra. Pues el orden de nuestras acciones, que deseamos
mantener según nuestro criterio, debe ser aprobado, por supuesto, cuando en él
lo más importante ocupa el primer lugar.
5 ¿Por qué, pues, nos dolemos de que los hombres
vayan precedidos de nuestro Señor, un Dios tan poderoso, de modo que, por el
hecho mismo de amar nuestro orden, deseemos carecer nosotros del orden? Nadie,
en efecto, dispone mejor el orden de lo que va a hacer sino el que se siente más
dispuesto a evitar lo que le prohibe la autoridad divina que deseoso de llevar a
cabo lo que ha meditado en su mente humana.
6 Es cierto que muchos son los pensamientos que hay
en el corazón del hombre, pero el plan de Dios permanece para siempre.
|p21 Remedio contra los escándalos de los impíos - 7
Pero si nuestra mente, turbada por algún escándalo, no se siente en forma para
pronunciar un discurso sereno y agradable, es preciso que la caridad hacia
aquellos por los que murió Cristo, queriendo redimirlos con el precio de su
sangre de la muerte de los pecados del mundo, sea tan grande que el hecho mismo
de comunicarnos a nosotros, que nos sentimos afligidos, que hay alguien deseoso
de hacerse cristiano, debe servir de consuelo y solución de aquella nuestra
tristeza, como las alegrías de las ganancias suelen aliviar el dolor de las
pérdidas. En realidad, el escándalo no debe entristecernos sino cuando creemos o
vemos morir al autor del escándalo o cuando por él cae alguno que andaba
vacilante. 8 En consecuencia, el que se ha presentado para ser instruido
suavizará el dolor por el que cayó con la esperanza de poder progresar en la
doctrina. Y si incluso, al ver ante sus ojos a muchos por quienes se producen
los escándalos que nos afligen, se vislumbra el temor de que el prosélito se
convierta más tarde en hijo de la gehenna <10>, eso no debe llevarnos al
desánimo en nuestra exposición, sino más bien debe estimularnos e iniciarnos más
y más. 9 Aconsejemos, pues, al que estamos adoctrinando a que se cuide de imitar
a los que son cristianos no en la realidad, sino sólo de nombre, no sea que,
convencido por el gran número de éstos, pretenda alistarse entre ellos o
rechazar a Cristo por su causa, y no quiera estar en la Iglesia de Dios donde
están aquellos o intente portarse en ella como se portan aquéllos.
10 Y no sé cómo, pero en esas circunstancias el
discurso, al que el dolor le presta un estímulo, es más ardiente, hasta el punto
que no sólo no seamos más perezosos, sino que, precisamente por eso, hablemos
con más fervor y más vehemencia de lo que, estando más seguros, habríamos
tratado con más frialdad e indiferencia, y nos alegremos de que se nos haya dado
la oportunidad de que el sentimiento de nuestro espíritu no deje de producir sus
frutos.
|p22 Nuestros defectos y errores - 11 Si, en cambio,
no hallamos entristecidos por algún error o pecado nuestro, recordemos no sólo
que el espíritu atormentado es un sacrificio para Dios, sino también aquella
frase: Como el agua apaga el fuego, así la limosna extingue el pecado. Y
también: Quiero más misericordia que sacrificio. 12 Así como, en peligro de
incendio, acudiríamos presurosos en busca de agua para poder apagarlo, y nos
alegraríamos de que algún vecino pudiera porporcionárnosla, del mismo modo, si
de nuestra paja surgiera la llama del pecado y por eso nos turbamos, una vez que
se nos ofrece la ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ello
como si fuera una fuente que se nos ofrece en la que podemos sofocar el incendio
que se había declarado. A menos que seamos necios de pensar que hay que acudir
con mayor rapidez a llenar el vientre del que siente hambre que a saciar con la
palabra de Dios la mente del que estamos instruyendo. 13 Además, si el obrar así
fue apenas útil, y el dejar de obrar no presentó daño alguno, despreciaríamos
estúpidamente, en peligro de salvación no sólo de nuestro prójimo sino de
nosotros mismos, el remedio ofrecido. 14 Mas cuando de la boca del Señor resuena
amenazadora esta frase: Siervo inicuo y perezoso, deberías haber dado mi dinero
a los prestamistas, ¿qué locura cometeríamos si, por sentirnos afligidos por
nuestro pecado, cayéramos de nuevo en pecado de no dar a quien lo pide y lo
desea el tesoro de Dios?
15 Una vez disipada la tiniebla de nuestros tedios
con pensamientos y consideraciones de este tipo, el espíritu aparece preparada
para la catequesis, a fin de que pueda ser inculcado con suavidad lo que brota
alegre y gozosamente de la fuente abundosa de la caridad. 16 Y estas cosas no
soy yo el que te las dice, sino que es el mismo amor que ha sido difundido en
nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
<10> Gehenna indicaba, originariamente, el valle
próximo a Jerusalén, donde se sacrificaban los niños al dios Moloch; en los
textos cristianos pasó a significar el infierno.
OBSERVACIONES PRELIMINARES
|C15
|p23 Adaptación del discurso a los oyentes - 1 Pero
ahora tal vez me estés exigiendo la deuda de lo que, antes de habértelo
prometido, no te debía, y es que no tarde en exponer y proponer a tu
consideración algún ejemplo de sermón, en el que yo aparezco como catequista. 2
Pero, antes de eso, quiero que pienses que una es la intención del que dicta
algo, pensando en un lector futuro, y otra la del que habla en presencia directa
de un oyente; y, en este caso, una es la intención del que aconseja en secreto,
cuando no hay ningún otro que pueda juzgar de nuestras palabras, y otra la del
que expone alguna cosa en público, cuando nos rodea una multitud con diversas
opiniones; y, en este caso, es diferente la intención del que instruye a uno
solo, y los demás asisten como para juzgar o confirmar lo que ya conocían, y
otra cuando todos están igualmente atentos a lo que les exponemos; y, todavía en
este caso, una es cuando nos reunimos como en privado para intercambiar algunas
palabras, y otra cuando el pueblo,, en silencio, está escuchando en suspenso a
una persona que les habla desde un lugar elevado. Y también importa mucho,
cuando hablamos, si son muchos o pocos los que escuchan, si doctos o ignorantes,
o entremezclados; si son habitantes de la ciudad o campesinos, o si ambos están
mezclados; o si se trata de una asamblea formada por todo tipo de hombres. 3 Es
inevitable, en verdad, que unos de una manera y otros de otra influyan en el que
va a hablar y enseñar, y que el discurso preferido lleve como la expresión del
sentimiento interior del que lo pronuncia, y que por la misma diversidad
impresione de una manera u otra a los oyentes, ya que éstos se ven influídos,
cada uno a su modo, por su presencia.
4 Pero ya que ahora estamos tratando de los
principiantes que debemos instruir, yo mismo te puedo asegurar, por lo que a mí
respecta, que me siento condicionado, ya de una manera, ya de otra, cuando ante
mí veo a un catequizando erudito o ignorante, a un ciudadano o a un peregrino, a
un rico o a un pobre, a una persona normal o a otro digno de respeto por el
cargo que ocupa, o a uno de esta o aquella familia, de esta o aquella edad, sexo
o condición, de esta o aquella escuela, formado en una y otra creencia popular;
Y así, según la diversidad de mis sentimientos, el discurso comienza, avanza y
llega a su fin, de una manera o de otra. 5 Y como quiera que, a pesar de que a
todos se debe la misma caridad, no a todos se ha de ofrecer la misma medicina:
la misma caridad a unos da a luz y con otros sufre, a unos trata de edificar y a
otros teme ofender, se humilla hacia unos y se eleva hasta otros, con unos se
muestra tierna y con otros severa, de nadie es enemiga y de todos es madre. 6 Y
el que no ha tenido la experiencia de lo que estoy exponiendo, por ese espíritu
de caridad, cuando se da cuenta de que estamos en los labios de todos a causa de
ese poco talento que Dios nos ha dado, nos considera felices; Dios, en cambio, a
cuya presencia llegan los gemidos de los esclavos, verá nuestra humildad y
nuestro esfuerzo; y así perdonará nuestros pecados.
7 Por eso, si nuestra manera de hablar te ha gustado
hasta el punto de pedirme que te señale algunos consejos sobre tus discursos,
creo que más aprenderías viendo y escuchándonos cuando desempeñamos nuestra
función que leyendo lo que estamos dictando.
PARTE SEGUNDA Ejemplos prácticos de catequesis
COMIENZO DE UN SERMON LARGO
|C16
|p24 A quién va dirigido. Primeras palabras - 1
Imaginemos ahora que viene hasta nosotros, con ánimo de hacerse cristiano, un
hombre que pertenece al grupo de los ignorantes, no de los habitantes en el
campo, sino de los de la ciudad, como muchos de los que tú necesariamente has
encontrado en Cartago. Una vez que le hemos preguntado si desea ser cristiano
por alguna ventaja de la vida presente o por el descanso que esperamos después
de esta vida, nos ha respondido que «por la paz futura». En este caso, tal vez
podríamos instruirlo con estas palabras.
2 Demos gracias, hermano, a Dios. Te felicito
calurosamente y me alegro de que, en medio de tan grandes y peligrosas
tempestades de este mundo, hayas pensado en alguna tranquilidad verdaderamente
cierta. 3 Sabes que en este mundo los hombres con grandes esfuerzos buscan el
descanso y la seguridad, pero no las encuentran a causa de sus perversos deseos.
Quieren descansar entre cosas inquietas y efímeras, y como quiera que éstas
desaparecen y pasan con el tiempo, se ven agitados por el temor del sufrimiento,
que no les dejan estar tranquilos. 4 Cuando el hombre desea descansar en las
riquezas, se encuentra en la soberbia y no rodeado de seguridad. ¿No vemos
cuántos las han perdido de improviso, incluso cuántos han muerto por su causa, o
porque desean poseerlas, o porque otros más ávidos se las arrebatan con
violencia? Pero aun cuando permanecieran toda la vida en poder del poseedor, y
no abandonaran a quien las apetece, éste, al morir, tendría que dejarlas.
5 Pues, ¿cuánto dura la vida del hombre, aunque
llegue a viejo? O cuando los hombres desean para sí una larga vejez, ¿qué otra
cosa están buscando, sino una larga enfermedad? He ahí lo que dice la Sagrada
Escritura: Toda carne es heno, y la gloria del hombre es como flor de heno: Se
secó el heno y la flor cayó; la palabra del Señor, en cambio, permanece para
siempre. 6 Por eso, el que desee el verdadero descanso y la verdadera felicidad,
debe alejar la esperanza de las cosas que perecen y se marchitan, colocándola en
las palabras del Señor, para que, asiéndose a lo que permanece para siempre,
también él permanezca para siempre.
|p25 Búsqueda de los bienes imperecederos - 7
También hay hombres que no anhelan ser ricos ni aspiran a llegar hasta las vanas
pompas de los honores, sino que prefieren gozar y descansar en borracheras y en
fornicaciones, en los teatros y en los espectáculos frívolos, que en las grandes
ciudades encuentran gratis. 8 Pero de esta forma también ellos disipan en la
lujuria su pobreza, y tras la miseria se dejan conducir más tarde a los robos,
los asaltos y algunas veces, incluso, a los latrocinios, y de pronto se ven
asaltados por muchos y terribles temores. Y los que poco antes cantaban en las
tabernas, luego deliran con sus llantos en la cárcel.
9 Por la pasión de los espectáculos se hacen
semejantes a los demonios, incitando con sus alaridos a los hombres para que se
maten mutuamente, o, sin haberse lesionado en sus derechos, combaten
encarnizadamente entre sí para complacer la locura del pueblo. Y cuando el
pueblo sospecha que los luchadores están de acuerdo, entonces los odia y los
persigue y, como a los embaucadores, pide con gritos que sean azotados, e
incluso obligan al juez, vengador de las injusticias, a cometer este crimen.
Pero si, por el contrario, se dan cuenta de que existe entre ellos un odio
terrible - ora sean los llamados sintas <11> o gladiadores, ora sean los
cantores y coristas, o aurigas o luchadores, que, en su desgracia, tienen que
luchar no sólo contra hombres, sino incluso hombres contra bestias -, con cuanta
más fiereza los ven luchar entre sí por odio, tanto más los aman y más se
complacen en ellos, y animan a los luchadores enfurecidos y enfurecidos ellos
los animan más, enloquecidos entre sí los espectadores, ya en favor de uno, ya
en favor de otro, más que los mismos luchadores, cuya locura, en su necedad,
provocan y, enloquecidos, desean admirar. 10 Según eso, ¿cómo puede mantener la
tranquilidad de la paz el alma que se alimenta de discordias y de luchas? Cual
es el alimento ingerido, así es la salud de que disfrutamos.
11 Finalmente, aunque las locas alegrías no son
alegrías, con todo, cualquiera que sea su naturaleza y por más que deleite la
ostentación de las riquezas, el orgullo de los honores, la orgía de las
tabernas, los combates de los teatros y la inmundicia de las fornicaciones, todo
esto desaparece a la venida de una sola fiebrecilla [y la lascivia de los
baños], que es capaz de arrancarles, todavía en vida, toda aquella falsa
felicidad. Sólo queda la conciencia vacía y atormentada, que ha de tener a Dios
como juez, ya que no quiso tenerlo como protector, y se encontrará con un señor
severo a quien no quiso buscar y amar como dulce padre.
12 Pero tú, que vienes buscando el verdadero
descanso prometido a los cristianos después de esta vida, incluso aquí podrás
gozar ese descanso suave y agradable entre las durísimas dificultades presentes
si amas los preceptos de quien te lo prometió. Muy pronto te darás cuenta de que
son más dulces los frutos de la justicia que los de la iniquidad, y verás que el
hombre se goza más sincera y felizmente en su buena conciencia entre los afanes,
que en la mala conciencia en medio de los placeres; porque tú no has venido a
inscribirte entre los miembros de la Iglesia para sacar de ahí alguna utilidad
temporal.
<11> Sintae, palabra de difícil interpretación. Tal
vez del griego , que en Homero aparece como epíteto, aplicado a los
leones. La frase «qui appellantur», usada por Agustín, muestra que era un
término coloquial, aplicado tal vez a un tipo de gladiadores más feroces que los
demás.
RECTA Y FALSA INTENCION DE CONVERSION
|C17
|p26 Razones para entrar en la Iglesia - 1 Hay, en
realidad quienes desean hacerse cristianos para ganar la confianza de hombres de
los que esperan ventajas temporales o porque no quieren ofender a personas que
temen. 2 Pero estos son rreprobables. Y la Iglesia los tolera por un tiempo,
como la era soporta la paja hasta el momento de ablendar; pero si no se corrigen
y no comienzan a ser verdaderos cristianos en vistas al futuro descanso eterno,
al fin serán segregados. Y no se alegren consigo mismos porque pueden estar en
la era junto con el trigo de Dios, ya que no permanecerán con él en el granero,
sino que están destinados al fuego que merecen.
3 Hay otros con mejor esperanza, aunque no menor
peligro, que temen a Dios y no se burlan del nombre de cristianos, que entran en
la Iglesia de Dios con un corazón sincero, pero ya en esta vida esperan la
felicidad, como si pudieran ser más felices en las cosas de este mundo que los
que no adoran a Dios. Y por esto, al ver que algunos malvados e impíos llegan a
gozar de esta prosperidad mundana de modo extraordinario y llamativo, mientras
que ellos carecen de ella o la han perdido, se intranquilizan como si honrasen a
Dios en vano, y así fácilmente abandonan la fe.
|p27 El verdadero descanso del cristiano - 4 Pero el
que, por el contrario, quiere hacerse cristiano por la felicidad eterna y por el
descanso sin fin, que se ha prometido a los santos después de esta vida, para no
caer en el fuego eterno con el diablo, sino para entrar en el reino eterno con
Cristo, éste es un verdadero cristiano: en guardia contra toda tentación para no
verse corrompido por la prosperidad o abatido por la adversidad, es modesto y
sobrio en la abundancia de los bienes terrenos y fuerte y sufrido en las
tribulaciones. 5 Además, en su progreso, llegará a un estado de ánimo que le
hará amar más a Dios que temer el infierno, hasta tal punto que, aunque Dios le
dijera: «Puedes gozar para siempre de los placeres carnales y pecar cuanto
quieras, porque, pese a todo ello, no morirás ni irás al infierno, pero no
podrás estar en mi compañía», se llenará de horror y de ningún modo pecará, y no
para caer en el castigo que temía, sino para no ofender a aquel que tanto le
ama; solamente en éste se encuentra la paz, que ni ojo vió, ni oído oyó, ni pasó
por el corazón de hombre alguno, y que Dios tiene preparada para los que le
aman.
|p28 Dios, paz eterna para los que le aman - 6 De
esto nos habla claramente la Escritura, y no pasa en silencio que, desde el
comienzo del mundo, en que hizo Dios el cielo y la tierra y todo cuanto hay en
ellos, trabajó durante seis días y al séptimo descansó. 7 El Omnipotente podía
haber hecho todo eso en un solo momento. En realidad no había trabajado para
descansar, cuando: Dijo y todo fue hecho; mandó todas las cosas y fueron
creadas; sino para dar a entender que, después de las seis edades del mundo
<12>, en la séptima, como en el séptimo día, Dios descansará entre sus santos,
porque éstos descansarán en él después de todas sus obras buenas con las que le
han servido y que realiza él mismo en ellos, ya que es él quien les llama y les
da órdenes, y perdona sus pecados y justifica al que antes era impío. 8 Y si
podemos afirmar con toda razón que es él que obra, cuando los otros obran
gracias a su ayuda, del mismo modo, cuando descansan en él, se dice con toda
verdad que Dios también descansa. Por lo que a él respecta, no tiene necesidad
de descanso, porque no conoce la fatiga. 9 Dios hizo todas las cosas por medio
de su Verbo, y su Verbo es el mismo Cristo, en el que descansan, en su sagrado
silencio, los ángeles y todos los más puros espíritus celestiales.
10 Pero el hombre, caído en el pecado, perdió la paz
que tenía en la divinidad del Verbo, y la recuperó en su humanidad. Por eso, en
el momento oportuno, cuando él sabía que era conveniente que eso sucediera, se
hizo hombre y nació de una mujer: no podía resultar mancillado por la carne el
que había de limpiar, más bien, la carne. 11 Los justos del Antiguo Testamento
conocieron su venida por la revelación del Espíritu, y así lo anunciaron
proféticamente y fueron salvados por creer que había de venir, como nosostros
nos salvamos al creer que ya ha venido, y de esa forma amáramos al Dios que nos
amó hasta el punto de enviar a su hijo único para que, revestido de la humanidad
de nuestra naturaleza mortal, muriera a manos de los pecadores y en favor de los
pecadores. 12 Ya desde la antigüedad, desde el comienzo de los tiempos, la
sublimidad de este misterio no cesa de ser prefigurada y preanunciada.
<12> Véase nota complementaria n. 16: Las seis
edades del mundo, p687.
COMIENZO DE LA HISTORIA DE LA SALVACION
|C18
|p29 Relato de la cración - 1 El Dios omnipotente,
bueno, justo y misericordioso, que hizo todas las cosas buenas, las grandes y
las pequeñas, las excelsas y las humildes, las que se ven, como son el cielo y
la tierra y el mar, y en el cielo el sol y la luna y los demás astros, y en la
tierra y en el mar los árboles, las plantas y los animales de toda especie y
todos los cuerpos tanto celestes como terrestres, y las que no se ven, como los
espíritus que animan y vivifican todos los cuerpos, 2 hizo también al hombre a
su imagen, de modo que así como él, por su omnipotencia, domina todo lo creado,
así el hombre, por su inteligencia, con la que conoce a su mismo Creador y le da
culto, dominara a todos los animales de de la tierra. 3 También, como ayuda para
el hombre, creó a la mujer, no con vistas al placer de la carne, ya que antes de
verse invadidos por la pena de la mortalidad del pecado ni siquiera tenían
cuerpos corruptibles, sino para que el varón recibiera gloria de la mujer, al
marchar delante de ella hacia Dios y servirle de ejemplo que imitar en la
santidad y en la piedad, como el hombre es gloria de Dios, cuando imita su
sabiduría.
|p30 Narración del paraíso y su pérdida - 4 Y he
aquí que Dios los colocó en un lugar de perpetua felicidad, que la Sagrada
Escritura llama paraíso, y les dio una orden, y de no haberla quebrantado,
habrían permanecido siempre en aquella inmortalidad feliz; pero si no la
observaban, estarían sujetos al castigo de la muerte. 5 Y Dios sabía ya que
habían de trangredir aquella orden; pero siendo el creador y autor de todo bien,
prefirió crearlos, al tiempo que creaba también los animales, para colmar la
tierra de bienes temporales. Por supuesto que el hombre, aun pecador, es mejor
que las bestias. 6 Y les dio sobre todo una orden, que no habrían de respetar,
para que no tuviera excusa en el momento del castigo. El hombre, obre como obre,
siempre descubrirá que Dios es muy digno de alabanza en sus obras, esto es, si
obra bien, lo encuentra glorioso en la concesión de los premios, y si ha pecado
aparecerá loable en la justicia del castigo, y si, confesados sus pecados,
vuelve al recto camino de la vida, descubre la gloria de Dios en la misericordia
del perdón.
7 ¿Por qué, pues, no había de crear Dios al hombre,
aun a sabiendas de que había de pecar, cuando estaba dispuesto a coronar al que
se mantuviese en pie, o a enderezar al que hubiera caído, o ayudar al que se
levantara, él que siempre y en todas partes aparece glorioso en su bondad, en su
justicia y en su clemencia? Sobre todo, porque también sabía de antemano que de
aquella raza mortal habían de nacer santos varones que no buscarían la gloria
sino que trabajarían por la de Dios, y liberados de toda corrupción mediante su
culto, merecerían vivir siempre con los ángeles en una felicidad perpetua. 8
Dios, que comunicó a los hombres el libre albedrío para que le adoraran no por
una necesidad de esclavos, sino por su libre voluntad, también se lo dio a los
ángeles; por eso el ángel, que con otros espíritus satélites suyos abandonó la
obediencia de Dios y se convirtió en demonio, no pudo causar mal alguno a Dios,
sino a sí mismo.
9 Dios supo ordenar las almas que le han abandonado,
y por medio de su justa miseria embellecer las partes inferiores de su obra con
leyes sumamente ajustadas a sus creaturas y adaptadas a su admirable economía.
10 El diablo no pudo dañar a Dios porque, o bien él mismo causó su caída, o bien
sedujo al hombre hacia la muerte; y el hombre, por sí mismo, tampoco disminuyó
en lo más mínimo la verdad, el poder o la felicidad de su creador, al dar oídos,
por su propia voluntad, a las sugerencias de su mujer, seducida por el diablo
para hacer lo que Dios les había prohibido.
11 Todos fueron condenados por las justísimas leyes
divinas, para la gloria de Dios por la justicia del castigo, y para ignominia
suya por la vergüenza de su pena, de modo que el hombre alejado de su creador y
vencido fuera sometido al demonio, y éste se viera expuesto a ser vencido por el
hombre si de nuevo se volvía hacia su creador, y de esa manera todos los que
hasta el final estuvieran de acuerdo con el demonio, irían con él a los
suplicios eternos, y cuantos se humillaran ante Dios y, por medio de la gracia
divina, vencieran al demonio merecerían los premios eternos.
CONTINUA LA HISTORIA SAGRADA
|C19
|p31 Las dos ciudades - p1 Pero no debe inquietarnos
el que sean muchos los que siguen al demonio y pocos lo que obedecen a Dios,
porque en comparación también el trigo es mucho menos que la paja. Pero como el
labrador sabe lo que ha de hacer con la excesiva cantidad de paja, así nada es
la multitud de los pecadores, pues sabe muy bien qué ha de hacer de ellos, a fin
de que la economía de su reino no se vea turbada y entorpecida en nada. Y no por
eso hemos de creer que haya vencido el demonio, en cuanto arrastró detrás de sí
a muchos, pues él y sus secuaces serán vencidos por unos pocos. 2 Y así dos
ciudades <13>, una de los malvados y otra de los justos, prosiguen su camino,
desde el comienzo del género humano hasta el fin del mundo, ahora mezcladas con
los cuerpos, aunque separadas en las voluntades, y en el día del juicio también
deberán ser separadas en cuanto al cuerpo.
3 Todos los hombres, en efecto, que aman la soberbia
y el dominio temporal, con la vana imagen de la pompa de la arrogancia, como
todos los espíritus, que tienen el mismo amor y cifran su gloria en esclavizar a
los hombres, forman juntos una misma ciudad; y si con frecuencia se enfrentran
entre sí por estas cosas, con el mismo peso de la codicia se ven precipitados al
mismo abismo, y allí se juntarán todos por la misma semejanza de sus costumbres
y de sus méritos. 4 Por el contrario, todos los hombres y todos los espíritus
que buscan la gloria de Dios y no la suya, y lo siguen piadosamente, pertenecen
a una misma sociedad. 5 Y, sin embargo, en su extraordinaria misericordia, Dios
es paciente con los impíos y les ofrece la posibilidad de hacer penitencia y de
corregirse.
|p32 Narración del diluvio - 6 En realidad, incluso
cuando destruyó con el diluvio a todos, a excepción de un solo justo con su
familia, que quiso fueran salvados en el arca. sabía ciertamente que no se
habían de corregir. No obstante, durante los cien años en que se construyó el
arca, se les anunciaba la ira de Dios que iba a descargar sobre ellos, y, caso
de que se convirtieran a Dios, les perdonaría, como perdonó más tarde a la
ciudad de Nínive que hizo penitencia, al anunciarles el profeta la catástrofe
que se les venía encima.
7 Esto es lo que hace Dios incluso con los que sabe
que están decididos a perseverar en el mal, y les da un plazo de tiempo para
ejercitar nuestra paciencia y moderarla a ejemplo de la suya, y para que
conozcamos cuán pacientemente debemos tolerar a los malos, ya que no sabemos
cómo se han de portar más tarde, cuando él los perdona y permite que vivan, a
pesar de que sabe lo que va a suceder. 8 Por otro lado, en la figura del
diluvio, del que por medio de un arca de madera fueron salvados los justos,
estaba anunciada la presencia futura de la Iglesia, a la que su rey, Jesucristo
Dios, salvó del naufragio de este mundo por el misterio de la cruz.
9 Y Dios sabía muy bien que de quienes habían sido
salvados en el arca también iban a nacer hombres malos, que de nuevo llenarían
con sus crímenes la faz de la tierra. Y a pesar de todo, dio un ejemplo del
juicio futuro y pronunció la salvación de los buenos mediante el misterio del
arca. 10 Y, en efecto, incluso después de estos sucesos, la iniquidad no cesó de
propagarse bajo la acción del orgullo de las pasiones y la sacrílega impiedad,
cuando los hombres, abandonando a su creador, no sólo pecaron en la creatura que
Dios había creado, hasta el punto de adorarla en vez del creador que la había
hecho, sino que doblegaron su espíritu ante las obras salidas de las manos de
los hombres y ante las intervenciones de los artistas, con lo que el demonio y
los espíritus diabólicos obtuvieron un gran triunfo, en su torpeza. Dichos
espíritus se alegran al ser adorados y venerados en esos ídolos, al tiempo que
alimentan sus propios errores con los errores de los hombres.
|p33 Relato de Abrahán y los profetas - 11 Pero
tampoco en aquellos tiempos faltaron justos que piadosamente buscaron a Dios y
vencieron la soberbia diabólica: son los ciudadanos de aquella santa ciudad, que
se vieron sanados por la futura humildad de Cristo, su rey, revelada por el
Espíritu. De entre éstos fue elegido Abrahán, piadoso y fiel siervo de Dios, al
cual le fue mostrado el misterio de Hijo de Dios, a fin de que, mediante la
imitación de la fe, todos los fieles de todas las razas fueran llamados sus
hijos.
12 De él nació el pueblo, destinado a adorar al
único Dios verdadero, Creador del cielo y de la tierra, mientras que los otros
pueblos servían a los ídolos de los demonios. 13 Sin duda alguna, en aquel
pueblo estaba figurada con mucha evidencia la Iglesia futura, pues allí había
una muchedumbre de hombres carnales que adoraba a Dios por los beneficios
materiales. Pero al mismo tiempo había unos pocos que pensaban en el descanso
eterno y buscaban la patria celeste, a los que mediante las profecías se
revelaban la futura humildad de Dios, Rey y Señor nuestro Jesucristo, de modo
que en virtud de aquella fe fueran sanados totalmente de la soberbia y de la
presunción. 14 De todos estos santos, que precedieron en el tiempo a la venida
del Señor, no sólo las palabras, sino también la vida, el matrimonio, con sus
hijos, y las obras, fueron profecía de este tiempo, en el que la Iglesia, por la
fe en la pasión de Cristo, consigue su unidad entre los pueblos.
15 Al través de aquellos santos patriarcas y
profetas, se distribuían al pueblo carnal de Israel - que más tarde se llamará
el pueblo judío - no sólo los beneficios visibles que deseaban, según la carne,
del Señor, sino también los castigos de las penas corporales, mediante los
cuales se veían aterrorizados de vez en cuando, como convenía a la dureza de su
corazón. 16 Y, con todo, en todas esas cosas estaban simbolizados los misterios
espirituales que se referían a Cristo y a su Iglesia Y aquellos santos también
miembros de esa Iglesia, por más que hubieran vivido en este mundo antes del
nacimiento de Cristo, según la carne. 17 En efecto, Cristo, Hijo unigénito de
Dios, Verbo del Padre, igual y coeterno al Padre, por quien todo fue hecho, se
hizo hombre por nosotros, para ser cabeza de toda la Iglesia, como de un cuerpo
entero. Pero así como al nacer el hombre completo, aunque en aquel momento haga
aparecer primero su mano, ésta se halla fuertemente unida a todo el cuerpo bajo
el dominio de la cabeza - como no pocos de aquellos patriarcas nacieron, sacando
primero su mano como símbolo de esta misma realidad -, así todos los santos que
vivieron en el mundo antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, aunque
nacieron antes, sin embargo, bajo el dominio de la cabeza estuvieron unidos a
todo el cuerpo, del que Cristo es la cabeza.
<13> Véase acta complementaria n. 17: Las dos
ciudades, p688.
MAYORIA DE EDAD DEL PUEBLO ESCOGIDO
|C20
|p34 La deportación de Egipto - 1 Más tarde, aquel
pueblo fue deportado a Egipto, donde sirvió a un rey cruelísimo y, probado con
gravísimas fatigas, buscó en Dios a su libertador. Y le fue enviado uno de su
mismo pueblo, el santo siervo de Dios Moisés, el cual, llevando el terror al
pueblo impío de los egipcios con grandes milagros realizados en virtud del poder
de Dios, sacó de allí al pueblo de Dios, al través del mar Rojo: aquí,
dividiendo las aguas, abrió un camino a los que atravesaban el mar, mientras los
egipcios, sumergidos por las aguas que volvían a su sitio, perecían en su
persecución. 2 Así como por el diluvio las aguas limpiaron la tierra de los
crímenes de los pecadores, que en aquella inundación fueron aniquilados,
mientras los justos se libraron mediante la nave de madera, así también el
pueblo de Dios, al salir de Egipto, encontró el camino por entre las aguas que
hicieron perecer a sus enemigos.
3 Y tampoco allí faltó el símbolo del madero, pues
Moisés golpeó con su vara para que se produjera el milagro. Estos dos hechos son
símbolo del bautismo santo, por medio del cual los fieles pasan a una nueva
vida, mientras que sus pecados quedan borrados y perecen como los enemigos. 4
Pero todavía más claramente está simbolizada en aquel pueblo la pasión de Cristo
cuando recibió la orden de matar y comer un cordero, señalando luego las jambas
de sus puertas con su sangre y de celebrar esto todos los años con el nombre de
la Pascua del Señor. Muy claramente dice, en realidad, la profecía del Señor
Jesucristo: «Como un cordero fue llevado hasta el sacrificio». También tú debes
signarte hoy con la señal de esta pasión y de la cruz como lo hicieron los
hebreos en sus puertas y como se signan todos los cristianos.
|p35 La promulgación de la ley - 5 Luego aquel
pueblo fue conducido durante cuarenta años al través del desierto: recibió
también la ley escrita por el dedo de Dios, es decir, por el Espíritu Santo,
como clarísimamente se indica en el Evangelio. 6 Por supuesto que Dios no está
definido por la forma corporal, ni hemos de imaginar en él miembros y dedos,
como los vemos en nosotros. Pero, como quiera que los dones de Dios son
distribuidos a los santos por el Espíritu Santo, de modo que, aunque puedan ser
cosas diferentes, no se separen de la concordia de la caridad, y dado que en los
dedos, sobre todo, aparece esta diversidad, que no es, sin embargo, ruptura de
la unidad, el Espíritu Santo, ya sea por eso o por otra causa cualquiera, es
llamado dedo de Dios; pero, cuando oigamos esto, no hemos de pensar en modo
alguno que Dios tiene forma humana.
7 Aquel pueblo, como decimos, recibió la ley escrita
por el dedo de Dios, en unas tablas de piedra, para significar la dureza de su
corazón, pues no habrían de cumplir esa ley. Deseando, sin duda, los dones
materiales de parte del Señor, se veían movidos más por un temor carnal que por
la caridad espiritual, y sabemos que solamente la caridad cumple la ley. 8 Por
eso se vieron obligados por muchas ceremonias externas con las que se sentían
sometidos al yugo de los esclavos, tanto en las ordenanzas relativas a los
manjares como en los sacrificios de los animales y en otras mil cosas. Pero todo
eso era símbolo de las cosas espirituales que se referían al Señor Jesucristo y
a su Iglesia, y que entonces pocos santos las entendían como portadores de la
salvación y las observaban según las posibilidades de la época, mientras que la
masa de los hombres carnales se contentaba con su cumplimiento, sin entender su
sentido.
|p36 Llegada a la tierra prometida - 9 Y así, al
través de muchos y variados símbolos de las cosas futuras, que sería muy largo
recordar en su totalidad, y que ahora vemos se realizan en la Iglesia, aquel
pueblo fue conducido a la tierra de promisión, donde podría dominar temporal y
carnalmente conforme a su deseo. Y, con todo, aquel reino terreno era figura de
otro reino espiritual. 10 Allí fué fundada Jerusalén, celebérrima ciudad de
Dios, ciudad esclava que simboliza la ciudad libre, que es la Jerusalén celeste,
palabra hebrea que significa «visión de paz». Los ciudadanos de aquélla son
todos los hombres santificados que existieron, que existen y que existirán, y
todos los espíritus santificados y cuantos, en lo más elevado de los cielos,
lejos de imitar la impía soberbia del diablo y de sus ángeles, obedecen a Dios
piadosa y devotamente. 11 El rey de esa ciudad es el Señor Jesucristo, Verbo de
Dios, que domina sobre todos los ángeles, y Verbo que asume nuestra humanidad,
con el fin de mandar sobre los hombres con vistas a hacerles reinar junto a él
en la paz eterna. 12 Para prefigurar a este rey se destaca en el reino de Israel
con pleno relieve el rey David, de cuya raza, según la carne, había de venir el
rey verdadero y real, nuestro Señor Jesucristo, que es Dios bendito sobre todas
las cosas por los siglos. Muchas fueron las cosas realizadas en aquella tierra
para prefigurar la venida de Cristo y de su Iglesia, que tu podrás ir
aprendiendo poco a poco en los libros sagrados.
HISTORIA DEL DESTIERRO Y ESPERA DEL MESIAS
|C21
|p37 Significado de la cautividad de Babilonia - 1
Después de algunas generaciones aparece otra imagen que se refería muy
directamente a este argumento, pues aquella ciudad fue sometida a cautividad y
gran parte de sus moradores fueron deportados a Babilonia. Así como Jerusalén
significa la ciudad y sociedad de los santos, así Babilonia significa la ciudad
y la sociedad de los impíos, porque su nombre, según dicen, significa
«confusión». 2 Ya hemos hablado poco antes de las dos ciudades, que desde el
principio de la humanidad hasta el fin de los tiempos caminan entremezcladas al
través de las diferentes edades y que serán separadas en el juicio final. 3
Aquella cautividad de Jerusalén y la deportación del pueblo sometida a la
esclavitud fueron ordenadas por el Señor, por medio de Jeremías, profeta de
aquellos tiempos. 4 Y hubo reyes en Babilonia, a cuyas órdenes estaban
esclavizados, que, impesionados por algunos hechos maravillosos, durante la
presencia de aquel pueblo llegaron a conocer, a honrar y ordenar el culto del
único Dios verdadero Creador del Universo. 5 Incluso los cautivos recibieron
orden de rogar por los que los tenían en cautiverio y de esperar la paz en medio
de la paz del dominador engendrando hijos y edificando casas y plantando árboles
y viñas. Y después de setenta años, se les prometió la liberación de aquella
esclavitud.
6 Todo esto, en sentido figurado, significaba que la
Iglesia de Cristo, en todos sus santos, que son los ciudadanos de la Jerusalén
celestial, estaría sometida como esclava a los reyes de este mundo. 7 Pues dice
también la doctrina apostólica: «que todo hombre esté sometido a las supremas
potestades», y que «a cada uno se le devuelva lo suyo: al que tributo, tributo;
al que impuesto, impuesto», y todo lo demás, excepto el culto que debemos a
nuestro Dios, démoslo a los príncipes de la organización humana, puesto que el
mismo Señor, para ofrecernos ejemplo de esta sana doctrina, en virtud de la
persona física de que se había revestido, no desdeñó pagar tributo.
8 Incluso los siervos cristianos y los buenos fieles
han recibido la orden de que sirvan con equidad y fidelidad a sus señores de
este mundo, a los que ellos mismos juzgarán si hasta el final se han portado
como malvados, o con ellos han de reinar, todos juntos, si se hubieran
convertido al verdadero Dios. 9 A todos por igual les ordena que sirvan a los
poderes humanos de este mundo, hasta el momento en que, pasado el tiempo fijado
de antemano y simbolizado en los setenta años, la Iglesia se vea libre de la
confusión de este mundo, como lo fue Jerusalén de la cautividad de Babilonia.
10 Con ocasión de esta cautividad, los mismos reyes
de la tierra <14>, abandonando los ídolos en nombre de los cuales perseguían a
los cristianos, conocieron y adoraron al único Dios verdadero y a Cristo nuestro
Señor, y por ellos nos manda orar el apóstol Pablo, incluso cuando persiguen a
la Iglesia. 11 He aquí lo que dice: «Os ruego ante todo que hagáis súplicas,
oraciones, peticiones, acciones de gracias, por los reyes, por todos los hombres
y por todos los que están constituidos en dignidad, para que vivamos una vida
tranquila y segura con toda piedad y caridad». 12 Y así, por medio de ellos
mismos se ha dado la paz a la Iglesia, aunque sea temporal, la tranquilidad
temporal para construir espiritualmente casas y plantar huertos y viñedos. Y he
aquí que también nosotros, por medio de este discurso, te estamos edificando y
plantando a ti que nos escuchas. Y esto se realiza en todo el mundo, gracias a
la paz que nos procuran los reyes cristianos, según las palabras del mismo
Apóstol: «Sois el campo de Dios y el edificio de Dios».
|p38 Esperando a Cristo - 13 Y después de los
setenta años, que simbólicamente había profetizado Jeremías para prefigurar el
final de los tiempos, con el fin de que esta figura fuera completa, se llevó a
cabo en Jerusalén la reconstrucción del templo de Dios. Mas como todo se
presentaba de una forma figurada, no fue duradera la paz y la libertad concedida
a los judíos. Y así, después de esto, fueron vencidos y hechos tributarios por
los romanos <15>.
14 Sin duda, desde el tiempo en que ocuparon la
tierra de promisión y comenzaron a tener reyes, para que no creyeran que en
alguno de sus reyes se había cumplido la promesa de Cristo libertador, por medio
de muchas profecías se anunció más explícitamente a Cristo, no sólo por el mismo
David en el libro de los Salmos, sino también por otros grandes y santos
profetas, hasta el tiempo de la cautividad en Babilonia. Y durante la misma
cautividad no faltaron profetas que anunciaron la venida de nuestro Señor
Jesucristo como libertador de todos. 15 Y después que, pasados setenta años, fue
reconstruido el templo, los judíos sufrieron de parte de los reyes gentiles
tribulaciones tan grandes y males tan terribles, que pudieron comprender que aún
no había venido el libertador, que no lo imaginaban como libertador espiritual,
sino que lo deseaban para una liberación material.
<14> El ejemplo más famoso y en el que probablemente
pensaba San Agustín era el del emperador Constantino.
<15> El año 65 a.C., Pompeyo puso fin a la guerra
civil entre los judíos, asediando durante tres meses la ciudad de Jerusalén y
haciéndola tributaria, después de nombrar sumo sacerdote a Hircano. Cf. FLAVIO
JOSEFO, Ant. Iud. 14,4,1; Bell. Iud. 1,7,1.
LAS EDADES DEL MUNDO Y LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
|C22
|p39 Las seis edades de la historia de la salvación
- 1 Han pasado ya cinco edades del mundo, la primera de las cuales va desde el
origen del género humano, esto es, desde Adán, que fue el primer hombre creado,
hasta Noé, que construyó el arca durante el diluvio. Luego la segunda llega
hasta Abrahán, que con razón fue elegido como padre de todos los pueblos, para
que imitaran su fe, pero más particularmente del pueblo judío, en virtud de la
descendencia carnal. El pueblo judío, antes de la fe cristiana de los gentiles,
fue el único entre todas las naciones de la tierra que dio culto al único Dios
verdadero, y de ese pueblo había de nacer, según la carne, Jesucristo el
Salvador.
2 Estos momentos de las dos edades aparecen claros
en los libros antiguos, de las otras tres se habla también en el Evangelio
cuando se recuerda el origen del Señor Jesucristo según la carne. La tercera, en
efecto, va desde Abrahán hasta el rey David; la cuarta, desde David hasta
aquella cautividad, en que el pueblo de Dios fue deportado a Babilonia; la
quinta, desde aquella deportación hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. 3
Y a partir de esta venida comienza la sexta, durante la cual la gracia
espiritual que hasta entonces sólo habían conocido unos pocos patriarcas y
profetas, se manifiesta a todas las gentes, de modo que todos adoren a Dios
desinteresadamente, deseando de él no los premios visibles, debidos por su
servicio, y la felicidad de la vida presente, sino solamente la vida eterna, en
la que gozarán de Dios mismo, y así en esta sexta edad la mente humana será
renovada a imagen de Dios, de la misma forma que el hombre fue creado el sexto
día a imagen del mismo Dios.
4 Y durante esa misma edad la ley adquiere su
plenitud, ya que no por codicia de las cosas temporales, sino por amor de aquel
que mandó, se realizan todas las cosas que mandó. Pues ¿quién no se verá movido
a corresponder al amor de un Dios justísimo y sumamente misericordioso, que amó
primeramente a los hombres injustos y soberbios en extremo hasta el punto de
enviar por su causa a su único Hijo, por el que hizo todas las cosas, que, sin
mutación alguna por su parte, sino por la asunción en sí mismo de la naturaleza
humana, se hizo hombre, no sólo para poder vivir con ellos, sino para poder
morir por su salvación condenado por ellos mismos?
|p40 Promulgación del Evangelio y Nacimiento de
Cristo - 5 Y así, al promulgarse el Nuevo Testamento de la herencia eterna, el
hombre renovado en ese testamente por la gracia divina puede comenzar una vida
nueva, esto es, la vida espiritual, y aparece la caducidad del primer
testamento, en el que el pueblo carnal llevando una vida vieja, a excepción de
unos pocos patriarcas y profetas y algunos santos desconocidos que comprendían
la realidad, viviendo según la carne deseaba del Señor los premios materiales y
los recibía, como figura de los bienes espirituales. 6 El Señor Jesucristo,
hecho hombre, despreció todos los bienes terrenos para enseñarnos a
despreciarlos, y soportó todos los males terrenos, tal como él nos ordenaba, de
modo que ni en aquéllos buscáramos la felicidad ni en éstos temiéramos la
infelicidad.
7 Nacido, en efecto, de una madre que, aunque
concibió sin obra de varón y siempre permaneció intacta - virgen al concebir,
virgen al dar a luz, virgen al morir -, estaba desposada con un carpintero,
extinguió así el orgullo de la nobleza carnal. 8 Además, nacido en la ciudad de
Belén, que entre las demás ciudades de Judea era tan pequeña que aun hoy se
llama aldea, no quiso que nadie se gloriara de la nobleza de ninguna ciudad de
este mundo. 9 Y también se hizo pobre el que es dueño de todo y por quien todo
fue creado, para que ninguno de los que crean en él se atreva a enorgullecerse
de las riquezas de aquí abajo. No quiso que los hombres le proclamaran rey,
aunque todas las creaturas atestiguan su reino sempiterno, porque así mostraba
el camino de la humildad a los desgraciados que la soberbia había separado de su
lado.
10 Padeció el hambre el que a todos da de comer;
sufrió sed el creador de toda bebida y el que es espiritualmente pan para los
hambrientos y fuente para los sedientos. Se cansó en los caminos de este mundo
el que se hizo a sí mismo camino hacia el cielo para nosotros. Ante quienes lo
insultaban, se portó como un sordo y un mudo quien había hecho hablar a los
mudos y oír a los sordos; fue encadenado el que rompió las cadenas de las
enfermedades; fue flagelado el que libraba a los cuerpos de los hombres del
azote de todos los dolores; fue crucificado el que acabó con todas nuestras
cruces; murió el que resucitaba a los muertos. Pero también resucitó para no
volver a morir, de modo que, a ejemplo suyo, nadie temiera despreciar la muerte,
como si nunca hubiera de vivir para siempre.
HISTORIA DE JESUS Y VIDA DE LA IGLESIA
|C23
|p41 La Ascención, Pentecostés y la Nueva Ley - 1
Después, confirmados sus discípulos y después de haber vivido con ellos cuarenta
días, en presencia de ellos subió al cielo, y pasados cincuenta días desde la
resurección, les envió, según les había prometido, el Espíritu Santo, gracias al
cual, difundida la caridad en sus corazones, pudieran cumplir la Ley no sólo sin
fatiga, sino con alegría incluso.
2 Esta Ley les fue entregada a los judíos en diez
mandamientos, que se llama Decálogo, que, a su vez, se reducen a dos: amar a
Dios con toda el alma, con todo el corazón, con toda la mente, y amar al prójimo
como a nosotros mismos. Y el mismo Señor dijo en el Evangelio, y lo manifestó
con su ejemplo, que toda la Ley de los profetas se basa en estos dos preceptos.
3 Así como desde el día en que el pueblo de Israel
celebró por primera vez, en figura, la Pascua, mediante el sacrificio y cena de
un cordero, con cuya sangre marcaron los dinteles de las puertas para defensa de
su propia vida, y desde ese día se cumplieron los cincuenta días cuando
recibieron la Ley escrita por el dedo de Dios, palabra con la que, como hemos
indicado, se designa al Espíritu Santo, del mismo modo, a los cincuenta días de
la pasión y resurrección del Señor, que es la verdadera Pascua, fue enviado el
Espíritu Santo a los discípulos, abandonando la imagen de las tablas de piedra,
que simbolizan los corazones endurecidos. 4 En el momento en que los discípulos
estaban congregados en un mismo lugar en Jerusalén, vino de repente un ruido del
cielo, como si fuera un viento impetuoso y aparecieron unas como lenguas de
fuego repartidas sobre ellos, y comenzaron a hablar en diversas lenguas, de
forma que cuantos habían acudido adonde estaban ellos, cada uno conocía su
propia lengua: recordemos, en efecto, que a aquella ciudad acudían los judíos,
provenientes de todo el mundo, por donde estaban dispersos, y donde habían
aprendido las diferentes lenguas de los diversos pueblos. Luego, predicando a
Cristo con toda confianza, realizaban muchos milagros en su nombre, hasta el
punto de que, pasando Pedro, su sombra tocó a un muerto y éste resucitó.
|p42 Predicación y conversión de los judíos - 5 Pero
al ver los judíos que se hacían tantos milagros en nombre de aquel que ellos
habían crucificado, parte por envidia y parte por equivocación, algunos se
encarnizaron en perseguir a los apóstoles que predicaban a Cristo, mientras que
otros, admirando más todavía que se hicieran grandes milagros, en nombre de
quien ellos mismos se habían burlado viéndolo abatido y vencido, arrepentidos se
convirtieron y creyeron en él a millares. 6 Aquellos judíos ya no eran personas
que deseaban beneficios temporales y un reino terrestre de la mano de Dios, ni
esperaban según la carne al rey Mesías que les había prometido, sino que
entendían las cosas con mentalidad espiritual y amaban a aquel que, por su
causa, había sufrido de sus manos tantos trabajos materiales, les había
perdonado sus pecados incluso con el derramamiento de su sangre y, mediante el
ejemplo de su resurrección, les había mostrado la inmortalidad que ellos debían
esperar y desear.
7 Y así, mortificando los deseos terrenos del hombre
viejo y enardecidos por la novedad de la vida espiritual, tal como les había
enseñado el Señor en el Evangelio, vendían cuanto tenían y colocaban el precio
de sus posesiones a los pies de los apóstoles, para que éstos lo distribuyeran a
cada uno según sus necesidades. Y viviendo concordes a la caridad cristiana,
nada llamaban propio, sino que todo lo tenían en común, con un solo corazón y
una sola alma para Dios. 8 Más tarde también ellos sufrieron persecución en su
carne de parte de los judíos, sus conciudadanos según la carne, y fueron
dispersados, de modo que Cristo, gracias a esta dispersión, fuera predicado más
ampliamente y ellos mismos pudieran imitar la paciencia de su Señor, pues el que
por ellos había padecido con mansedumbre, les ordenaba que ellos a su vez
sufrieran por él.
|p43 Conversión de los gentiles - 9 Entre aquellos
perseguidores de los santos se encontraba también el apóstol Pablo, que se
ensañaba de forma especial contra los cristianos. Pero más tarde, creyendo y
convertido en apóstol, fue enviado a predicar el Evangelio a los gentiles,
sufriendo en su misión por el nombre de Cristo de lo que él había hecho contra
el nombre de Cristo. 10 Habiendo fundado iglesias entre todos los gentiles por
donde iba sembrando el Evangelio, recomendaba a los fieles que, puesto que
provenían del culto de los ídolos y acababan de iniciarse en el culto al único
Dios verdadero y ni podían fácilmente servir a Dios, a pesar de la venta y
reparto de sus bienes, hicieran ofrendas a los fieles necesitados de las
iglesias de Judea, que habían creído en Cristo. p11 Así, la doctrina apostólica
estableció a unos como soldados mercenarios <16> y a otros como súbditos
tributarios de las provincias, presentándoles a todos ellos a Cristo como la
piedra angular, como había sido anunciado por los profetas, en la cual los
pueblos, judíos y gentiles, como dos paredes que se juntan, se reúnen en una
caridad fraterna. 12 Pero luego surgieron, de parte de los gentiles incrédulos,
persecuciones más violentas y más frecuentes contra la Iglesia de Cristo y, de
día en día, se iba cumpliendo la palabra del Señor que había anunciado: «He aquí
que yo os envío como ovejas en medio de lobos».
<16> San Agustín se refiere con frecuencia al clero
como milites o soldados, y a los seglares como provinciales. Así como éstos
deben sustentar a los soldados que los protegen, así los seglares deben
alimentar a sus clérigos. Cf. 1 Cor 9,7 y 14; 11, 8; In Io
evang. 122,3; Enar. in ps. 90,1,10; 103,3,9; Sermo 351,5.
LA IGLESIA HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS
|C24
|p44 Expansión de la Iglesia - 1 Pero aquella vid,
que extendía por todo el orbe de la tierra sus sarmientos cargados de frutos,
según lo había profetizado y anunciado el mismo Señor, multiplicaba sus retoños
con tanto mayor vigor cuanto más era regada con la sangre fecunda de los
mártires. 2 Ante la muerte de éstos, en número incontable por todas las
naciones, en testimonio de la verdad de la fe, hasta los mismos poderes que los
perseguían se doblegaron y se convirtieron al conocimiento y la veneración de
Cristo, abatida su orgullosa cabeza. 3 Pero era necesario, como tantas veces lo
había predicho el Señor, que aquella vid fuera podada y de ella se arrancaran
los sarmientos improductivos, de los que han surgido aquí y allí las herejías y
los cismas de quienes, bajo el nombre de Cristo, buscan no la gloria de Dios,
sino la suya propia; pero eso sucedía para que la Iglesia, a causa de su
hostilidad, se ejercitara más y más, y fuera probada y aquilatada su doctrina y
su paciencia.
|p45 La hora del juicio final - 4 Todos estos hechos
se han cumplido, según sabemos, tal como habían sido predichos muchísimo antes.
Y así como los primeros cristianos, que no habían visto cumplidas todavía estas
profecías, se veían movidos a creer gracias a los milagros, así nosotros, puesto
que todas estas profecías se han cumplido tal como las leemos en los libros,
escritos mucho antes de que se realizaran, donde se anunciaba como futuro lo
que nosotros vemos ahora presente, nos vemos fortalecidos en nuestra fe para
creer, en la esperanza y la perseverancia puesta en el Señor, que sin duda
alguna se cumplirán incluso las promesas que todavía no se han realizado. 5 En
efecto, leemos en los mismos escritos que todavía habrá tribulaciones y tendrá
lugar el ultimo día del juicio, en el que todos los ciudadanos de aquellas
ciudades han de resucitar con sus cuerpos y han de dar cuenta de su vida ante el
tribunal de Cristo juez. 6 Vendrá, efectivamente, en la claridad de su poder el
que antes se había dignado venir en la humildad de su humanidad. Y separará a
todos los buenos de los malos, es decir, no sólo los que no quisieron creer en
él expresamente, sino también los que creyeron en él en vano e inútilmente; a
los buenos les dará un reino eterno en su compañía, y a los malos un castigo sin
fin al lado del demonio.
7 Pero así como ningún gozo producido por los bienes
temporales puede en modo alguno, compararse con el gozo de la vida eterna que
los santos han de recibir, del mismo modo ningún tormento ni castigo temporal
puede compararse a los sufrimientos eternos de los malvados.
LA GLORIA DE LA RESURECCION Y DEL CIELO. ULTIMAS
EXHORTACIONES
|C25
|p46 la resurrección de la carne - 1 Por eso,
hermano, confírmate en la fe y en el nombre de aquel en quien crees, contra las
lenguas de los que se burlan de nuestra fe y por medio de los cuales el demonio
pronuncia palabras seductoras, sobre todo cuando quiere mofarse de la creencia
en la resurrección. 2 Pero tú cree, por tu propia experiencia, que un día
resucitarás tú que has sido, puesto que antes no eras y ahora ves que crees.
¿Donde estaba esta masa de tu cuerpo y esta forma y estructura de tus miembros
hace unos pocos años, antes de haber nacido o incluso antes de que hubieras sido
concebido en el vientre de tu madre? ¿Dónde estaba esta masa y esta estatura de
tu cuerpo? ¿Acaso no han salido de los secretos arcanos de esta creación gracias
al Señor Dios, artífice invisible, y fueron creciendo hasta llegar al tamaño y
la forma actual, según un crecimiento propio de la vida?
3 ¿Y habrá de ser difícil para Dios que, en un
instante, arrastra desde lo escondido montones de nubes y con ellas cubre el
cielo en un momento, devolver a tu cuerpo la mole que antes tenía, él que pudo
crearla antes de que existiera? 4 Cree, pues, firme e inquebrantablemente que
todas las cosas que parecen sustraerse a los ojos de los hombres, como si
perecieran, permanecen íntegras e intactas en virtud de la omnipotencia de Dios.
El las restaurará sin tardanza y sin dificultad alguna cuando quiera, al menos
las que su justicia juzgue que deben ser restauradas, con el fin de que los
hombres den cuenta de sus acciones en los mismos cuerpos con que las llevaron a
cabo, y que en esos cuerpos merezcan los hombres o la transformación de la
incorruptibilidad celestial, según los méritos de su piedad, o la condición
corruptible del cuerpo, según los méritos de mala vida, condición que no será
destruída por la muerte, sino que suministrará materia a los sufrimientos
eternos.
|p47 La felicidad eterna - 5 Aléjate, hermano, por
la fe inquebrantable y las buenas costrumbres, aléjate de aquellos tormentos,
donde ni desfallecen los verdugos ni los atormentados mueren: para éstos hay una
muerte interminable que consiste en no poder perecer en los tormentos. p6
Inflámate,en cambio, en el amor y el deseo de la vida eterna de los santos,
donde ni el trabajo será fatigoso ni el reposo será aburrido, sino que habrá
alabanza a Dios sin fastidio ni defecto; ni el ánimo sentirá tedio ni el cuerpo
sufrirá fatiga; no habrá necesidad alguna, ni tuya a la que trates de poner
remedio, ni del prójimo al que desees ayudar con presteza. Dios mismo será todas
las delicias y la hartura de la ciudad santa que vive sabia y felizmente en él y
de él.
7 Pues llegaremos a ser, como esperamos y aguardamos
según las promesas, iguales a los ángeles de Dios, y juntamente con ellos
gozaremos de aquella Trinidad en visión directa, en la que ahora caminamos por
la fe. Creemos, en efecto, lo que no vemos para merecer, gracias a los méritos
de la fe, ver y asociarnos a lo que creemos de modo que ya no proclamaremos con
las palabras de la fe y en el sonar de nuestras sílabas la igualdad del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, la unidad de la Trinidad y el modo como las tres
Personas son un solo Dios, sino que nos empaparemos en la contemplación purísima
y ardentísima en medio de aquel silencio.
|p48 Ultimas recomendaciones - 8 Ten todo esto fijo
en tu corazón e invoca al Dios en quien crees para que te guarde de las
tentaciones del demonio, y cuídate, no sea que por cualquier parte penetre en tu
alma aquel enemigo que, para consuelo perversísimo de su condena, anda buscando
compañeros en su castigo. 9 Porque el demonio se atreve a tentar a los
cristianos no sólo por medio de quienes aborrecen ese nombre y sufren de que
todo el mundo esté ocupado por ese nombre y ansían todavía servir a los ídolos y
a las supersticiones de los demonios, sino a veces también por medio de aquellos
a que nos hemos referido antes, separados de la unidad de la Iglesia como de una
vid podada, es decir, de los herejes y cismáticos. 10 Y algunas veces trata de
tentarlos y de seducirlos, sirviéndose incluso de los judíos.
11 Pero, sobre todo, se habrá uno de guardar de ser
tentado y engañado por los que están dentro de la Iglesia católica, que ésta
mantiene dentro como la paja hasta el tiempo de ser aventada. 12 Dios se muestra
paciente con ellos para confirmar la fe y la prudencia de sus elegidos,
ejercitándolos por medio de la perversidad de los malos, y porque muchos de
entre ellos avanzan en el buen camino y con denodado esfuerzo se convierten al
servicio de Dios, que se compadece de sus almas, 13 Pues no son todos los que
aumentan la ira para el día tremendo del justo juez, gracias a la paciencia de
Dios, sino que muchos son conducidos al dolor salubérrimo de la penitencia
divina. Y hasta que esto suceda, por medio de ellos se ejercita no sólo la
tolerancia, sino también la misericordia de los que ya caminan por el buen
sendero.
14 Así, pues, te encontrarás con muchos borrachos,
avaros, defraudadores, entregados al juego, adúlteros, fornicarios, dados a
soluciones sacrílegas, víctimas de encantadores, astrólogos y adivinos en todo
género de artes blasfemas. También te darás cuenta de que aquellas multitudes
que llenan los templos los días festivos de los cristianos <17> son también los
que llenan los teatros los días de fiestas paganas. A veces, al verlos sentirás
deseos de imitarlos. 15 ¿Y por qué digo «encontrarás» o «te darás cuenta»,
cuando ya conoces esta realidad?: porque no ignoras que muchos que se llaman
cristianos están cometiendo estas malas acciones que acabo de enumerar. Incluso
algunas veces personas que se llaman cristianos realizan acciones todavía
peores, como tú sabes.
16 Pero te equivocas de plano si has venido con la
intención de hacer las cosas con seguridad, y no aprovechará de nada el nombre
de Cristo cuando comience a juzgar con toda severidad el que antes se había
dignado venir en tu ayuda con la más amplia misericordia, 17 En efecto, él lo
predijo en el Evangelio con estas palabras: No todo el que dice ¡Señor, Señor!
entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple con la voluntad de mi
Padre. Muchos me repetirán aquel día: ¡Señor, Señor!, en tu nombre hemos comido
y bebido. El final de cuantos perseveran en tales actos no es otro que la
condenación. 18 En consecuencia, cuando veas que muchos no sólo hacen esas
cosas, sino que tratan de justificarse y aconsejan a los demás a obrar igual,
mantente firme en la ley de Dios y no sigas a los prevaricadores. Ciertamente no
vas a ser juzgado según el parecer de éstos, sino conforme a la verdad de Dios.
|p49 Dios, fundamento de la salvación - 19 Busca la
compañia de los buenos que, según tu criterio, aman contigo a tu rey, pues has
de encontrarte con muchos si tú también has comenzado a ser bueno. Pues sí, en
los espectáculos públicos, tú anhelabas estar y mezclarte con los que admiran,
como tú, un auriga, un gladiador o un histrión, ¿cuánto más debe agradarte la
compañia de quienes contigo aman a Dios, de cuyo amor nunca tendrán que
avergonzarse sus seguidores, ya que no sólo él es invencible, sino que también
hace invencibles a los que lo aman?
20 Con todo, no debes colocar tu esperanza en esas
personas buenas que te preceden o te acompañan hacia Dios, ya que no debes
colocarla en tí mismo, por más progresos que hubieres hecho, sino en aquel que,
al justificaros, os hace tales a tí y a los otros. Está seguro de Dios, porque
no se muda; en cambio, de los hombres nadie puede estar seguro. 21 Pero si
debemos amar a los que todavía no son justos, para que lo sean un día, ¡cuánto
más ardientemente deben ser amados los que ya lo son! Pero una cosa es amar al
hombre y otra poner la esperanza en el hombre, hasta el punto que Dios manda lo
primero y prohibe lo segundo. 22 Y si, después de haber sufrido insultos y
tribulaciones en nombre de Cristo, no te has alejado de la fe ni te has desviado
del buen camino, está seguro de que recibirás un premio más grande, mientras que
los que hubieren cedido en estas cosas a la instigación diabólica, perderán
incluso lo poco que esperaban. 23 Sé humilde delante de Dios para que no permita
seas tentado más allá de tus fuerzas.
<17> Véase nota complementaria n. 18: Cristianos y
paganos,p689.
RECOMENDACIONES Y CONSEJOS FINALES
|C26
|p50 Noviciado del catecúmeno en la fe - 1 Expuesto
todo esto, se le ha de preguntar si cree observar esas cosas. Cuando haya
aceptado, se hará sobre él la señal de la cruz y se le tratará según la
costumbre solemne de la Iglesia.<18>
2 Acerca del sacramento que recibe, una vez que se
le ha advertido, como se debe, que las imágenes son expresiones visibles de las
cosas divinas, aunque en ellas se rinde honor a las invisibles, y que no debe
tratarse aquella sustancia, santificada por la bendición, como se hace en el uso
corriente, hay que decirle también qué significan las palabras que escuchó y qué
se encierra en las frases que simbolizan una realidad.
3 Luego, tomando pie de aquí, se le ha de advertir
que, si alguna vez en las Escrituras oye algo que le suene de modo carnal,
aunque no llegue a comprenderlo, debe aceptar, sin embargo, que algo espiritual,
referente a la santidad de costumbres y a la vida futura, se esconde allí. Y
esto lo aprende tan brevemente que, cuando haya oído alguna cosa de los libros
sagrados que no pueda tener relación con el amor de la eternidad, de la verdad y
de la santidad o con el amor del prójimo, crea que se ha dicho o se realizaba de
una manera figurada y se esfuerce en entenderlo de modo que tenga relación con
aquel doble amor.4 Pero de tal manera, que no entienda al prójimo de manera
carnal, sino que en esa palabra ha de incluir a todos los que puedan estar con
él en aquella santa ciudad, ya lo estén realmente, ya puedan estarlo un día.Y no
ha de desconfiar de la corrección de ningún hombre, pues ve que la paciencia de
Dios le deja vivir no por otra razón sino para que sea conducido a la penitencia
como dice el Apóstol.
|p51 Ocasión para una explicación más breve - 5 Si
te parece damasiado largo el discurso con que he instruido, como si estuviera
presente un hombre ignorante, puedes hacerlo de una forma más breve; pero no me
parece que debas hacerlo más extenso. En todo caso, es muy importante ver qué es
lo que aconseja el asunto cuando se expone y cuáles son las impresiones del
auditorio en el caso de aguantar o desear alguna otra cosa. Pero cuando se
impone la brevedad, observa qué fácilmente se puede exponer todo el tema.
6 Supongamos de nuevo que un hombre se acerca con el
deseo de hacerse cristiano, el cual, después de haberle interrogado, contesta
como el anterior. En caso de que así no lo hiciere, se le ha de mostrar que
aquélla debió haber sido su respuesta. A continuación, se le presentará el resto
de esta manera.
|p52 Resumen de la doctrina cristiana - 7 En verdad,
hermano, sólo es grande y verdadera la felicidad que a los santos se promete en
la otra vida, mientras que todas las cosas visibles pasan y toda la pompa de
este mundo y sus delicias y afanes igualmente perecerán, y arrastrarán consigo a
sus amadores a la perdición. 8 De esa ruina, es decir, de esos eternos castigos,
Dios en su misericordia ha querido liberar a los hombres, a condición de que no
se odien entre sí y no resistan a la misericordia de su creador. Para ello envió
a su hijo unigénito, esto es, a su Verbo, igual así mismo, por medio del cual
creó todas las cosas. 9 Y este Verbo, permaneciendo en su divinidad y sin
apartarse del Padre ni cambiando en nada de su ser, tomando la humanidad y
apareciendo a los hombres en carne mortal, se presentó entre ellos para que, así
como por un hombre, que fue creado el primero, esto es, Adán, entró la muerte en
todo el género humano, porque aquél consintió a su mujer seducida por el diablo
y desobedeció el mandato de Dios, así por un hombre, que es Dios al mismo
tiempo, Hijo de Dios, Jesucristo, todos cuantos crean en él entren en la vida
eterna una vez borrados todos los pecados pasados.
<18> Véase nota complementaria n. 19: Las ocho
etapas de la catequesis, p689.
EXPLICACIONES FINALES
|C27
|p53 Cumplimiento de las profecías - 1 Todo cuanto
se realiza ahora en la Iglesia de Dios y en el nombre de Cristo, en todas las
partes del mundo, ya hace siglos había sido predicho, y tal como lo leemos en
los libros sagrados así lo vemos en la realidad, y con ello nos robustecemos en
la fe. 2 Un día lejano se produjo un diluvio sobre toda la tierra para eliminar
a los pecadores. En cambio, los que se salvaron en el arca eran un símbolo de la
futura Iglesia, que ahora navega por entre el oleaje de este mundo y se salva
del naufragio en virtud del madero de la cruz de Cristo.
3 A un hombre, a Abrahán, único fiel servidor de
Dios, se le anunció que de su estirpe había de nacer un pueblo que daría culto
al verdadero Dios en medio de los demás pueblos que adoraban a los ídolos; y
todo lo que se anunció a este pueblo, se cumplió tal como había sido predicho. 4
También se profetizó a aquel pueblo que Cristo, rey de todos los santos y Dios
al mismo tiempo, había de venir de la raza del mismo Abrahán, según la carne que
asumió, para que todos fueran hijos de Abrahán, al imitar la fe del patriarca. Y
así se ha realizado: Cristo ha nacido de María Virgen, que era de la raza de
Abrahán.
5 Por medio de los profetas, se anunció que Cristo
sufriría sobre la cruz, a manos del mismo pueblo de Israel, a cuya raza
pertenecía él según la carne. Y así sucedió. 6 Se predijo que había de
resucitar; y resucitó y, según las predicciones de los mismos profetas, subió al
cielo y envió al Espíritu Santo a sus discípulos.
7 No solamente los profetas, sino el mismo
Jesucristo, nuestro Señor, anunciaron que su Iglesia se extendería por todo el
mundo gracias a la sangre y a los sufrimientos de sus mártires. Y esa predicción
tuvo lugar cuando su nombre era todavía ignorado por los gentiles y se burlaban
de él los que lo conocían. Y, sin embargo, gracias a la fuerza de sus milagros,
los que él mismo realizaba o los realizados por medio de sus servidores, mentras
todo lo dicho se va divulgando y va siendo aceptado, vemos con nuestros propios
ojos que todo lo que había sido predicho se ha cumplido, hasta el punto que los
mismos reyes de la tierra, que antes perseguían a los cristianos, se inclinan
sumisos al nombre de Cristo. 8 También habían predicho que de su Iglesia
saldrían cismas y herejias, que, amparadas bajo su nombre, buscarían no la
gloria de Cristo, sino la suya propia, por donde les fuera posible. Y esto
también se ha realizado.
|p54 La vida futura - 9 Entonces, ¿por qué no se
habían de cumplir las cosas que faltan todavía? Es evidente que, tal como se han
realizado las primeras profecías, tambien se cumplirán las últimas, incluidas
todas las tribulaciones de los justos que faltan todavía, sin olvidar el día del
juicio, que separará a todos los malos de los justos, en la resurrección de los
muertos y que apartará para el fuego merecido no sólo a los que están fuera de
la iglesia, sino incluso a los que forman la paja de la misma Iglesia, que ésta
debe soportar con toda su paciencia hasta el momento final del aventamiento.
10 Los que, en cambio, se burlan de la resurrección,
porque piensan que esta carne no puede resucitar, por estar sujeta a
putrefacción, resucitarán para recibir en ella su castigo, y Dios les mostrará
que el que fue capaz de crear estos cuerpos, antes de que existieran, puede
también en un momento reconstruirlos tal como ya eran. 11 Y todos los fieles,
que han de reinar con Cristo, resucitarán en sus cuerpos de modo que merezcan
ser transformados hasta alcanzar la incorrupción de los ángeles y hacerse
semejantes a los ángeles de Dios, como les prometió el mismo Señor. Así le
alabarán, sin desfallecer y sin cansancio, viviendo siempre en él, con una
alegría y felicidad tal que el hombre no puede ni expresar ni imaginar.
|p55 Ultimas exhortaciones - 12 Por consiguiente,
tú, que crees estas verdades, cuídate de las tentaciones, porque el demonio anda
buscando personas que perezcan con él: que el enemigo no te seduzca por medio de
los que están fuera de la Iglesia, sean paganos, judíos o herejes. Guárdate de
imitar a los que ves que siguen viviendo mal dentro de la misma Iglesia, o a los
que están entregados a los desordenados placeres del vientre y de la gula, o a
los impúdicos, o a los que se dejan arrastrar por curiosidades vanas e ilícitas
de los espectáculos, o de los sortilegios, o de las adivinaciones diabólicas, o
a los hinchados por la pompa y vanidad de la avaricia y de la soberbia, o los
que se hallan hundidos en cualquier tipo de vida condenada y castigada por la
ley. Por el contrario, busca la compañía de los buenos, que fácilmente has de
encontrar, si también tú fueres bueno, de modo que juntos honréis y améis a Dios
desinteresadamente, porque él mismo será toda nuestra recompensa, ya que
gozaremos de su bondad y de su belleza en aquella eterna felicidad.
13 Pero hemos de amarle no como algo que vemos con
los ojos, sino como se ama la sabiduría, la verdad, la santidad, la justicia y
la caridad, o cualquiera otra cosa semejante; y no como estas virtudes se
encuentran en los hombres, sino como se dan en aquella misma fuente de la
sabiduría incorruptible e inmutable. Busca, pues, la compañía de todos aquellos
que ves que aman estas virtudes, de modo que puedas reconciliarte con Dios por
medio de Jesucristo, que se hizo hombre para ser el mediador de Dios y de los
hombres. 14 Y no creas que los hombres perversos, aunque se encuentren dentro de
los muros de la Iglesia, han de entrar luego en el Reino de los cielos: porque a
su tiempo serán separados si antes no se convierten a una vida mejor.
15 Imita, pues, a los buenos, tolera a los malos y
ama a todos <19>, pues no sabes qué ha de ser mañana el que hoy es malo. Y no
ames su injusticia, sino ámalos a ellos precisamente para que aprendan la
justicia: se nos ha mandado no sólo amar a Dios, sino también amar al prójimo, y
en esos dos mandamientos se funda toda la ley de los profetas. 16 Y esta ley
sólo la puede cumplir el que haya recibido el don del Espíritu Santo, igual al
Padre y al Hijo, porque esa Trinidad es un solo Dios y en éste hemos de colocar
toda nuestra eesperanza. No ponganos esta esperanza en ningún hombre, cualquiera
que sea, pues una cosa es aquel que nos justifica y otra aquellos con los que
nos justificamos.
17 Tengamos presente que el diablo no sólo tienta
por medio de nuestros deseos, sino también por el miedo a las persecuciones, los
sufrimientos y a la misma muerte. Cuanto más haya sufrido un hombre por el
nombre de Cristo y por la esperanza de la vida eterna, si es que supo mantenerse
fiel en el sufrimiento, tanto mayor recompensa recibirá; pero si sucumbiere ante
el diablo, será también condenado con él.
Sábete que las obras de misericordia, junto con la
piadosa humildad, alcanzan del Señor que no permita que sus siervos sean
tentados más allá de lo que puedan soportar.
<19> Este consejo agustiniano, en que se resumen las
obligaciones del cristiano hacia su prójimo, es citado frecuentemente.
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